La tranquilidad que había reinado se desmoronó en un instante. La llegada de Olim fue solo el primer aviso, y, momentos después, más patrullas aparecieron a lo lejos. Los soldados avanzaban lentamente, casi arrastrando los pies, y los sonidos de su paso parecían lamentos de batalla. Según iban llegando soldados procedentes de la batalla a la base, los allí presentes se iban quedando inmóviles, mirándolos con creciente horror. Los soldados parecían haber salido de una pesadilla: sus rostros estaban pálidos y desencajados, las heridas mal cubiertas y sus armaduras manchadas de sangre y tierra. Algunos sostenían a sus compañeros, que apenas se mantenían de pie, y otros tenían la mirada perdida, como si sus espíritus aún vagaran en el campo de batalla.
Yunobo apretó los puños, y Link notó que estaba deseando contarles a todos su aventura en el templo del fuego, donde él y Link habían librado batallas feroces. Pero veía que no había tiempo. Tenían que prepararse para salir hacia el abismo antes de que la situación se complicara más.
—Supongo que… partiremos breve, ¿no, Link? —murmuró Yunobo, su voz apenas un susurro. La incertidumbre y el miedo se reflejaban en su mirada, y por primera vez, las historias que tanto anhelaba contar parecían empequeñecerse frente a la sombría realidad que los rodeaba.
Link sintió el temblor en la voz de Yunobo y, poniendo una mano firme en su hombro, le dedicó una sonrisa tranquilizadora.
—No te preocupes, Yunobo —le respondió con un tono bajo y reconfortante, aunque el propio miedo retumbaba en su pecho—. Voy a avisar a Mineru para que se vaya preparando. Te prometo que después habrá tiempo para escuchar tus historias. Partiremos en cuanto nos confirme que se encuentra en el punto de encuentro acordado.
Yunobo asintió, pero sus ojos seguían clavados en la desgarradora escena de los heridos. Un pensamiento oscuro revoloteaba en su mente: ¿y si este viaje era el último?
Link se levantó y fue corriendo hacia Prunia que estaba hablando con los exhaustos capitanes de las diferentes patrullas, mientras Pay, Yona y los curanderos iban llevando a los heridos a la enfermería.
El espectáculo, que de lejos daba escalofríos, de cerca era aun peor. Los gritos de los heridos resonaban en su cabeza; el olor a sangre y a suciedad era insoportable. No podía permitir que siguieran sacrificándose por él. Tenía que enfrentarse al enemigo.
Dio varias zancadas, evitando a los pobres heridos que yacían en el suelo a la espera de una camilla. Le dio una palmada a Prunia para llamar su atención. Cuando se dio la vuelta, él le susurró algo y ella solamente asintió a modo de respuesta. Volvió a donde estaban sentados los demás y les hizo un gesto a los sabios indicándoles que debían reunirse en el laboratorio de Prunia.
Mientras Josha se unía a Rotver y Prunia, Link y los sabios se dirigieron con paso apresurado hacia el laboratorio de Prunia, sabedores de que allí dispondrían de la intimidad y del equipo apropiado para establecer contacto con Mineru, que en ese momento se encontraba en su escondrijo del abismo.Cuando llegaron, Link encendió una pantalla especial, una pieza de tecnología avanzada creada gracias al ingenio conjunto de Prunia, Rotver y Mineru.
Esta pantalla permitía conectar cualquier tableta hecha con la tecnología de Prunia. La flexibilidad de esta conexión transformaba las tabletas en herramientas tanto portátiles como de sobremesa, ofreciendo una comunicación versátil y eficiente. Gracias a este ingenioso diseño, Link y los sabios podían ver y hablar con Mineru, sin importar lo distante y peligrosa que fuese su ubicación.
Con el rostro decidido, Link extrajo su tableta y la preparó para la conexión. Al encenderse, la pantalla chisporroteó con energía, formando fugaces líneas de luz que parpadearon antes de estabilizarse para mostrar la interfaz familiar. Concentrado, Link buscó el contacto de Mineru.
Apretó el botón de llamada, y casi al instante, la imagen de la gólem apareció en la pantalla del laboratorio de Prunia. A pesar del tiempo que habían pasado juntos, su voz mecánica, creada por complejos mecanismos, siempre le producía un leve sobresalto.
—Hola, Link —dijo Mineru, su voz resonando con un eco metálico, distante y casi fantasmal—. ¿Cómo va todo? ¿Estáis listos para descender?
—Hola, Mineru. Aún no. Espero instrucciones de Prunia, pero quería avisarte para que te prepares —saludó Link, esforzándose por sonar sereno—. ¿Puedes darme una actualización de la situación abajo?
Mineru inclinó levemente la cabeza, un gesto que Link interpretó como asentimiento. Con movimientos precisos, encendió una pantalla tras ella, mostrando una gráfica que fluctuaba. La línea, habitualmente estable, se ondulaba con patrones irregulares.
—Por supuesto, Link. Sin embargo, debo decir que algo me preocupa —su voz mecánica sonaba más grave de lo habitual—. Esta mañana, todo parecía normal en el abismo, pero al avanzar el día, algunas zonas han quedado… extrañamente vacías. Específicamente, las guaridas donde se encontraban las réplicas de los jefes de los templos: Gelminus, Gohma, Fangorok y la reina Gibdo. Están completamente desiertas.
Link sintió un escalofrío, pero intentó mantener la calma mientras escuchaba.
—¿Y en el entorno de la guarida del Rey Demonio? ¿Hay alguna señal de movimiento?
Mineru negó con un leve movimiento de cabeza, sus ojos brillantes pero carentes de emoción reflejaban la pantalla con la gráfica en descenso.
—Esa es la parte extraña, Link. No hay ninguna actividad notable en la guarida ni en sus alrededores. Parece que el enemigo está desapareciendo de sus posiciones, pero no se reorganiza como cabría esperar. Algo… se está gestando en las sombras.
De pronto, la pantalla detrás de Mineru tembló, y la imagen comenzó a parpadear, distorsionada. El rostro metálico de la gólem giró de inmediato, alerta, mientras los destellos de la pantalla lanzaban sombras irregulares en su estructura de metal. Tocó la pantalla, golpeándola levemente, y revisó las conexiones en vano, sus movimientos más rápidos y bruscos de lo habitual. Sin previo aviso, la imagen de Mineru también parpadeó y se desvaneció. Link se quedó inmóvil, sin saber si aquello era un fallo técnico o una señal de algo mucho más terrible.
Pero antes de que pudiera siquiera reaccionar, la oscuridad lo cubrió por completo. Las luces del laboratorio se apagaron de golpe, sumiéndolo en una negrura abismal. El pánico brotó dentro de él, helado y sofocante. Parpadeó, tratando de recuperar la visión, pero era inútil; no había rastro de luz, como si de repente estuviera atrapado en un vacío.
"¿Qué es esto? ¿Estoy… ciego?" Link trató de calmarse, pero el silencio absoluto y la falta de luz lo desorientaban. Sintió un peso en el pecho, una opresión densa, como si el aire estuviera cargado de una presencia invisible y malevolente.
Rápidamente, buscó en su mochila y sacó una luciérnaga sigilosa, liberando un suave destello que al menos le daba un atisbo de claridad. La pequeña criatura emitía una luz débil, pero suficiente para que pudiera ver un poco a su alrededor. "Bien… al menos tengo esto. Mantén la calma, Link. No estás solo… no realmente…" Pero el miedo persistía, anidando en sus pensamientos.
"Esto no puede ser… ¿Qué es este lugar? ¿Por qué todo se siente… tan hostil, tan… oscuro?"
De pronto, un ruido rompió el silencio. Era un eco, el sonido de una gota que caía… Pero era imposible decir de dónde venía. Miró hacia el suelo, y su pulso se aceleró al ver un charco de agua negra a sus pies, tan oscura que parecía absorber la luz de la luciérnaga. Observó cómo una onda se expandía en el charco, y en ese instante sintió algo abrumador, como si estuviera siendo observado desde la oscuridad misma. Era una lágrima de oscuridad.
Una idea cruzó su mente, una que casi deseaba ignorar, pero era imposible rechazar el escalofriante conocimiento que de repente entendía: "Estoy… estoy en su mente. En la mente del Rey Demonio. "Dentro de uno de sus recuerdos"
Poco a poco, la imagen ante él se fue aclarando, y lo que Link vio le heló la sangre. Se encontraba sobrevolando la ciudadela Gerudo. Abajo, la reina Gibdo y sus huestes atacaban sin piedad. Las calles, donde había escuchado tantas risas y saludos amistosos, ahora estaban sepultadas bajo una tormenta de arena y horror. Intentó enfocar la mirada, buscando algún rastro de las ciudadanas, pero la visión se disolvió en un remolino de arena.
De pronto, estaba sobre el Dominio Zora. Las aguas, antes cristalinas, habían vuelto a tornarse negras y sucias. Fangorok saltaba con brutalidad, llenando las elegantes filigranas del lugar con barro y destrucción. Link quiso ver más, saber si alguien intentaba defender su hogar… Pero la imagen desapareció de nuevo.
El frío lo envolvió de repente: ahora veía la aldea Orni. Un viento helado azotaba las cabañas y las helaba en segundos, dejando todo a su paso cubierto de una capa de hielo mortal. Sobrevolando la villa, Gelminus creaba ráfagas gélidas que arrasaban con cada vivienda. Link sintió un nudo en la garganta, incapaz de gritar, atrapado en la impotencia.
Finalmente, sobrevoló la Ciudad Goron. Los rocomuslos envenenados volvían a estar en los asadores Goron, mientras el Gohma rocoso recorría la ciudad y arrasaba con todo a su paso… visiones de jarrones rotos y mercancía tirada por el suelo inundaban su visión. La ciudad, siempre cálida y segura, se convertía en un campo de batalla desolado. Link sintió que su cuerpo temblaba; sus amigos, todos ellos, parecían estar a merced de una pesadilla sin fin.
Pero nada lo preparó para la última visión.
Se encontró en Hatelia, caminando como si estuviera allí, con el peso de la destrucción abrumándolo. Las calles estaban desiertas, la gente seguramente oculta, pero el fuego consumía la aldea. La escuela que Zelda había construido, su sueño hecho realidad, ardía sin descanso. No había nadie para salvarla, nadie para apagar las llamas. El huerto de Cirelle, ese rincón de paz y trabajo, yacía destrozado, arrasado por completo. Notó como la visión lo iba llevando por Hatelia; cada rincón que antes conocía estaba reducido a cenizas y ruinas.
Link sintió que la visión lo arrastraba hacia algo más aterrador. "¿Qué es esto?" pensó, sintiendo como el miedo se apoderaba de él. Frente a él aparecieron los escombros de la que había sido la casa de Zelda y él. Su hogar, el primer lugar donde Zelda había encontrado paz tras su largo confinamiento de cien años intentando parar el Cataclismo. Las vigas estaban chamuscadas, las paredes derruidas, y el suelo cubierto de restos carbonizados. A un lado, libros reducidos a cenizas —posiblemente las investigaciones de Zelda—, y entre los escombros, Link vio algo que le rompió el corazón: el cuadro que Nyel les había regalado, la imagen de Zelda, él y los cuatro campeones, destrozado y ennegrecido, irreconocible. Sus recuerdos, testimonio de sus últimos años juntos, hechos pedazos en un instante.
Entonces escuchó una risa oscura, burlona y familiar que lo envolvió como una sombra.
—¿Disfrutas del espectáculo, Link? —la voz del Rey Demonio resonó con un desprecio hiriente—. Mira bien el poder auténtico, no esos juegos de espadachín con los que te has engañado.
Link intentó retroceder, pero su cuerpo no respondía. "Esto no puede ser verdad", pensó, la desesperación invadiendo cada rincón de su mente. "… esto es una mentira…"
—No… no es real —murmuró, aferrándose a la esperanza de que fuera otra manipulación.
—¿Seguro? —rugió la voz del Rey Demonio, cada palabra llenándola de una amenaza imposible de ignorar—. Sabes perfectamente que es un recuerdo. ¿No has reconocido el eco de la lágrima resonando por cada rincón? Esto no es un truco de feria ni de ciencia barata. Esto es magia pura… Un poder sin límites.
Entonces, Link comenzó a gritar de rabia, mientras la imagen se disolvía y se quedaba de nuevo envuelto en indonsable oscuridad: —¡Noo! —su voz se volvió ronca a causa de los gritos; notó que había caído al suelo de rodillas. —¿Qué has hecho? ¿Cómo te atreves? Eran personas inocentes; con sus familias, sus vidas, todo lo que has destrozado fruto de su esfuerzo diario, se lo has arrebatado.
Volvió a escuchar la siniestra risa del Rey Demonio. —¿Has visto cómo es el verdadero poder? ¿Lo que soy capaz con tan solo chasquear los dedos? Todos Hyrule está ahora mismo bajo mi yugo, a una palabra mía y ¡mis siervos sembrarán todo de caos y terror! Cuando termine contigo, todo Hyrule se arrodillará ante mí.
Link escuchó como la lágrima del Rey Demonio, oscura como el abismo mismo, cayó una vez más al suelo, reverberando en un eco que atravesó su alma.
En ese momento, Link salió de su trance, jadeando; la sensación de pérdida y desolación aún apretándole el pecho. "No puedo permitirlo" pensó, aún sintiendo el terror latente. "No puedo… Esto no puede ser el final.
Pero era plenamente consciente de que la pesadilla no había hecho sino comenzar.