Fue entonces cuando el demonio comenzó a ver en la oscuridad, no la oscuridad física que siempre lo había rodeado, sino la oscuridad en su propio corazón.
Dos seres nacidos del mismo árbol: Un ángel y un demonio. Un ser nacido de la luz y otro de la oscuridad.
Y por primera vez, el demonio vio la diferencia entre ellos.
En ese instante, algo despertó dentro de él. Sus ojos, que antes sólo veían el mundo a través de la violencia y el egoísmo, se volvieron completamente oscuros eclipsando sus pupilas con el contorno rojo de su iris.
Con esos ojos fue capaz de ver mucho más allá de la superficie de la piel, y lo que descubrió en su interior cuando observó a la mujer, era su corazón. Allí, ante sus ojos, brillaba con una luz suave y pura, algo que jamás había visto. Su corazón era hermoso, estaba lleno de bondad y amor.
Ahora el demonio quiso ver adentro de su propio cuerpo. Buscó en su interior, bajo las profundidades de su oscuridad dentro de su pecho, pero cuando intentó ver dentro…
Sólo vio oscuridad.
El contraste lo estremeció. Pasaron horas y ninguna luz aparecía en su interior. Y cuanto más tiempo pasaba con la mujer, más comprendía que había algo profundamente roto dentro de él. Desconcertado, el demonio vio lo que había en su interior.
Él tenía dos corazones.
Uno de sus corazones latía con fuerza, lleno de furia, egoísmo y deseo. El otro, en cambio, estaba inmóvil, frío, completamente dormido. Se preguntó si tal vez ese segundo corazón era el mismo que la mujer poseía, uno que latía con compasión y luz. Pero ¿por qué el suyo no se movía? ¿Qué lo hacía diferente a ella? El ángel tenía solo un corazón, uno que brillaba con intensidad, mientras que él tenía dos, y ninguno podía brillar de esa forma.
La envidia y la frustración lo consumieron. ¿Cómo era posible que, teniendo dos corazones, nunca podría hacer brillar ninguno como el de aquella mujer? Esa sensación de impotencia creció hasta convertirse en un odio profundo hacia sí mismo. En un arrebato de desesperación, el demonio decidió que no merecía seguir con ese tormento. Así que cerrando con fuerza su puño.
Cogió con sus propias manos, y con sus garras atravesó su pecho.
El demonio agarró el corazón que aún latía, el corazón lleno de rabia y oscuridad, y lo arrancó violentamente. Sangre negra brotó de la herida a borbotones mientras sostenía su propio corazón en la mano, pero no sentía alivio, ni liberación. En cambio, lo invadía una profunda tristeza. Su otro corazón, dormido, seguía allí, inmóvil y apagado.
Su envidia lo hizo pecar.
El demonio comprendió, demasiado tarde, que no se trataba de arrancar lo que latía con odio. Lo que necesitaba era aprender a despertar lo que había permanecido dormido en su interior todo ese tiempo. Y así fue como su vida se desvaneció apagando sus ojos.
Cuando la mujer despertó, encontró al demonio tendido a su lado, muerto, con su propio corazón en la mano. La primera reacción del ángel fue quedarse muda, el shock la paralizó.
No comprendía lo que veía… ¿Por qué había muerto?
¿Por qué tenía su corazón arrancado? No lo entendía…
¿Qué lo había llevado a tal acto de desesperación? Por mucho que pensara, no encontró respuesta…
¿Ahora qué hago? Se quedó sola con el silencio…
Cuantas más preguntas se hacía, más profunda se volvía su confusión y su dolor. El ángel, que nunca había sentido el peso de la tristeza, comenzó a experimentar algo oscuro dentro de ella. En su corazón que palpitaba en agonía brotaba una oscuridad que jamás había habitado en su interior. Su pecho le presionaba como si algo fuera a desgarrarse de él, y por primera vez en su vida.
Un ángel comenzó a llorar.
Las lágrimas rodaron por su rostro, y mientras sujetaba el corazón frío del demonio en sus manos, se dio cuenta de que no podía detener aquel torrente de emociones desconocidas.
El agua que derramaba de sus ojos no paraba de salir… ¿Qué es esto?
¿Por qué estoy llorando?, se preguntaba. Pero en el fondo, lo sabía: era tristeza, una pena tan profunda que nunca había conocido. Sentía un vacío que se abría en su interior. Con las manos temblorosas, sostuvo el corazón inerte del demonio y murmuraba entre sollozos:
"Lo siento… lo siento tanto. Es mi culpa, todo es mi culpa."
Cada lágrima que caía desde sus ojos brillaba con una luz suave y pura, como un reflejo de su propia alma. Cuando esas lágrimas tocaron el rostro manchado de sangre del demonio, algo inesperado ocurrió: sus ojos, que habían estado cerrados en la muerte, comenzaron a abrirse lentamente. Y lo primero que vio fue la figura del ángel, con sus manos cubriendo su rostro, llorando desconsoladamente.
El demonio, confuso y débil, alargó su mano hacia ella, tocando suavemente su brazo. "¿Por qué lloras?"—preguntó, su voz apenas un susurro, llena de asombro.
El ángel levantó la cabeza con incredulidad. No podía ser real. ¿Cómo era posible que él estuviera vivo después de lo que había hecho? Pero allí estaba, mirándola con esos mismos ojos que habían visto la oscuridad. Al ver que él estaba consciente, una ola de alivio y felicidad inundó su corazón. Toda su tristeza fue reemplazada por una luz resplandeciente que iluminó su ser por completo.
Con lágrimas todavía en los ojos, el ángel lo abrazó con fuerza, como si el tiempo se hubiera detenido junto a él. "Pensé que habías muerto", dijo en un susurro emocionado, sus palabras entrelazadas con sollozos. El demonio, aún aturdido, sintió algo nuevo dentro de sí. No era simplemente el hecho de haber vuelto a la vida, era el acto de que por primera vez alguien estaba llorando por él, no de miedo o de sufrimiento, sino por amor.
El ángel seguía abrazándolo, sintiendo su calor regresar poco a poco. "No vuelvas a irte", le pidió suavemente, aferrándose a él, mientras el demonio, sin entender del todo lo que había ocurrido, simplemente la sostuvo en silencio.