El Rey Demonio continuó; su voz siseante se arrastraba como una serpiente venenosa por el aire, buscando infiltrarse en la mente de Link. Cada palabra tenía un peso oscuro que amenazaba con colarse en sus pensamientos, erosionando su fuerza. La tentación no era solo el poder; era el poder sin sacrificios, sin tener que ver morir a quienes amaba.
—Te resistes... —musitó, con una sonrisa que exudaba crueldad—. Pero quizás esto te convenza.
De repente, como en una pesadilla, las sombrías visiones de Hyrule se volvieron a precipitar en su mente, una tras otra, golpeándolo con una fuerza brutal. Vio la ciudad de Ona-Ona arder, sus casas consumidas por el fuego, las calles llenas de personas sin hogar, vagando sin rumbo tras el paso de las hordas de monstruos. Vio a los Orni en su asentamiento, azotados por vendavales implacables, atrapados sin comida ni abrigo, sus provisiones mermadas. La tormenta de arena de Gerudo volvía a cubrir el desierto, sus habitantes aisladas y la ciudadela Gerudo totalmente cubierta por la arena, sin esperanza de rescate, mientras la Reina Gibdo y sus ejércitos de monstruos esparcían el caos entre las dunas.
—¿Cuánto tiempo más podrás soportar esto? —susurró el Rey Demonio, su tono cargado de falsa compasión y gélido desprecio—. Todo podría ser distinto, héroe, si simplemente... aceptaras.
Su visión continuó, y vio cómo las aguas puras del Dominio Zora se ennegrecían, invadidas por la contaminación. Dorephan, Muzu... todos aparecían consumidos por el lodo. La imagen cambió, y Hatelia apareció ante él, envuelta en llamas. Su hogar compartido con Zelda se reducía a cenizas, y el laboratorio donde ella había dedicado tantas horas y hecho tantos descubrimientos estaba en ruinas. Incluso la escuela, donde los niños solían correr y reír, yacía en escombros. El terror y la impotencia se cernieron sobre él: era un Hyrule de caos y ruina, un mundo desmoronándose ante sus ojos.
—¿Ves cómo se destruyen los hogares de tus amigos? Tú puedes detener todo esto. Solo tienes que arrodillarte ante mí, jurar tu lealtad, entregar tu espada a mi servicio, y todo acabará. El caos cesará. Te nombraré capitán de mis ejércitos y, a partir de ese momento, podrás darles órdenes, ser el amo y señor de todos. Podrás evitar el sufrimiento; evitar más muertes. Solo tienes que aceptar lo que te ofrezco, y todos tus esfuerzos serán recompensados.
La imagen se disolvió, y el suelo bajo sus pies volvió a sentirse sólido, pero su corazón seguía latiendo acelerado.
Por un momento, Link titubeó. ¿Y si aceptara? ¿Si pudiera proteger a Hyrule sin más pérdidas, sin despedidas definitivas? La voz del Rey Demonio se convirtió en un eco insistente, y Link sintió que su mente tambaleaba, abrumada por una promesa tentadora de control absoluto sobre su destino.
El Rey Demonio, al ver el titubeo en los ojos de Link, sonrió con crueldad. Su mirada centelleaba con una oscura promesa.
—No podrás vencer —respondió Link con firmeza, tensando la mandíbula. La visión de Hyrule bajo su control, sumido en la oscuridad, le revolvía el estómago—. Defenderemos nuestro reino con uñas y dientes. No nos rendiremos nunca.
—Jajajaja... —La risa del rey Demonio retumbó como una sentencia de muerte. —¿Piensas vencerme con esto? Míralos —señaló a los guerreros exhaustos y heridos, cuyas fuerzas parecían al límite—. Apenas se mantienen en pie, están al borde de la derrota.
Link miró a sus aliados y sintió cómo la realidad se asentaba en él. Era cierto: sus fuerzas estaban agotadas. Quedaban pocos, y aquellos que permanecían en pie ya no tenían la energía para otra batalla.
—¿Por qué sigues aferrándote a esa debilidad? —insistió el Rey Demonio, su voz retumbando en la mente de Link—. No puedes ganar esta guerra. Ninguno sobrevivirá. ¿Vas a perder también a los sabios? Únete a mí, Link. Serás su protector eterno, el rey que nunca deberá luchar. Deja que te muestre el poder que necesitas para terminar con esta guerra de una vez.
Link vaciló, el peso de las visiones aún golpeándole el alma, la tentación acechando en cada rincón de su mente. Su respiración se volvió pesada, su mente sumida en la confusión, mientras las palabras del Rey Demonio resonaban como un eco infernal. Cada imagen, cada promesa de poder sin sacrificios, drenaba sus fuerzas.
La presión en ese momento se hizo inaguantable. No solo eso, sino que la carga que había llevado durante todos esos meses, esa responsabilidad pesada que había soportado día tras día, finalmente comenzaba a hacer mella en él. Esa presión lo invadió, apoderándose de su cuerpo y su voluntad, como si un peso invisible lo empujara hacia el suelo. Vaciló por un instante, y antes de que pudiera encontrar el valor para resistir, sus piernas cedieron. Cayó de rodillas, la espada que sostenía temblando en su mano, y luego se deslizó al suelo con un estruendo metálico que resonó en la quietud de la batalla.
En ese preciso momento, las voces de los sabios llegaron a sus oídos, tratando de levantarlo, de darle fuerzas para seguir adelante.
—¡Link, no te rindas! —gritó Sidon, su voz cargada de urgencia. Pero cuando Link miró hacia él, su figura comenzó a desvanecerse. Su cuerpo se volvió translúcido, como si estuviera atrapado entre dos mundos. Los contornos de su rostro se disolvieron en una niebla sombría, y sus ojos vacíos lo miraban con desesperación, intentando alcanzarlo. Ya no era el Sidon que conocía. Era una sombra que flotaba en el aire, incapaz de tocarlo.
—¡Link, por favor! —exclamó Tureli , su voz llena de angustia. Sin embargo, su rostro también comenzó a cambiar. La piel de Tureli se volvió pálida, como la luz de la luna, y sus ojos se hundieron, creando vacíos oscuros en su rostro. Flotaba sobre Link, sin pisar el suelo, como una aparición etérea, desvaneciéndose en cada palabra, como si fuera consumido por el aire mismo.
—¡Tienes que levantarte! —dijo Yunobo, pero su voz se tornó ahogada, como si proviniera de un abismo distante. Link lo miró, pero lo que vio no era el Yunobo fuerte y confiable que había conocido. Su cuerpo parecía distorsionado, casi espectral, rodeado por una niebla gris que lo engullía lentamente. Sus extremidades se alargaban de manera antinatural, y su rostro se deformaba en una mueca vacía, congelado en una expresión de tristeza infinita.
—¡Link, por favor, no dejes que la oscuridad te consuma! —rogaron al unísono, pero sus voces ya no eran las mismas. Se volvieron gritos de angustia, como si sus almas estuvieran atrapadas en un tormento del que nunca podrían escapar.
Link, aterrado, intentó apartar la mirada, pero la visión se mantenía firme ante él, oscura y penetrante. La voz del Rey Demonio se deslizó seductora, como una corriente fría que intentaba arrastrarlo hacia las profundidades de su mente. La desesperación se coló en su corazón, y las imágenes de Zelda, los sabios y todos aquellos a quienes había jurado proteger, se entrelazaron con recuerdos de todo lo perdido. Un futuro sin dolor, sin sufrimiento, comenzó a tentarlo.
La visión se tornó aún más embriagadora: un Hyrule donde él, Link, tendría el poder absoluto para gobernar, donde el miedo y la obediencia reemplazarían a la traición y al sufrimiento. Un Hyrule en el que jamás tendría que temer perder a nadie nuevamente. Por un instante, sintió que esa oscuridad lo rodeaba, envolviendo su corazón, ajustándose a él como una sombra que parecía diseñada a su medida.
Aquel pensamiento oscuro provocó un cambio inmediato. Parpadeó, y lo que vio a continuación lo dejó sin aliento. El Rey Demonio había desaparecido, y en su lugar, frente a él, se erguía una versión distorsionada de sí mismo. Era su reflejo, pero completamente deformado: su piel, gris y enfermiza, su cabello blanco como la nieve, y sus ojos, rojos como la luna carmesí, le observaban con una intensidad burlona, como si se estuviera riendo de su debilidad.
Link sintió que su respiración se aceleraba. Estaba mirando una imagen de sí mismo, consumido por la sombra, el egoísmo y el poder. Aquel reflejo oscuro sonreía con desprecio, como si lo desafiara a aceptar aquella tentación. Por un instante, la imagen parecía más real que él mismo.
Miró a su alrededor, pero lo único que veía eran sombras implacables. Estaba atrapado en su propia pesadilla, perdido en la oscuridad que lo rodeaba, mientras esa versión de sí mismo lo observaba fijamente, sin perder su risa burlona.
—Este eres tú, sin tus cadenas —susurró el reflejo, su voz venenosa como una serpiente que se deslizaba por su mente—. Así serías si abandonaras esta lucha sin sentido, si dejaras de cargar con el peso de los demás.
Link luchó por alejar la imagen. Intentó encontrar algo que lo anclara a la realidad, algo que no fuera ese susurro malicioso. Pensó en Zelda, en la fuerza que le daba. Ella era su faro, su razón para seguir adelante.
—No puedo traicionar todo lo que Zelda luchó por conseguir —dijo con desesperación—. No puedo hacerle esto.
Pero el reflejo no cedió. Sonrió, cruel, y sus palabras se volvieron dagas envenenadas.
—¿De verdad crees que la volverás a ver? —su tono era apenas un susurro, pero el veneno se colaba profundo—. Zelda ya no está contigo, Link. Y no lo estará. ¿Qué vas a hacer entonces? ¿Seguir luchando por alguien que nunca regresará? Ella te ha dejado atrás, y no hay nada que puedas hacer para cambiarlo.
El golpe fue directo al pecho. La sonrisa del reflejo se amplió mientras sus palabras calaban más hondo. Link cerró los ojos con fuerza, buscando aferrarse a cualquier fragmento de lo que había sido real. Recordó a Zelda, su sacrificio, en todo lo que había hecho por Hyrule. Tenía que luchar para evitar la oscuridad que amenazaba con hacerse con su voluntad.
Cuando abrió los ojos, frente a él, apareció una figura de Zelda, vestida con una elegancia deslumbrante. Era perfecta, pero algo no estaba bien. Demasiado perfecta. Cada movimiento, cada gesto, parecía diseñado para seducirlo, para hacerle olvidar su cometido. Y aunque Link supo al instante que no era real, no pudo evitar estremecerse cuando, lentamente, la figura se arrodilló ante él.
Sus manos, suaves como la seda, le acariciaron lentamente las mejillas con una ternura desconcertante. Acercó sus labios a los suyos, mirándolo con deseo, de forma que pudo sentir La calidez de su aliento. Era Zelda, y a la vez no lo era.
—Ssshh... —susurró la marioneta, su voz un eco familiar pero vacío de vida—. Inclínate ante él, acepta el poder que te ofrece, y el dolor cesará. Estaremos juntos para siempre.
La tentación se enroscó en su corazón. Cada palabra, cada roce, se sentía tan cálido, tan familiar... Casi irresistible. Sin embargo, la duda lo azotaba. Sabía que todo esto era una mentira, una ilusión creada para arrastrarlo al abismo. La angustia de la incertidumbre lo rodeaba como una niebla espesa, y la figura de Zelda lo miraba con ojos huecos, vacíos de todo lo que él había amado.
—Mira lo que puedo ofrecerte, Link. Te haré olvidar todo el dolor. No sufrirás más por su ausencia. No más sacrificios. No más noches de soledad —prosiguió la marioneta con tono seductor, casi sensual. Sus ojos llenos de deseo —. Y si pudiera volver... ¿Realmente estarías dispuesto a seguir siendo su "Caballero Silencioso" una vez más, a pesar de que ella nunca será tuya? ¿Viendo como contrae matrimonio con un noble, mientras tu montas guardia en su puerta? Yo nunca te haría eso. Pídeme lo que quieras, iré contigo a todos sitios, viviré contigo donde tu me digas...
Link sintió que sus piernas temblaban. Las palabras dolían porque, en el fondo, sabía que contenían una verdad parcial, una que siempre había evitado enfrentar. Había sido el Caballero Silencioso. El que protegía, el que obedecía. Pero ¿y si eso era todo lo que sería para ella?
La marioneta de Zelda acercó sus manos a su pecho, su toque suave y familiar. Olía como ella, su voz reconfortante, mientras le susurraba una promesa imposible de ignorar: "Todo lo que anhelas, puedo dártelo".
Link vaciló. La tentación era abrumadora. ¿Cuánto tiempo más podía seguir luchando solo? ¿Cuántos sacrificios debía hacer antes de que su propio corazón se agotara?
La marioneta, como un río de palabras venenosas, continuó:
—Dime, Link, ¿alguna vez Zelda te ha preguntado qué quieres? —la voz de la marioneta era suave, casi un susurro—. ¿Alguna vez ha dejado de lado su deber para pensar en ti?
Link apretó la mandíbula. Esa pregunta había rondado su mente en los momentos más oscuros, aunque siempre la había desterrado rápidamente, como si tan siquiera pensarla fuera una traición. Pero ahora, aquí, enfrentado a esta ilusión, no podía ignorarla.
La marioneta siguió con sus caricias mientras esbozaba una sonrisa dulce y manipuladora. Link sintió su corazón vacilar, pero, en lo profundo de su ser, algo le gritó que debía resistir. Esto no era ella.
—No... —murmuró, su voz quebrada. Sin embargo, con una fuerza renovada, apartó la ilusión de su rostro—. Tú no eres Zelda.
La marioneta sonrió con malicia, pero su voz se tornó más fría, más cruel.
—¿Por qué sigues luchando, Link? Ella siempre elegirá Hyrule, y tú solo eres su sombra. No hay nada que puedas hacer. Eres un sacrificio, un instrumento. Nada más.
Las palabras lo golpearon como un martillo. La duda lo envolvía, pero algo dentro de él comenzó a despertar. "Yo no soy solo un caballero," pensó, "no soy solo su sombra."
Su respiración se hizo más pesada mientras se enfrentaba a la ilusión. ¿De verdad deseaba vivir solo para servir? ¿Siempre iba a ser el protector silente de un amor que tal vez nunca fuera correspondido?
Link cerró los ojos con fuerza, luchando contra el torbellino de emociones que amenazaba con consumirlo. ¿Quería seguir siendo eso? Había aceptado su papel como protector, pero en lo más profundo de su corazón, deseaba más. Deseaba que Zelda lo viera, no solo como un guerrero fiel, sino como alguien con quien pudiera compartir algo más que deberes y sacrificios.
Link sintió que su respiración se volvía pesada, como si una losa enorme estuviera aplastando su pecho. La duda crecía dentro de él, alimentada por años de silencios, de palabras no dichas, de sentimientos que había reprimido por el bien de un destino mayor.
Frente a él, la marioneta de Zelda sonrió con dulzura y avanzó un paso. Cada movimiento suyo parecía diseñado para atraerlo, para llenar el vacío que tanto temía enfrentar.
—No tienes que seguir sufriendo —dijo con una voz tan parecida a la de Zelda que dolía escucharla—. ¿No estás cansado, Link? Siempre luchando, siempre sacrificándote...
La dulzura de sus palabras era un veneno suave, pero eficaz. Link sintió que algo dentro de él cedía, un peso que siempre había llevado y que ahora amenazaba con derrumbarlo por completo.
"¿Estoy cansado?" La pregunta lo golpeó como una ola. Durante años había sido el héroe, el protector, el que ponía la seguridad de los demás por encima de la suya propia. Y, sobre todo, había sido su caballero silencioso: el escudo de Zelda, su sombra fiel. Pero una parte de él se preguntaba si eso era lo único que sería siempre.
Siempre había aceptado su papel. Era el héroe, el protector, y se había resignado a cargar con ese peso sin quejas. Pero la idea de ser siempre un "caballero silencioso", alguien que existía solo para servir y proteger, lo llenaba de una amargura que nunca había reconocido antes. ¿Y si todo lo que hacía no era suficiente? ¿Y si, al final, nunca podría ser más que un escudo para alguien que siempre elegiría su deber por encima de él?
La marioneta pareció notar su vacilación y aprovechó la grieta en su determinación.
—No tienes por qué continuar siendo la sombra de Zelda —dijo, acercándose aún más, su mano acariciando su mejilla con una ternura devastadora—. Puedo ser la Zelda que te ama, que te pone el primero. No una reina, no un símbolo... solo alguien que está contigo. Siempre.
Las palabras eran un bálsamo para un dolor que Link no había sabido que existía. Por un instante, su corazón vaciló. ¿Era tan egoísta desear algo para él mismo? ¿Algo que no estuviera atado al deber, al sacrificio?
En ese momento recordó cómo Zelda había sacrificado tanto, incluso su esencia misma, para darle a él y a todos los demás una oportunidad de salvar Hyrule. Si ella lo había dado todo, ¿cómo podía él permitirse dudar ahora? No había espacio para el egoísmo, ni para la debilidad. Tenía que enfocar su espíritu en lo importante: proteger lo que ella había jurado preservar.
—Eres tan terco —dijo, su voz perdiendo la dulzura, volviéndose fría y afilada—. ¿Por qué sigues rechazando lo inevitable? Zelda nunca podrá darte lo que yo te ofrezco. ¿De qué sirve tu lucha, Link? Al final, siempre estarás solo.
Las palabras eran duras, pero esta vez, no encontraron el mismo eco en su corazón. Link respiró hondo y se puso de pie, su cuerpo temblando de agotamiento, pero su espíritu fortalecido.
La imagen de la verdadera Zelda, de su sonrisa, cálida y llena de fe, se materializó en su mente. Esa visión, cargada de significado, le devolvió una claridad que no había sentido en toda la batalla. Era una llamada urgente, como una brújula en medio de la tormenta que le instaba a avanzar, a no ceder ante el vacío que lo rodeaba.
—Porque esto no es lo que ella querría —dijo, su voz firme a pesar de todo el dolor que había soportado—. Y no es lo que yo quiero.
La marioneta de Zelda se transformó entonces, su rostro retorciéndose en una mueca de furia y desprecio. Ya no era una visión dulce; ahora era una sombra amenazante, un recordatorio del vacío que había intentado consumirlo.
—Entonces sigue sufriendo, héroe. Sigue siendo su sombra. Pero recuerda esto: ella nunca te elegirá. Nunca.
—No importa. —La voz salió más firme de lo que esperaba. Miró a la ilusión, apartando la mano de la marioneta de su rostro—. No importa si ella me ve o no. No importa si vuelve o no. Lo que importa es que ella... la verdadera Zelda... jamás habría dejado de luchar por Hyrule. Y yo no voy a traicionar eso.
Esta última declaración, hizo que la visión de la verdadera Zelda resplandeciera con una intensidad que rompía las sombras, iluminando un camino que parecía perdido. Ella no era un simple adorno, ni un recipiente vacío destinado a cumplir un propósito. Era la mujer con la que había compartido discusiones apasionadas, la que no temía desafiarlo y que siempre buscaba la mejor solución para Hyrule. Zelda era la incansable investigadora que pasaba noches enteras buscando respuestas, la líder que no aceptaba un mundo quebrado y que, una y otra vez, se levantaba para repararlo con sus propias manos. Era una fuerza inquebrantable, un faro para todos los que buscaban esperanza y cambio.
Zelda representaba más que un ideal; era una inspiración viviente, alguien que trabajaba sin descanso para construir un Hyrule digno de sus habitantes, un lugar donde cualquiera pudiera encontrar refugio y orgullo. No era una marioneta vacía ni un sueño idealizado. Era alguien real, con alma, voluntad y una determinación que Link ahora entendía que debía honrar.
Poco a poco, la imagen de la marioneta Zelda, cálida y perfecta pero vacía, empezó a deshacerse en sus brazos, convirtiéndose en polvo que se dispersaba con el viento. La mentira, la burla, se deshacía frente a su resistencia. Supo, con absoluta certeza, que aquello no era más que una ilusión. Una herramienta retorcida del Rey Demonio para tentar su espíritu.
Y no le importó: jamás aceptaría una versión distorsionada de ella, una sombra sin vida ni propósito, si eso significaba traicionar todo por lo que la verdadera Zelda había luchado. Desde el momento en que la había rescatado de sus cien años de confinamiento, había demostrado su fortaleza día tras día, y ahora, Link debía demostrar la suya.
Link sintió cómo el eco de sus pensamientos comenzaba a aclararse. Las palabras de la marioneta aún resonaban en su mente, sembrando dudas y cuestionando sus decisiones. Pero cuando levantó la mirada, ya no veía solo las sombras. En su mente, uno por uno, los rostros de quienes confiaban en él aparecieron con una fuerza abrumadora.
"No solo lucho por Zelda," pensó, y la revelación golpeó su corazón con una mezcla de claridad y culpa. Siempre había luchado por ella, por protegerla, por ser su escudo, pero en ese momento comprendió algo mucho más profundo: su lucha no era solo por Zelda, ni por un amor incierto.
"Lucho por Sidon," recordó con un destello de gratitud, la imagen de su amigo Zora siempre dispuesto a darlo todo, incluso cuando las probabilidades estaban en contra.
"Por Yunobo," pensó, recordando al Goron que siempre lo miraba con fe inquebrantable, dispuesto a seguirlo al fin del mundo.
"Por Riju, con su espíritu indomable, y por Tureli, que confió en mí cuando su pueblo más lo necesitaba."
La imagen de Mineru, siempre sabia, siempre presente, también lo reconfortó como un faro de razón en medio de la tormenta.
El velo de las tinieblas comenzó a disiparse, mientras los recuerdos de aquellos que habían estado a su lado, su verdadera familia en esta lucha interminable invadían su mente. En ese momento se dio cuenta que los momentos que él y los sabios habían vivido y compartido juntos, y, sobre todo, la promesa de los que aún estaban por llegar, eran la verdadera recompensa de su lucha.
"Lucho por todos ellos," se dijo, sintiendo cómo la carga de su cometido se transformaba. No era solo un deber impuesto por la diosa o una cruzada personal por Zelda. Era una promesa tácita a todos los que habían depositado su confianza en él, una responsabilidad que trascendía cualquier deseo personal.
La Espada Maestra en su mano vibró ligeramente, como si respondiera a la firmeza renovada en su corazón. Link entendió en ese instante que su deber no era algo que pudiera elegir abandonar.
"Hyrule me necesita," pensó, el eco de su propia voz resonando con más fuerza que las dudas que la marioneta había sembrado.
La oscuridad finalmente empezó a retroceder y con ella, la voz venenosa de su reflejo se fue apagando poco a poco.
Dando un paso al frente con confianza, alzó la Espada Maestra. La luz de la misma, reflejo de su determinación, se intensificó hasta convertirse en un brillo cegador, desintegrando los restos aun quedaban de su reflejo oscuro. La figura distorsionada dejó escapar un último grito de burla antes de desvanecerse finalmente en fragmentos de sombras, disueltos por la pureza de la luz. Al mismo tiempo, la oscuridad en su mente se dispersó, y un rayo de claridad y esperanza lo llenó por completo.
En ese momento, terminó la ilusión y Fuerte Vigía volvió a tomar forma frente a sus ojos. El Rey Demonio retrocedió, con el desprecio grabado en su rostro, al ver cómo la voluntad de Link se mantenía inquebrantable.
Entonces se dio cuenta de que Prunia, Rotver, Josha y los soldados lo miraban fijamente, preocupados. En sus caras vio una esperanza renovada, al verle consciente de nuevo. Los sabios, testigos del renacimiento de su fuerza, se acercaron de nuevo, lo rodearon y se encararon juntos al Rey Demonio mientras alzaban sus armas, listos para luchar a su lado. El sacrificio de Zelda y la lealtad de sus amigos se convertían en el escudo y la espada que Link necesitaba para seguir adelante.
El Rey Demonio lo observó desde las alturas, su sonrisa torcida apenas disimulando su desdén.
—Impresionante —dijo con una voz que resonó como un trueno distante—. Parece que tienes más fuerza de la que imaginaba. Pocos mortales tienen la voluntad de resistir la tentación del alma. Pero dime, Héroe, ¿cuánto más crees que puedes soportar? ¿Cuánto más podrás sacrificar antes de que incluso tu fuerza se quiebre?
Hizo una pausa, su sonrisa retorcida brillando en la penumbra.
—Pero no importa. La oscuridad siempre encuentra su camino. Tarde o temprano sabrás lo equivocado que has estado al no unirte a mí. Entonces, cuando todo lo que amas se haya desmoronado, cuando tus ideales se conviertan en cadenas, descubrirás que mi oferta no era una amenaza... sino tu única salvación.
Link venciendo su miedo y dudas, se encaró al Rey Demonio, sintiendo la libertad de quien vence a su propia sombra. Apoyando la Espada Maestra en su frente, en un gesto de profunda reverencia y concentración, cerró los ojos un instante. Mientras el brillo de la hoja sagrada se iba haciendo más intenso, la alzó con la mano derecha mientras hablaba. Sus palabras fuertes y llenas de confianza, resonaron en todo Fuerte Vigía con tal fuerza que la tierra pareció temblar:
—¡No me uniré a ti! Esta batalla no es solo por mi vida; es por Hyrule. De todas formas, aunque yo me rindiera y te entregara mi espada de poco te ayudaría. El poder de la espada no sirve de nada si la mano que la sujeta no tiene valor.
Link apretó con fuerza la empuñadura de la Espada Maestra, no como un simple guerrero, sino como el protector de Hyrule, como el heredero de los héroes que habían caído antes que él. No era solo una espada, sino un símbolo de resistencia, de lo que representaba la lucha por la luz y la esperanza, incluso en los momentos más oscuros. Al alzarla, su luz brilló con fuerza, como un faro de esperanza para todos los que aún luchaban a su lado.