El sonido sordo de los cascos sobre el suelo de piedra resonaba a lo lejos, un eco que marcaba el ritmo de la persecución. Kael avanzaba rápidamente por los pasillos oscuros de la fortaleza, su mente centrada en una sola cosa: escapar. El sabotaje de los depósitos de Vitalis había sido más exitoso de lo que esperaba, pero el precio de esa victoria fue el caos que ahora se desataba a su alrededor. Los pilares de energía se habían descontrolado, liberando una explosión de Vitalis que había alertado a los guardias, y la infiltración que había comenzado con tanto sigilo se había convertido en una batalla a vida o muerte.
Rothar, por su parte, había logrado liberar a algunos prisioneros, pero los gritos de alarma se habían extendido rápidamente por la fortaleza. Los guardias se habían movilizado, y ahora estaban siendo cazados como presas. Kael sentía la presión en su pecho, la adrenalina bombeando por sus venas mientras sus pasos se apresuraban por los pasillos oscuros. Estaba casi allí, casi podía ver la salida, pero el sonido de las patrullas enemigas cada vez más cerca lo hacía sentir que la esperanza se le escapaba.
"Rothar," murmuró para sí mismo, su voz tensa. Sabía que su compañero de armas podría estar enfrentándose a una situación aún más peligrosa. Si no se reunían pronto, ambos se perderían.
Con la respiración entrecortada, Kael alcanzó una esquina y se agachó, esperando, atento al sonido de los guardias que se acercaban. Sus dedos rodearon la empuñadura de su espada con fuerza, sus ojos observando los movimientos en la penumbra, ansiosos por cualquier movimiento que delatara a sus enemigos. Apenas podía oír sus propios pensamientos sobre el estruendo de su corazón, acelerado por la ansiedad.
Un grito repentino rompió el silencio. El sonido venía de la dirección opuesta, y Kael no dudó ni un segundo. Se apresuró a girar la esquina, buscando la fuente del grito. La imagen que se presentó ante él fue un caos: Rothar, rodeado por al menos media docena de soldados, luchaba con destreza, pero los números estaban en su contra.
"¡Rothar!" gritó Kael, desenvainando su espada con una rapidez peligrosa.
En ese momento, el mundo pareció ralentizarse. Kael vio cómo Rothar desviaba el golpe de una lanza, sus movimientos rápidos y precisos, pero agotados. La pelea había durado demasiado, y aunque su habilidad era formidable, el cansancio comenzaba a cobrar factura. Un soldado se lanzó hacia él con una espada elevada, pero Rothar, con su agilidad, logró esquivar el golpe, contraatacando con una brutal estocada. Sin embargo, el costoso error de su movimiento lo dejó expuesto a un segundo ataque.
Fue entonces cuando Kael intervino.
Con un rugido primal, Kael corrió hacia el grupo de soldados, sus pies pisando el suelo con fuerza. Sus sentidos, enfocados al máximo, percibían todo lo que ocurría en un solo instante: la velocidad de los movimientos de los enemigos, los ángulos perfectos para su ataque, la posición de Rothar. Llevaba semanas entrenando su cuerpo para responder con rapidez, pero no estaba listo para enfrentarse a tantos enemigos a la vez. No obstante, sabía que no tenía opción. Era ahora o nunca.
Con una fuerza renovada por la urgencia, Kael cortó de un solo tajo la espada de uno de los soldados, y antes de que este pudiera reaccionar, lo empujó hacia el suelo. La ventaja de la sorpresa jugó a su favor, y los soldados, atónitos por la aparición de un nuevo combatiente, dudaron por un segundo. Ese segundo fue suficiente.
Rothar, recuperando el aliento, aprovechó la distracción y giró sobre sus talones, propinando un certero golpe a uno de los guardias más cercanos. Los dos se enfrentaron a los soldados con una sincronización perfecta, cada movimiento estaba dirigido con precisión quirúrgica, pero el número de enemigos era abrumador. Por cada uno que caía, dos más se presentaban.
"¡Retírense!" ordenó Rothar con voz firme, intentando abrirse paso hacia un pasillo lateral. La situación estaba empeorando y, a pesar de su fuerza, los dos sabían que no podían seguir luchando sin descanso. Si querían sobrevivir, debían encontrar una manera de escapar y reagruparse.
Pero los soldados no dieron tregua. Una voz resonó por el pasillo: "¡Refuerzos, rápido!"
Un ejército entero de soldados parecía estar convergiendo sobre ellos. Kael y Rothar intercambiaron una mirada. Sabían que no había más tiempo. Si no escapaban ahora, quedarían atrapados en ese pasillo sin salida.
"Por aquí," susurró Kael, señalando un pasaje oscuro que se extendía a su izquierda. Era su única oportunidad.
Ambos corrieron hacia el pasillo, esquivando los golpes de las espadas que los soldados intentaban asestarles. Kael sintió una presión creciente en su pecho, el uso continuo del Vitalis comenzaba a pasar factura. Sus músculos se sentían rígidos, como si el peso de la fatiga fuera más pesado que nunca. Pero no podía detenerse. No podía dejar que Rothar cayera en manos del enemigo.
A medida que avanzaban por el pasillo, Kael oyó un rugido que provenía de un extremo del corredor. Un soldado, más grande y más imponente que los demás, emergió de las sombras, bloqueando el paso. Su armadura negra estaba adornada con símbolos oscuros, y su presencia parecía absorber la luz misma.
"Este es el final para ustedes," dijo el soldado con una voz profunda y resonante, como si cada palabra fuera una condena.
Kael no dudó. Avanzó hacia él con determinación, su espada lista para el enfrentamiento. Sabía que este no sería un combate fácil. El soldado frente a él no era un simple guardia, sino un guerrero experimentado, posiblemente uno de los lugartenientes de Garhul.
El enfrentamiento comenzó con una ráfaga de movimientos rápidos. El soldado bloqueó el primer golpe de Kael con una facilidad aterradora, su espada pesada como una pared. Cada golpe de Kael se deslizaba contra su oponente como si fuera un bloque de piedra. Pero Kael no se detuvo. Su mente estaba enfocada en la idea de ganar, de sobrevivir, de liberar a los prisioneros.
Cada uno de sus ataques estaba imbuido con el Vitalis que había aprendido a controlar, y aunque su cuerpo comenzaba a ceder por la fatiga, la fuerza de su voluntad lo impulsaba. El soldado reaccionó rápidamente, atacando con un golpe feroz que rozó el rostro de Kael, dejando una pequeña herida en su mejilla. La sangre se mezcló con el sudor que perlaba su frente, pero Kael no vaciló.
Con un grito de furia, Kael aprovechó la apertura que su enemigo le ofreció. Su espada se deslizó con una velocidad inesperada, atravesando la defensa del soldado. El guerrero fue herido en el costado, pero no cayó. Con un gruñido de rabia, el soldado empujó su espada hacia Kael con una fuerza colosal, obligándolo a retroceder.
"¡Kael!" gritó Rothar desde atrás, advirtiéndole sobre la aparición de más soldados.
Con una última mirada a Rothar, Kael tomó una respiración profunda, ignorando el dolor que se acumulaba en su cuerpo. Sabía que si no derrotaba a este guerrero, todo estaría perdido. Con un grito de esfuerzo, Kael canalizó su Vitalis restante en un solo ataque. El flujo de energía se desbordó, llenando su espada de un brillo intenso. Con un golpe certero, logró atravesar la armadura del soldado, finalmente derribándolo.
El enemigo cayó al suelo con un estrépito, su cuerpo inerte.
"Rothar, tenemos que irnos ahora," dijo Kael, su voz rasposa, su cuerpo colapsando bajo el peso de la fatiga. Ya no tenía energía para seguir luchando.
Rothar lo observó, y aunque su rostro estaba lleno de preocupación, asintió. Juntos, corrieron hacia el pasillo que aún les ofrecía una salida. Sabían que no podían quedarse ni un segundo más.
"Vamos, Kael," dijo Rothar, su tono grave. "Esto no ha terminado."
Los dos se adentraron en la oscuridad, alejándose del caos y de las fuerzas que amenazaban con atraparlos. La infiltración había fracasado, pero la lucha por la libertad estaba lejos de acabar.