Durante esos largos días de entrenamiento, Victor mantenía su enfoque en la batalla inminente contra Xal'Azar. Cada movimiento, cada golpe, estaba cargado de la furia y el dolor acumulados a lo largo de su vida. Sin embargo, en medio de esa concentración, una presencia inesperada rompió su rutina.
White, una entidad misteriosa y ahora conocida como una de las secuaces de Xal'Azar, apareció sin previo aviso. Aunque nunca había revelado su verdadera lealtad, en ese momento, algo diferente emanaba de ella. Traía consigo a una joven de alrededor de 17 años, una adolescente con un aura extraña y una energía que confundía a Victor.
—Victor, quiero que conozcas a alguien —dijo White con una sonrisa enigmática mientras la joven se adelantaba, mirándolo fijamente—. Ella es nuestra hija.
El mundo de Victor se detuvo por un momento. Las palabras retumbaron en su mente, incapaz de procesarlas de inmediato. "¿Hija?" La incredulidad lo envolvió, seguido de una avalancha de confusión. No recordaba tener una relación con White, ni mucho menos haber tenido una hija con ella.
—¿Qué estás diciendo? —preguntó Victor, dando un paso hacia la joven, intentando comprender la situación—. No sé quién eres... ¿Cómo es posible?
La joven, de ojos brillantes y rasgos que, ahora que la observaba más de cerca, recordaban a los suyos, mantuvo una expresión neutral. Había fuerza en su mirada, una mezcla de su herencia, tanto de Victor como de White.
—He estado entrenando todo este tiempo —dijo la joven con una voz firme, cruzándose de brazos—. Mi nombre es Yara, y aunque no te conocí antes, es hora de que sepas quién soy. Mi madre me crió, pero llevo parte de ti en mi sangre. Quiero luchar junto a ti, padre.
Victor se quedó sin palabras, con una mezcla de emociones. No solo se enfrentaba a la inminente batalla con Xal'Azar, sino que ahora debía lidiar con el descubrimiento de una hija desconocida, una hija que había crecido sin su presencia y que había sido criada por White, una secuaz de su mayor enemigo.
Victor, incrédulo y abrumado, se talló los ojos como si intentara despertar de un sueño surrealista. La sorpresa de ver a una hija desconocida, una joven que afirmaba ser parte de él, lo dejó sin palabras por un momento.
—Esto no puede ser real... —murmuró en voz baja, intentando procesar lo que acababa de escuchar.
White lo miraba con una expresión calma, como si hubiera esperado esa reacción. Yara, la joven frente a él, permanecía firme, sin apartar la mirada, como si estuviera acostumbrada a esa mezcla de incredulidad y confusión.
—Es real, Victor, lo creas o no —dijo White con voz serena—. Yara es nuestra hija. La crié mientras tú seguías tu propio camino, pero ahora es momento de que la conozcas. Ella es fuerte, como tú.
Victor respiró hondo, tratando de mantener la calma. A pesar de todo, las palabras de White resonaban con una extraña lógica. La energía que emanaba de Yara se sentía familiar, como una extensión de la suya. Sin embargo, la duda aún lo embargaba.
—¿Por qué ahora? —preguntó, sin poder evitar que su tono fuera un poco más duro—. ¿Por qué me lo ocultaste hasta este momento?
White lo observó, consciente de su enojo.
—Porque quería que ella creciera fuerte sin depender de ti. Sabía que el destino te llevaría hasta aquí... y ahora es el momento.
Victor recordó con un estremecimiento el momento en que White le había arrancado la sangre de su pecho en el pasado, una escena que en ese entonces lo dejó lleno de confusión y temor. Ahora, de pie frente a White y Yara, comenzó a unir los puntos, comprendiendo lo que realmente había sucedido.
—Esa vez... —murmuró, llevándose una mano al pecho—. Cuando sacaste mi sangre... no era solo por poder, ¿verdad? Era para crearla a ella.
White asintió lentamente, sus ojos brillando con una mezcla de orgullo y sinceridad.
—Lo entendiste bien, Victor —respondió con voz suave—. Usé tu sangre para darle vida a Yara. No fue un acto de crueldad, sino uno de creación. Quería darle lo mejor de ti... y lo mejor de mí. Quería que fuera fuerte, que sobreviviera en este mundo caótico.
Victor sintió una oleada de emociones contradictorias. La traición, la sorpresa y la ira competían con una extraña sensación de responsabilidad hacia la joven frente a él, que ahora sabía que era su hija. Las palabras de White habían destapado una verdad más profunda de lo que había imaginado.
—Entonces, todo este tiempo... ella ha sido parte de mí, sin que yo lo supiera —dijo Victor, todavía procesando la magnitud de lo que había descubierto.
Victor suspiró mientras miraba hacia el cielo, observando el enorme castillo flotante que pertenecía a Bianca suspendido sobre ellos. No pudo evitar soltar una sonrisa cansada al ver que, como siempre, Bianca prefería hacer las cosas a lo grande y dramáticas.
—Oh, simplemente lleva a Yara al palacio de Bianca, donde dije, —dijo, en un tono de resignación, dirigiéndose a White—. Supongo que no hay necesidad de caminar si su castillo flotante ya está aquí.
White asintió con una sonrisa sutil, y con un movimiento fluido, comenzó a llevar a Yara hacia el portal que se formó bajo el castillo. Victor, aún procesando lo que había sucedido, se quedó en el suelo, mirando cómo se elevaban hacia el imponente palacio.
Victor se quedó allí, reflexionando sobre la extraña vuelta que había tomado su vida. Había enfrentado dioses, monstruos y seres más allá de la comprensión humana, pero ahora se encontraba enfrentando una de las verdades más impactantes de todas: la existencia de una hija que nunca supo que tenía.
Victor cerró los ojos por un momento, tratando de calmar su mente. No podía permitirse distraerse con pensamientos sobre su complicada relación con White o la inesperada aparición de Yara. Había demasiado en juego. Su familia, sus amigos, y todos aquellos que dependían de él necesitaban que estuviera más fuerte que nunca.
Respiró profundamente y dejó que el peso de sus preocupaciones se desvaneciera momentáneamente. Con cada exhalación, despejaba su mente, enfocándose solo en el entrenamiento que tenía por delante. Xal'Azar había fijado una fecha y un lugar para su enfrentamiento final, y Victor sabía que no podía subestimar la amenaza.
Con ese pensamiento, comenzó a entrenar con más intensidad, canalizando su energía y empujando su cuerpo al límite. No permitiría que Yara, Gaby, José o el resto de sus seres queridos sufriesen las consecuencias de sus fallos. Para ellos, debía ser más fuerte. Y esa fuerza no vendría solo del poder físico, sino de su determinación de protegerlos a toda costa.
Mientras los ecos de sus ataques resonaban a su alrededor, Victor sabía que cada día que pasaba lo acercaba más a ese fatídico encuentro, y no había espacio para la duda ni el miedo.
Fin.