Una noche, el peso de la tristeza volvió a caer sobre Rose. Se sintió abrumada y perdida en un mar de pensamientos oscuros. Decidió que necesitaba un espacio para desahogarse y se dirigió a la casa de Camilo. Al llegar, encontró a su amigo esperándola.
Sin palabras, Rose se lanzó a sus brazos, y las lágrimas comenzaron a fluir. Camilo la sostuvo con firmeza, como si estuviera tratando de protegerla de su propio dolor. "Estoy aquí", murmuró. En ese momento, Rose comprendió que la verdadera amistad significaba estar presente, incluso en los momentos más oscuros.
La noche se convirtió en un torrente de emociones. Habló sobre sus inseguridades, sobre cómo a veces sentía que no podía seguir adelante. Camilo la escuchó atentamente, sin prisa, y con cada palabra, Rose sintió que se liberaba un poco más.
A medida que la noche avanzaba, la conexión entre ellos se volvía más profunda. En medio del dolor, había un refugio, un espacio donde podían ser auténticos sin miedo al juicio. Esa noche se convirtió en un hito en su viaje, un recordatorio de que la vulnerabilidad puede ser una fuente de fortaleza.