En una reunión comunitaria, donde se discutían proyectos para ayudar a los que estaban sufriendo, Rose conoció a Camilo. Era un joven de mirada profunda, que parecía cargar con su propio dolor. Al principio, Rose no se atrevió a acercarse, pero algo en su expresión la atrajo.
Cuando sus miradas se cruzaron, ambos sintieron una conexión inexplicable. Después de un rato, Camilo se acercó y comenzaron a hablar. Compartieron sus historias, sus pérdidas y, por primera vez, Rose sintió que alguien entendía su sufrimiento. Camilo también había perdido a un ser querido, y en sus ojos vio el mismo vacío que sentía.
A medida que la conversación avanzaba, una chispa de comprensión floreció entre ellos. Camilo le habló sobre cómo había encontrado en la escritura un refugio para su dolor. Rose sintió que había encontrado en él un compañero de viaje, alguien con quien podría compartir sus cargas sin temor a ser juzgada.