Con el paso de los días, Rose y Camilo comenzaron a encontrarse con más frecuencia. Pasaban horas hablando, compartiendo sus historias, sus miedos, sus esperanzas. Cada encuentro era una mezcla de risas y lágrimas, un viaje hacia la sanación que ambos necesitaban.
Un día, mientras caminaban por el parque, Camilo le reveló un secreto: había empezado a escribir un libro sobre su experiencia con la pérdida. Rose se sintió inspirada. "Quizás debería hacer lo mismo", pensó. Hablar sobre su hermano, sobre lo que había perdido y lo que aún podía encontrar. La idea le dio una sensación de propósito.
El sol comenzaba a ponerse, y la luz dorada iluminaba sus rostros. En ese momento, Rose se dio cuenta de que había empezado a abrir su corazón de nuevo, a dejar que alguien más entrara en su vida. La tristeza seguía presente, pero ya no era la única protagonista de su historia.