Angel and Demon Is it a sin for me to fall in love with you?

🇪🇸Writer_Lion
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Synopsis

Capítulo 1: El origen de la vida

En algún lugar lejano, remoto y oscuro. Donde nada existía, ni el pensamiento, ni la energía. Ni la maldad o la bondad. Ni el espacio, ni el tiempo.

Este lugar, conocido como el vacío, era una vasta nada, desprovista de cualquier forma de vida. En medio de esta inmensidad desolada, solo había una existencia: una pequeña semilla. Era la semilla del Árbol de la Vida, un ser de potencial infinito que brotó en medio de la oscuridad primordial.

Con una explosión de luz y energía de esa semilla, el universo comenzó a tomar forma.

Se crearon galaxias, estrellas y planetas, y entre ellos, nació el primer planeta donde la vida comenzó a florecer en su sistema solar.

El árbol de la vida era gigantesco, y tenía la apariencia de un Bonsái con la copa de hojas del color de un Cerezo. Sus raíces se extendían desde el primer planeta donde nació hasta los límites del universo. En forma de energía las raíces de luz formaban la parte espiritual y esencial del cosmos que conseguía establecer un equilibrio.

El Árbol de la Vida, aunque poseía un poder inmenso y era el origen de todo lo que vendría, no tenía razonamiento. No podía pensar como lo haría un animal o una persona, él no podía soñar, su consciencia era más similar al de una planta como ser vivo y, sin embargo, contenía en su interior el potencial de todo lo que existía y formaba parte de él. Era un ser omnipotente y omnipresente.

El dios de la creación.

Consciente de su propia limitación, el Árbol de la Vida decidió llenar ese vacío existencial creando un ser que llevaría consigo la sabiduría y la razón. Así, en un acto de profunda creación, la semilla se transformó en un nuevo ser, uno que podría observar, reflexionar y experimentar el universo en toda su complejidad.

Este ser sería el primer pensador racional, un guardián del conocimiento y la conexión entre el vacío y el mundo que estaba floreciendo a su alrededor. Expandiéndose hasta el infinito.

De las ramas del árbol surgieron varios frutos, y dentro de uno de ellos, un huevo cristalino emergió. Cuando el fruto cayó al suelo herboso, el huevo se alimentó del fruto, absorbiendo su energía durante milenios. Hasta que un día, la cáscara se agrietó.

De su interior surgió una criatura majestuosa, pura como la luz misma y radiante como el amanecer. Con escamas plateadas que reflejaban el brillo de las estrellas, grandes alas que parecían tejer el cielo y una cola enorme que ondulaba con gracia, este ser omnisciente fue nombrado.

El dios Dragón.

Esta criatura no solo portaba el conocimiento, sino que también albergaba la esencia de la mente de Dios que una vez formó parte del Árbol de la vida, pero que ahora se había vinculado a este nuevo ser.

El Dragón era blanco y tenía alas que lo elevaban más allá de las estrellas, su ser resplandecía como el propio cosmos. Era capaz de viajar entre galaxias y sistemas solares, extendiendo su luz por los rincones más oscuros del universo. A donde quiera que iba, observaba la vida que florecía, analizaba el caos y el orden, y cuestionaba su propio propósito como creador.

Sin embargo, a pesar de la magnificencia del cosmos y de la variedad de seres que habitaban en él, tras millones de años, el dragón comenzó a sentirse solo. Ninguna criatura podía compartir su visión ni su comprensión. Era un testigo silencioso del ciclo de la vida que carecía de compañía. A pesar de todo el esplendor que contemplaba, no había otro ser con el que pudiera compartir sus pensamientos, o su razón de ser. Aunque él podía comunicarse con el árbol de la vida, este no podía emitir mensajes, sólo escuchaba su sufrimiento y soledad. Una ansiedad que lo ahogaba en el mundo que había creado.

Fue entonces, en un rincón remoto del universo, que ocurrió algo inesperado. Luego de una eternidad apareció el primer ser capaz de comprender lo que lo rodeaba.

El ser humano.

Este nuevo ser no solo era consciente de su existencia, sino que también podía reflexionar sobre ella. Cuando el dragón vio al ser humano por primera vez, su corazón se llenó de una felicidad que no había conocido antes. Por primera vez, la creación había dado vida a algo que aliviaba su eterna soledad.

Pero esa felicidad fue efímera. Pronto, el dragón observó con desilusión que los mismos instintos primitivos que habían guiado a otras formas de vida estaban también arraigados en la humanidad.

El miedo, la ira, la pereza, la gula, la lujuria, la codicia y la envidia —emociones que habían surgido en menor grado en otras criaturas— se manifestaban con mayor fuerza y complejidad en el ser humano. Estos pecados oscuros parecían nuevos, pero al mismo tiempo, eran una extensión de los impulsos más básicos que habían gobernado a otros seres desde el principio del tiempo.

El dragón blanco se dio cuenta de que, aunque el ser humano tenía la capacidad de razonar y de crear, también estaba atrapado en los ciclos de corrupción que ellos mismos habían marcado en sus vidas y civilizaciones.

Fue entonces que su esperanza de encontrar una compañía perfecta se desmoronó lentamente al ver cómo los seres humanos cedían ante sus debilidades. Y así, lo que comenzó como una creación divina que llenaba su vacío, pronto se convirtió en una fuente de dolorosa decepción.

El dragón blanco, nuevamente envuelto en la soledad y la incomprensión, comenzó a dudar de su propia creación. A pesar de su poder y sabiduría, se dio cuenta de que el ser que podría comprenderlo plenamente aún no existía.

En un momento de desesperación y reflexión, pensó que tal vez el compañero ideal no podía surgir espontáneamente del caos, sino que debía ser una creación exclusiva suya, nacida de su voluntad y esencia. No de una evolución prematura y reciente. Un ser que era insignificante si lo comparábamos con el resto de creaciones en el universo.

Los humanos no eran más que hormigas en este inmenso mundo. Su función no iba más allá que su propio instinto de supervivencia. Por eso mismo llegó el día en que se extinguieron. Su arrogancia de sentirse como seres superiores los cegó completamente hasta el punto que ellos mismos se autodestruyeron.

El dragón sintió una profunda tristeza y desilusión al ver el resultado trágico que había presenciado por milenios una y otra vez hasta que ninguno de ellos pudo sobrevivir.

Así fue como decidió volver al lugar donde él mismo había nacido: bajo la copa del Árbol de la Vida. Allí, frente al símbolo de toda la creación, el dragón le hizo una petición.

"Que nazcan dos seres humanos con sus virtudes y pecados separados en cuerpos distintos."