Chapter 11 - Manipulación

—¡Link, despierta! —era la voz de Riju mientras le daba golpecitos en el rostro. "¿Qué había ocurrido?" —¿D…dónde estoy? —preguntó, mientras su mirada se iba aclarando. Observó su entorno. Tanto Riju como Sidon se inclinaban hacia él, percibiendo inquietud en sus expresiones.

Poco a poco Link tomó consciencia de dónde estaba; aún seguía en el laboratorio de Prunia, pero estaba tirado en el suelo.

Cuando se incorporó, vio a sus amigos alrededor suya y, sorprendentemente, en la pantalla en la que antes solo había oscuridad se veía el rostro de Mineru. Además, ahora la línea que mostraba el estado del abismo estaba estable; todo estaba en orden de nuevo.

—¿Qué ha pasado? —preguntó, desconcertado—. Lo último que recuerdo es la imagen de Mineru fallando y desvaneciéndose, como si un fallo técnico lo hubiera provocado.

Sus compañeros intercambiaron miradas sorprendidas antes de que Tureli tomara la palabra.

—Cuando llegamos, todos tomamos asiento y conectamos con Mineru. —afirmó Tureli — Nos estaba dando un informe de la situación, cuando de repente te caíste al suelo y comenzaste a gemir.

—Sí, lo último que recuerdo es que Mineru nos estaba contando acerca de la extraña ausencia de movimiento en el abismo y el aparente desvanecimiento de los jefes de los templos.

—¿Cómo? —dijo Mineru, notó un deje de sorpresa, a pesar de lo mecánica de su voz—, eso no ha sucedido. La situación lleva estable todo el día; no tengo constancia de ninguna desaparición; todos los monstruos siguen en sus guaridas del abismo.

Un escalofrío le recorrió a Link de arriba a abajo. —Entonces… ¿Qué ha sido lo que he visto?

Link relató su experiencia con detalle: una visión perturbadora en la que Mineru hablaba de anomalías en el abismo y, luego, el Rey Demonio envolviéndolo en una pesadilla. Mientras hablaba, sus amigos escuchaban en silencio, sus rostros serios reflejando la gravedad del relato.

—Supongo —dijo Mineru, tras unos segundos de reflexión— que el Rey Demonio podría haberte lanzado una visión con la intención de desorientarte. Durante la Guerra del Destierro, usó su poder para invadir nuestras mentes con pesadillas. Podría haber usado la Espada Maestra como catalizador, al estar imbuida del poder de Zelda.

—Entonces —dijo Link esperanzado —¿Todo lo que he visto es una mentira? ¿Es posible que lo que he visto sea solo una manipulación?

—No te lo puedo asegurar, Link —dijo Mineru con un gesto que implicaba duda—. Las visiones que experimentamos durante la guerra eran cortas y se producían en momentos de vulnerabilidad. Las tuyas, en cambio, parecen haber sido más duraderas y, tal vez, más complejas.

—Además, —añadió Link—, existe otra cosa, la perspectiva de las visiones. Siempre que recordaba a través de las lágrimas, asumía la perspectiva de la persona que me había enviado el recuerdo.

Todos los presentes se miraron preocupados, temiendo que lo que Link vio no fuera una ilusión. Si lo que había visto Link era verdad, sus respectivas regiones estarían de nuevo asoladas por los problemas ocasionados por Gohma, Fangorok, Gelminus y la reina Gibdo.

 Yunobo bajó la mirada, murmurando algo sobre los rocomuslos envenenados.

—¿Qué estás diciendo, Yunobo? —preguntó Riju, alarmada. Era extraño ver a un Goron tan abatido. —Cuéntanos qué es eso de los rocomuslos envenenados.

—Sí —intervino Sidon, con su tono siempre cortés pero atento—. Link mencionó algo en su visión, pero aún no entendemos bien.

Yunobo agachó la cabeza y se pasó la mano por la nuca, en un gesto que reflejaba vergüenza… y algo más.

—Los rocomuslos eran rocodillos contaminados con malicia, seguramente por criaturas del Rey Demonio —confesó de repente, y algo parecido a un sonrojo se extendió por sus pétreas mejillas—. Quien los probaba entraba en una especie de trance y no podía dejar de comerlos. Cuando terminaban uno, compraban más y seguían comiendo sin parar. Los trabajadores abandonaron las canteras y sus labores; los comerciantes dejaron sus puestos y casi se arruinaron, gastando todo su dinero en comprar más rocomuslos.

—¿Cómo es posible que esa sustancia llegara a la población? —preguntó Riju incrédula.

Yunobo se cubrió la cara con ambas manos, incapaz de mirarla.

—Fue culpa mía… Toda la culpa fue mía.

—¿Tu culpa? —dijo Tureli—. No das el perfil de ser alguien que quiera envenenar a su gente. Es más, los Goron sois los menos proclives a tener conflictos entre vosotros.

—Te dije que no fue tu culpa, Yunobo —intervino Link, con voz tranquila, dirigiéndose a los demás—. Fue otra de las manipulaciones del Rey Demonio.

—Sí que lo fue. —insistió Yunobo, la voz quebrada—. Mi ambición me pudo; no tenía que haber aceptado la máscara. El Rey Demonio me engañó con aquella marioneta de Zelda. Tenía que haber pensado antes en mi pueblo que en mí mismo.

—Bueno, ¿vais a explicar todo esto? —preguntó Riju, alzando una ceja y esbozando una leve sonrisa para aliviar la tensión.

Link tomó aire, dejando que Yunobo se calmara. —Fue una de mis primeras misiones para investigar los extraños sucesos. Prunia me asignó investigar Ciudad Goron; me contó sobre una comida que alteraba a los habitantes. Decidí ir, aprovechando que necesitaba un atuendo ignífugo.

—Déjame adivinar —intervino Sidon con una sonrisa de complicidad—. Esa 'extraña comida' eran los rocomuslos que mencionasteis antes.

—Exacto —confirmó Link, con una leve sonrisa que buscaba aligerar el ambiente—. Y lo que vi allí fue... peculiar, por decirlo suavemente. Gorons tirados por todas partes, comiendo sin parar. Tengo que admitir que hasta me dio hambre al verlos.

—¡Claro, claro! —se rió Riju, cruzándose de brazos y alzando una ceja con picardía—. Siempre pensando en llenar el estómago. Menos mal que te detuviste, o ahora estarías por ahí tirado y devorando rocomuslos junto a ellos.

—No me lo recuerdes —murmuró Link, rascándose la nuca con una expresión de falsa vergüenza—. Solo imaginarme ahí, en el suelo, rodeado de rocomuslos… ni yo quiero saber cómo se vería eso.

Las carcajadas estallaron al imaginarse a Link con los ojos perdidos y las manos llenas de rocomuslos, como un Goron más. Yunobo, contagiado por las risas, se aclaró la garganta antes de añadir:

—Bueno, aunque lo intentaras, no creo que hubieras podido comerlos, Link. Esos rocomuslos estaban hechos de una roca tan dura que solo los Gorons adultos podían con ellos. Ni los ancianos ni los más jóvenes lograban morderlos. Así que ni lo sueñes.

Link le dirigió una mirada traviesa, con una sonrisa desafiante en los labios.

—¿Ah, sí? —respondió Link, con una chispa desafiante en los ojos— No sé yo… hace cien años le gané a Daruk en un concurso de comer rocodillos. No me tientes, Yunobo. No creo que unos simples rocomuslos puedan conmigo.

Riju y Sidon intercambiaron una mirada divertida. Sidon, reprimiendo la risa, se inclinó hacia Yunobo y le susurró en tono conspirador:

—Yo que tú no le tentaría. Como se lo tome en serio, es capaz de intentarlo y… bueno, ¡acabaríamos buscando al "Héroe de Hyrule" perdido en una montaña de rocomuslos!

Ahora sí, las risas resonaron aún más fuerte, y Link se sonrojó hasta la punta de las orejas.

—¡Eh, no soy tan glotón! —protestó, pero la risa en su voz traicionaba su propia broma—. Aunque… bueno, tampoco me importaría una buena comida…

Yunobo, algo relajado, no pudo evitar unirse al juego.

—¿Sabéis? Pienso que el auténtico desafío a superar para salvar Hyrule no radica en la espada maestra o el valor, sino en que Link consiga decir "no" a un plato sabroso.

Las risas se redoblaron, y Link, atrapado entre la diversión de sus amigos, no pudo hacer más que unirse a ellas. Entre bromas y risas, Yunobo encontró un momento de consuelo en la camaradería que le ofrecían.