Con un suave chirrido, la puerta del despacho se abrió cuando el mayordomo condujo a Rosa hacia el interior, revelando un espacio amplio y decorado con una sobriedad intimidante. Rosa, con el rostro aún tenso por las emociones encontradas de su reciente separación de Amelia, dio un paso inseguro hacia el interior. Sus ojos recorrieron rápidamente la habitación, buscando a Elías Moreno, pero en lugar de él, su mirada se detuvo en una mujer sentada tras un imponente escritorio de caoba.
Mónica Pérez, la Guardiana del Umbral, estaba inclinada hacia adelante, revisando un grueso manuscrito con expresión concentrada. Su figura irradiaba una autoridad que parecía llenar cada rincón del despacho. Vestía un traje de corte impecable en tonos oscuros, cuyo diseño sobrio resaltaba su porte elegante. Su cabello, castaño oscuro, recogido en un moño tirante, dejaba al descubierto un rostro anguloso, de líneas severas, pero con una belleza austera. Sus ojos, de un gris acerado y penetrantes, se alzaron para encontrarse con los de Rosa, evaluándola con una intensidad que hacía imposible cualquier atisbo de comodidad.
El despacho reflejaba el carácter de su ocupante. Las estanterías, llenas de volúmenes antiguos y ordenados de manera meticulosa, se alzaban hasta el techo, dejando entrever que cada texto había sido seleccionado con un propósito claro. Una lámpara de pie emitía una luz cálida y funcional que contrastaba con el frío suelo de mármol gris oscuro. Sobre el escritorio, además del manuscrito, había un tintero de cristal tallado y un conjunto de plumas que parecían ser más herramientas que decoración.
En un rincón del despacho, un perchero sostenía un abrigo largo de lana y un bastón con empuñadura de plata, detalles que sugerían un sentido de utilidad y estilo clásico. A un lado del escritorio, un sillón tapizado en cuero negro esperaba a los visitantes, pero su respaldo recto y la falta de cojines dejaban claro que no estaba diseñado para el confort prolongado.
—Adelante —dijo Mónica, con una voz serena pero firme que llenó el despacho como una orden implícita.
Rosa avanzó con pasos vacilantes, sintiendo cómo el peso de la atmósfera la aplastaba poco a poco. Había esperado encontrar a Elías, no a esta mujer cuya presencia imponía tanto como el despacho que ocupaba. Cada paso hacia el escritorio se sentía como un juicio; cada movimiento la hacía más consciente de lo pequeña que era en comparación con aquella figura.
Mónica levantó la vista del manuscrito; sus ojos de un gris acerado perforaron los de Rosa con una intensidad que desnudaba cada inseguridad. La joven tragó saliva, luchando por mantener su compostura mientras una oleada de nerviosismo se apoderaba de ella.
—Rosa... Qué desperdicio —comenzó Mónica, su tono gélido como un cuchillo que se hundía lentamente. Cerró el manuscrito con un golpe suave pero deliberado y cruzó las manos sobre el escritorio. —Me han pedido ser tu madre adoptiva, pero un ser con tan... poco poder.
El comentario fue como una bofetada invisible. Rosa sintió cómo su rostro ardía de vergüenza y rabia contenida, pero el miedo que le inspiraba la figura al otro lado del escritorio era suficiente para mantenerla en silencio.
—¿Hasta dónde estás dispuesta a llegar para ser merecedora de Elías? —continuó Mónica, inclinándose ligeramente hacia adelante, su voz suave pero cargada de una amenaza implícita. La luz de la lámpara proyectaba sombras alargadas sobre su rostro, acentuando su expresión inescrutable.
Rosa intentó responder, pero las palabras se le atascaban en la garganta. Finalmente, con un esfuerzo titánico, logró articular:
—Él me ha elegido a mí, no sé qué prueba necesito pasar. Además, no te has presentado.
Su voz, aunque temblorosa, llevaba una pizca de desafío, como una llama vacilante en medio de una tormenta. Mónica arqueó una ceja, visiblemente intrigada por la osadía de Rosa.
—Mi nombre es Mónica, pero para elevar tu poder solo se me ocurre algo —dijo finalmente, con una calma tan calculada que resultaba inquietante. Se levantó lentamente, rodeando el escritorio con movimientos elegantes pero deliberados, como un depredador acechando a su presa. —Deberías beber mi sangre y, afortunadamente para ti, estoy con mi periodo.
Rosa retrocedió un paso, sus ojos abriéndose de par en par ante la declaración. El aire en la sala parecía haberse vuelto más denso, sofocante, como si las palabras de Mónica hubieran robado todo el oxígeno del ambiente.
—¿Tengo… que… beber… tu regla? —preguntó finalmente, su voz un susurro lleno de incredulidad. Sentía su estómago retorcerse y las piernas temblar bajo su propio peso.
Mónica no respondió de inmediato, pero una sonrisa sutil, casi burlona, se dibujó en sus labios.
—¿No vale un poco de sangre normal? —intentó Rosa, su desesperación palpable mientras su mente buscaba una salida, cualquier alternativa que la librara de aquella idea repugnante.
—Podrías, pero necesitas mucho más poder, y la normal no es tan poderosa —respondió Mónica con indiferencia, como si estuviera explicando un hecho científico incuestionable.
Rosa cayó de rodillas, derrotada. La repulsión que sentía era casi insoportable, pero el miedo a fracasar ante Elías, o peor aún, a ser devuelta a las manos de Inmaculada, era un peso mucho mayor. Mónica observó su reacción con una mezcla de curiosidad y desprecio antes de volver a moverse con la misma calma perturbadora.
Con una elegancia perturbadora, Mónica extrajo un pequeño recipiente que contenía el fluido vital teñido de rojo oscuro, la esencia misma de su cuerpo. Bajo la luz cálida del despacho, el líquido parecía vibrar con una energía casi ancestral.
—¿Y bien? —preguntó, extendiendo la copa hacia Rosa. Su tono era tranquilo, pero en sus ojos había un destello de algo más oscuro, algo que disfrutaba de la humillación implícita en el acto. —¿Te convertirás en la esposa de Elías o en un entretenimiento hasta que decida devolverte a Inmaculada?
Rosa tembló, su mente luchando por encontrar una salida que no existía. Con manos temblorosas, tomó la copa, conteniendo las náuseas que amenazaban con sobrepasarla. Respiró hondo, cerró los ojos y vació el contenido en su garganta con un movimiento rápido.
El sabor metálico y la textura viscosa casi la hicieron vomitar al instante, pero Rosa apretó los dientes y se obligó a tragar. El líquido descendió como fuego líquido, y apenas unos segundos después, su cuerpo comenzó a convulsionar violentamente. Cayó al suelo, sus miembros agitándose de forma incontrolable mientras su mente se oscurecía.
Mónica se cruzó de brazos, observando la escena con frialdad clínica. Parecía más interesada en el resultado del experimento que en el bienestar de Rosa.
—¿Morirá? —preguntó una voz masculina que emergió de las sombras. Elías Moreno dio un paso adelante, su rostro una máscara de preocupación contenida.
—¿La quieres de verdad? —inquirió Mónica, sin apartar la mirada de Rosa.
Elías asintió lentamente, sus ojos fijos en el cuerpo convulsionante de Rosa. Había algo en su mirada que mezclaba amor y desesperación.
—Pues esperemos que no —respondió Mónica con indiferencia, regresando a su asiento como si todo esto fuera un asunto trivial.
Elías se arrodilló junto a Rosa, sus manos temblorosas acariciando su rostro mientras ella dejaba de convulsionar lentamente. Finalmente, su respiración se estabilizó y pareció entrar en un sueño profundo.
—La aceptaré como madre adoptiva; prepara una buena historia para los ajenos a la logia. También la tomaré como discípula dentro de la logia —dijo finalmente Mónica, su voz cargada de una resolución sombría.
Cuando Rosa abrió los ojos, su mirada se encontró con la de Elías. Una sonrisa débil se dibujó en sus labios mientras susurraba con voz temblorosa:
—Elías, estás aquí. —Suspiró Rosa, tendiendo su mano izquierda hacia el rostro de Elias.
—Sí, tranquila. Todo pasó. Mónica será tu madre adoptiva y te educará —dijo Elías, con una voz que buscaba calmarla, aunque sabía que sus palabras traían consigo un peso difícil de asimilar.
Rosa se estremeció al escuchar el nombre de su nueva madre. Una mezcla de miedo y alivio inundó su pecho mientras sus pensamientos se agolpaban: «¿Acaso esto es realmente un avance? ¿He escapado de un monstruo solo para caer bajo la sombra de otro?». Giró la cabeza hacia la Guardiana del Umbral, quien permanecía inmóvil, evaluándola con satisfacción. Mónica no parecía un refugio seguro, pero, al menos por ahora, Rosa había sobrevivido. Y eso era algo. Las preguntas se agolpaban en su mente: «¿Todo esto era una prueba? ¿Había salido bien el ritual? ¿Tenía ahora suficiente poder mágico?». Por primera vez desde su transformación, sentía que enfrentaba algo completamente sola. La incertidumbre era abrumadora.
—Parece que tendrás una cantidad de poder decente —comentó Mónica, su tono frío y distante, como si respondiera a las dudas que se agitaban en el interior de Rosa.
Elías ayudó a Rosa a levantarse. Su cuerpo aún temblaba, pero la determinación comenzaba a sustituir el miedo. Ahora podía ser la esposa de Elías, y eso significaba una posible salida de las garras de Inmaculada. Además, con suerte, podría mantener su amistad con Amelia. Sin pensarlo dos veces, abrazó a Elías y lo besó apasionadamente. No era un beso nacido del amor, sino de liberación. Las sombras del pasado, aunque no desaparecían del todo, comenzaban a desvanecerse en el horizonte de su mente.
Mónica, satisfecha con el resultado del ritual y el poder que ahora latía en Rosa, observó la escena con una leve sonrisa de aprobación. Para ella, Eli había conseguido lo que buscaba: una esposa fiel y aterrorizada ante la idea de traicionarlo. Sin embargo, una duda persistía en su mente: ¿sería Rosa capaz de cumplir todas las expectativas que la logia tenía para ella? ¿Podría, llegado el momento, elegir entre su esposo y sus amigas?
—¿Y qué se espera ahora de mí? —preguntó Rosa, rompiendo el silencio con un hilo de voz cargado de resignación. Sabía que nada de esto era gratuito y temía lo que vendría.
Elías la condujo hacia el sillón más cercano, haciéndola sentar con suavidad antes de arrodillarse frente a ella. Sus ojos se encontraron a la misma altura, y su expresión era más cálida de lo que Rosa esperaba.
—Espero ser digno de tu amor, aunque sé que aceptar a un hombre como amante no será fácil para ti —dijo Elías con una sinceridad que sorprendió a Rosa. —Como esposa, tu labor será utilizar tu red de contactos: Marina, Amelia y Duncan, además de ampliarla, para facilitar las cosas tanto a tu marido como a tu maestra.
Rosa frunció ligeramente el ceño, la incertidumbre regresando a sus pensamientos.
—¿Pero... seré solo una esposa florero? ¿Qué obligaciones tendré? Amelia parece que, además de estudiar magia, dirigirá una pequeña empresa.
Elías sonrió con ternura y colocó una mano sobre la de Rosa, buscando transmitir calma.
—Tranquila, Rosa. Poco a poco. Primero, recupera tu vida. Estudiar magia no es sencillo, y dada tu edad, no hay tiempo que perder. Cuando te hayas adaptado a aprender magia y a tus nuevas responsabilidades como esposa, podremos hablar de cómo quieres enfocar tu vida. Tómate un año para adaptarte a esta única obligación. No creo que Amelia dirija ninguna empresa en el próximo año tampoco.
Mónica, que había permanecido en silencio hasta ese momento, se levantó de su asiento con un gesto elegante y deliberado. Caminó hacia la estantería, observando los volúmenes contenidos en ella como si buscara algo específico. Tras unos segundos, seleccionó un libro y regresó hacia donde estaba Rosa. Sin decir palabra, le tendió el tomo.
—Procura leerlo entero para mañana. No tiene sentido empezar si no comprendes lo básico de la magia —dijo Mónica con un tono que no admitía discusión. Luego, girándose hacia Elías y Rosa, añadió con una frialdad cortante—: Y ahora, marcharos los dos de mi despacho. Tengo asuntos más urgentes que atender.
Cuando salían del despacho, se encontraron de bruces con Amelia, Marina y Alfonso. Rosa, emocionada, corrió los pocos pasos que las separaban y se abrazó a Marina y Amelia. Marina reaccionó de forma fría, con los brazos colgando a los lados, pero Amelia le devolvió el abrazo de forma efusiva, apretándola con fuerza.
—Tejedor —saludó Alfonso con un tono neutro, aunque sus ojos brillaban con un desafío implícito.
—Archivista —respondió Elías, dejando que la palabra flotara en el aire como una advertencia.
Durante unos segundos, ambos hombres se estudiaron, midiendo cada movimiento como si un gesto erróneo pudiera desatar algo mayor. Las miradas tensas entre ambos no pasaron desapercibidas para Rosa y Amelia, quienes se miraron con un gesto de desaprobación, aunque Rosa, entusiasmada por la noticia de aprender magia, no le dio demasiada importancia.
—¡Amelia, voy a aprender magia como tú! —exclamó Rosa, su voz llena de una mezcla de orgullo y emoción.
El comentario hizo que Alfonso desviara la atención hacia Rosa. Hasta ese momento, había estado tan ocupado desafiando con la mirada a Elías que no se había percatado del cambio en Rosa. Ahora, al observarla con detenimiento, sintió una oleada de sorpresa. El nivel de poder mágico de Rosa había crecido exponencialmente. La energía que emanaba de ella era palpable, incluso cercana, o quizás superior, a la de Amelia.
—¿Cómo has elevado su nivel de magia? —preguntó Alfonso, tragándose su orgullo mientras dirigía una mirada inquisitiva hacia Elías—. Podría ser interesante para Marina, y ambos podríamos beneficiarnos.
Elías frunció el ceño ligeramente antes de responder, su tono cargado de desdén contenido.
—No creo que sea una buena idea. Rosa casi muere en el proceso. ¿Al final piensas entregarla a un hechicero?
—Hay un par interesados. Quizás, si me cuentas cómo potenciarla, ambos podamos sacar algo de su próximo dueño —replicó Alfonso, manteniendo la compostura pero con una chispa de interés calculado en su mirada.
El tejedor evaluó a Marina con detenimiento. Su postura rígida y la mirada gélida que dirigía hacia los demás delataban una oscuridad latente. Marina no había perdonado ni olvidado; su rencor era un fuego lento que amenazaba con arder fuera de control. No era solo el resentimiento de su transformación, sino la sombra de un pasado lleno de traiciones que aún cargaba como un estigma invisible. Para Rosa y Amelia, era una amiga, pero para Elías, representaba un riesgo y una incógnita peligrosa.
Para Elías, Marina representaba un riesgo y una oportunidad. Si no resistía el ritual y moría, sería una carga menos. Si lo soportaba, el hechicero adecuado podría moldearla a su conveniencia. Todo dependía de quién fuera su próximo dueño.
—¿Quién es el primer candidato? —preguntó finalmente Elías, con un tono que mezclaba curiosidad y precaución.
—El Susurrador de Espíritus, Jorge de la Torre —respondió Alfonso con una sonrisa apenas perceptible.
Al escuchar el nombre, los labios de Elías se curvaron en una mueca de satisfacción. Jorge era conocido por su naturaleza despiadada, pero también por su inquebrantable lealtad hacia aquellos que lo tenían de su lado. Nadie le permitiría progresar más allá de su puesto actual, pero parecía cómodo con ello, siempre rodeado de muertos y secretos.
—Me gustaría acompañarte. Como dices, quizás ambos podamos ganar algo —comentó Elías con una calma calculada. Luego, giró hacia una esfera de fuego azul que solo era visible para Amelia, Alfonso y él mismo. Sus palabras fueron dirigidas con precisión hacia la entidad etérea—: Lleva a mi prometida y a la hermana del archivista a la biblioteca. Después, sirve un agua de visión verdadera a mi prometida. Tranquila, es mucho más cómodo que el ritual para ver espíritus, demonios y otros seres planares.
Amelia observó divertida cómo Rosa miraba a Elías con desconcierto, sin comprender con quién estaba hablando. Finalmente, fue Amelia quien tomó la iniciativa. Cogió la mano de su amiga con decisión y siguió a la esfera de fuego, dejando atrás a los dos hombres y a Marina. Mientras observaba a sus amigas alejarse, una sonrisa sombría cruzó el rostro de Marina. «Rosa y Amelia todavía confían en mí», pensó con una mezcla de satisfacción y resentimiento. «No importa lo que haya cambiado, siempre puedo manipularlas como antes. Solo necesito tiempo para que vuelvan a depender de mí... como cuando éramos hombres.» La sombra de un plan comenzó a formarse en su mente mientras el grupo desaparecía por el pasillo.