El Rey Demonio soltó una carcajada, un sonido grave que resonó como el eco de mil tormentas en la distancia. Sin embargo, la risa tenía un matiz de irritación, como si las palabras de Link hubieran perforado su fachada de supremacía. La luz de la Espada Maestra continuaba intensificándose, un faro de esperanza en medio de la sombría atmósfera de Fuerte Vigía.
—Hablas de valor como si fuera suficiente para desafiarme, Héroe —dijo el Rey Demonio con desdén—. Pero el valor, por sí solo, no salvará a Hyrule. No destruirá el ciclo eterno de destrucción y sufrimiento. Eres solo un peón en una guerra infinita.
Link, en silencio, miró fijamente al Rey Demonio. Sus ojos azules, normalmente calmados como un lago tranquilo, ardían ahora con la intensidad de una llama inextinguible. La luz con la que brillaba la Espada Maestra se intensificó, en claro reflejo al fuego que ardía en cada parte de su ser. A su alrededor, los sabios se alinearon, formando un círculo de luz y fuerza que contrastaba con las sombras del enemigo.
—A pesar de que el ciclo continúe, —respondió Link, su voz baja pero solemne, cargada de la misma furia que brillaba en su espada—. mientras tengamos el coraje de enfrentarlo, mientras existan aquellos dispuestos a luchar por algo más grande que ellos mismos... siempre habrá esperanza.
Los sabios, inspirados por sus palabras, asintieron y levantaron sus armas. Cada uno de ellos brillaba con la luz de su elemento, uniendo sus fuerzas en una explosión de energía que desafiaba la presencia opresiva del Rey Demonio.
—Hablas de esperanza,—bufó, con una voz cargada de veneno—. Pero todo lo que haces es retrasar lo inevitable. ¿Crees que una espada brillante y unas palabras grandilocuentes pueden detenerme? No soy un simple adversario, Héroe. Soy el Poder mismo.
Link se detuvo a unos metros del Rey Demonio, sus aliados formando un muro a su espalda. Clavó la Espada Maestra en el suelo, con un gesto calculado que irradiaba confianza. Su postura era relajada, pero su mirada era tan afilada como la hoja sagrada.
—Si eres el Poder mismo—respondió Link, su voz firme, pero tranquila—, entonces, ¿por qué no terminas esto ahora, en vez de esconderte tras trampas e ilusiones? Tal vez no eres tan poderoso como dices. Tal vez... solo eres un cobarde que teme enfrentarse a la luz.
El Rey Demonio soltó un rugido que resonó como un trueno en el abismo, un eco oscuro que vibró hasta en los huesos de Link y que cargaba una furia casi tangible. Sus ojos centelleaban con odio y desprecio, como brasas avivadas por el viento.
—¿Cómo osas llamarme cobarde, mocoso?— vociferó, cada palabra retumbando con una rabia contenida que amenazaba con estallar en cualquier momento.
Link sostuvo la mirada, inmutable, y dio un paso hacia adelante, ignorando el aura de malignidad opresiva que envolvía a Ganondorf. Sabía que cada palabra que salía de su boca era un golpe directo a la esencia misma del tirano.
—¿Acaso no es obvio? —respondió, su tono teñido de una calma hiriente y dirigiendo su mirada a la horda que rodeaba Fuerte Vigía—. Sigues ahí, escondido en tu agujero, enviando hordas de monstruos y marionetas a hacer el trabajo sucio, engañando a todos con tus trucos baratos. No tienes el valor de enfrentarte a mí en persona. Manipulas a los demás, para que te entreguen su poder. Dices que vienes a gobernar Hyrule, pero ni siquiera sabes qué signfica eso para tí.
El Rey Demonio se revolvió, mirando a Link de forma desafiante. En sus ojos brillaba la llama de la creciente ira.
—Se más de gobernar que tú. Te recuerdo que ya una vez fui Rey de las Gerudo. ¿Qué eres tu? ¿El sirviente de una princesa mimada, que juega a ser héroe. Qué sabras tu de reinos y de poder.
Link no cayó de nuevo en la manipulación, así que continuó su discurso, sus palabras clavándose en el Rey Demonio como cuchillos.
—Hablas de que no se lo que es un reino, ¿Acaso tu conoces Hyrule? ¿Sabes algo sobre la gente que vive aquí, sobre sus sueños, sobre las vidas que pretendes gobernar? ¿Te has detenido siquiera a mirar sus montañas, a escuchar sus ríos? Eres un extraño que viene a proclamar su poder sin saber nada, sin entender lo que significa realmente ser parte de esta tierra. Eso es lo que eres: un farsante que juega a ser Rey, pero que no sabe nada del reino que tanto anhela poseer. Un rey sin reino, un ignorante sin poder, y un cobarde sin honor.
Las palabras de Link se endurecieron, como un golpe directo al orgullo de su adversario.
—¡No tienes ningún derecho aquí!
Tras una pausa que se alargó hasta sentirse interminable, Link continuó, su tono más afilado que nunca:
—Lo que no comprendes, Ganondorf,—cada palabra de Link era una espina clavada en el orgullo de su rival— es que tú nunca entenderás lo que significa luchar por algo más grande que uno mismo. Tú no eres un rey; eres solo un monstruo que necesita arrasar con todo para sentirse poderoso. Pero hoy, eso se acaba.
Tras las sus últimas palabras, una sombra oscura fue creciendo alrededor de Ganondorf. Y entonces, en un estallido de furia y orgullo herido, su forma comenzó a retorcerse y cambiar. La figura espectral desapareció, y ante ellos surgió el Rey Demonio en su forma original. Era más alto, más imponente, y en sus ojos brillaba una maldad desatada, como si el odio y la arrogancia hubieran alcanzado su punto máximo, transformándolo en algo aún más siniestro.
El Rey Demonio permaneció inmóvil, el silencio en Fuerte Vigía se hizo insoportablemente denso. Una sonrisa torcida comenzó a asomar en sus labios, una mueca que parecía alimentar las sombras que lo rodeaban. Su figura inspiraba un terror que petrificaba a todos los presentes.
—Hablas de valentía... —murmuró el Rey Demonio, cruzando los brazos mientras inclinaba levemente la cabeza, como un depredador que analiza a su presa—. Te espero en el abismo, héroe de pacotilla. A ver si tus grandes palabras no se desmoronan cuando enfrentes el verdadero rostro de la desesperación.
El aire se enfrió aún más, como el lugar estuviera sumido en un invierno eterno. El Rey Demonio entrecerró los ojos, su mirada fija en Link, ardiendo como brasas infernales. Su voz se volvió un gruñido gutural, cargado de una promesa oscura.
—Pero te advierto algo... Si caes, no encontrarás descanso, ni siquiera en la muerte. Las sombras del abismo te reclamarán, y tu alma será mía por toda la eternidad.
El Rey Demonio permaneció inmóvil, el silencio en Fuerte Vigía se hizo insoportablemente denso. Una sonrisa torcida comenzó a asomar en sus labios, una mueca que parecía alimentar las sombras que lo rodeaban. Su figura inspiraba un terror que petrificaba a todos los presentes.
Un escalofrío les recorrió la espalda a los presentes como el filo de una daga. Algunos retrocedieron instintivamente, incapaces de sostener la mirada ante la figura imponente del Rey Demonio. La atmósfera se volvió tan densa que apenas podían respirar.
Pay dejó escapar un gemido, abrazándose con fuerza a Prunia, quien permanecía inmóvil, atrapada entre el horror y la incredulidad ante la visión que tenía frente a ella. Era como si su cuerpo mismo hubiera olvidado cómo moverse.
Los soldados, ahora reducidos a poco más que figuras temblorosas, se apretaron unos contra otros, buscando consuelo en una camaradería que no podía protegerlos de la fuerza abrumadora del Rey Demonio. Sus armas tintineaban, no por el movimiento del aire, sino por el temblor incontrolable de sus propias manos.
—Excelente, nos veremos las caras en el abismo. —dijo Link, obligando a sus labios a esbozar una sonrisa que traicionaba el miedo que comprimía su pecho. Miró la horda de monstruos que rodeaban Fuerte Vigía, sintiendo el peso de las vidas que dependían de él. Un plan comenzaba a tomar forma en su mente, uno que aseguraría que nadie más sufriría daño mientras él se enfrentaba al Rey Demonio—. Y ya que estamos hablando de demostrar valentía, espero que hagas honor a su nombre y te enfrentes a nosotros en solitario. Deja de esconderte detrás de tus monstruos para aterrorizar a los más débiles y demuestra que eres capaz de enfrentarte a rivales de tu talla.
El Rey Demonio se quedó pensativo. Su expresión era de satisfacción perversa.
—Muy bien, Héroe. Pero recuerda: si caéis, nada, ni siquiera la memoria de este reino, sobrevivirá. —El eco de su amenaza resonó en el aire mientras alzaba la mano, el pacto sellado en un gesto cargado de promesas sombrías.
La visión del Rey Demonio empezó a desaparecer de Fuerte Vigía pero Link, movido por una mezcla de desconfianza y desesperación, gritó:—¡Un segundo, no te marches! - El desvanecimiento del Rey Demonio se paró y su imagen volvió a hacerse más nítida —. Si eres fiel a tu palabra, quiero una prueba. Ordena a tus hordas que se retiren de Fuerte Vigía ahora mismo. Ni una sola vida civil más será arrebatada mientras resolvemos esto.
El Rey Demonio soltó una carcajada amarga que parecía desgarrar el aire.
—Como quieras, Héroe. Disfruta de tu respiro... mientras dure. —Con un chasquido de sus dedos, las hordas comenzaron a replegarse, una marea de oscuridad retrocediendo.
Link se alegró, pero su alegría fue momentánea y su corazón se hundió de nuevo al ver cómo los monstruos no regresaban de nuevo al abismo sino que la mayoría comenzaron a congregarse en el camino hacia el castillo de Hyrule, en un círculo amenazante, impidiéndoles el paso hacia el abismo.
Con el corazón latiendo desbocado, Link subió a toda prisa las escaleras que llevaban al telescopio. Desde allí, recorrió el campo de batalla con la mirada viendo con horror la horda que se reunía. Cinco Hinox, tres centaleones—uno plateado. Esto no es bueno, pensó Link, mientras su corazón se aceleraba. Y, de repente, su horror se multiplicó cuando un Griok Real descendió del cielo, sus garras brillando con una malevolencia que desafiaba cualquier esperanza.
—No atacarán a nadie que no seáis vosotros, pero claro, vosotros quedáis fuera de ese trato —dijo el Rey Demonio con una sonrisa sardónica, antes de desvanecerse en el aire, dejando tras de sí una sombra de oscuridad que parecía devorar la esperanza misma. El Rey Demonio, experto en manipulaciones, había vuelto a engañarlo.
Link suspiró "Al menos no atacarán a la población civil, El problema es cómo llegamos hasta allí. Si nos tenemos que enfrentar a todos y cada uno de los monstruos, cuando lleguemos estaremos más que acabados, tengo que pensar un plan".
Cuando Link bajó, vio como los cinco sabios se situaban junto a él, rodeándolo por ambos lados. Vió la determinación en sus ojos y se giró hacia ellos, una angustia creciente le asfixiaba el pecho.
—¡No! ¡Ni lo penséis!— La voz de Link se quebró sintiendo como la desesperación se apoderaba de él al ver cómo sus amigos tenían la firme determinación de avanzar hacia el peligro— ¡No lo hagáis! ¡No quiero que arriesguéis más por mí! Sidon, tienes a Yona, un futuro que te espera... Yunobo, ¿Qué pasará con Yunobo SG si caes?— La voz de Link temblaba, pero la urgencia no le permitía dejar de hablar.— ¡Yo me enfrento a la horda, lo haré solo, como he hecho estos meses atrás! En cuanto los atraiga, ¡vosotros seguid la ruta segura, y contactad con Mineru en el punto de encuentro acordado!
Los sabios intercambiaron miradas, y Yunobo fue el primero en hablar, su tono firme, pero lleno de calidez.
—Ni en broma vas a enfrentarte en solitario. Además, sabes perfectamente que es mentira que estuvieras enfrentándote tú solo durante este tiempo —replicó con una firmeza que intentaba calmar a Link.
—Eh... —Link parpadeó atónito, sorprendido por las palabras de su amigo—. No lo entiendo...
—Sabemos perfectamente que has hecho uso de nuestro pacto, Link —dijo Sidon, rodeándolo con un abrazo cálido y reconfortante—. Hermano, gracias al poder del mismo, hemos estado juntos. Ya sea para ayudarte en alguna batalla, saltar de una isla del cielo a otra o, simplemente, porque te sentías solo y necesitabas a alguien a tu lado.
Link recordó esos momentos, cada vez que se sentía perdido. La presencia de sus amigos siempre había sido su faro, un susurro en la oscuridad que lo guiaba.
La determinación en sus ojos era más fuerte que cualquier temor. Link se sintió abrumado por el peso de la lealtad de sus compañeros, pero antes de que pudiera responder, Tureli rompió el silencio con voz firme:
—De nuestra parte —le sonrió Tureli.—, sentíamos también algo extraño. Nuestras piedras se ponían a brillar durante unos segundos, y notábamos tu presencia. Hemos estado más juntos este tiempo de lo que te imaginas.
Sus palabras resonaron en el grupo, creando un puente invisible que los unía más allá de la distancia o el tiempo. Entonces, Riju avanzó un paso, con una mirada de confianza que desafiaba el peligro.
—Decidido, nos enfrentaremos todos juntos a la horda —anunció Riju, su voz cargada de una fuerza que solo nace cuando todo está en juego—. Igual que en los templos, trabajaremos en equipo.
Un nudo de emoción se formó en la garganta de Link. Sus ojos se humedecieron mientras acercaba a los sabios hacia sí. Los cinco se fundieron en un corro, un círculo de promesas no dichas, de un destino que compartirían hasta el último aliento.
En ese momento, los sabios levantaron sus armas, y sus voces se unieron a la de Link en un grito que rasgó la oscuridad:
—¡Por Hyrule!
Y, con un fervor que brotaba de sus corazones, añadieron al unísono:
—¡Por Zelda!
Link se sintió emocionado y agradecido a la vez por la lealtad y valentía de los cinco sabios. Juntos, comenzaron a caminar hacia el castillo de Hyrule, hacia el abismo y la guarida del Rey Demonio. La horda los esperaba, un mar de oscuridad que prometía devorarlos, pero ellos avanzaban con la luz como su única guía.
Mientras tanto...
En la vasta penumbra del subsuelo, la figura del Rey Demonio se materializó en su trono de oscuridad. Sus ojos, dos brasas encendidas de malevolencia, iluminaban la negrura, penetrando el vacío y clavándose en el alma de quien se atreviera a mirarlos.
De entre las sombras, una figura nerviosa salió de su escondrijo como una rata que huye del cazador. Vestía un atuendo de color rojo y una máscara blanca en la que se veía un ojo Sheikah invertido. Tras una torpe reverencia, se arrodilló en el suelo helado, el rostro marcado por el miedo y el servilismo. Su respiración se aceleraba, un temblor incontrolable sacudiendo su cuerpo.
—Bienvenido, Maestro Kogg, líder del clan Yiga. —la voz del Rey Demonio resonó, profunda y fría, como un eco en la eternidad de la oscuridad—. Dime, ¿qué te trae por aquí?
El silencio que siguió fue un peso palpable, y la presencia del Rey Demonio, inmensa y opresiva, parecía absorverlo todo, dejando solo la inquietud y la desesperación de aquel que había osado presentarse ante él.
—Maestro Ganondorf— dijo, su voz temblorosa, mientras señalaba lo que parecía una forma metálica parecida a Mineru, pero más grotesca y retorcida que despedía un aura de maldad y oscuridad— Aquí traigo el arma definitiva como acordamos... Además, he instalado unas cuantas trampas de las mías. En cuanto las activen sin darse cuenta quedarán literalmente 'aplastados' por la presión...
—Hmph... ya veremos si tus trucos y tu 'arma definitiva' sirven de algo, Kogg. Hasta ahora no has hecho otra cosa que fracasar una y otra vez ante el 'Héroe de Hyrule' —dijo Ganondorf con una voz profunda y cargada de autoridad y desconfianza, cada palabra cayendo como una sentencia. Si fallas de nuevo... —sus ojos se clavaron en el Maestro Yiga, haciéndolo estremecerse—... no tendrás otra oportunidad para redimirte.
Khogg asintió con rapidez, mientras por debajo de su máscara sintió como su frente se cubría de sudor.
—Esta vez no le fallaré, maestro. ¡Se lo prometo! —exclamó, inclinándose hasta que su frente tocó el frío suelo del trono mientras murmuraba para sí mismo —"Ese maldito héroe... va a caer sí o sí. Me encargaré de que, una vez que entren, no vuelvan a ver la luz del día. Se quedarán aquí encerrados para siempre".
—Y ahora retírate hasta que te vuelva a necesitar—con un gesto, el Rey Demonio despidió al maestro Kogg. Este se levantó y, después de dedicarle una ridícula reverencia, salió corriendo de allí. Por mucha lealtad que le profesara, su sola presencia le causaba un pavor indescriptible.
En silencio, su mirada volvió a posarse en la lejanía del abismo, donde las sombras parecían susurrarle secretos. Sabía que su adversario se acercaba. Esta era una batalla que llevaba eras esperando, y no dejaría nada al azar.
La oscuridad fue cubriendo el salón del trono. En la penumbra, las dos llamas naranjas que formaban los ojos del Rey Demonio se apagaron, llenando el espacio con un silencio ominoso que anticipaba lo que estaba por llegar.