El demonio miró su propio corazón, aún en su mano, y recordó lo ocurrido. "Es cierto... me arranqué el corazón para ser igual que tú." Sus palabras eran un eco de su propia confusión y deseo. El ángel lo miró intrigada, inclinando la cabeza suavemente. "¿Por qué?", preguntó. El demonio suspiró, con un brillo de vulnerabilidad en sus ojos.
"Quería tener solo un corazón... como el tuyo, tan brillante y hermoso. Sentía envidia de ti, de lo que eres. Perdóname."
Era la primera vez que el demonio pronunciaba tan bellas y sinceras palabras, completamente desnudas de su habitual oscuridad.
Al bajar la mirada hacia su interior, donde antes reinaba la más absoluta oscuridad, algo nuevo apareció. Allí, en el abismo donde su segundo corazón había permanecido inerte durante tanto tiempo, ahora palpitaba con vida. Y lo más sorprendente de todo: brillaba. No era un resplandor tan fuerte como la del ángel, pero era una pequeña luz tenue que se encendía en su interior. Eso lo llenó de una felicidad increíble, una que nunca antes había sentido. Esa pequeña chispa de luz iluminaba lo que antes era absoluta oscuridad.
"Ahora lo entiendo..." murmuró el demonio, mirando a la mujer con ojos relucientes. "Gracias... gracias por hacerme tan feliz." En sus palabras había una gratitud genuina, algo que jamás había pensado que podría sentir.
El ángel, al escuchar esas palabras, no pudo contener las lágrimas. Pero esta vez no eran lágrimas de tristeza, sino de dicha y agradecimiento. Sentía por fin después de todo este tiempo que su todo su esfuerzo, su cariño, y su amor, le había sido correspondido. Sintió que el propósito de su vida por fin se había cumplido.
"Te amo", dijo, su voz quebrada por la emoción.
Nunca había sentido algo tan puro, tan intenso. El demonio la miró profundamente a los ojos y, con una suavidad inusual en él, respondió: "Te amo."
Sus manos se entrelazaron, y en ese gesto simple, pero cargado de significado, ambos encontraron algo que ninguno de los dos había imaginado posible. Se acercaron el uno al otro, y en el silencio que los rodeaba, juntaron sus labios en un beso de amor. Aquel beso puro y lleno de pasión no fue solo un gesto físico; fue un intercambio de sus almas, de sus mundos opuestos.
En ese momento, ambos se dieron lo que nunca pensaron que podrían ofrecerse: el demonio, que había conocido solo la oscuridad y el egoísmo, entregó su vulnerabilidad y sus lágrimas al ángel; y el ángel, que solo había conocido la pureza y la luz, ofreció su amor sin condiciones a alguien marcado por la oscuridad. En ese beso, se regalaron mutuamente lo que les había faltado desde el principio.
El ángel recibió las lágrimas de un demonio, y el demonio recibió el amor de un ángel.
Así que ambos siguieron juntos, entrelazados en un vínculo eterno, y con el tiempo, nació el primer humano, fruto del amor entre un ángel y un demonio. Este ser, con su mezcla única de luz y oscuridad, encarnó la unión de sus dos mundos, portando en su interior la esencia de sus padres. Los pecados y las virtudes de ellos se unieron formando uno.
El dragón blanco, desde lo alto de su cielo estrellado, observó a la pareja con una profunda satisfacción. En su contemplación, se dio cuenta de algo crucial que había pasado por alto al pedir su deseo al árbol de la vida: había creado no solo a un ser humano, sino también un puente entre los opuestos. En ese instante de revelación, comprendió que la vida había regresado a su forma de origen.
Cuando un demonio y un ángel se unen, nace un humano, la creación más perfecta e imperfecta de Dios, y por ello es la más vida más hermosa.
Fin.