Chereads / Aka y el despertar / Chapter 2 - Sombras en el Valle (2)

Chapter 2 - Sombras en el Valle (2)

Las mañanas en Bur son monótonas, principalmente por el clima primaveral que está presente todo el año. Las casas son simples, hechas de madera con algunos espacios entre ellas por donde entran los rayos de sol cada mañana. Con estos primeros rayos de sol, los habitantes del pequeño pueblo se levantan para dirigirse al centro del pueblo en donde escucharán el sermón matutino del gran anciano. 

A lo largo de la historia de los Moox, han existido casos contados en los cuales algunos niños nacen con la llamada "enfermedad de la niebla" la cual provoca que sus cuerpos caigan en un estado de debilidad permanente siendo tan débiles que una simple caminata puede llegar a agotarlos llegando a morir de fatiga en casos más extremos. Debido a las técnicas y medicinas desarrolladas con los años, la cantidad de niños con esta enfermedad llegó a disminuir drásticamente a tal punto que durante más de treinta y dos años no había existido ningún caso registrado de algún recién nacido que tuviese la "enfermedad de la niebla". 

El día que Aka nació fue una celebración para toda su familia, era la única hija que sus padres habían concebido luego de tanto tiempo de haberlo intentado. Poco después de su nacimiento, Aka empezó a manifestar los primeros síntomas de la "enfermedad de la niebla". Con esfuerzo sus padres lograron contratar a un sanador para que pudiese llegar a Bur para poder ver a más a detalle la condición de su hija y tal vez salvarla, pero luego de un par de exámenes el sanador decretó que su hija viviría hasta los quince años en el mejor de los casos. 

Devastados, sus padres intentaron múltiples métodos en vano gastando todos sus ingresos y dando su vida en ello dejando a la pequeña Aka huérfana a una corta edad, viéndose obligada a mudarse a la parte más profunda del bosque en la periferia de la niebla debido principalmente al oscurantismo sufrido por parte de la tribu debido a su enfermedad. Con el paso de los años, Aka tuvo menos interacción con el resto del pueblo ya que muchos padres alejaban a sus hijos de ella por temor a que estos fueran contagiados con su enfermedad, por lo que no tuvo muchos amigos. Por su condición siempre era dejada detrás por otros niños y múltiples veces se olvidaban de ella dejándola sola en el bosque por lo que empezó a crear sus propios juegos de exploración llegando a conocer el bosque mucho mejor que la mayoría de los adultos de su tribu. Debido a las múltiples medicinas dadas por sus padres de pequeña, las constantes visitas de distintos médicos y alquimistas y la experimentación personal con distintos tipos de hierbas del bosque, Aka adquirió un conocimiento superficial sobre la herbolaria al haber experimentado de primera mano su forma, olor y efectos tanto curativos como perjudiciales.

Todos los días Aka era la primera en levantarse en todo el pueblo, esto no era por su disciplina o porque tuviese algo especial, si no por el dolor que con los años empezó a privarla del sueño haciendo que su tiempo de sueño se redujese a unas cuantas horas al día en el mejor de los casos. El día de hoy Aka se encontraba durmiendo plácidamente luego de muchos años, soñaba sobre su familia, conviviendo juntos y finalmente tocandolos cuando un temblor repentino la arrancó de su gran final tirándola al suelo y regresando a la realidad. Aún confundida por la caída, Aka encontró un poco de fuerza para ponerse de pie y poco a poco dirigirse hacia su puerta con temor a lo que pudiese encontrarse afuera. Su temor no era infundado, había visto de primera mano múltiples bestias dentro de la niebla que iban de un tamaño similar al de los árboles grises hasta ser tan altas como una pequeña montaña que fácilmente podrían haber ocasionado ese tipo de movimiento en la tierra si empezasen a pelear. Con esto en cuenta, muy pocas personas elegirían vivir tan cerca de la niebla pero con el pasar de los años encontró que por algún motivo el vivir en la periferia de la niebla aliviaba un poco el dolor ocasionado por su enfermedad por lo que luego de considerarlo, decidió vivir sus últimos años sin dolor a pesar del posible peligro que conlleva vivir en esa ubicación.

Luego de unas cuantas respiraciones abrió la puerta lentamente, lista para cerrarla ante cualquier mínima señal de peligro. Parecían haber pasado horas antes de que pudiese asomarse brevemente la cabeza mientras temblaba como si hubiese una gran nevada fuera de su hogar. Aún con temor, volteó su cabeza hacia ambos lados esperando encontrar alguna sobra que sin esperar se abalanzase sobre ella atacándola sin piedad; pero ese momento nunca llegó. Con una nueva sensación de seguridad creciente dentro, regresó al interior de su hogar cerrando la puerta de forma lenta procurando hacer el menor ruido posible temiendo atraer ahora si a alguna bestia dentro de la niebla. Aún sin el coraje para salir, pensó en su siguiente paso durante unos instantes mientras su espalda se recargaba en la puerta medio rota de madera de su hogar. Sus opciones eran simples, quedarse dentro esperando a que el peligro pasase pero con la probabilidad de que en realidad existiese una bestia deambulando y esta pudiese encontrar su hogar, atacarla y comérsela o armarse con lo necesario y dirigirse al pueblo en busca del gran anciano, una de las pocas personas a la que ella podía llamar familia en este momento, sabiendo que la ayudaría sin importar qué. El único problema con esta última opción era que si salía y asumiendo que en realidad existía una bestia, podría alertarla y teniendo en cuenta su pobre condición física fácilmente sería casada y pasarían días o incluso meses antes de que alguien encontrara sus restos perdidos dentro del bosque. Sopesando los pros y contras decidió quedarse dentro de su hogar, de esa manera si muriese al menos podrían encontrar su cuerpo y enterrarlo cerca de sus padres pudiendo estar junto a ellos en la otra vida. Su plan era infalible, garantizaba su seguridad y en caso de fallar, un final aceptable; pero había algo que ella no podía controlar, su hambre.

Debido a su condición, constantemente se le dificultaban las tareas laboriosas que el resto del pueblo hacía diariamente como la tala de árboles, recolección de leños, construcción de casas, movilizar las mercancías y aquellas en las cuales podía participar requerían la interacción con otras personas o animales lo cual era un problema debido a la desconfianza que generaba su enfermedad. Si no fuera por el gran anciano y su sobrino que le daban tareas de limpieza simples o de herbolaria, es posible que Aka hubiese perecido hace mucho tiempo de hambre. Aún así este tipo de trabajo no le generaba muchos ingresos por lo que sus tiempos de comida se limitaban a 2 veces al día como máximo, aguantando el hambre lo suficiente para sobrevivir y hoy era el día en el cual finalmente comería.

Para Aka no existía ningún problema aguantar un día más, lo había hecho en múltiples ocasiones y confiaba en sostenerse de esa forma durante al menos otros 3 días, en lo que no confiaba era en su estómago y los ruidos que este provocaba, ruidos que a este punto se asemejan más a rugidos de algún animal en agonía, lo que sabía que podría atraer a aquella bestia o ente que rondaba su hogar. 

Sin otra opción ella se acercó a la orilla de su cama hecha de paja vieja y madera, buscando alguna vara lo suficientemente grande que pudiese ayudarla a defenderse en caso que se encontrase con aquella cosa. Al encontrar una vara adecuada, la arrancó con todas sus fuerzas posibles destruyendo la cama en el proceso y provocando un gran estruendo al punto de que cayera quedando petrificada durante unos instantes antes de reaccionar y salir despavorida de su hogar lo más rápido posible. En su mente lo único que se encontraba era la palabra "huir" mientras que en su rostro solo existía desesperación, sabía que el ruido había alertado a aquella cosa y que pronto la encontraría, su única esperanza era llegar al pueblo y dejar que ellos la protejan o al menos distraigan a esa cosa lo suficiente para que pudiese escapar y esconderse en alguna de las cuevas dentro del bosque. 

No se sabe exactamente por cuánto tiempo corrió, podrían haber sido solamente unos minutos o incluso algunas cuantas respiraciones pero para Aka todo esto pareció una eternidad de tortura, obteniendo energías que nunca habia visto en su vida que le permitieron llegar a la periferia del pueblo. Al vislumbrar el pueblo a la lejanía, pudo ver brevemente a todos unidos hablando con el gran anciano de forma tranquila, pero debido a su miedo y exaltación lo ignoró, empezando a acelerar el paso con sus últimas energías gritando por ayuda antes de caer en frente de ellos y desmayarse.

Al despertar ella se sintió un poco rezagada y confundida, el techo no parecía familiar y por algún motivo su rostro y piernas dolían de una forma que nunca había sentido antes. Intentó levantarse pero sus brazos tampoco respondían por lo que asumió lo peor temiendo que la bestia la había alcanzado y en este momento estaba dándose un festín con su cuerpo. Con lágrimas en los ojos sonrió y rió mientras recordaba el nombre de sus padres en su mente antes que una voz vieja pero gentil la sacara de su ensoñación.

– ¿A qué estás jugando pequeña abeja?

Pequeña abeja, ese era uno de sus apodos y en todo el pueblo solo dos personas la llamaban de esa forma, el gran anciano y su sobrino, su única familia. 

Si el anciano se encontraba con ella significaba que lo había logrado, había llegado al pueblo y estaba a salvo; o tal vez el anciano estaba en la misma situación que ella, sin poder moverse y sólo hablando con ella para calmar su ser antes de partir. La mente de Aka empezó a divagar culpandose a sí misma por el estado del gran anciano, sabiendo que estaba a punto de perecer debido a su culpa empezó a repetir "lo siento" mientras lloraba y juraba que en su próxima vida no llevaría el peligro cerca de su familia.

– ¡Deja de llorar! ¿Qué te ha pasado para llegar en este estado? Incluso he enviado gente a tu hogar para revisarlo y todo parece estar bien. Te he dicho en múltiples ocasiones que vengas a vivir conmigo y Ran, cuidaré de ti como si fueras mi propia sangre.

Es cierto, hace muchos años luego de perder a sus padres el gran anciano intentó convencerla de vivir junto a él y su sobrino, cuidándola sin pedir nada a cambio pero ella se negó. Esto no fue por una cuestión de ego o desconfianza, al contrario ella tenía total confianza en el anciano y estaba dispuesta a ayudarlo en todo lo posible pero no podía soportar las miradas de la gente y el desprecio que estos le tenían. Por su bienestar y salud mental, empezó a alejarse de todos hasta el punto de establecer su hogar en un punto cada vez más alejado del pueblo donde ya no podía escuchar las críticas, las acusaciones falsas cuando algo fallaba o la segregación ocasionada por todos los habitantes. A pesar que el gran anciano hizo lo posible por difundir la noticia que la enfermedad no era contagiosa, las personas del pueblo aún se mantenían precavidas y culpaban a la enfermedad de múltiples desgracias no relacionadas como la reducción de plantas medicinales en el bosque, nevadas o incluso la muerte prematura de sus padres. Con todo esto Aka decidió alejarse de todos y mantener contacto con el pueblo en lo más mínimo. Si no fuese por el cariño hacia el gran anciano y su sobrino es muy posible que ella hubiese decidido salir del pueblo dirigiéndose hacia la gran ciudad del reino en busca de cualquier cosa que fuese mejor que la actual. 

– Gran anciano, yo estaba… la criatura… ¡La bestia! ¡Me estaba persiguiendo! !Era descomunal¡ Me casaba sigilosamente a pesar de que sus pasos provocaban temblores al caminar. ¡Tenemos que escapar! – Dijo Aka con una voz evidentemente en pánico y ansias de escapar a pesar de aún estar en cama sin poder moverse.

– ¿Bestia? ¿Escapar? ¿La caída ocasionó algún daño en el cerebro de la pequeña abeja? Solo calmate un poco y explícame a detalle lo que te ha pasado. – Explicó el gran anciano con desconcierto y preocupación mientras se acercaba con dificultad a la niña para consolarla.

Aka sabía que la dificultad de caminar del anciano no se debía a alguna herida del pasado, si no a los desgastes en su cuerpo debido al tiempo. Había escuchado hace mucho que en su juventud el gran anciano se encargaba de todo en el pueblo, la tala de madera, su recolección, el traslado a la gran ciudad del reino e incluso el llevar enfermos y heridos a la gran ciudad del reino en momentos críticos para ser atendidos. Para Aka el gran anciano era su meta y lo que deseaba ser en el futuro, alguien respetada y admirada por todos por lo que hace y no por lo que es. Sin dudar, Aka empezó a explicarle al gran anciano lo que había pasado, a pesar de no ser la mejor en oratoria pudo dar los puntos importantes al gran anciano empezando desde el temblor que la despertó y terminando en su exitoso escape de aquella bestia o ser misterioso que acechaba.

Luego de su explicación, un silencio profundo gobernó el ambiente dentro de la casa del gran anciano. La preocupación de Aka se hizo evidente y quiso sugerir la idea de escapar lo más rápido posible antes que una fuerte risa interrumpiera sus pensamientos.

– ¡A eso te referías con la bestia! Esto es tan divertido… — Replicó el gran anciano entre grandes carcajadas como no había tenido en años. — Tranquila, te explicaré todo poco a poco.