—¿De qué estabais hablando? —inquirió Pay, tomando asiento junto a los sabios.
—Los sabios y Link nos están poniendo al día con su periplo en los diferentes templos. Poco antes de llegar tu, Riju y Link no estaban comentando detalles de su encuentro antes de poder entrar en el Templo del Trueno —respondió Prunia, con voz solemne.
—Así es —confirmó Riju, con un brillo de intensidad en la mirada—. En pocas palabras, Riju le resumió a Pay cómo, a causa de la tormenta, tuvo que aplicar medidas para proteger a su pueblo mientras se dirigía hacia las ruinas a mitad de camino del Bazar Sekken, y que un libro que habían encontrado, les había puesto sobre la pista de que podría encontrar allí. Y de cómo el pobre Link, después de perderse a causa de la tormenta de arena buscando la ciuadela gerudo, se encontró todo completamente desolado al llegar a la misma, sin saber a dónde ir o qué hacer, ya que el resto de ciudadanas estaban bajo tierra. Decidió omitir los numeritos de Link, conocedora como era de la timidez de Pay, por lo que prefirió no incomodarla con esos detalles.
—Cierto. —Link continuó a partir de ahí— Afortunadamente encontré la entrada a las catacumbas donde se hallaban las pobres ciudadanas y pronto me informaron acerca de dónde se encontraba la matriarca. Allí me topé con una arqueóloga que me habló de unas ruinas Gerudo, y me mostró un nuevo artefacto Zonan, un espejo. Este objeto resultó ser clave para desentrañar los secretos de las ruinas. Tras reunir toda la información, me dirigí al Bazar Sekken en cuanto pude salir.. ejem... de allí sin hacer mucho ruido.
Si Pay se dio cuenta de que a Link se le estaban poniendo las mejillas rojas y que el resto reía entre dientes, no dijo nada. Riju tosió un par de veces para no estallar en carcajadas y continuó su relato.
—Nos encontrábamos en unas ruinas a mitad de camino —comenzó Riju, su voz baja, cargada de tensión—. Nos habíamos refugiado ahí, porque esos malditos Gibdos nos tenían acorraladas. Sin saber cómo vencerlos, tuvimos que escondernos en una de las criptas. Entonces descubrimos como hacerlo. Salí fuera, me preparé, y fue pan comido; uno tras otro fue cayendo. Después decidí quedarnos varios días más. Quería prepararme a tope por si llegaba otro ataque. En esas estaba cuando llegó Link, procedente de la ciudadela.
Se detuvo un instante, como recordando la impresión que le había dado verlo ahí, su silueta recortada contra la luz de la tormenta, calmado y seguro.
—¿Cómo los vencisteis? —interrumpió Rotver, sorprendido—. Recuerdo haberme topado con ellos en el subsuelo, y ni siquiera con una patrulla exterminadora logramos hacerles frente. Tuvimos que huir.
—Al principio estábamos igual de desorientadas —admitió Riju—. Sin embargo, durante nuestra estancia en la antigua cripta que nos sirvió como refugio, revisamos los escritos de nuestras ancestras. Allí, hallamos una referencia a la octava heroína, quien había logrado detener a los Gibdos por breves momentos invocando una fuente de energía elemental con un instrumento extranjero. Decidí usar el poder del rayo… Y funcionó. Cuando llegó Link le hablé de esto, y juntos partimos de nuevo hacia la Ciudadela para advertir al resto en caso de que atacaran la ciudadela. Sin embargo, antes de llegar, una horda de Gibdos apareció de la nada. Surgieron de unas colmenas que no habíamos visto antes, como si estuvieran acechándonos desde el polvo mismo.
Hizo una pausa, sus ojos reflejando la intensidad del momento.
—Pero estábamos listas. A pesar del miedo, cada una de nosotras sabía lo que tenía que hacer. Atacamos con precisión, y la horda cayó en cuestión de segundos. Fue como si hubiéramos entrenado toda la vida para ese momento. Sin perder tiempo, nos reagrupamos y nos pusimos en camino. Sabíamos que esto solo era el comienzo, y que el verdadero desafío estaba por llegar.
—Para cuando llegamos —dijo con gravedad—, la ciudadela ya estaba siendo asediada. Colmenas negras y retorcidas aparecían de la nada, como si una fuerza oscura las convocara. Los Gibdos estaban alineados, listos para atacar.
Hubo un silencio pesado mientras Riju continuaba.
—Fue entonces cuando, junto a Link y mis guerreras, nos lanzamos a defender la ciudadela. Cada golpe que daba parecía insuficiente para detener aquella horda sin fin… y, aunque conseguimos resistir, yo misma acabé herida, sangrando en la arena mientras mis guerreras terminaban de repeler el ataque. Me pasé días en cama después de eso, pero lo logramos.
Durante su convalecencia, algo inquietante la atormentaba. En las noches en vela, Riju escuchaba una voz persistente, susurrante, que la llamaba, incitándola a buscar unos antiguos murales escondidos en las catacumbas, dejados por una de sus antepasadas hacía diez mil años. Al recuperarse de sus heridas, Riju no pudo ignorar la voz. Acompañada por Link, descendió a las profundidades de las catacumbas de la ciudadela y, tras una búsqueda agotadora, los encontraron.
—Fue un día lleno de descubrimientos —dijo, asintiendo con solemnidad—. Los murales hablaban de una antigua luz que debía incidir en el trono para despertar un poder oculto. Pero… no podía hacerlo sola.
Riju miró a Link con una mezcla de gratitud y determinación.
—Necesitaba tu ayuda para descifrarlo, Link. Como matriarca, debía permanecer en la Ciudadela, pero sin entender aquel misterio… Sabíamos que algo mucho más oscuro se estaba acercando.
Link fue directo al salón del trono, y desde allí se internó en el desierto, abriéndose paso en mitad de la implacable tormenta de arena. Cada ráfaga de arena era azotada incesante por el viento embravecido, disminuyendo la visibilidad a solo unos pasos y transformando el desierto en un mar agitado de polvo dorado. Link progresaba con empeño, la carga de los antiguos secretos resonando en cada avance. Finalmente, entre la arena y el viento, divisó tres torres, cada una coronada por un espejo cubierto de siglos de arena y olvido.
Siguiendo las enigmáticas instrucciones del mural, Link comenzó a limpiar los espejos y a ajustarlos, moviéndolos hasta que los haces de luz formaron un triángulo perfecto en el aire, como si la misma luz estuviera llamando a algo más profundo y poderoso que el mismo desierto. El silencio fue absoluto por un instante, como si hasta la tormenta contuviera la respiración. Y entonces, el suelo tembló.
Con un estruendo atronador, las dunas empezaron a sacudirse y a despejarse, revelando lentamente una estructura colosal que emergía del corazón de la arena: el Templo del Trueno. Bloques de piedra antigua y columnas talladas surgieron del desierto como un gigante que despierta de un sueño milenario, mientras el eco de su rugido resonaba por todo el valle.
El aire se cargó de energía, y Link sintió en la piel la descarga eléctrica de aquel lugar, como si una antigua fuerza, contenida y furiosa, estuviera esperando a ser liberada.
—Un terremoto sacudió toda la ciudadela y, de repente, un templo colosal emergió de la arena como un dios despertando de su letargo —Riju abrió mucho los ojos—. El Templo del Trueno se iba alzando poco a poco, imponente y colosal, como una fortaleza tallada por manos divinas en una época de poder y leyendas. Su estructura, marcada por grabados serpenteantes que parecían relámpagos petrificados, capturados en la roca. Las columnas que flanqueaban la entrada eran descomunales, adornadas con relieves de dragones y criaturas míticas que parecían cobrar vida bajo la luz temblorosa del desierto. Y, en lo alto del templo, un gigantesco símbolo del rayo coronaba la estructura, resplandeciendo de forma sobrenatural mientras esferas de energía chisporroteaban a su alrededor.
Desafortunadamente, el paso del tiempo no había sido amable, Las paredes estaban erosionadas, casi como si la misma arena y tormentas del desierto hubieran intentado tragarlas sin éxito, dejando cicatrices que hablaban de antiguas batallas y de un poder latente.
—Nos apresuramos hacia el templo —dijo Link—. Cuando activé el terminal Zonnan, de repente apareció una polilla gigantesca, pero en feo, envuelta en tela de segunda mano, como si acabara de salir de un mercadillo de antigüedades...
—¿Esa es la manera de describir a una reina? —intervino Riju, riendo a carcajadas—. Se llama Reina Gibdo, Link.
—Lo que sea. Era una especie de polilla gigante con muy mal genio —bromeó Link, intentando restarle importancia al asunto. Aunque, en realidad, su primer enfrentamiento con ella fue un desastre total; la Reina Gibdo lo había noqueado en un abrir y cerrar de ojos, dejándolo a merced de la bestia mientras se preguntaba si algún día volvería a ver la luz del día.
—Vamos, Link, ¿realmente crees que una criatura que parece haber salido de un museo de horrores sería una amenaza? —dijo Riju, disfrutando de la ironía.
—Bueno, me dio una paliza… —admitió Link, rascándose la cabeza con una expresión entre avergonzada y divertida—. Pero, ¿quién podría tomar en serio a una polilla que probablemente solo quiere robarme mis pantalones? ¡Con ese vestuario, claramente no tiene buen gusto!
—Yo creo que tú y ella os llevaríais de maravilla, por lo que cuentas —dijo Prunia, encantada de volver a picar a Link—. Una que quiere unos pantalones y el otro que no tiene problemas en ir sin ellos.
La risa estalló en el grupo, y el rostro de Link se sonrojó más que cualquier tono de rojo que se pudiera encontrar en Hyrule. Pero, a pesar de la vergüenza, no pudo evitar unirse a las carcajadas, sabiendo que, en parte, su amiga tenía razón.
—En fin, ¡dejad de hablar de mí y de mis elecciones de vestuario! —exclamó, tratando de recuperar el control de la conversación.
—Tal y como estaba contando Link —continuó Riju, tratando de contener la risa—, al intentar acceder al templo, la Reina Gibdo nos atacó por sorpresa. Su fuerza era devastadora, con un enfoque bastante violento. A pesar de que se retiró antes de que pudiéramos terminar el combate, nos dejó con una clara idea de su poder…
Una vez dentro del templo, la situación no mejoró. Se encontraron con innumerables acertijos y trampas que parecían diseñadas por un grupo de personas poco amables. La colaboración entre Link y Riju se volvió fundamental.
Pronto, las risas y los gritos resonaban en el templo, llenando el aire de camaradería mientras se enfrentaban a los desafíos que se les presentaban. Con cada acertijo resuelto y cada trampa esquivada, su confianza crecía, así como la certeza de que, aunque la Reina Gibdo pudiera ser una pesadilla, ellos estaban listos para cualquier cosa que el desierto les lanzara.
Especialmente dura fue la sala de los espejos, donde los dos tuvieron que trabajar en perfecta sincronía, como si estuvieran realizando una danza acrobática, aunque más de una vez acabaron chocando entre sí y contra las paredes.
—¡Vamos, Link! ¡El espejo a la izquierda! —gritó Riju, mientras evitaba un rayo que salió disparado de uno de los espejos.
—¡No, no! ¡El otro izquierdo! —respondió Link, tratando de no reírse mientras saltaba a un lado para esquivar otra trampa.
Colocar los espejos parecía sencillo al principio, pero pronto se convirtió en un desafío agotador.
Cada uno debía girarse en un ángulo exacto para que el haz de luz alcanzara el siguiente espejo; cualquier error desviaba el rayo, obligándolos a empezar de nuevo. Además, las vibraciones constantes del terreno provocadas por la reina Gibdo no ayudaban en absoluto. Más de una vez, un espejo se tambaleó y cayó al piso de abajo, rebotando sin romperse, pero haciendo que perdieran todo el progreso. Link soltó un suspiro y se pasó una mano por la frente, preguntándose si Hylia misma no estaba poniéndoles a prueba. En ese momento, Riju bromeó:
—Empiezo a pensar que estos espejos son casi tan testarudos como tú, Link.
—¡Eh! —protestó Link, aunque no pudo evitar reírse—. Al menos yo no me caigo cada dos por tres.
El intenso reflejo obligaba a los dos a tomar turnos y detenerse para no quedar cegados, lo que también ralentizaba su progreso y frustraba a más de uno. Link, mientras enderezaba el espejo caído una vez más, no pudo evitar pensar en Zelda. "Seguro que ella habría hallado una manera más rápida de hacer esto. Yo… "¿Realmente seré capaz de enfrentar lo que viene sin ella?" La duda lo atravesó, pero la sonrisa de Riju y su mirada de confianza hacia él disiparon sus temores por un momento.
Finalmente, tras varios intentos y un último ajuste en el ángulo, el haz de luz alcanzó el botón, abriendo una puerta que daba paso a la sala donde se encontraba el último mecanismo que Riju debía activar. Riju desató su poder hacia el alimentador en forma de rayo y, en ese momento, un chasquido seco resonó en el aire, indicando que el mecanismo estaba activo. En ese instante, las risas brotaron entre ellos, celebrando su difícil victoria que parecía haberse resistido hasta el último segundo.
—¡Al fin! —exclamó Riju, haciendo un gesto de triunfo—. Si seguimos así, tendré que considerarte mi nuevo asistente personal, Link.
—¡Solo si me pagas bien! —replicó Link, sonriendo mientras se dirigía al terminal Zonnan y toco con la mano de Rauru su centro. En ese momento, se escuchó un ruido ensordecedor indicando que la puerta que daba acceso al nido de la Reina Gibdo estaba abierta. En ese instante, Link y Riju intercambiaron una mirada intensa, sus corazones latiendo al unísono como tambores de guerra. Había llegado el momento del enfrentamiento final. "Pero esta vez conocemos a nuestro enemigo", pensó Link, recordando cómo, durante su recorrido por el templo, habían ido trazado una estrategia de ataque.
La batalla dio comienzo en un estallido de tensión. Link avanzaba con determinación, esquivando las trampas de arena como un bailarín en un escenario peligroso, su agilidad puesta a prueba en cada paso. Riju, a su lado, desataba su poder del rayo con una precisión implacable, cada destello de luz iluminando su figura decidida.
La imponente Reina Gibdo, envuelta en su grotesca majestuosidad, se tambaleaba bajo su asalto, sus alas descomunales vibrando con un sonido inquietante. A medida que los ataques de Riju impactaban, el aire se llenaba de energía y un eco resonante anunciaba su furia.
Pero no todo era fácil; la Reina, furiosa, contraatacó con un aullido ensordecedor que reverberó en el desierto. Un tentáculo de arena se lanzó hacia Link, quien logró esquivarlo por poco, sintiendo el aire pasar rozando su rostro. Sin embargo, en un giro desafortunado, una de sus trampas de arena se activó atrapándolo momentáneamente y haciéndolo caer al suelo.
—¡Link! —gritó Riju, su voz llena de angustia. Sin dudarlo, lanzó un rayo certero que impactó en la Reina Gibdo, forzándola a retroceder y dándole tiempo a Link para levantarse.
Con el corazón latiendo a mil por hora, Link se sacudió la arena y se unió a Riju nuevamente. Ambos se miraron, sabiendo que debían colaborar al máximo. Con un movimiento sincronizado, Link distrajo a la Reina con un ataque frontal mientras Riju concentraba su poder, lista para asestar el golpe final. En ese instante, el mundo pareció ralentizarse, y juntos, lanzaron su ofensiva con una determinación feroz. La Reina Gibdo, atrapada entre la fuerza de sus aliados, comenzó a tambalearse, su grotesca figura a punto de caer.
Finalmente, con un último golpe que resonó en el aire como un trueno, Link y Riju lograron vencer a la Reina Gibdo. Al caer, la tormenta de arena que había azotado el desierto cesó al instante, como si la naturaleza misma aplaudiera su victoria. El viento se calmó y el silencio se apoderó del campo de batalla, creando un contraste absoluto con la vorágine que había reinado momentos antes.
En ese momento, un resplandor comenzó a brillar en el horizonte. El espíritu ancestral de la Sabia del Trueno apareció, irradiando luz y poder; su presencia envolvió a los héroes en un aura de esperanza. Se inclinó hacia Riju y empezó a hablarle dándose cuenta al momento que su voz era la que escuchó en sueños durante su recuperación. La Sabia ancestral le habló de los sucesos de la Guerra del Destierro y le transmitió el deseo de Zelda de que Riju, como nueva sabia del trueno, colaborara con Link en su lucha con el Rey Demonio.
—Te nombro la nueva portadora de la sabiduría ancestral del trueno —declaró, su voz resonando en el aire como un eco del pasado—. Prométeme que ayudarás a Link en su lucha contra el Rey Demonio.
A continuación, la sabia ancestral, con un gesto solemne, se dirigió a Riju y, alzando la mano, le entregó la piedra secreta que había presidido el altar principal. La piedra brillaba intensamente, como si contuviera en su interior toda la sabiduría ancestral de su pueblo. Riju, atónita y emocionada, sintió el peso de su nuevo destino al recibir el legado de su antepasada, sabiendo que estaba destinada a liderar y proteger a su gente en los tiempos difíciles que vendrían.
Link observó con respeto cómo el legado se sellaba sobre su amiga y líder. Riju, con los ojos brillantes de determinación, asintió solemnemente, y juntos juraron su pacto. En ese momento, el destino de Hyrule se entrelazaba con el de sus valientes héroes, prometiendo una batalla épica contra la oscuridad que acechaba.
A medida que regresaban en silencio a la ciudadela Gerudo, Link sentía una profunda gratitud por Riju, cuya valentía y determinación lo inspiraban.
Después de aquello, permaneció en la ciudadela varios días, recuperándose de las heridas y disfrutando de la tranquilidad que la compañía de Riju le brindaba. En esos momentos, Link a veces desviaba su mirada hacia el horizonte, recordando a Zelda "Ojalá Zelda estuviera aquí, viendo todo lo que Riju y yo hemos logrado, seguro que se sentiría orgullosa de ella".
Durante su estancia, compartió con la matriarca algunas carreras de morsas y los platos llenos de especias que tanto le gustaban. Entre risas y anécdotas, Link sentía que en Riju había encontrado a una aliada y amiga, alguien con quien compartía mucho más que batallas, mientras su corazón, en silencio, mantenía fiel el anhelo por Zelda.