Sus garras afiladas perforaron a le mujer como una hoja fría que sobresalía de su pecho, y su sangre salpicó todo el suelo. El rojo comenzó a fluir por la hierba, llenando su brillo de su sangre y manchando el suelo a sus pies.
El demonio sacó su mano del pecho del ángel que quedó perforado. Acto seguido la hermosa mujer cayó al suelo.
En silencio absoluto.
Sus ojos seguían abiertos, mirando al demonio como se agachó junto a ella que quedó boca arriba tumbada en la hierba. Ella tuvo pocos segundos para pensar lo que había ocurrido. Aunque su corazón había sido dañado con una herida mortal y su pecho cada vez latía más rápido, su rostro era sereno, no mostró ni ira por la traición y la mentira del demonio. Ni tristeza porque su vida estaba desvaneciéndose…
Ni miedo porque el demonio abrió sus fauces para devorarla.
Con una paz incomprensible mientras exhalaba su último aliento. Incluso en la muerte, la hermosa luz de su figura con su piel pálida mezcladas con el color rojo de su sangre y el color blanco de su ropa, no se apagó por completo.
El demonio sonrió al ver la vida escapar de su cuerpo. Mirando como la luz de sus ojos desaparecieron. Se inclinó sobre ella y, en un gesto de satisfacción macabra, tomó su brazo con sus manos y arrancó un pedazo de carne con sus dientes. Sin embargo, al morderla, luego de masticarla se dio cuenta de que el sabor no le complacía.
La carne del ángel era tan pura y libre de maldad que su gusto no lo podía asimilar y le daba repulsión seguir comiéndola. No era como la de los animales que solía devorar. El sabor le resultó tan desagradable que escupió el pedazo de carne de su boca con desdén.
Desinteresado y frustrado por la experiencia, el demonio se levantó, dejando el cuerpo sin vida de la mujer allí, tendido en el suelo. Sin mirar atrás, decidió alejarse del lugar, su mente ya iba en busca de nuevas presas y nuevos placeres ocultos.
Más tarde, mientras el demonio caminaba por el bosque. Escuchó el sonido del agua fluir. Siguiendo al origen del sonido, el demonio se encontró con un pequeño lago que tenía una cascada. Él se introdujo en el agua, con su cuerpo semi desnudo que solo lo tapaba las viejas pieles de sus pantalones rotos.
Cuando estaba bañándose, de pronto notó que alguien lo observaba. Un particular olor había estimulado sus instintos y por ello originó su necesidad de girarse hacia el oscuro bosque. Allí donde la alta hierba y la maleza no dejaban ver, pero para los ojos de un demonio eran como mirar a un cristal transparente.
Allí apareció una mujer. Ella era el ángel que antes había asesinado. La cual se acercó al igual que el demonio al origen del sonido del agua cayendo de la cascada. Ella se inclinó en el borde del pequeño lago para beber agua y refrescarse.
Mientras lo hacía, se despojó de su ropa manchada de sangre y se adentró en el agua para darse un baño. El demonio, oculto entre las sombras, la observaba desde lejos, pero ella notó su presencia y lo miró directamente a los ojos.
¿Cómo podía estar viva? Fue lo que se preguntaba el demonio. Sorprendido por la inexplicable situación, él le gritó malhumorado, ordenándole que se fuera. "¡Vete de aquí!"
Su ira lo hizo pecar.
Sin embargo, cuando sus miradas se cruzaron de nuevo, el demonio se dio cuenta de algo aún más incomprensible.
Su sorpresa fue evidente, pero el ángel, en lugar de mostrar miedo o rechazo, le sonrió con alegría, como si estuviera genuinamente contenta de verlo una vez más.
El demonio no podía entenderlo. ¿Por qué se alegraba? Fue entonces cuando observó algo que antes había pasado por alto: una aureola brillaba suavemente sobre su cabeza, emitiendo una luz cálida y constante.
El ángel, mientras tanto, continuó bañándose, sus movimientos tranquilos y relajados, a pesar de la presencia de aquel que la había matado. Su cuerpo desnudo era inexplicablemente hermoso y elegante. Ella sin ninguna malicia, se dirigió al demonio con curiosidad en su voz. "¿Por qué lo hiciste?", le preguntó suavemente, refiriéndose al momento en que él la apuñaló su corazón.
El demonio, todavía confundido por todo lo que estaba ocurriendo, simplemente respondió: "Tenía hambre". Su respuesta era directa y sincera. No esperaba ninguna comprensión por parte de la mujer, pero su respuesta lo desconcertó aún más.
"Lo entiendo", dijo el ángel con una voz calmada y sin juicio. "Si alguna vez vuelves a tener hambre, si tu vida corre peligro, puedes volver a devorarme si lo deseas".
El demonio no sabía qué decir. Había pasado toda su vida luchando por sobrevivir, siempre poniendo su vida en peligro, siempre defendiéndose con lo poco que tenía. Nunca había conocido a nadie que se preocupara por él, y mucho menos que estuviera dispuesto a ofrecerse a sí mismo de manera tan desinteresada. Esta compasión, esta bondad, lo perturbaba profundamente. No sabía cómo procesar esas emociones.
Pero había algo que lo atraía. Había algo en aquella figura tan hermosa de la mujer que no podía apartar la vista de ella. El demonio sintió un deseo ineludible por ella. Una atracción que surgía por la necesidad más primordial de cualquier ser vivo.
Fue entonces que, llevado por una mezcla de frustración, confusión y deseo primitivo, el demonio se acercó al ángel, la tomó de los brazos y, sin ningún otro pensamiento en su mente, la forzó en aquel lago. No fue un acto de amor ni de conexión, sino de dominio y placer. En su mundo, donde la fuerza y el poder eran las únicas leyes, este era el único modo que conocía para expresarse.
Su lujuria lo hizo pecar.
Cuando todo terminó, el ángel lo miró, con una mezcla de inocencia y curiosidad. "¿Qué te sucede?", le preguntó, como si no comprendiera por completo sus motivos.
El demonio, carente de cualquier sutileza o comprensión profunda de las emociones humanas, respondió sin pensar: "Tenía ganas de hacerlo". Sus palabras eran crudas, sin remordimiento.