El frío de la mañana en Etrea fue lo primero que sintió antes de abrir los ojos. El viento cortante que se filtraba por las carpas del campamento le erizó la piel, y la humedad en el suelo hacía que su cuerpo se sintiera más pesado. Jin despertó con un sobresalto, su mente todavía atrapada entre los vestigios de su vida en el mundo real y la brutalidad de este lugar.
"De vuelta aquí…", pensó, dejando escapar un suspiro. Aunque cada vez se acostumbraba más, la sensación de transición entre ambos mundos nunca dejaba de ser extraña.
—¿Dormiste bien, Jin? —la voz de Kiera interrumpió su momento de reflexión.
Jin giró la cabeza y la vio de pie a un lado de su improvisado lugar de descanso, con los brazos cruzados y una sonrisa burlona en los labios. La luz del amanecer iluminaba su cabello plateado, y su porte dominante le daba un aire de autoridad natural.
—Podría haber dormido mejor si el suelo no fuera tan duro —respondió Jin con ironía, frotándose la nuca.
Kiera arqueó una ceja, divertida.
—Bien. Te acostumbrarás. Levántate, tenemos una misión.
La palabra "misión" hizo que Jin se pusiera alerta de inmediato. Hasta ahora, había pasado más tiempo entrenando y aprendiendo sobre la magia que enfrentando situaciones reales. Esto era distinto. Un paso más dentro de este mundo.
—¿De qué se trata? —preguntó, sentándose y estirando los brazos.
Kiera sonrió con un destello de emoción en sus ojos, lo que hizo que Jin sintiera una punzada de desconfianza.
—Primero vístete. No quiero un novato que parezca un vagabundo en la misión.
Jin se levantó y siguió a Kiera a una de las carpas más grandes del campamento, donde el equipo de los soldados estaba almacenado. El interior estaba repleto de soportes con armaduras de diferentes tamaños y estilos. Espadas envainadas colgaban en estantes de madera, y montones de cascos se apilaban en un rincón. La mezcla de olor a cuero, metal y aceite llenaba el lugar, dándole una sensación de guerra inminente.
—Escoge algo ligero —dijo Kiera, inclinándose contra una de las mesas—. No queremos que te desplomes por el peso antes de llegar a la misión.
Jin miró alrededor, sintiéndose un poco abrumado. Se acercó a una de las armaduras más ligeras: una pechera de cuero reforzado con placas de metal en los hombros. Parecía manejable.
Mientras se ponía las piezas de protección, sintió cómo el peso limitaba su movilidad. Cada movimiento era más lento, más torpe.
"¿Cómo demonios la gente lucha con esto?", pensó mientras ajustaba las correas.
—¿Demasiado pesada para ti, novato? —preguntó Kiera con una media sonrisa.
Jin rodó los ojos.
—No es eso… es solo que no esperaba que me hiciera sentir como si tuviera una montaña en la espalda.
—Eso es porque no eres fuerte todavía —respondió Kiera con una risa burlona—. Pero quédate tranquilo, cuando terminemos la misión, quizás sobrevivas lo suficiente para acostumbrarte.
Jin resopló, pero no replicó. Sobrevivir.
Tomó los guanteletes de cuero y se los colocó, sintiendo la presión sobre sus dedos. Finalmente, ajustó un cinturón donde descansaba una espada corta, liviana, pero aún lo suficientemente pesada como para recordarle que esto no era un juego.
Kiera lo inspeccionó de pies a cabeza con una mirada evaluadora.
—Aceptable —dijo finalmente—. Vamos. La misión nos espera.
Jin respiró hondo y la siguió fuera de la carpa. Aún no sabía exactamente qué le esperaba, pero sentía que este día marcaría un cambio en su vida dentro de Etrea.
El campamento de los Knights of None estaba más activo de lo habitual esa mañana. Jin podía ver a varios soldados entrenando en grupos, afilando sus espadas o ajustando sus armaduras antes de partir a sus propias misiones. Había una sensación de urgencia en el aire.
Siguiendo a Kiera, atravesaron el campamento hasta llegar a una carpa grande y oscura, rodeada por dos guardias armados. Al ver a Kiera, ambos le hicieron un gesto de reconocimiento y se hicieron a un lado, permitiéndoles entrar.
El interior de la carpa tenía una atmósfera densa. Mapas y pergaminos con información táctica estaban esparcidos sobre una gran mesa de madera en el centro, donde un grupo de altos mandos discutía en voz baja. La iluminación era tenue, apenas lo suficiente para ver con claridad los rostros de los presentes.
Frente a la mesa, dos figuras estaban de pie, esperando instrucciones. Jin reconoció que iban a ser sus compañeros en esta misión.
El primero era un hombre de estatura alta y complexión delgada. Tenía el cabello rubio oscuro y una expresión tranquila, como si nada en el mundo pudiera sorprenderlo. Sus ojos, de un tono azul apagado, destellaban con una confianza relajada. Llevaba una espada larga envainada en su cintura y una armadura ligera que le permitía moverse con rapidez.
El segundo era más bajo, pero de constitución mucho más robusta. Su cabello era castaño y desordenado, y sus ojos oscuros reflejaban determinación. Sus brazos eran gruesos y sus manos estaban llenas de cicatrices, claramente alguien que confiaba más en la fuerza bruta que en la estrategia.
Kiera se detuvo frente a ellos y, con un tono seco, los presentó.
—Jin, estos son Lukas y Stein. Ellos serán tus compañeros en la misión de hoy.
Lukas levantó la vista y le dedicó a Jin una media sonrisa confiada, como si ya supiera algo sobre él.
—Así que este es el novato, ¿eh? —dijo con un tono despreocupado—. Espero que sepas lo que haces.
Stein, en cambio, lo miró con seriedad y asintió con la cabeza.
—Si puedes seguir órdenes, todo estará bien —dijo en voz baja, sin ningún rastro de emoción.
Jin sintió que ambos eran completamente opuestos: Lukas era relajado y seguro de sí mismo, mientras que Stein era frío y pragmático.
Antes de que pudiera decir algo, uno de los altos mandos carraspeó la garganta, llamando la atención de todos.
—Presten atención —dijo un hombre con una armadura ornamentada y una cicatriz en la mejilla—. La misión es simple. Vamos a ir a una aldea cercana en busca de reclutas.
Jin frunció levemente el ceño. ¿Reclutas?
—Aquellos que deseen unirse serán bienvenidos —continuó el alto mando—. Pero si se niegan… los forzaremos a unirse.
Las palabras se quedaron suspendidas en el aire como una amenaza latente. Lukas y Stein asintieron sin inmutarse, pero Jin sintió una incomodidad recorrer su pecho. Sabía que Etrea no era un mundo donde la moralidad importara demasiado, pero la idea de obligar a alguien a unirse a un ejército no le sentaba bien.
Apretó los puños, pero no dijo nada. No estaba en posición de cuestionar órdenes.
El alto mando continuó:
—Ustedes cuatro serán el equipo encargado de esta tarea. Kiera liderará la misión. No subestimen a los aldeanos. La resistencia puede venir de cualquier parte.
Jin sintió el peso de esas palabras. Era su primera misión real, y ya estaba envuelto en algo que no terminaba de convencerlo.
Kiera miró a su equipo con una sonrisa confiada.
—¿Dudas, Jin?
Jin la miró a los ojos y negó con la cabeza.
—No. Estoy listo.
Kiera le dedicó una mirada analítica, pero no dijo nada más.
—Entonces vámonos. No tenemos todo el día.
El grupo salió de la carpa y comenzó su camino hacia la aldea, sin saber que lo que les esperaba no era una simple tarea de reclutamiento.
El camino hasta la aldea estuvo lleno de tensión silenciosa. Jin sentía el peso de la misión en sus hombros, aunque nadie más parecía preocupado. Kiera lideraba con confianza, Lukas caminaba con su expresión relajada de siempre, y Stein, como de costumbre, tenía su rostro serio y en guardia.
Mientras descendían por un sendero rocoso, la aldea apareció ante ellos: una colección de casas de madera con techos de paja rodeadas de campos de cultivo. Desde la distancia, Jin pudo ver que algo no encajaba. Había demasiada gente reunida en la plaza central, y el ambiente no se sentía pacífico.
Cuando se acercaron, los aldeanos ya los estaban esperando. No había miedo en sus ojos. Había determinación. Estaban armados con hachas, lanzas improvisadas y herramientas de trabajo convertidas en armas rudimentarias. Sus expresiones no eran de súplica, sino de desafío.
—Esto… no parece un pueblo común —susurró Jin, sintiendo que algo iba terriblemente mal.
Lukas silbó suavemente, impresionado.
—Bueno, esto sí que es interesante.
Stein apretó la empuñadura de su espada con fuerza.
—Nos estaban esperando.
Kiera dio un paso adelante, enfrentando a los aldeanos sin un ápice de miedo.
—Venimos en busca de reclutas para los Knights of None —anunció en voz alta—. Aquellos que deseen unirse pueden hacerlo voluntariamente. Los que se resistan… ya saben lo que pasará.
Los aldeanos no retrocedieron ni mostraron signos de duda. En cambio, un hombre alto y robusto, con una cicatriz cruzándole el rostro, avanzó entre ellos y habló con voz firme.
—Sabíamos que vendrían —dijo—. No vamos a ser su ganado. Si quieren esta aldea, tendrán que arrebatárnosla.
El silencio se rompió.
En un abrir y cerrar de ojos, la tensión estalló en violencia. Los aldeanos cargaron con furia, lanzando gritos de guerra mientras se abalanzaban sobre los soldados. La rebelión había comenzado.
—¡Prepárense! —gritó Kiera, desenvainando su espada con una sonrisa emocionada.
Jin sacó su arma, pero su mente estaba en caos. Nunca había pensado que la misión terminaría así. No eran bandidos ni guerreros experimentados los que se enfrentaban a ellos, eran aldeanos, gente común luchando por su libertad.
Lukas reaccionó con rapidez, bloqueando un hacha con su espada antes de derribar a su oponente con un corte preciso. Stein, con su fuerza bruta, derribó a dos hombres de un solo golpe, su espada cortando el aire con brutalidad.
Jin esquivó un golpe y golpeó con la parte plana de su espada a su atacante, derribándolo sin matarlo. No podía hacerlo. No podía matar a personas que solo querían defender su hogar.
—¡Jin, pelea en serio! —gritó Kiera, girando para cortar a otro aldeano con un tajo limpio.
—¡Esto no está bien! —respondió Jin, retrocediendo.
Antes de que Kiera pudiera contestar, un sonido ensordecedor resonó en el aire. Un cuerno.
Desde las casas más alejadas, más aldeanos salieron corriendo, pero no eran campesinos comunes. Eran guerreros. Jin vio a hombres con armaduras ligeras y armas de calidad. La aldea no era solo un pueblo, era un refugio de resistencia contra los Knights of None.
Los soldados de los Knights se reagruparon, pero los aldeanos ahora superaban su número. Kiera escupió al suelo, molesta.
—Nos tendieron una trampa.
Lukas sonrió con emoción.
—Esto se puso divertido.
Stein no dijo nada, pero adoptó una postura defensiva, preparándose para la segunda oleada.
Jin, sin embargo, sentía su corazón acelerado.
No era una batalla justa. Era una guerra.
Y él estaba en el bando equivocado.
Los gritos de la batalla resonaban en el aire. La sangre teñía el suelo de la aldea mientras los aldeanos luchaban con fiereza, superando en número a los Knights of None. Jin bloqueó otro ataque con su espada, pero en su mente solo había una idea: esto está mal.
Kiera chasqueó la lengua y se giró hacia Lukas y Stein.
—Nos replegamos.
Lukas, que aún sonreía con la adrenalina del combate, detuvo su espada en seco y miró a Kiera con curiosidad.
—¿Qué, ya te estás cansando?
—No, idiota. —Kiera fulminó a Lukas con la mirada—. Nos superan en número. No vamos a ganar si seguimos aquí.
Stein, que hasta ahora no había dicho mucho, simplemente asintió.
—Entonces nos largamos.
Jin sintió un alivio momentáneo al escuchar esas palabras. No quería seguir luchando contra esas personas.
Pero Kiera no había terminado.
—Nos vamos… pero no con las manos vacías. —Se giró hacia Jin—. Necesitamos un rehén.
El estómago de Jin se revolvió.
—¿Un rehén?
Kiera sonrió de lado.
—Los aldeanos no van a dejarnos escapar tan fácil. Pero si tomamos a alguien importante, podremos negociar más adelante.
Antes de que Jin pudiera protestar, Kiera ya había encontrado a su objetivo. En medio del caos, un hombre de cabello oscuro y túnica azul intentaba coordinar a los aldeanos. Su rostro denotaba autoridad, y los combatientes a su alrededor parecían seguir sus órdenes.
—Debe ser un líder. Lo tomamos y nos vamos —dijo Kiera.
Jin tragó saliva, pero sabía que no tenía opción.
Antes de que el hombre pudiera reaccionar, Stein lo derribó de un golpe en el estómago y lo sujetó del cuello.
—Nos vamos. —La orden de Kiera fue tajante.
Jin y el grupo comenzaron a correr hacia los árboles cercanos, con Lukas cubriendo la retirada. Los aldeanos intentaron perseguirlos, pero al notar que llevaban a su líder como rehén, se detuvieron, impotentes.
El equipo corrió hasta encontrar una cueva oculta entre las montañas. Era oscura y húmeda, pero lo suficientemente profunda como para esconderse hasta que pudieran decidir qué hacer.
Un mini campamento fue improvisado rápidamente. Kiera y Lukas encendieron una fogata, mientras Stein vigilaba la entrada de la cueva. El rehén, atado de pies y manos, se mantenía en silencio, observando a cada uno de ellos con una calma inquietante.
Jin se sentó a un lado, sin poder apartar la mirada del hombre. Algo en él lo ponía nervioso. No parecía alguien desesperado, ni asustado.
Después de un largo silencio, el rehén habló.
—No van a salir vivos de esta.
Kiera soltó una risa burlona.
—Dilo todo lo que quieras, pero eres nuestro boleto de salida.
El hombre sonrió, pero no le dirigió la palabra a Kiera. En cambio, sus ojos se posaron en Jin.
—Tú… no eres como ellos.
Jin sintió un escalofrío recorrerle la espalda.
—No sé de qué hablas.
El rehén inclinó la cabeza, como si lo estudiara.
—No tienes la mirada de un asesino. No mataste a nadie en la aldea, ¿cierto?
Jin apretó los dientes, pero no dijo nada.
Kiera y los demás estaban distraídos discutiendo su siguiente movimiento. El rehén aprovechó la oportunidad para acercarse un poco más a Jin.
—Eres nuevo aquí, ¿no? —susurró—. Dime algo… ¿realmente crees en ellos?
Jin sintió su corazón acelerarse.
—No tengo elección.
El hombre sonrió levemente.
—Siempre hay elección.
Jin no supo qué responder.
El rehén se inclinó un poco más, bajando la voz hasta que solo Jin pudiera escucharlo.
—Los Knights of None no son invencibles. Podemos derrotarlos. Pero necesitamos una oportunidad.
Jin lo miró con una mezcla de incredulidad y temor.
—¿Y qué esperas que haga yo?
—Déjanos escapar. Ayúdame… y te garantizo que no te arrepentirás.
Jin miró a Kiera, Lukas y Stein. Ellos confiaban en él. Pero por primera vez en su vida, sentía que tenía el poder de elegir su destino.
Tomó aire.
Y tomó una decisión.