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Chapter 4 - Un Nuevo Mundo (2)

El viaje hacia el reino de Ethelia comenzó cuando nos subimos a varias carrozas que los caballeros tenían preparadas. Los asientos, cubiertos de telas y acolchados con cuero fino, contrastaban con la aspereza de lo que acabábamos de experimentar en la pradera. A medida que las carrozas avanzaban, el murmullo de los viajeros fue disminuyendo, todos sumidos en sus propios pensamientos, algunos aún incrédulos, otros inquietos.

El camino serpenteaba entre colinas verdes y bosques frondosos que parecían salidos de una fantasía. La atmósfera iba cambiando lentamente mientras avanzábamos; el aire se volvía más fresco, y el silencio de la naturaleza era apenas roto por el sonido de los cascos de los caballos.

Finalmente, después de un buen trecho, una murmuración de asombro se extendió entre todos los viajeros. Al otro lado del camino, empezaron a alzarse unas murallas colosales, de piedra blanca y detalles dorados, que rodeaban un vasto reino. Más allá de esas murallas, podíamos ver las torres y almenas de un castillo majestuoso, una estructura que dominaba el horizonte y parecía tocar el cielo. A medida que las carrozas se acercaban, la magnitud del castillo y su esplendor se revelaban por completo, dejando a todos boquiabiertos.

El cielo comenzaba a teñirse con los colores del anochecer, un suave tono púrpura y anaranjado que resaltaba con una intensidad especial. Fue en ese momento cuando, al alzar la vista, vi algo que me dejó sin palabras: tres grandes lunas flotaban en el firmamento, cada una en una fase distinta, emitiendo una luz suave y etérea que bañaba el reino en tonos misteriosos y hermosos. La revelación fue clara y rotunda; este no era el mundo que conocíamos. Estábamos en un lugar completamente nuevo y desconocido, un lugar donde la magia y la maravilla coexistían con el peligro.

Al notar los rostros de asombro y la incredulidad en nuestras expresiones, Sir Aldric soltó una carcajada potente y contagiosa. "Bienvenidos al Reino de Ethelia," proclamó, con una sonrisa amplia y satisfecha.

En ese instante, la realidad de nuestra situación pareció asentarse en cada uno de nosotros. Estábamos en otro mundo, y el camino que se extendía frente a nosotros era tan vasto e incierto como el propio cielo nocturno que nos rodeaba.

Al atravesar las enormes puertas del reino, la ciudad de Ethelia se desplegó ante nosotros como una escena sacada de un sueño antiguo. Luther, al igual que los demás, no podía ocultar su asombro. Sus ojos recorrían cada rincón, absorbiendo los detalles de aquel mundo que parecía salido de los cuentos de fantasía.

A ambos lados de la calle principal se alzaban puestos de mercado, con tenderos que ofrecían sus mercancías bajo toldos coloridos. Vendedores gritaban para atraer la atención de los transeúntes, ofreciendo desde frutas exóticas y especias hasta armas y objetos mágicos cuyo brillo parecía tener vida propia. El ambiente era bullicioso, lleno de energía y vitalidad, y la mezcla de aromas de comida y especias creaba una atmósfera acogedora que contrastaba con la brutalidad del mundo exterior.

Luther miró alrededor, notando con sorpresa la diversidad de personas que transitaban por el mercado. No eran solo humanos, sino seres de todo tipo, algunos que solo había imaginado en historias. Vio a un hombre alto y delgado, de piel verde y orejas alargadas, con un semblante sereno que irradiaba sabiduría. Más adelante, un grupo de figuras robustas con barbas espesas y armaduras de cuero negociaba con un herrero; eran enanos, fuertes y decididos, con rostros curtidos por años de trabajo y aventuras.

Pasaron junto a una mujer con alas pequeñas y plumas de colores que adornaban sus hombros, y más allá, a un hombre de piel azulada y cuernos que sobresalían de su frente, cuya mirada fija y enigmática se cruzó con la de Luther por un instante. Al girar la cabeza, también notó a unos jóvenes que parecían elfos, sus orejas puntiagudas y su porte elegante contrastando con la sencillez de sus ropajes.

La ciudad estaba llena de vida y movimiento, pero no era un caos; había un orden en la manera en que todos convivían y se entremezclaban. Guardias armados patrullaban las calles, sus armaduras ornamentadas brillaban bajo la luz de las antorchas, y sus miradas vigilantes dejaban claro que la paz en Ethelia era una responsabilidad compartida. Las calles adoquinadas reflejaban el brillo de las lunas, y los edificios, aunque modestos, estaban adornados con detalles de madera y piedra que les conferían un aire cálido y acogedor.

El murmullo entre los recién llegados era constante. Luther escuchaba fragmentos de conversaciones, algunos llenos de miedo, otros de asombro. "¿Qué son esos seres?", "Esto es una locura..." Las preguntas se acumulaban en la mente de todos, pero nadie tenía respuestas.

Un hombre sentado junto a Luther miró hacia uno de los escoltas y, con un tono desafiante, dijo: "¿Qué se supone que es este lugar? No nos han dicho nada claro. ¿Dónde demonios estamos?"

Uno de los soldados que los escoltaba, un hombre de cara severa, lo miró con dureza. "¡Cállate y muestra respeto!", ladró, acercándose a la carreta como si fuera a golpear al hombre.

Pero antes de que pudiera hacerlo, Sir Aldric intervino. "Calma, Oran." Puso una mano sobre el hombro del soldado, obligándolo a retroceder. "Son recién llegados. No tienen idea de lo que está pasando. Es normal que tengan miedo, además no hemos tenido nuevos invocados por los últimos 500 años así que trátalos con un poco de cariño"

A lo que el soldado frunció el ceño, pero obedeció.

"¿500 años?", preguntó Luther, rompiendo finalmente su silencio. "Dijiste que no han tenido invocados en 500 años... ¿Qué significa eso?"

Sir Aldric se giró hacia él, su sonrisa se desvaneció un poco, pero mantuvo la calma. "Eso es correcto. Hace 500 años fue la última vez que un grupo de personas como ustedes fue traído a este mundo. No sabemos por qué ocurre exactamente, pero cada 100 años, personas de diferentes planetas y razas son invocadas a Aether, como ustedes lo han sido hoy. Es algo que ha sucedido desde tiempos antiguos."

Luther asintió, procesando la información. "¿Y este reino... Ethelia...?"

"Ethelia es el reino principal de los humanos en este mundo. Aquí, hace cientos de años, llegó el primer grupo de humanos invocados, quienes fundaron este reino con el paso del tiempo. Desde entonces, hemos mantenido un equilibrio frágil entre las diferentes razas que también han sido traídas a este mundo. Lo que ven aquí es el resultado de siglos de historia."

Luther frunció el ceño, sintiendo que había más preguntas en su mente de las que podía formular en ese momento. Pero antes de que pudiera continuar, Sir Aldric levantó una mano.

"Sé que todos tienen muchas preguntas, pero pronto llegarán al castillo y podrán escuchar lo que deben saber. Les aseguro que todas sus dudas serán respondidas."

Las carretas se detuvieron finalmente frente al castillo de Ethelia, una estructura majestuosa que parecía tocar los cielos. Las paredes de mármol blanco brillaban bajo la luz de las tres lunas, y las torres se elevaban como si fueran los dedos de un dios extendiéndose hacia el infinito. Luther miró hacia arriba, asombrado por la belleza de la estructura, pero algo en el ambiente lo hizo estremecerse.

"No te quedes embobado mirando el castillo, chico," dijo Sir Aldric con un tono levemente burlesco. "Vengan, entren. Lo mejor está por llegar."