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Chapter 28 - 028. Os quiero a ti y a Rosa.

A la mañana siguiente, Amelia despertó sobresaltada, atrapada entre los restos de un sueño inquieto y la suave melodía de una voz conocida. Parpadeó un par de veces, intentando despejar la confusión que flotaba en su mente como un eco de los sueños que la habían perturbado, hasta que identificó el origen de la canción: Lucy, su eterna compañera, tarareaba algo melancólico junto a la ventana.

—Buenos días, Lucy —murmuró Amelia con un tono adormilado, buscando su teléfono en la mesita de noche. Al encenderlo, la pantalla mostró la hora. Tenía dos horas antes de presentarse en la logia, pero ese margen de tiempo apenas aliviaba la presión que pesaba sobre su pecho. Había cosas más urgentes que atender.

La sombra de Marina apareció de inmediato en su mente. La conversación pendiente del día anterior seguía ahí, como una espina clavada. Amelia suspiró, consciente de que la visita inesperada de Alfonso e Inmaculada no había dejado espacio para aclarar lo sucedido. Marina había cerrado las puertas con más fuerza que nunca, y ahora la incertidumbre carcomía a Amelia.

—Lucy, ¿sabes si Marina y Rosa ya están despiertas? —preguntó mientras se incorporaba lentamente en la cama. Su voz delataba una mezcla de urgencia y vulnerabilidad que ni siquiera intentó ocultar.

Lucy negó con la cabeza, pero antes de que Amelia pudiera insistir, un pequeño diablillo atravesó la pared como un borrón oscuro. Cruzó el pasillo sin detenerse, dejando tras de sí un rastro de inquietud en el aire. Amelia se quedó observándolo, aún sin acostumbrarse del todo a las constantes apariciones de estas criaturas. Entendía la lógica tras su presencia, pero cada vez que aparecían, sentía que le robaban un poco más de su intimidad.

Se levantó con esfuerzo y se dirigió al baño. El frío del suelo bajo sus pies descalzos le devolvió un destello de realidad. Cerró la puerta detrás de ella, buscando un respiro momentáneo. Miró su reflejo en el espejo, pero apenas se reconoció. Bajo la fina capa de agua que dejó correr sobre su rostro, intentó despejar los pensamientos oscuros que la atormentaban.

"Marina... La logia... ¿Qué me pedirán hoy?", pensó mientras el agua caía sobre su cabeza como una cortina que separaba su presente de su pasado. La culpa la asaltó de nuevo. Había intentado convencerse de que no merecía el odio de Marina, pero el peso de su mirada seguía grabado en su memoria.

Finalmente, alzó la vista hacia el espejo empañado, sus ojos buscando una respuesta que no llegaba. Entre el vapor y las gotas de agua, una pregunta martillaba su mente: "¿Realmente será diferente esta vez? ¿O solo es otro paso hacia el abismo?"

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—¿Qué haces? —susurró Rosa, sintiendo cómo los dedos de Marina recorrían suavemente la curva de sus senos.

Habían compartido dormitorio y una cama tamaño súper King, pero jamás imaginó despertar con las caricias de su amiga. Durante su tiempo como prisioneras en los sótanos de la mansión Montalbán, habían compartido roces y bromas en medio de su desesperación, pero aquello era diferente. Las manos de Marina, que ahora exploraban con lentitud y deliberación, no tenían nada de inocente.

—Solo aseguro que no me arrepienta más adelante —murmuró Marina, inclinándose para deslizar su lengua por el cuello de Rosa.

Un escalofrío recorrió a Rosa de pies a cabeza. Su cuerpo reaccionaba instintivamente, su piel erizándose bajo el toque de Marina. Pero la confusión y la incomodidad la golpeaban con igual intensidad.

—Por favor, para —pidió con voz temblorosa, aunque su respiración acelerada la traicionaba.

Marina ignoró la súplica, llevando su mano más abajo hasta rozar la intimidad de Rosa. Su sonrisa se amplió al notar la humedad que delataba a su amiga.

—Tus palabras dicen una cosa, pero tu cuerpo dice otra —susurró con voz ronca, deleitándose en el control que parecía tener.

—No soy de piedra, pero… —Las palabras de Rosa quedaron atrapadas en su garganta cuando los labios de Marina se apoderaron de los suyos. El beso fue lento y demandante, eliminando cualquier espacio para la resistencia.

Rosa comenzó a dejarse llevar, su cuerpo moviéndose instintivamente en busca de más placer. La línea entre el deseo y la culpa se desdibujaba rápidamente. Sus manos, que al principio habían intentado apartar a Marina, ahora se aferraban a sus hombros. Estaba a punto de alcanzar el éxtasis cuando, de pronto, el sonido de la puerta abriéndose las arrancó de su burbuja. Ambas brincaron como si hubieran sido sorprendidas robando un secreto prohibido.

Un mayordomo entró con pasos firmes y una expresión inmutable, como si no hubiera notado la tensión en la habitación. Sus ojos, oscuros y penetrantes, se mantuvieron fijos en las tareas que debía realizar.

—Amelia desea hablar con ustedes. Dúchense y pónganse esta ropa, cortesía del señor Contreras. Cuando estén listas, estaré en la puerta para acompañarlas al comedor. Por favor, no se demoren —comunicó con voz neutral, colocando cuidadosamente dos conjuntos de ropa sobre la cama.

El mayordomo, uno de los pocos demonios con apariencia humana cuando no se estaba bajo los efectos de las bebidas "Caída del Velo" o "Visión Verdadera", no mostró ni el más mínimo interés en la escena. Tras cumplir su cometido, salió del cuarto sin mirar atrás.

Marina permaneció paralizada, sus ojos fijos en la puerta recién cerrada, mientras una sonrisa maliciosa se dibujaba en sus labios. Pero antes de que pudiera decir algo, Rosa se levantó de un salto, envolviéndose en la sábana como si intentara protegerse de su propia vulnerabilidad. Sin mirarla, corrió hacia el baño y cerró la puerta de golpe.

Marina se quedó un momento observando la puerta del baño cerrarse con un golpe seco, lanzando un suspiro de frustración. La interrupción no había sido ideal, pero el rubor en las mejillas de Rosa y su respiración agitada eran evidencia de que la semilla había sido plantada. Se levantó lentamente de la cama, estirándose como un depredador satisfecho, y dejó que la mirada se deslizara hacia los conjuntos de ropa que el mayordomo había dejado.

"Siempre tan oportuna, Amelia", pensó con cierto sarcasmo, mientras tomaba uno de los conjuntos y examinaba su diseño. Era elegante, pero funcional; claramente escogido con la intención de impresionar, pero sin perder de vista la comodidad. Marina levantó una ceja al ver la etiqueta de una marca que conocía demasiado bien. "¿Cortesía de Contreras? ¿Qué estará tramando ahora?"

Del otro lado de la puerta, el sonido del agua corriendo llenaba el cuarto de baño. Rosa, con las manos apoyadas en el lavabo, se miraba en el espejo, intentando recomponerse. Su rostro seguía enrojecido y sus labios ligeramente hinchados por el beso de Marina. No podía negar que había disfrutado, pero tampoco podía aceptar lo que estaba sucediendo.

"¿Qué estoy haciendo?", pensó mientras se enjuagaba el rostro con agua fría. "En unas horas seré recogida por mi maravilloso Elías." Sentía como si estuviera traicionando algo, aunque no podía precisar qué. Su cuerpo aún respondía al tacto de Marina, pero su mente estaba enredada en un torbellino de culpa y deseo.

Marina, ajena al tumulto interno de Rosa, se acercó al baño y apoyó una mano en la puerta. Su tono juguetón volvió a la carga.

—¿Te estás escondiendo? —dijo con una risa suave. —No tenemos todo el día, Rosa. Amelia espera, y no querrás hacerla enfadar. Sabes cómo es con la puntualidad.

—No me estoy escondiendo. —respondió Rosa desde dentro, su voz algo temblorosa. —Solo... me estoy duchando. —La excusa sonó tan endeble como lo sentía, pero no podía enfrentarse a Marina en ese momento.

Marina soltó un suspiro teatral, apartándose de la puerta. No iba a presionarla más por ahora. Había aprendido que la paciencia era una virtud cuando se trataba de Martín, y a pesar de que ahora era Rosa, eso no había cambiado. "Tendremos tiempo para continuar esto más tarde, espero", pensó mientras se dirigía a buscar su ropa interior.

Cuando Rosa finalmente salió del baño, envuelta en una toalla y con el cabello aún goteando, encontró a Marina ya vestida, sentada despreocupadamente en la cama. Su amiga la observó con una mezcla de desafío y diversión, pero no dijo nada. Rosa evitó su mirada, tomó su conjunto y se vistió rápidamente, tratando de ignorar el calor que sentía en las mejillas.

El mayordomo no tardó en aparecer de nuevo en la puerta; su figura alta y su postura impecable parecían imponerse en el umbral. Sin una palabra más, las guió por el amplio pasillo hacia el comedor. Mientras caminaban, Marina no pudo resistir el impulso de acercarse a Rosa y susurrar al oído:

—Esto no ha terminado, querida. —El rubor en el rostro de Rosa fue todo lo que Marina necesitó para confirmar que tenía la ventaja.

Cuando llegaron al comedor, Amelia ya estaba sentada a la cabecera de la mesa, con una expresión seria y un aura de determinación que no dejaba lugar a dudas: aquella reunión iba a ser algo más que una charla amistosa.

—Espero que hayáis descansado bien —dijo Amelia, con un tono que rozaba la ironía. Sus ojos se movieron rápidamente entre Marina y Rosa, notando la tensión palpable entre ambas. —Porque tenemos mucho de qué hablar.

La luz del sol entraba a raudales por las amplias ventanas del comedor, iluminando cada rincón de la mesa elegantemente dispuesta. Los cubiertos relucían, y el aroma del café recién hecho se mezclaba con el sutil perfume floral que impregnaba la habitación. A pesar del entorno idílico, el aire estaba cargado de tensión. Amelia, sentada en la cabecera, mantenía los ojos fijos en Rosa y Marina mientras el desayuno era servido con precisión casi ceremonial por los mayordomos.

Algo había sucedido entre ellas esa noche. Marina tenía una expresión que combinaba desafío y diversión, como si disfrutara de un juego del que solo ella conocía las reglas. En cambio, Rosa apenas podía alzar la mirada, y sus manos temblaban ligeramente mientras jugueteaba con la servilleta sobre su regazo. Amelia frunció el ceño, su mente repasando cada interacción reciente con ellas, intentando desentrañar el misterio.

Amelia rompió el silencio con una voz cargada de seriedad, pero también de un anhelo sincero. —Marina, quiero arreglar cualquier problema entre nosotras. Como Roberto y Diego, siempre fuimos amigos. Aunque ahora seamos mujeres, eso no tiene por qué cambiar. Te aseguro que me preocupaba por vosotras cuando estaba fuera, pero Inmaculada no me dejó muchas opciones.

Marina soltó una risa seca, inclinándose hacia atrás en su silla con los brazos cruzados. Sus ojos chispeaban con una mezcla de resentimiento y burla. —¿Preocupada por nosotras? Ni una visita, Amelia. Como Roberto, siempre fuiste distante, pero al menos estabas ahí. Ahora tu hermano te ha salvado; vas a estar con tu amada María, aunque sea un hombre ahora. A Rosa le habéis buscado un hombre cariñoso, al parecer; seguro que la cuidará bien. Pero... ¿qué hay de mí? —Su voz se volvió más intensa con cada palabra, y el desafío en su mirada perforaba a Amelia como un cuchillo.

Amelia sostuvo la mirada de Marina, pero sintió cómo un leve rubor subía por sus mejillas. —¿Qué quieres de mí? Yo no solucioné lo de Rosa. Según dijo mi hermano, fue una decisión del tejedor. En cuanto a buscarte un buen marido, estoy segura de que mi hermano hará lo imposible por ayudarte. Al menos ya no estás en las garras de Inmaculada.

Marina se inclinó hacia adelante, apoyando los codos en la mesa. Su voz, ahora baja y cargada de intensidad, cortó el aire como una cuchilla. —No quiero un marido. Me gustan las mujeres. Os quiero a ti y a Rosa.

Amelia sintió un nudo en el estómago al escuchar las palabras directas de Marina. Desvió la mirada hacia Rosa, quien se sobresaltó ante la declaración. Su cuerpo tenso y la manera en que bajó la cabeza confirmaban las sospechas de Amelia: algo había pasado entre ellas.

El silencio se hizo pesado hasta que Amelia, con esfuerzo, volvió a hablar. —Te terminarán gustando los hombres, Marina. Es cuestión de tiempo. —Hizo una pausa, sintiendo cómo la verdad le quemaba la lengua. Había alguien en su mente desde hacía tiempo, pero no podía decirlo en voz alta. —A mí hace un tiempo que me gusta... Duncan.

—A mí también me gustan cada vez más los hombres —intervino Rosa con voz suave, aunque su tono traicionaba cierto nerviosismo. Amelia detectó el leve temblor en sus manos y recordó cómo se desenvolvía con los tacones desde el principio. Algo no cuadraba.

Marina soltó una carcajada amarga, lanzando una mirada fulminante a Rosa. —Tú estabas muy contenta desde el principio. —Espetó con veneno en la voz. Luego se giró hacia Amelia, disfrutando del impacto que sus palabras causarían. —¿Sabías que esta amiga nuestra estaba encantada con esto? ¿Sabes que se travestía de vez en cuando en su casa? Que a veces usaba ropa interior femenina solo por diversión.

Rosa se puso roja como un tomate, y su voz salió apenas como un susurro cargado de traición. —¡Te lo conté como un secreto, Marina!

Amelia no pudo evitar sonreír levemente. Había sospechado algo desde el principio, pero escuchar la confesión la hizo sentirse más cercana a Rosa, como si compartieran algo oculto. —Me alegra que al menos para una de nosotras esta transformación haya traído algo positivo.

Rosa levantó la mirada, su rostro aún rojo, pero con una expresión que mezclaba vergüenza y resignación. —Pero... de verdad... a mí me gustaba ser hombre. Lo de travestirme era solo algo morboso. Me gustaban las mujeres. Aunque la última semana he comenzado a tener sueños con... con hombres, y ayer, al estar entre los brazos de Elías... —Su voz se apagó mientras cerraba los ojos, recordando el aroma y la presencia del tejedor.

Amelia la miró con comprensión. —Te entiendo, Rosa. Algún día te contaré un secreto. —Sus ojos se desviaron hacia Marina. —¿Y tú? ¿No has sentido nada por algún hombre?

Marina sostuvo la mirada de Amelia, su rostro adoptando una expresión neutra, pero sus ojos traicionaban un torbellino de emociones. Sabía que no podía mentirle, pero tampoco estaba dispuesta a entregarle toda la verdad. Finalmente, dejó escapar una sonrisa traviesa. —Sinceramente, sigo deseando tener un trío con vosotras dos.

El descaro de su respuesta hizo que Amelia alzara una ceja, pero no pudo evitar una sonrisa. Marina seguía siendo Marina, con su audaz manera de enfrentar cualquier situación. Sin embargo, detrás de esa fachada, había algo más, algo que Amelia aún no podía descifrar.

Marina permitió que su sonrisa creciera, pero detrás de ella se escondía una verdad incómoda, como una chispa encendida en la oscuridad: sí, había sentido algo por un hombre. Dos noches atrás, cuando Duncan la enfrentó con esa intensidad feroz que combinaba fuerza y vulnerabilidad, algo dentro de ella cedió. Deseó someterse, dejarse llevar por el momento, pero incluso ahora, no estaba lista para enfrentarlo, mucho menos para admitirlo.

El aire en el comedor seguía cargado, las emociones entrelazadas en una maraña imposible de deshacer. Cada una de ellas llevaba una verdad oculta, y aunque las palabras seguían fluyendo, ninguna estaba lista para enfrentar lo que realmente sentía.

Amelia dejó la taza de café con un suave tintineo sobre el plato y miró a Marina con una mezcla de cansancio y resolución. Su voz, aunque firme, estaba teñida de cierta melancolía.

—Marina, dentro de un rato Rosa y yo iremos a la logia. Al parecer, el tejedor vendrá a recogerla allí. —Sacó dos tarjetas de su bolso y las deslizó sobre la mesa, frente a Marina y Rosa. Las tarjetas, de diseño sencillo pero elegante, llevaban su nombre, correo electrónico y un número de teléfono. —No sé si volveremos a vernos pronto, pero me gustaría que tuvieras una forma de comunicarte conmigo. —Hizo una breve pausa, y sus ojos se suavizaron al mirar a Marina. —En cuanto al trío... sinceramente, lo veo difícil. Pero si eso ayudara a borrar todo el resentimiento entre nosotras, te lo concedería.

Marina arqueó una ceja y sonrió, su tono burlón pero cargado de intención. —¿Y si te pidiera hacerlo con Duncan y vosotras dos?

El rostro de Amelia se tensó de inmediato, y un destello de indignación cruzó sus ojos. Apretó los dientes, intentando contener su rabia. "¿Cómo se atreve?", pensó mientras tomaba un sorbo de café para ganar tiempo. Al final, dejó la taza sobre la mesa con un golpe seco y dirigió a Marina una mirada fría, casi glacial.

—No te pases, Marina —dijo, cada palabra cargada de un aviso implícito. —No te permitiré tener sexo con mi prometido. Conmigo... incluso estaría dispuesta a dejarme atar y ser tu juguete, si eso ayudara a reparar nuestra relación. Pero Duncan es una línea roja. Posiblemente la única.

La sonrisa de Marina se ensanchó, disfrutando de haber sacudido la compostura de Amelia. Con un tono despreocupado, lanzó otra pregunta al aire, como quien aviva un fuego. —¿Y con otro hombre? ¿Daniel, quizá?

El nombre de Daniel golpeó a Amelia como un rayo. Su corazón se aceleró, y por un instante, no pudo evitar imaginarlo. Pero la realidad la golpeó con igual fuerza: si no quería ver a Duncan con otra mujer, tampoco podía permitirse estar con otro hombre. Cerró los ojos un momento, dejando escapar un suspiro.

—Esa es otra línea que no voy a cruzar —respondió con más calma, aunque su voz todavía vibraba con una nota de advertencia. —Mi relación con Duncan es sagrada. Eso significa que no permitiré que otra mujer se acueste con él, y yo no me acostaré con otro hombre. No ahora, ni nunca.

Marina inclinó ligeramente la cabeza, observándola con una mezcla de curiosidad y admiración, aunque no pudo resistirse a añadir con un tono travieso: —Entendido. Pero al menos estás dispuesta a acostarte con otra mujer.

Amelia la miró directamente a los ojos, su expresión endurecida pero sincera. —En concreto contigo. Solo por intentar reparar lo que se ha roto entre nosotras.

Marina sonrió, esta vez con una genuina calidez que no había mostrado en todo el desayuno. —Si sigo aquí cuando vuelvas, lo recordaré. Me lo has prometido.

Antes de que Amelia pudiera responder, la puerta del comedor se abrió, y la figura imponente de Alfonso llenó el umbral. Su presencia, como siempre, parecía envolver la habitación con autoridad. Los ojos de Amelia se dirigieron inmediatamente a su hermano, y aunque intentó ocultarlo, un leve rubor todavía coloreaba sus mejillas. Marina, sin embargo, no desvió la mirada ni suavizó su sonrisa, como si el juego entre ellas continuara, con o sin testigos.