Luego de muchos problemas Kitu y su equipo lograron cruzar la gran cordillera de montañas no sin pérdidas. Debido a los peligros de las montañas y su basta extensión era inevitable encontrarse con monstruos o fieras en el camino. Sufrieron heridas y contratiempos, más por la carga de llevar una pesada roca a su destino sin hacer uso de carretas o animales de carga. En una ocasión poco antes de descender por las montañas, Kitu y su equipo se encontró con una manada de lobos salvajes, sin escapatoria dos miembros del equipo arriesgaron su vida atrayéndolos a otra ubicación mientras el resto escapaba. El plan funcionó con éxito pero luego de esperar un día a los dos integrantes y ver que no regresaban se marcharon sin más, rogando porque estos siguieran con vida y solicitar al príncipe un equipo de rescate para ellos.
Llenos de heridas, con hambre, sed, agotados hasta el extremo, sólo con la pura fuerza de voluntad manejando sus débiles cuerpos, Kitu y sus tres acompañantes lograron llegar a la entrada de la gran ciudad. Debido a sus viajes fue reconocido inmediatamente por uno de los guardas, inmediatamente al ver su estado lo acogieron junto con su gente y lo llevaron a la herbolaria de Trina. Aunque el sitio era humilde y pequeño, nadie cuestionaba la calidad de hierbas y pócimas medicinales a la venta, principalmente por su encargada y dueña, Trina. Una adolecente de tal vez 16 años que a pesar de su corta edad era indiscutiblemente la segunda mejor herbolaria de todo el reino sólo superada por su maestro, el líder de la secta de la hierba, Caín.
Esa tarde Trina se encontraba leyendo como de costumbre, debido a su postura al momento de leer uno aseguraría que ella deseaba meterse dentro del libro, literalmente. Su cara sólo se distanciaba del libro por unos cuantos dedos de distancia, hay personas que afirman que esa distancia se reduce cada día.
– ¡Señorita Trina! Traemos unos heridos, se desplomaron en la entrada del pueblo, creemos que fueron atacados.
Al escuchar esto Trina dejó su libro al lado e inmediatamente se puso de pie. Ordenó a sus sirvientes que ayudaran a transportar a los heridos al cuarto trasero donde serían atendidos. Con un leve vistazo a sus cuerpos pudo deducir su estado y las contramedidas necesarias a tomar.
– Las cuatro personas poseen heridas en sus espaldas y piernas, sus manos están destrozadas y al parecer no han comido en días. Necesito que traigas ungüentos para tratar las heridas de cada uno y luego venda con una hoja madre sus manos y espaldas para evitar infecciones. También necesito que preparen los ingredientes para una sopa medicinal, busca en el libro azul del primer estante en la entrada, es la tercera receta. Ustedes no se preocupen, cuando termine la sopa los despertaré con algunas sales y podrán hablar con ellos.
Para los soldados así como para toda la gente del reino, Trina era lo más parecido que tendrían a una santa, una diosa, un ser divino en toda su vida. No sólo Trina había renunciado a todas las riquezas y prestigio de permanecer como la única discípula del líder de la secta de la hierba para estar con ellos, si no que todo el tratamiento que ella brindaba era completamente gratis. Todos sabían que por más pequeña o grabe que fuese tu aflicción, Trina la trataría con la mayor atención y no te dejaría ir hasta verte mejor. Aunque no recordara rostros y se negara frecuentemente a salir de su tienda, todo el mundo la tenía en alta estima al punto que su tienda subsistía a base de donaciones, incluso la mismísima familia real hacia contribuciones notables y sus trabajadores la acompañaban a voluntad sin recibir paga alguna.
– ¡Gracias señorita Trina!
Asintiendo con su cabeza, Trina se dirigió a su cuarto privado a esperar por su caldero y los ingredientes de la sopa medicinal. Sin esfuerzo agregó cada ingrediente al caldero en un orden y tiempos calcados de la receta. Para ella todo lo respecto a la herbolaria era tan natural como respirar, como si hubiese nacido sólo para esto.
Luego de un tiempo similar a dos palillos de incienso, un olor potente y pesado salió del cuarto privado. Todos sabían que se trataba de la sopa medicinal de Trina, aunque el olor no era lo más apetecible sabían que no existe medicina con buen sabor y si lo tuviera probablemente no sería medicina.
– Traigan las sales de topo, quemen un poco y acercarlo a sus narices. También traigan una vela de loto azul.
Sin demora sus dos asistentes llegaron con un pequeño plato con lo que parecía ser una sal gorda y café. Antes de quemarlo ambos asistentes así como Trina amarraron un pañuelo húmedo en sus rostros para tapar sus narices, al ver esto los guardias taparon sus narices con lo más cercano que tuvieran. Sabían perfectamente el efecto que causaba el olor de esas sales al quemarse, habían vivido de primera mano esa experiencia. Para ellos era común accidentarse durante sus entrenamientos y al desmayarse Trina los hacía oler la sal de topo quemada, una experiencia que todos describen como "oler los pies del diablo".
Quemando un poco de la sal de topo, el asistente procuró soplar el humo de esta hacia la nariz de Kitu. Luego de unas cuantas respiraciones los ojos de Kitu se abrieron de golpe para empezar a dar arcadas fuertes y tapar su nariz.
– ¡Qué es eso! ¡Huele a…! ¡Ahg!
Mientras Kitu intentaba contener su impulso de vomitar en el acto, los asistentes repitieron el mismo proceso con los demás pacientes.
– Yo… ¿Dónde estoy? Recuerdo correr lo más rápido por ayuda… yo…
– Estás en la herbolaria de Trina, te desmayaste en la entrada y te cargamos de inmediato hacia aquí. Deberías darle las gracias a la señorita Trina por tratarte.
Al entender su situación Kitu volteó a ver a la joven a su lado con máximo respeto. Sabía quién era ella, a lo largo de sus viajes era inevitable sufrir alguna lesión o que alguien de su tribu enfermase por lo que sin dudar siempre acudía a la herbolaria de Trina.
– ¿Cómo no podría reconocer a la señorita Trina? Muchas gracias por ayudarnos, le juro por todo lo que tengo que le pagaré en un futuro próximo toda esta ayuda.
– No hay que pagar nada. Hago lo que puedo y lo que me gusta. Por favor termina tu sopa.
Asintiendo con su cabeza en señal de agradecimiento Kitu dejó este asunto prometiendo en su corazón pagarle con las ganancias que obtendría en el futuro. Con las pocas fuerzas que tenía, recogió el tazón a su lado sólo para sentir un potente olor que lo hizo retroceder al instante. Aunque el olor era fuerte, no era nada en comparación con el olor que sintió al despertar por lo que soportando lo mejor que pudo terminó toda la sopa en un solo trago.
– Mis queridos soldados. – Dijo Kitu mientras eructaba con dificultad – Es de suma importancia que me encuentre con el príncipe, necesito discutir un asunto importante con él.
– No hay problema, solo que la señorita Trina acepte y con gusto te escoltaremos.
Kitu entendía bien las reglas de Trina por lo que esperó hasta que ella los tratara y asegurara de no poseer alguna otra herida. No fue hasta la mañana siguiente que con total dificultad Trina dejó que Kitu dejara la herbolaria. Sólo debido a las circunstancias del caso esta dejó que partiera dejando atrás a sus compañeros para que se recuperaran.
Los soldados escoltaron a Kitu junto con sus pertenencias que habían resguardado con la mayor atención, después de todo ¿Quién se atrevería a ofender a un Moox? Incluso los soldados no estaban exentos a las reglas del reino.
En el castillo recibieron a Kitu con lujo de detalles, algo común dado que su llegada siempre implicaba un nuevo cargamento de madera o alguna otra negociación, lastimosamente en esta ocasión no estaba de humor para divertirse y esperaba con ansias la llegada del príncipe. Con el fin de apresurar su encuentro incluso indicó el motivo de su visita al sirviente sabiendo que era una de las personas de más confianza para el príncipe. Sólo fué hasta escuchar unos pasos rápidos provenientes del pasillo que su ansiedad se redujo.
– Mi príncipe lamento…
Antes de terminar su oración Kitu se detuvo al percatarse que delante de él no se encontraba el príncipe sino el mismo sirviente de antes.
– Mil perdones, debido a la importancia y delicadeza del tema el príncipe ha solicitado cambiar el lugar de reunión. Si fuera tan amable de seguirme.
– Con gusto, solo el cargamento…
– No se preocupe me ocuparé personalmente al regresar.
Con estas palabras Kitu siguió al sirviente. Intentó calmar sus nervios y ansias dado que conocía la forma de actuar del príncipe. Si este detectaba algún indicio de necesidad de su parte es probable que terminaran sin nada. Debía conseguir un buen trato para la mina y luego negociaría la ayuda para solucionar el problema del derrumbe y el rescate de sus compañeros perdidos en el bosque, de esta manera podría asegurar que el príncipe acatara el trato original debido a su honor y obtener ganancias futuras para la tribu.
Al mismo tiempo, Valthon se encontraba en su propio dilema. Ante él se encontraba aquello por lo que luchó tantos años, solo para encontrar que nunca le perteneció. Su cabeza era un desastre en este momento, intentaba encontrar todas las posibilidades que le permitieran hacerse con la mina o al menos parte de ella pero cada parte de su ser le gritaba que no valía la pena el esfuerzo. Parte de la razón por la cual estaba en este dilema era debido a que ni siquiera sabía si debía informar de inmediato acerca de la mina.
[¿Es esto lo que buscan? ¿Y si sólo es una coincidencia? Pero ellos ya saben acerca de esto ¿No es así? Si no lo saben y les informo sólo se las estaré entregando, pero si lo saben y no lo hago lo sabrán. ¡Maldición! Apuesto a que ese maldito se está divirtiendo en este momento. Debo de encontrar una forma de obtener un poco ¿Pero cómo? Puedo fingir enviar gente a verificar y obtener un poco del mineral, esconderlo y cuando ellos se marchen todo estará bien, ¿Pero qué excusa doy? ¿Estaba preocupado por su seguridad? Es una estupidez. ¿Verificar para evitar que pierdan su tiempo? Tal vez, pero aún sospecharán de mí, es probable que pregunten hace cuánto tiempo se sobre esto así que la "verificación de la noticia" no debe de ser lenta. Pero eso no me dará tiempo de extraer mucho. ¡Maldita sea!]
Sin notarlo Valthon llegó a la sala secreta, sosegado y absorto en sus pensamientos. A la puerta de la sala se encontraba su sirviente que sin percatarse del estado de ánimo de su señor, se acercó con una evidente emoción en su rostro.
– ¡Mi señor, es esto! Finalmente cumplió su sueño. ¡Encontraron una mina de maná!
Al escuchar estas palabras Valthon salió de su ensoñación y regresó a la realidad. Resignado por su futuro posó su mano en el hombro de su sirviente, dió un suspiro y antes de lograr decirle alguna palabra una explosión los arrojó hasta la pared contraria.
A pesar de su fuerza, esta explosión contenía el poder suficiente para destruir solamente esa pared. Entre escombros y humo Valthon tosió y se levantó con dificultad, intentando apartar el polvo para ver la fuente de la explosión sólo para encontrarse con dos de las cuatro personas que menos quería ver en ese momento.
Antes de lograr maldecir se escuchó un leve chirrido de una puerta, solo para que Valthon viera asomando su cabeza con temor a otra de las cuatro personas que menos quería ver, Kitu. Sintiendo que ya había caído en lo profundo del abismo escuchó unas palabras que él describiría más tarde como "un hechizo que quita el alma".
– ¿Quién de ustedes dijo mina de maná?