En una noche de desahogo, Camilo llevó a Rose a un pequeño concierto en un café local. La música llenaba el aire, y aunque el lugar estaba lleno de gente, se sintió en un espacio seguro. A medida que las notas suaves acariciaban sus oídos, Rose recordó los momentos felices que había compartido con su hermano.
La música la envolvía en una especie de abrazo, y sintió que algo dentro de ella comenzaba a despejarse. En ese instante, comprendió que, aunque el dolor era parte de su vida, también había espacio para la alegría. Camilo la observaba con una sonrisa, y en su mirada había un entendimiento profundo.
Esa noche, Rose se atrevió a bailar. Los movimientos eran torpes, pero llenos de liberación. Al final del concierto, se sintió más ligera, como si la música hubiera barrido un poco de la oscuridad de su corazón. Camilo se unió a ella, y juntos se rieron, compartiendo un momento que se convertiría en un recuerdo valioso.