El horizonte de Silence se desdibujaba en una cortina de sombras. La fortaleza de Garhul, ahora reducida a escombros humeantes, había dejado de ser el bastión de oscuridad que había sido. A su alrededor, el campo de batalla era un monumento a la desolación. El viento, cargado con el sabor del metal y el polvo, acariciaba el rostro de Kael mientras él, con esfuerzo titánico, avanzaba hacia la zona de escape.
Había logrado su objetivo: liberar a los prisioneros cautivos de Garhul. Aquellos que, durante tanto tiempo, habían sido piezas en el tablero de un juego mortal jugado por los hombres más poderosos de Silence. Kael no era un héroe, no aún, pero al menos podía marcharse con la sensación de que había hecho lo correcto.
Sin embargo, su cuerpo, ese recipiente agotado por las batallas, las heridas y el uso desmedido del Vitalis, ya no respondía. Sus pasos eran erráticos, como si el suelo estuviera cediendo bajo él, y el dolor en su pecho lo atravesaba con cada inhalación. El viento soplaba, y en su mente, Kael sentía que el mundo se desvanecía lentamente.
El Vitalis, esa energía que le había dado la fuerza para luchar, para superar sus miedos y enfrentar sus demonios internos, comenzaba a desvanecerse en su interior. La explosión de energía que había desatado en su combate con Garhul había sido demasiado. Había forzado su cuerpo más allá de lo que debería haber sido posible, y ahora estaba pagando el precio. Su Vitalis, esa energía pura que lo había mantenido con vida, estaba desapareciendo, como si estuviera drenado hasta la última gota. La sensación era insoportable, un vacío creciente que se expandía dentro de su pecho, haciendo que su cuerpo perdiera fuerza. Los músculos se le aflojaban, y la fatiga le nublaba la mente. Sentía como si su vida se estuviera desvaneciendo, deslizándose entre sus dedos, irremediablemente.
Con cada paso que daba hacia el refugio, Kael sentía más distante la línea entre la vida y la muerte. Sus compañeros prisioneros liberados, ahora guiados por Rothar y algunos otros sobrevivientes, caminaban a su lado, sin darse cuenta de la gravedad de su condición. Ellos se aferraban a la esperanza que Kael les había dado, pero él sabía que no duraría mucho más. Si no encontraba una solución, si no podía encontrar alguna manera de sostener su Vitalis, todo lo que había hecho, todo lo que había luchado por conseguir, terminaría en vano.
"Kael... necesitamos detenernos. Descansa un momento," dijo Rothar, quien había quedado cerca de él, observando su rostro demacrado.
Kael lo miró brevemente, sus ojos ya opacos de fatiga. "No… no podemos detenernos," respondió, su voz quebrada. "Ellos... los prisioneros... necesitan salir de aquí. No puedo... no puedo permitir que todo esto haya sido en vano."
Rothar, preocupado, se inclinó hacia él. "Kael, estás al límite. El esfuerzo ha sido demasiada carga para ti. El Vitalis... el agotamiento… ya no puedes seguir. Déjanos encargarnos del resto. Tú... tú ya has dado más de lo que cualquiera podría pedir."
Pero Kael no quería oírlo. Sabía que su tiempo se agotaba, que su Vitalis lo estaba dejando. Pero no podía ceder. No después de todo lo que había pasado, después de todo lo que había sacrificado. No podía abandonar a los prisioneros, no podía permitir que su sacrificio fuera en vano.
"Escúchame," dijo con voz más fuerte de lo que creía posible, aunque la fatiga pesaba en sus palabras. "No me detendré. No puedo... no puedo dejar que esto termine aquí."
Con esfuerzo, Kael forzó sus piernas a moverse de nuevo, tropezando, pero manteniéndose en pie. Cada paso lo acercaba a la salida, a la libertad, pero cada paso también lo alejaba más de la razón, de su voluntad. La sensación de que su Vitalis se agotaba era cada vez más real, como si se estuviera desintegrando. La oscuridad lo rodeaba, y las sombras de la muerte empezaban a reclamarlo.
Rothar, viendo que la situación empeoraba, no pudo hacer más que seguirlo de cerca, mirando con preocupación el deterioro de su compañero. Pero el viejo guerrero sabía que había poco que podía hacer, especialmente después de lo que había sucedido. El Vitalis de Kael no solo se había agotado por el esfuerzo físico, sino que la intensa batalla que había librado con Garhul había tenido un efecto devastador. La energía vital que él había usado había alcanzado su límite, y ahora el precio de esa sobrecarga comenzaba a hacerse evidente.
Mientras caminaban hacia la salida, los prisioneros seguían avanzando, pero pronto Kael se dio cuenta de algo que lo hizo detenerse por completo. La niebla, densa y espesa, comenzó a cubrir el camino. Era un signo claro: las fuerzas de Garhul no iban a permitir que se escaparan tan fácilmente. La batalla final no había terminado aún.
"Rothar… nos están siguiendo," dijo Kael, su voz débil pero cargada de urgencia. "Debemos seguir adelante, debemos llegar al límite del continente. No podemos permitirnos caer ahora."
Rothar asintió con la cabeza, pero su rostro mostraba una preocupación creciente. El tiempo se agotaba, y Kael sabía que sus fuerzas se habían ido. En su mente, se deslizaban recuerdos de su vida anterior, de todo lo que había perdido, y una sensación abrumadora de impotencia lo invadió. De nuevo estaba cerca del final, de nuevo el destino parecía burlarse de sus esfuerzos.
Y entonces, en medio de ese caos interior, algo sucedió. Una presión en su pecho, un calor que comenzó a recorrer su cuerpo desde lo más profundo de su ser. No era el Vitalis. No era la fuerza que lo había mantenido en pie hasta ese momento. Era algo diferente. Algo que Kael no había sentido jamás. Como si el mismo flujo de vida lo estuviera abandonando para darle una última oportunidad.
En ese momento de desesperación, Kael escuchó una voz en su mente, una voz familiar, pero distante. Era su hermana pequeña, la que había quedado atrás en el continente. La que él había dejado atrás al tomar su camino hacia la fuerza.
*"Kael… no te rindas. Tienes que luchar. Siempre lo has hecho."*
Era un eco de su pasado, un recordatorio de lo que había sido. Y por alguna razón, ese pequeño susurro le dio la fuerza para continuar. Un destello de luz, tan tenue como el último suspiro de un alma, comenzó a manifestarse en su interior.
De alguna forma, Kael sabía que el Vitalis no se agotaba del todo. Había algo más. Un poder que lo conectaba con todos los que había perdido, con todos los sacrificios que había hecho. Su hermana, sus padres, sus amigos. Su lucha no había sido en vano.
Con un último esfuerzo, Kael levantó la mano, intentando convocar todo lo que quedaba de su Vitalis. Pero esta vez, no era solo su propio poder lo que invocaba. Era la conexión con su propia humanidad, con los recuerdos de aquellos que lo habían apoyado.
"Rothar, corre… llévalos a salvo. Yo… yo los alcanzaré."
Y así, mientras la niebla lo envolvía por completo, Kael, debilitado y casi sin aliento, sintió cómo un destello de esperanza comenzaba a arder en su interior. Una última chispa de Vitalis estaba naciendo dentro de él, una chispa que lo mantendría en pie solo un poco más, suficiente para escapar, suficiente para salvarlos.
Pero esa chispa, aunque brillante, no podría durar mucho más.
Y Kael, con el peso de sus decisiones sobre sus hombros, avanzó hacia la última batalla de su vida.