Jin se quedó mirando la pantalla negra. Tras aceptar los términos y condiciones, esperó que el juego cargara una pantalla de inicio o que al menos apareciera algún mensaje de bienvenida. Sin embargo, lo único que veía era un vacío profundo y oscuro. La pantalla parecía estar encendida, pero no había gráficos, sonidos ni siquiera un cursor. Solo un espacio negro que, cuanto más miraba, más extraño se le hacía.
"¿Será un fallo de descarga?" pensó, irritado. Estaba a punto de hacer clic en el botón de escape cuando, sin previo aviso, el monitor mostró un texto simple y en blanco:
"Bienvenido a Etrea. La reclamación te espera."
Las letras parecían parpadear lentamente, casi como si fueran escritas a mano en ese mismo momento. Jin frunció el ceño. Aquellas palabras, aunque eran poco más que una formalidad, le provocaron un escalofrío. Pero su curiosidad era más fuerte que el miedo. De todas formas, ¿qué podía perder? Era solo un juego.
Apretó el botón para continuar y, de pronto, la pantalla parpadeó y el texto desapareció. En su lugar, apareció un paisaje oscuro y borroso, como si el monitor estuviera intentando cargar un fondo en alta definición, pero fallando en el proceso. A medida que el cuadro se iba aclarando, comenzaron a oírse sonidos lejanos: el crujido de hojas secas, el susurro de un viento suave, el murmullo de un río. Eran tan nítidos, tan extrañamente reales, que Jin pensó que estaba escuchando un video en 3D.
Pero había algo inquietante. No era solo el sonido. Podía percibir el olor del bosque, un aroma terroso y fresco que jamás había sentido proveniente de una pantalla.
—¿Qué diablos…? —murmuró, sorprendido.
Justo en ese momento, sintió un tirón en su mente, un golpe que le hizo cerrar los ojos por reflejo. Fue un parpadeo breve, casi insignificante, pero cuando los volvió a abrir, ya no estaba en su habitación. Se encontraba en el mismo paisaje que había visto en el monitor: un claro rodeado de árboles altos, con el suelo cubierto de hojas secas y un cielo de un gris profundo.
Miró a su alrededor, su respiración se aceleró, y sintió un ligero mareo. Todo se veía y se sentía demasiado real. Tocó una hoja seca en el suelo y la textura áspera y quebradiza contra sus dedos confirmó lo que su mente intentaba procesar.
—Esto no es posible... —susurró, con un tono de incredulidad mezclado con miedo.
No sabía cómo, pero de alguna manera estaba dentro del juego.
Jin se encontraba aún procesando la idea de estar dentro de Claim of Etrea, con la sensación del suelo bajo sus pies y el aire frío acariciándole el rostro. Antes de que pudiera asimilarlo del todo, una voz resonó a sus espaldas, como un susurro que parecía emanar del viento, quebrando el silencio del bosque.
—Bienvenido, Jin Uzui.
El corazón le dio un vuelco, y giró de inmediato, su cuerpo entero tensándose en respuesta a la voz desconocida. Frente a él, una figura alta y encapuchada se perfilaba entre las sombras. Su rostro estaba oculto, y aunque su vestimenta parecía antigua y desgastada, la figura emanaba una presencia que hacía que el aire se sintiera más denso, cargado de una especie de energía oscura que le erizaba la piel.
Jin retrocedió un paso, incapaz de articular palabra por el temor que lo embargaba. No podía ver sus ojos, pero sentía que lo observaban, que esa figura veía dentro de él de una manera imposible.
—¿Q-qué es esto? —logró decir, aunque su voz sonó rota, débil.
La figura inclinó ligeramente la cabeza, como si se tomara un segundo para evaluarlo, con una calma que no hacía más que intensificar la inquietud de Jin.
—Has entrado en Etrea, un mundo donde cada acción, cada elección, tiene un peso más profundo del que puedes imaginar. Aquí no existen los caminos sencillos, y la libertad de la que gozas viene con un costo que solo comprenderás en el momento adecuado.
Jin sintió un nudo en el estómago al escuchar aquellas palabras. La voz de la figura era suave, casi susurrante, y sin embargo, le producía una sensación de incomodidad que no podía explicar. Era como si el Guía no le estuviera hablando solo a él, sino a una parte de su ser que ni siquiera él comprendía por completo.
—¿Qué quieres decir con eso? —preguntó, tratando de sonar valiente, aunque el miedo le llenaba la voz—. ¿Esto es parte del juego o qué… qué es realmente Etrea?
La figura guardó silencio un instante, como si evaluara sus palabras. Después de unos segundos, levantó una mano pálida, cuyos dedos largos y huesudos salían de la manga de su capa oscura. La mano se alzó en un gesto tranquilo, y de repente, frente a Jin comenzaron a aparecer palabras flotantes en el aire, como si estuvieran grabadas en la propia atmósfera. Las letras eran oscuras, retorcidas, y parecían moverse sutilmente, como si tuvieran vida propia.
—Estas son las reglas de Etrea —dijo el Guía, su voz ahora un poco más grave—. Y debes memorizarlas bien, porque regirán cada paso que des en este mundo.
Jin tragó saliva, sintiendo la intensidad de cada palabra.
—Primera regla: nada es gratis en Etrea. Toda recompensa que busques requerirá un precio a pagar, y el precio siempre será equivalente al valor de lo que deseas.
La frase se grabó en la mente de Jin con una claridad inquietante. Miró al Guía, buscando alguna pista en su rostro cubierto por la capucha, pero el Guía permanecía inmóvil, como una estatua.
—¿Qué tipo de precio? —murmuró Jin, aunque en el fondo temía la respuesta.
La figura esbozó una leve sonrisa, apenas visible bajo la sombra de la capucha.
—Eso es algo que tú descubrirás, Jin. Aquí, cada decisión es una transacción. Si deseas algo, deberás estar dispuesto a renunciar a otra cosa. Puede que sea tu tiempo, tu energía… o algo más profundo.
El joven sintió un escalofrío que le recorrió la espalda. Aquel lugar, que en un principio había considerado solo un juego, ahora parecía transformarse en algo mucho más serio, en un sistema donde cada movimiento debía calcularse con precisión.
—¿Y las otras reglas? —preguntó, aunque su voz temblaba ligeramente.
El Guía alzó la mano una vez más, y las letras comenzaron a formarse de nuevo en el aire, mientras continuaba hablando con tono impasible.
—Segunda regla: la muerte aquí tiene un peso real. No hay segundas oportunidades, y cada enfrentamiento puede ser el último. Protege tu vida, porque Etrea no se apiadará de ti.
El impacto de esas palabras lo golpeó como un puño en el estómago. ¿La muerte? ¿Real? Jin intentó procesar la advertencia, pero su mente luchaba por comprender las implicaciones. Era un juego, o al menos eso había pensado. Sin embargo, si la muerte en Etrea significaba algo tan definitivo, estaba claro que no estaba preparado para lo que se avecinaba.
La figura continuó, como si el miedo de Jin fuera una reacción esperada.
—Cada enemigo que encuentres, cada peligro que enfrentes, será una amenaza real, y una vez que tu vida se apague en este mundo, no habrá retorno posible.
Jin sintió que sus manos temblaban. Intentó controlar su respiración, tratando de convencerse de que aún estaba a tiempo de salir, de cerrar el juego y dejar todo atrás. Pero en lo profundo de su mente, una voz le decía que no sería tan fácil, que Etrea no lo dejaría ir tan fácilmente.
—¿Y la última regla? —preguntó, con un hilo de voz, apenas audible.
La figura encapuchada inclinó la cabeza una vez más, y esta vez sus palabras parecían cargadas de una advertencia silenciosa, como si la tercera regla fuera la más importante de todas.
—Tercera regla: jamás confíes en tus propios sentidos. En Etrea, la realidad es tan frágil como tú quieras verla. Aquello que percibas puede ser solo una ilusión.
La confusión llenó su mente. La idea de no poder confiar en sus propios sentidos era desconcertante, casi aterradora. Si lo que veía, escuchaba, y sentía podía no ser real, entonces cada paso, cada decisión que tomara podría llevarlo a un riesgo invisible, a un abismo del que no sabría cómo salir.
El Guía dejó que el peso de las tres reglas cayera sobre Jin, observando su reacción con una quietud casi inhumana.
—Recuerda, Jin, cada decisión que tomes dejará una marca en Etrea. Y ten presente que, una vez que comiences, no habrá retorno fácil. Para regresar… tendrás que reclamar tu lugar aquí.
Jin se quedó mirando las palabras suspendidas en el aire, sintiendo cómo cada una de ellas se grababa en su mente con una claridad dolorosa. Las letras finalmente se desvanecieron, dejando tras de sí un vacío inquietante, una sensación de que algo profundo e irreversible acababa de suceder.
—¿Qué significa eso? —preguntó, desesperado—. ¿Reclamar mi lugar? ¿Cómo… cómo salgo de aquí?
Pero la figura encapuchada no respondió. En lugar de eso, comenzó a desvanecerse lentamente, como si se fundiera con las sombras del bosque. Sus últimas palabras flotaron en el aire como una advertencia final, fría y vacía.
—Etrea te pondrá a prueba, Jin. Recuerda que el precio de la ignorancia es tan alto como el de la ambición.
Y, con esa última frase, el Guía desapareció, dejando a Jin solo en el claro, rodeado de un silencio tan absoluto que sus propios latidos parecían resonar en el aire.
Jin se quedó inmóvil, tratando de ordenar sus pensamientos, de calmar el pánico que amenazaba con apoderarse de él. Etrea no era solo un juego. Era un mundo real, uno donde las reglas y los riesgos no podían tomarse a la ligera. Consciente del peso de lo que acababa de aprender, respiró hondo, sintiendo que cada paso que diera a partir de ese momento no solo lo acercaría a descubrir la verdad sobre Etrea, sino también a un destino incierto, marcado por las elecciones que aún no había hecho.
Miró a su alrededor, sintiendo que el bosque lo observaba, que cada sombra guardaba un secreto esperando ser revelado. Los árboles parecían inclinarse hacia él, como si lo estuvieran envolviendo, y el susurro de las hojas no era el único sonido que percibía. Era como si, en algún rincón, alguien o algo estuviera siguiéndolo.
Al continuar caminando, el bosque comenzó a despejarse, y pronto apareció ante él una pequeña aldea de construcciones rústicas y un aire sombrío. Las casas de madera y piedra se alzaban como figuras torcidas y desgastadas, y las calles parecían vacías, aunque de vez en cuando alcanzaba a ver alguna silueta que lo observaba desde lejos. El silencio era pesado, roto solo por las voces apagadas de algunos aldeanos que conversaban cerca.
Mientras pasaba junto a un grupo de hombres mayores sentados cerca de una hoguera, captó algunos fragmentos de su conversación. Aunque sus palabras eran vagas, algo en sus tonos le causó un escalofrío.
—… y pensábamos que ya no volveríamos a verlos, ¿no? —murmuró uno de los hombres, moviendo las manos cerca del fuego, como si tratara de ahuyentar el frío y sus propios temores.
—Así es… —respondió otro con voz grave—, pero a veces… los muertos tienen una forma de regresar, incluso cuando nadie los espera.
El primer hombre asintió, su rostro sombrío y marcado por una mezcla de sorpresa y miedo.
—He escuchado que… algunos han regresado, pero no como antes. Ya no son los mismos.
El último comentario resonó en la mente de Jin como una advertencia, dejando una sensación de inquietud que no podía ignorar. ¿Era posible que esos "aventureros" que una vez fueron dados por muertos hubieran regresado de algún modo? Y si lo habían hecho, ¿qué significaba eso para él?
Siguió caminando, y al doblar una esquina, de repente escuchó un sonido metálico. Jin se detuvo en seco al ver un grupo de hombres vestidos con armaduras oscuras y pesadas. Sus pechos y brazos estaban decorados con un emblema peculiar: un círculo vacío, una marca que parecía absorber la luz que la rodeaba. Estos eran los Knights of None.
Uno de los caballeros avanzó hacia él. Su casco ocultaba el rostro, pero su postura emanaba autoridad. Levantó la mano y señaló a Jin con un gesto firme.
—Forastero, has ingresado a territorio del reino —dijo con voz profunda y autoritaria—. Por decreto del consejo de None, estás invitado a unirte a nuestras filas.
La palabra "invitado" sonó vacía, como una formalidad que no reflejaba realmente las intenciones de los caballeros. Jin sintió que esta "invitación" no era una opción y dio un paso atrás, intentando mantener la calma.
—Gracias, pero… no estoy interesado en unirme —respondió Jin, intentando sonar seguro, aunque su voz tembló ligeramente.
Los caballeros intercambiaron miradas. Uno de ellos, un hombre de mayor estatura y presencia intimidante, se acercó hasta que su armadura casi tocaba a Jin. Con un tono cargado de amenaza, susurró:
—Aquí en None, los forasteros no tienen opción. El reino necesita soldados, y tú has sido elegido.
Jin retrocedió, el corazón latiéndole con fuerza. Intentó apartarse, pero otro caballero bloqueó su paso. El primero le colocó una mano pesada en el hombro, y antes de que Jin pudiera reaccionar, dos de los caballeros lo agarraron firmemente por los brazos y lo arrastraron hacia una zona apartada de la aldea, sin darle tiempo a protestar.
Lo condujeron a una especie de puesto militar improvisado, donde varios hombres, jóvenes y asustados, estaban alineados en fila, observando el suelo con rostros pálidos y miradas vacías. Jin reconoció las miradas de quienes han sido forzados a dejarlo todo, a olvidarse de su pasado y someterse a una voluntad que no es la suya.
—De pie aquí —ordenó uno de los caballeros, empujándolo con brusquedad. Jin tropezó, pero se mantuvo erguido, tratando de disimular el temblor de sus manos.
Uno de los reclutadores comenzó a pasearse frente a ellos, observándolos con detenimiento. Con voz fría, empezó a explicar las "reglas" de su servicio en el ejército.
—Forasteros o no, han sido llamados a servir. Aquellos que rechacen esta invitación solo tendrán una opción: una celda en las mazmorras del reino. En None, no se tolera la insubordinación —dijo, observando a cada uno de los nuevos reclutas con una mirada helada.
Jin sintió una oleada de rabia e impotencia, pero sabía que no tenía escapatoria. Recordaba la severidad de los castigos que había visto en algunos foros de algunos juegos mmorpg, pero Etrea era diferente. Aquí, el peso de cada amenaza se sentía tan real como el aire que respiraba, y la sola mención de las mazmorras bastaba para llenar a todos de un temor paralizante.
Sin opción, Jin bajó la cabeza, dándose cuenta de que estaba atrapado en una realidad que no le daba alternativa. Los Knights of None eran implacables, y estaba claro que su oferta no era una simple formalidad.
Después de las palabras del reclutador, el grupo de reclutas quedó en un silencio tenso, atrapado bajo la presencia imponente de los Knights of None. Las miradas de los caballeros se paseaban entre ellos, evaluándolos como si fueran simples piezas de un tablero. Jin trataba de mantenerse firme, aunque sentía cómo la inquietud le revolvía el estómago.
Tres figuras destacaron entre los caballeros. Eran altos mandos, reconocibles por las intrincadas inscripciones grabadas en sus armaduras y los emblemas oscuros que llevaban en sus cascos. Cada uno de ellos avanzaba, recorriendo la fila de reclutas y seleccionando a algunos con una simple mirada.
Uno de ellos, un hombre corpulento con una cicatriz que le cruzaba la mejilla y una expresión endurecida, se detuvo frente a Jin, mirándolo con un gesto entre la curiosidad y el desdén.
—Tú —dijo, señalándolo con un dedo cubierto de acero—. Y tú —añadió, apuntando a otro recluta unos pasos más allá. Ambos al frente.
Jin avanzó con cautela, seguido por el otro recluta, un joven con los ojos muy abiertos y la respiración agitada. Los dos se colocaron donde el alto mando les había indicado, y el caballero los observó con una sonrisa fría y calculadora.
—Bien, forasteros. —Su voz era baja pero autoritaria, y resonaba como un eco metálico bajo el casco—. Vamos a ver si tienen lo que se necesita para sobrevivir en Etrea.
El caballero se giró hacia el resto de los reclutas y añadió, con un toque de desprecio:
—Para aquellos que aún no comprenden, la vida aquí es para quienes luchan, no para quienes mendigan misericordia. Ningún cobarde se sostiene en las filas de los Knights of None.
Los reclutas intercambiaron miradas de pánico, y Jin pudo oír susurros tensos entre ellos.
—¿Va en serio? ¿Van a… obligarlos a pelear entre ellos? —murmuró uno de los chicos, su rostro pálido mientras miraba a Jin y a su contrincante.
—Es parte del "entrenamiento", dicen —respondió otro, con un tono sombrío—. Quieren ver si eres capaz de matar para sobrevivir.
El otro recluta que había sido seleccionado junto a Jin respiró hondo y, con la voz temblorosa, trató de convencer al caballero.
—Por favor… yo no… no quiero hacer esto —dijo, con la mirada fija en el suelo.
El caballero solo lo observó en silencio durante unos segundos, y luego habló en un tono cortante:
—En Etrea, tus deseos no importan. Solo hay dos opciones: luchar o morir.
Jin tragó saliva, sintiendo el peso de la situación caer sobre él como una losa. El caballero corpulento dio un paso atrás, y con un gesto de la mano, hizo que los otros caballeros empujaran a Jin y a su oponente hacia el centro de un área circular de tierra, rodeada de antorchas. A su alrededor, los caballeros y los reclutas observaban, formando un círculo, sus ojos clavados en los dos jóvenes que estaban a punto de enfrentarse.
Uno de los altos mandos, un hombre de rostro severo y sin ninguna emoción en sus ojos, les lanzó dos espadas cortas y oxidadas. Jin atrapó la suya al vuelo, sintiendo el peso del arma en sus manos, y observó a su oponente hacer lo mismo, aunque con manos temblorosas.
—Esto no puede estar pasando… —susurró el otro recluta, con el arma temblando en su mano—. No quiero… yo no… no quiero morir.
Jin, tan asustado como su oponente, solo pudo responder con un susurro:
—Yo tampoco… pero no tenemos otra opción.
El caballero corpulento dio la señal con un gesto brusco.
—¡Que comience!
Sin más advertencias, el otro recluta se lanzó sobre Jin, su rostro distorsionado en una mueca de desesperación y pánico. La espada del chico descendió con un golpe descontrolado, un movimiento rápido pero carente de precisión. Jin, impulsado por puro instinto, levantó la suya para bloquear. El choque de metal resonó con fuerza en el aire, y la vibración recorrió los brazos de ambos, haciéndolos tambalear.
Cada impacto lo hacía sentir la brutalidad del combate, y el eco del metal parecía resonar en su mente, bloqueando sus pensamientos. Jin retrocedió un paso, tratando de calmar su respiración mientras escuchaba los murmullos y risas de los caballeros alrededor. Aquellas burlas distantes eran un recordatorio cruel de que estaba solo en esta lucha, rodeado de espectadores ansiosos de ver quién caería primero.
Jin (pensamiento): Si mantengo la calma, mi oponente se desesperará y cometerá un error.
Se repitió esas palabras como un mantra, tratando de sofocar el miedo que le latía en el pecho. A su alrededor, las miradas de los caballeros y reclutas se clavaban en él como un peso opresivo. Jin sintió el escrutinio, la expectativa, y un impulso frío y aterrador se apoderó de él: debía sobrevivir, a cualquier costo.
Apenas consciente de lo que ocurría a su alrededor, captó los murmullos de otros reclutas. El sonido llegaba a sus oídos como un eco lejano, perdido en la crudeza del combate.
—¿Qué esperan? —se oyó una voz burlona de uno de los caballeros—. ¿Es que no pueden pelear como verdaderos hombres?
—Tal vez este par no durará mucho —añadió otro, su tono tan frío como sus palabras—. Los débiles caen rápido.
Cada palabra de desprecio alimentaba en Jin un impulso que no alcanzaba a comprender del todo, un rechazo hacia aquellos hombres, hacia ese lugar. No quería estar ahí, no quería luchar, pero entendía que si no se defendía, sería él quien terminaría en el suelo. Las palabras de su oponente, llenas de desesperación y rabia, rompieron su concentración.
—¡Vamos, haz algo! —gritó el otro recluta, su voz desgarrada por el miedo y la frustración—. ¡Lucha o muere!
La furia en los ojos de su contrincante le recordó a Jin la brutalidad de Etrea, la naturaleza despiadada de ese lugar. Con una oleada de adrenalina, su cuerpo reaccionó instintivamente. Esquivó otro golpe desesperado, y al girarse, vio una abertura en la defensa del otro chico. Era su oportunidad.
Jin apretó los dientes, lanzando un golpe cargado con toda la fuerza y la desesperación que había intentado reprimir. Su espada cortó el aire, moviéndose en un arco preciso y decidido hacia su oponente. La tensión en sus brazos y el peso de la espada en su mano lo empujaban a seguir adelante, sin frenar.
El tiempo pareció detenerse en el instante en que el filo de su espada descendía. Todo se sumió en un silencio aplastante, y Jin sintió el mundo congelarse a su alrededor. Contuvo el aliento, su corazón latiendo con una fuerza que resonaba en sus oídos.