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Chapter 33 - 033. Encuentros y Revelaciones

La biblioteca de la logia siempre había tenido un aire solemne, con sus altos estantes llenos de grimorios y textos ancestrales, las lámparas colgantes proyectando luces y sombras en un juego que parecía dar vida a las paredes. Rosa y Amelia se encontraban allí, sentadas en una amplia mesa de madera oscura, rodeadas de libros cuyas cubiertas desgastadas hablaban de secretos olvidados.

—¿Cómo le estará yendo a Marina? —preguntó Rosa, tamborileando con los dedos sobre la mesa.

—Estudia, Rosa —respondió Amelia, frunciendo el ceño sin apartar la vista de un grueso volumen frente a ella. —No nos va a dar tiempo de leer todo este mamotreto.

Rosa suspiró, apartando el libro que apenas había hojeado. —¿Qué más da todo esto? Aparte de transformar hombres en mujeres y mujeres en hombres por puro sadismo, ¿de qué sirve esta magia? ¿Para qué la usa, por ejemplo, tu hermano?

—Inmaculada la usa para predecir el futuro de sus inversiones. Mi hermano tiene la casa repleta de demonios trabajando en ella. Tu futuro marido manipula las memorias a placer. Debe haber más utilidades.

Rosa torció el gesto, mirando con escepticismo el libro abierto frente a ella. —Son cuatro tipos de magia: invocación, rúnica, sanguinaria y mana, pero hasta ahora no he visto una utilidad propia de cada una.

—La que nos convirtió en mujeres es una mezcla de invocación, rúnica y sanguinaria —explicó Amelia, su tono lleno de amargura. —En la mesa había un pentagrama con varias runas; la estatua invocaba el poder de algún dios o demonio. Después, las babosas se bañaron en sangre.

—También entra el poder mágico de criaturas, como las babosas, e Inma aportó su mana; por eso la visteis agotada cuando hizo vuestros tres rituales seguidos —añadió Alfonso, mientras Rosa cruzaba los brazos. —Para algunos rituales se usan plantas y criaturas mágicas. Sin descontar las pociones, que se basan en esas propiedades.

Las palabras de Alfonso interrumpieron la conversación, haciendo que Rosa y Amelia alzaran la vista con sorpresa. Alfonso y Elías habían entrado en la biblioteca con el sigilo de sombras, moviéndose con una naturalidad inquietante entre los estantes repletos de libros. Alfonso tomó asiento junto a su hermana, mientras Elías, con su habitual elegancia calculada, se detuvo frente a la mesa.

—Si tanto te preocupa, podrías empezar por beber el agua de visión verdadera que está en la copa de la mesa —comentó Elías, señalando un cáliz plateado frente a Rosa.

La reacción de Rosa fue inmediata. Se levantó de golpe y se lanzó a abrazar a Elías con un entusiasmo que contrastaba con la serenidad del tejedor. Amelia arqueó una ceja, observando la escena con una mezcla de curiosidad y escepticismo.

—¿Por qué no la has bebido aún? —preguntó Elías, con un tono que mezclaba reproche y curiosidad.

—¿Es imprescindible? —respondió Rosa, frunciendo el ceño. —Anoche bebí algo similar y lo pasé fatal.

—Esas criaturas están aquí, las veas o no —intervino Alfonso, cruzando los brazos con aire despreocupado. —La diferencia es si quieres saber quién te está observando.

Amelia dejó escapar una leve risa al escuchar aquello, mientras observaba cómo Rosa seguía aferrada a Elías como si fuera su ancla. La transformación de su amiga era, cuanto menos, desconcertante. En la mansión de Inmaculada, Rosa parecía haber encontrado una nueva faceta de sí misma: dependiente, dócil, casi demasiado cómoda con la figura protectora del tejedor. Amelia no podía evitar sospechar que Elías había manipulado recuerdos en todos, Rosa incluida, para sacar provecho de la situación.

—¿Por qué sonríes de esa manera? —La voz de Rosa, todavía abrazada a Elías, la sacó de sus pensamientos.

—Solo me sorprende tu cambio —respondió Amelia, con un tono cuidadosamente neutro. —Y me alegra verte tan feliz. Ojalá pudiera decir lo mismo de mí y Duncan.

Las miradas de Elia y Amelia se cruzaron durante unos segundos. Elias podía haber borrado los incidentes del día anterior, podría haberlos modificado en la mente de ambos, pero los había dejado igual. Ni siquiera había borrado esa punzada que Amelia sentía por Daniel. Eso era lo que más odiaba. Duncan merecía un amor incondicional. María se había sacrificado convirtiéndose en Duncan por ella, pero Amelia, a pesar de haber amado a María y estar muy agradecida, no podía corresponderle de la misma manera.

Por su lado, Elías comprendía la mirada acusadora, pero en verdad no le gustaba jugar con el amor. Rosa solo buscaba una figura protectora. Un salvador al cual agarrarse. Si, él había implantado una charla entre los dos en la cual él la calmaba. Eso había bastado para fijar el interés de ella en él. Ahora solo era cuestión de no defraudar su confianza.

—Lo serás. Solo es cuestión de trabajar en ello —dijo Elías, mientras acariciaba el cabello de Rosa con una ternura que parecía calculada. —Él te quiere, y tú... bueno, estás algo confundida.

—Hazle caso —añadió Rosa, con una sonrisa tímida, mientras tomaba la mano de Elías. —Duncan te ama. Lo sé porque, a pesar de todo, rechazó a Marina y a mí. ¿Qué hombre en su sano juicio haría eso?

Amelia sonrió débilmente ante el apoyo de sus amigos. Sin embargo, la mención de Marina la hizo fruncir el ceño. Cambió de tema, buscando evitar la compasión.

—¿Y Marina? ¿Cómo le fue con el susurrador? —preguntó, con un intento evidente de redirigir la conversación.

Elías y Alfonso intercambiaron una mirada tensa. Ambos sabían que el susurrador, Jorge de la Torre, no era un hombre amable. A pesar de sus propios rencores hacia Marina, tampoco querían detallar lo que podía haber sucedido.

—Se las apañará —respondió finalmente Elías, con un tono seco. —Aunque no creo que surja el amor entre ellos. Como mucho, llegarán a un acuerdo de conveniencia. Y, honestamente, no lo siento. No se merece nada bueno.

Amelia y Rosa clavaron la mirada en Elías, tratando de desentrañar el odio que cargaban sus palabras. Había algo oscuro en su tono, una amargura que no podían ignorar.

—Nosotras también fuimos partícipes de lo que pasó —murmuró Rosa, intentando justificar el rencor que sentía hacia Marina.

Elías soltó una risa amarga, negando con la cabeza. —Ojalá solo fuera por eso. Vosotras la necesitáis ahora como aliada, y ella os necesitará a vosotras. Pero si dependiera de mí, Marina sufriría hasta dejar esta vida. Solo os diré una cosa: no os fiéis de ella.

El silencio que siguió era pesado, cargado de preguntas que ni Rosa ni Amelia se atrevían a formular. Diego, como hombre, siempre había sido un amigo leal, alguien en quien podían confiar. ¿Qué podía haber hecho para merecer tanto desprecio? Las palabras de Alfonso rompieron el incómodo silencio.

—Marina fue realmente horrible con vosotras. Si os contáramos todo, no nos creeríais. Pero ahora estáis las tres en la misma situación, y lo mejor que podéis hacer es apoyaros mutuamente. No le deis más vueltas.

Amelia y Rosa intercambiaron una mirada inquieta. Las palabras de Alfonso no eran suficientes para apaciguar sus dudas. Diego había sido un amigo, un apoyo constante. ¿Qué podía haber hecho para que su nombre ahora resonara con un peso tan oscuro?

La conversación había llegado a un punto muerto, donde ninguno de los cuatro parecía dispuesto a seguir hablando. Elías, con su habitual calma, tomó el cáliz y se lo ofreció a Rosa. Ella, con una mirada casi suplicante y ojos llenos de dulzura, intentó resistirse, pero el tejedor no parecía dispuesto a ceder. Con un gesto firme, acercó la copa a sus labios.

—Vamos, Rosa. Esto es necesario —dijo Elías, con un tono tan suave como inquebrantable.

Finalmente, Rosa cerró los ojos y bebió. El líquido le dejó un regusto amargo en la garganta, pero lo que más le inquietaba era lo que sabía que vendría después. Cuando apoyó la cabeza en el hombro de Elías, buscando consuelo, sintió el abrazo protector de este, lo que le dio el valor para abrir los ojos.

Lo primero que vio fue al demonio de Alfonso, imponente y oscuro como siempre, pero esta vez no le pareció tan aterrador. Era casi cómico observar cómo aquella criatura, de tamaño descomunal y aspecto temible, parecía encogerse detrás de su amo, intentando pasar desapercibida. Una risa involuntaria escapó de sus labios.

—¿Qué te hace tanta gracia? —preguntó Alfonso, frunciendo el ceño, pero con una sonrisa contenida.

—Tu demonio... —respondió Rosa, entre risas. —Es ridículo cómo intenta esconderse detrás de ti. Es como un cachorro gigante que sabe que ha hecho algo malo.

Amelia soltó una carcajada, mientras Lucy, flotando cerca, saludaba a Rosa con una amplia sonrisa y un gesto animado. Su energía chispeante contrastaba con el ambiente solemne que había dominado la biblioteca.

—No hay vuelta atrás —murmuró Rosa, su sonrisa desvaneciéndose al recordar lo que había hecho.

—No, pero si no era hoy, sería en unos días —le respondió Elías, buscando tranquilizarla. —Todo practicante de hechicería debe ver más allá del velo. Es una parte inevitable del camino.

—Podrían ser criaturas menos intimidantes, como hadas y ángeles —replicó Rosa, aún algo inquieta.

Elías sonrió, con un brillo de ternura en los ojos. —También los hay. Te ayudaré a encontrar un hada como familiar, si eso es lo que deseas.

Antes de que Rosa pudiera responder, Elías movió la mano izquierda sobre la mesa y, tras unas palabras susurradas, aparecieron un smartphone, un documento de identidad, un carnet de conducir, una tarjeta de crédito y otra sanitaria.

—Por cierto, tu documentación. La necesitarás. —Elías le ofreció los objetos con un gesto elegante.

—Os encanta luciros delante de una dama, ¿verdad? —bromeó Amelia, recordando cómo Alfonso había hecho algo similar en el pasado.

—¿Te consideras una dama, hermanita? —replicó Alfonso, recogiendo el guante con una sonrisa burlona.

Amelia puso las manos en la cintura y lo miró con fingida indignación. —¿Acaso no soy una dama? ¿O quizás me consideras una mujerzuela?

—¿Mi hermanita una mujerzuela? —exclamó Alfonso, con una teatralidad exagerada. —Jamás. Y quien se atreva a decir algo así, le cortaré la lengua y se la daré de aperitivo a mi demonio.

La risa llenó la biblioteca, disipando el peso de la conversación previa. Incluso Rosa, aún apoyada en Elías, no pudo evitar sonreír. Por un momento, la atmósfera se tornó cálida y ligera, como un respiro necesario antes de las inevitables pruebas que todos sabían que se avecinaban.

La risa de Amelia llenó la sala, aliviando un poco la tensión que había quedado en el aire tras la conversación anterior. Alfonso, divertido, se recostó en su asiento, observando cómo Rosa exploraba su nueva visión más allá del velo.

Rosa seguía apoyada en el hombro de Elías, con una mezcla de curiosidad y nerviosismo. Lucy, con su usual entusiasmo, flotaba a su alrededor, trazando círculos en el aire como si intentara distraerla de cualquier temor.

—Alfonso, ¿es cierto que tu demonio se alimenta de lenguas de quienes ofenden a tu hermanita? —preguntó Rosa, con un toque de humor mientras lanzaba una mirada a la imponente criatura que se encogía tras su amo.

—Solo en casos extremos —respondió Alfonso con una sonrisa socarrona. —Aunque si alguien se atreve a llamarla "mujerzuela", podría considerarse extremo.

—Entonces estoy a salvo —bromeó Elías, ajustando su postura para que Rosa estuviera más cómoda. —Por cierto, Rosa, no pienses que esto es solo un espectáculo. Ahora que has atravesado el velo, debes empezar a aprender a interactuar con estas criaturas. No todas serán amistosas como Lucy.

Rosa miró a Lucy, que en ese momento hacía una mueca exagerada hacia ella, como si intentara reforzar su simpatía. Luego volvió a observar al demonio de Alfonso, que ahora parecía más un perro regañado que un ser imponente.

—¿Cómo interactuar con algo así? —preguntó Rosa, señalando al demonio con una mezcla de incredulidad y diversión.

—Con respeto, siempre —respondió Alfonso con seriedad, cambiando el tono ligero de la conversación. —Y con una clara intención. Estas criaturas perciben nuestras emociones y pensamientos de una forma que ni siquiera nosotros entendemos por completo. Si te muestras débil o irrespetuosa, no dudarán en aprovecharse de ti.

Amelia asintió, recordando sus propias experiencias con la caída del velo. —Es cierto. Al principio me sentía constantemente observada, incluso acosada, pero con el tiempo aprendí a ignorar a las criaturas más pequeñas y a enfrentar a las más grandes. Aunque todavía me cuesta creer que Lucy sea tan dulce como parece.

Lucy, indignada, cruzó los brazos en el aire y le sacó la lengua a Amelia, provocando una carcajada de todos.

—¿Y cuál es el siguiente paso? —preguntó Rosa, más seria esta vez, mientras examinaba los documentos que Elías había hecho aparecer para ella.

—Por ahora, adaptarte —contestó Elías, colocando una mano sobre la suya. —El velo puede ser abrumador, especialmente cuando estás sola. Asegúrate de mantener siempre tu enfoque en lo que es real y lo que no. Poco a poco, te guiaré para que aprendas a manejar esta nueva percepción.

Rosa asintió, sintiéndose más tranquila bajo la guía de Elías. Sin embargo, algo en su interior le decía que no todo sería tan sencillo. Mientras guardaba sus nuevos documentos en la cartera que Elías le había entregado, una duda comenzó a formarse en su mente.

—¿Esto significa que ahora ya no puedo volver a ser quien era antes? —preguntó en voz baja, mirando a Elías como si buscara una confirmación que él no podía darle.

Elías sostuvo su mirada durante unos segundos antes de responder, su tono lleno de una mezcla de firmeza y consuelo. —Ya no eres quien eras, Rosa. Pero eso no es malo. Ahora tienes una oportunidad para ser más fuerte, más sabia, y para elegir tu propio camino. Solo depende de ti.

El silencio que siguió estuvo cargado de significados. Rosa miró a sus amigos: Amelia, que luchaba con sus propios dilemas; Alfonso, siempre protector y confiado; y Elías, cuyo papel como guía y protector comenzaba a definirse cada vez más claramente. Por primera vez en mucho tiempo, sintió que, aunque el camino era incierto, no estaba sola para enfrentarlo.

Lucy rompió la tensión dando vueltas alrededor de Rosa y murmurando en tono juguetón en las cabezas de los cuatro: —Con un hada como familiar, todo será más fácil. ¡Yo misma empujaré a Amelia a encontrarla!

Rosa no pudo evitar sonreír, abrazando la ligereza que Lucy traía al momento. —Gracias, Lucy. Espero que no sea un hada demasiado traviesa. Ya tengo bastante contigo.

El grupo estalló en risas mientras la biblioteca volvía a llenarse de una atmósfera cálida, al menos por un instante. Pero en el fondo, todos sabían que las verdaderas pruebas aún estaban por venir.