Había vivido una vida llena de dificultades. Desde muy pequeño, creció sin la figura de un padre o una madre, navegando la vida por su cuenta. A los 18 años, se había convertido en un pandillero en la bulliciosa Ciudad de México, arrastrado por la soledad y el desánimo. Una noche, mientras reflexionaba sobre su triste existencia y cómo a nadie le importaba su bienestar, se encontró en un oscuro callejón. Esa noche, la vida le dio un giro inesperado, y perdió la vida en un enfrentamiento violento.
En sus últimos pensamientos, sumido en la oscuridad, se sintió atrapado en un ciclo sin fin de soledad. Sin embargo, todo cambió cuando, de repente, se encontró en un hermoso y frondoso árbol. Allí, ante él, apareció una figura radiante.
—Hola —dijo Dios con una voz cálida—. Te vengo a ofrecer una segunda oportunidad. Puedes reencarnar en el mundo que desees.
Incrédulo, comenzó a reflexionar sobre su vida pasada. Había sido un gran fanático de Naruto, así que, tras pensarlo un momento, respondió:
—Quiero ir al mundo de Naruto.
Dios sonrió y dijo:
—Está bien, pero ten cuidado y trata de cambiar tu vida.
De repente, sintió un tirón en su pecho y todo se desvaneció. Cuando abrió los ojos, se encontró en una habitación extraña. Varios niños pasaban a su lado, riendo y jugando. Miró un pequeño espejo y se dio cuenta de que había vuelto a ser un niño, pero ahora tenía 12 años, con el pelo negro un poco largo, ojos pequeños y una nariz algo diminuta.
—¡Masahiko! —gritó un niño desde el pasillo.
No sabía qué significaba su nuevo nombre, pero una chispa de esperanza brilló en su corazón. Quizás esta vez podría cambiar su destino.