Los días pasaron, y Rose comenzó a abrirse más a Camilo. En una conversación profunda, le confesó sus miedos más oscuros. "A veces siento que no merezco ser feliz", dijo, la voz temblorosa. Camilo, con sus ojos llenos de empatía, le respondió: "Nadie tiene el derecho de definir tu valía. La vida es compleja, y es natural sentir tristeza, pero eso no te quita el derecho a buscar la felicidad".
Esa reflexión resonó en Rose. Comenzó a comprender que su lucha no la definía. La tristeza era parte de su viaje, pero no el destino final. En el fondo, deseaba encontrar una manera de vivir con su dolor, no contra él.
Decidió empezar un diario. Cada día, escribiría sobre sus sentimientos, sobre los momentos de alegría que aún existían a pesar de la tristeza. Esta práctica se convirtió en una forma de liberar su carga emocional y permitir que la sanación comenzara a florecer.