¿Dónde estoy?, la pregunta resonó en mi mente como un eco desesperado, mientras luchaba por despejar el velo de niebla que envolvía mi conciencia.
Mi cerebro era un laberinto de sombras y recuerdos fragmentados, donde la memoria de los brazos cálidos de mi amada se desvanecía como un susurro en el viento. El pasado y el presente se entrelazaban en un momento confuso, dejándome con la sensación de que la realidad se había desgarrado como un telón rasgado. La oscuridad que me rodeaba era palpable, un vacío que me amenazaba con engullirme.
De repente, la paz y la tranquilidad se desvanecieron, y la oscuridad y la incertidumbre me golpearon con la fuerza de un puñetazo en el estómago. Mi mente, desesperada por recordar, se sumió en un abismo de vacío, donde cada recuerdo parecía haberse evaporado. La posibilidad de que mi vida hubiera llegado a su fin comenzó a tomar forma en mi mente, como una sombra que se cernía sobre mi existencia. Pero mi instinto de supervivencia se rebeló contra ella, negándose a aceptar la oscuridad que amenazaba con consumirme.
Sin embargo. Mi percepción de la realidad se desvaneció en un abismo de desconocimiento. El entorno que me rodeaba era un enigma, una oscuridad palpable que parecía tener su propio ritmo y respiración. La cortina de terciopelo negro ahogaba cualquier sonido, sumiéndome en un silencio que pesaba sobre mí como una losa sepulcral. Me sentía enterrado vivo, atrapado en un ataúd de oscuridad y desconocimiento, donde el tiempo mismo parecía haberse detenido.
¿Qué ha sucedido?, me pregunté, intentando aferrar algún recuerdo, cualquier indicio de mi pasado.
Pero mi memoria estaba vacía, un lienzo en blanco que parecía haber sido borrado por la mano del olvido. La angustia me estrangulaba, un nudo que se apretaba en mi garganta al pensar en lo que podría haber pasado.
"Si he muerto, está bien", me dije, intentando convencerme, pero las palabras sonaban huecas en mi mente.
Pero morir en los brazos de mi amada… es un dolor que aún me quema, un fuego que no se apaga, un eco que resuena en mi alma. Mi alma se rebeló contra el destino, contra la crueldad del universo que me había arrebatado todo, dejándome con nada más que la oscuridad y el silencio.
Pero entonces, algo cambió. Dos luces aparecieron en la distancia, iluminando el lugar con una suave claridad que parecía disipar la oscuridad como un velo levantado. La curiosidad se apoderó de mí, y mi atención se centró en esas luces como un faro en la noche. "¿Quiénes son ustedes?", pregunté con firmeza, sin rodeos, mi voz resonando en el silencio.
"Buenas", dijo la voz, cálida y tranquilizadora. "Me llamo…". Pero antes de que pudiera escuchar el nombre, mi conciencia comenzó a desvanecerse, como si me sumergiera en un mar de niebla que me arrastraba hacia lo desconocido.
Cuando abrí los ojos, me encontré en una habitación desconocida, rodeado de paredes blancas y estériles que parecían haber sido lavadas de toda emoción. Mi cabeza dolía y mi memoria estaba vacía, como un papel en blanco que esperaba ser escrito. Intenté recordar, pero solo encontré un vacío que me hacía sentir como un fantasma en mi propia vida.
"Dónde estoy?", me pregunté, intentando sentarme, mi voz apenas un susurro en el silencio. "¿Qué pasó?".
Miré a mi alrededor, absorbiendo la opulencia de la habitación. Las cortinas de seda caían como una cascada de oro sobre las ventanas, mientras que las alfombras suaves y los muebles elegantes parecían haber sido diseñados para un rey. Pero nada de eso me ayudaba a entender dónde estaba ni qué había pasado. Me levanté de la cama, ansioso por encontrar alguna pista, alguna clave que me permitiera desentrañar el misterio que me rodeaba.
Al levantar la mirada, me reflejé en un espejo que estaba frente a mí, y mi corazón se detuvo. Mi grito de sorpresa resonó en la habitación, haciendo que mi eco retumbara en mis oídos. No me reconocía. Mi rostro estaba transformado: mis ojos eran más brillantes, mi nariz más fina, mis labios más definidos. Mi cuerpo también había cambiado: mis músculos eran más definidos, mi piel más suave.
¿Qué había sucedido? ¿Quién era yo ahora? La desesperación me consumió, como una llama que devora todo a su paso. "¿Dios, qué pasa?", grité, mi voz temblando de emoción, mi alma clamando por respuestas. Mis gritos resonaron en la habitación, y segundos después, la puerta se abrió y una empleada ingresó con expresión preocupada.
"¿Se encuentra bien, señor?", preguntó, acercándose a mí con pasos suaves, su voz como un bálsamo para mi alma torturada. Yo seguía atónito, mirando mi reflejo en el espejo, intentando encontrar alguna pista, alguna clave que me permitiera recordar quién era.
Mi mente estaba en un torbellino de confusión, como un huracán que arrasaba todo a su paso. Repetí varias veces, pero las palabras parecían carecer de sentido, como si fueran hojas secas arrastradas por el viento. La empleada, asustada, retrocedió lentamente, su mirada fija en mí como si fuera un extraño peligroso, un fantasma que había emergido de la oscuridad. Luego, dio media vuelta y salió corriendo de la habitación, dejándome solo en mi desesperación.
Pero en ese mismo instante, la puerta se abrió de nuevo con un susurro suave, como si la habitación misma estuviera suspirando de alivio. Un joven entró, su presencia era como una tormenta que barre todo a su paso, dejando a su paso un rastro de esperanza. Su cabello negro, cortado en una melena despeinada, caía sobre sus hombros, enmarcando su rostro angular, como si fuera una obra de arte esculpida por la mano de dios.
Su sonrisa era una mezcla de alivio y preocupación, y sus ojos llamaron mi atención, como dos faros que iluminaban la oscuridad. El derecho brillaba como un rubí rojo, mientras que el izquierdo centelleaba como un zafiro azul. Era como si sus ojos fueran dos estrellas opuestas que se habían encontrado en su rostro.
"Hermano, despertaste", dijo, su voz llena de emoción, su tono vibrante de alegría, como si hubiera estado esperando ese momento durante una eternidad. Antes de que pudiera reaccionar, se abalanzó contra mí, envolviéndome en un abrazo apretado, como si quisiera protegerme del mundo. Su calor y su fuerza me envolvieron, y por un momento, mi confusión se disipó.
"¿Qué… qué pasa?", balbuceé, aún sin entender, con mi voz temblorosa.
Mi hermano, con sus ojos llorosos, reflejaba una profunda emoción, como si hubiera estado llorando durante años.
"Hermano, por fin despertaste", dijo, su voz temblorosa. "Estuviste un año entero sin despertar, parecía que estuvieras muerto".
Mientras lloraba, la confusión me consumío como un fuego devorador. Un año? Muerto? Las palabras resonaban en mi mente como un eco desesperado. Pero había algo más que me perturbaba, algo que me hacía sentir como un extraño en mi propia piel. Aunque físicamente éramos hermanos, mi alma no lo reconocía. Era un desconocido para mí, un rostro familiar que no lograba recordar.
Sin embargo, verlo llorar desencadenó algo dentro de mí. Un recuerdo lejano emergió de las sombras de mi mente, como una llama que se enciende en la oscuridad. Mi hermano menor, antes de reencarnar… La imagen flotó en mi mente, y por un momento, sentí una conexión con este hombre que lloraba por mí. Algo en mi interior se removió, como si una puerta secreta se hubiera abierto.
Una sensación de nostalgia y pérdida me invadió, como un oleaje que me arrastraba hacia el pasado. Me volví hacia mi hermano, que aún tenía lágrimas en los ojos. "Oye, hermano", dije con sinceridad, "puedes controlar tu fuerza, estás a punto de romperme los huesos". Él se apartó, disculpándose con tristeza.
"Lo siento, hermano…", dijo, con su voz temblorosa. Pero antes de que pudiera continuar, lo interrumpí. "Oye, hermano, la verdad es que no recuerdo nada. Parece que perdí la memoria. ¿Puedes decirme tu nombre?" Mi hermano se detuvo, su mirada llena de dolor. Su nombre parecía estar relacionado con un recuerdo doloroso.
"Ryker", dijo finalmente, su voz baja y temblorosa. "Me llamo Ryker". Su respuesta fue como un golpe en el estómago. No reconocía ese nombre, no sabía nada sobre él. Pero algo en mi interior me decía que era importante, que ese nombre era la clave para desentrañar el misterio que me rodeaba.
"Ryker", repetí, intentando recordar algo, cualquier cosa. "No recuerdo nada, Ryker. ¿Qué pasó? ¿Cómo terminé en este estado?" Mi voz era un susurro desesperado.
Ryker respiró profundamente, su mirada llena de seriedad. "Te contaré todo, hermano. Pero primero, debes saber cómo terminaste en ese estado…". Se detuvo, como si buscara las palabras adecuadas.
"Lo que pasa, hermano", comenzó Ryker, su voz llena de emoción, "es que hace un año, estábamos jugando en el castillo, como siempre lo hacíamos. Después de jugar, empezamos a pelear. No recuerdo exactamente por qué discutimos, pero según nuestro padre, escuché que tú…". Ryker hizo una pausa, como si buscara las palabras adecuadas.
"…nunca podrías usar magia. Tu mana es cero, y no posees Circuitos Mágicos como los demás. Los Circuitos Mágicos son la base de nuestra capacidad mágica, y sin ellos, no puedes acceder a ella. Es como si tu cuerpo fuera un recipiente vacío, sin la capacidad de contener la energía mágica". Su voz se llenó de tristeza.
"Y no solo eso, hermano. No posees la capacidad de usar hechizos ni habilidades. Eres… diferente". Ryker se acercó a mí, con su mirada llena de empatía.
"Pero no importa, hermano. Eres mi familia, y siempre estaré aquí para ti". Su voz tembló ligeramente, revelando la profundidad de sus emociones.
"Ya entendí", dije con una sonrisa, pero en mi mente pensaba que ser alguien que no podía usar magia era una completa desventaja.
Antes de terminar de pensar, un sonido resonó en mi cabeza. Y con ese sonido, recordé algo.
"Análisis completo de su estado actual", dijo la voz. "Estado normal. Circuitos mágicos disponibles. Posibilidades de usar magia: 100%". La voz era fría y objetiva, pero había algo en ella que me hacía sentir una sensación de esperanza.
Me sorprendí.
"¿Espera qué? ¿Quién dijo eso?", pregunté.
"Me presento", respondió la voz. "Soy tu Habilidad Definitiva, Conocimiento Absoluto. Un gusto conocerte.
"¿Habilidad Definitiva?", pregunté confundido. "¿Qué es eso?".
Soy una habilidad única que te permite acceder a información y conocimientos que otros no pueden. Y, según mis cálculos, tienes unos Circuitos Mágicos perfectos ". La voz parecía estar sonriendo, y gracias a eso ya podía sentir su confianza en mí.
"Entonces, te daré un apodo", dije sonriendo, dirigiéndome a la voz en mi mente. "Para no llamarte Conocimiento Absoluto a cada rato".
"Te llamaré Sofía, como la diosa griega del conocimiento". La voz rio, una risa suave y melodiosa que me hizo sonreír.
Pero antes de que pudiera continuar, todo se volvió negro. Caí inconsciente, sin saber el motivo.
"¿Acaso he muerto?", pensé por segunda vez, mientras mi conciencia se desvanecía. "Morir de nuevo, qué vergüenza. Espero reencarnar en un mundo mejor".
Aunque parecía un sueño, la oscuridad que me rodeaba era abrumadora. "¿Qué será?", me pregunté varias veces, sin saber cuánto tiempo estaría en ese lugar.
Pasaron 7 días más en cama, hasta que finalmente me levanté. Al mirar hacia la puerta, vi a una señora que ingresaba con elegancia, seguida de mi hermano Ryker y una joven de cabello rubio que parecía una diosa.
La joven caballera tenía ojos azules como el cielo de verano y labios rosados que invitaban a sonreír. Su cabello rubio caía como una lluvia de oro, y su traje de caballera resplandecía con detalles dorados y plata.
Mi hermano se acercó, sonriendo. "Hermano, te presento a Su Alteza, la Reina Lirien", dijo, inclinando la cabeza.
La reina Lirien tenía una belleza majestuosa, con ojos verdes como esmeraldas y cabello negro como la noche. Su vestido de seda roja resplandecía con joyas que centelleaban como estrellas.
"Y ella es la Caballera Verónica", agregó Ryker, señalando a la joven rubia. "La capitana del ejército imperial, que es considerada como la invencible".
Antes de que la Reina Lirien hablara, me abrazó con fuerza, diciendo: "Por fin, hijo mío, despertaste. Gracias a los dioses". Mientras lloraba, su voz temblorosa revelaba la profundidad de su emoción.
"¿Hijo?", pensé, sorprendido. "¿Acaso soy un príncipe?". Mi mente se llenó de preguntas.
Antes de que pudiera decir algo, detuve a la Reina, diciéndole: "Madre, tengo algo que enseñarte". Quería demostrarle que no era un inútil en la magia, a pesar de lo que las sirvientas habían dicho.
La Reina Lirien se detuvo, mirándome con curiosidad. "¿Qué es, hijo mío?", preguntó.
Con una sonrisa confiada, levanté suavemente mi dedo y apunté hacia la ventana. "¡Bola oscura!", grité. Una bola oscura y poderosa surgió de mi dedo, destruyendo toda la habitación en un instante. El estruendo de la explosión me ensordeció y el calor me golpeó la piel. La fuerza de la detonación me dejó sin aliento y me hizo tambalear.
Pero lo que nadie sabía era que había contenido mi verdadera fuerza. En realidad, tuve que reducir el ataque al mínimo, ya que mi capacidad destructiva era demasiado grande. Si no lo hubiera hecho, temía que podría borrar todo este lugar de la faz de la tierra. La idea me hizo estremecer.
Me alegró haber logrado dominar mi poder, aunque solo fuera por un momento. La bola oscura se extinguió tan rápido como había comenzado, dejando detrás de sí un rastro de destrucción y una sensación de adrenalina que me recorrió la espalda.
Mi madre, Ryker y Verónica me miraban con incredulidad, sus rostros reflejando la sorpresa y la admiración. "¿Cuándo aprendiste a usar Hechizos?", preguntó la Reina, su voz llena de asombro.
"Recuerdas, madre, que siempre estudiaba sobre técnicas de Hechizos mágicos desde niño", dije con una sonrisa. "Pues bien, resulta que mi dedicación fue recompensada de manera inesperada. Un dios me otorgó la bendición de usar magia."
Mi madre me miró con curiosidad, intrigada. "¿Qué dios?", preguntó.
"Un dios benevolente. Pero eso no debe tener importancia", dije con una sonrisa enigmática.
Pero la realidad era distinta. Durante los 7 días que estuve "dormido", estuve conversando con Sofía. Le hice preguntas sobre cómo usar la magia, cómo controlar mi energía y cómo dominar los conceptos básicos.
"¿Cómo puedo conectar mi alma con la magia?", le pregunté.
"La magia es una extensión de ti mismo", respondió Sofía. "Debes sentir el flujo de la energía y dejar que fluya a través de ti."
"¿Y cómo controlo mi energía?", pregunté.
"La energía es como un río", dijo Sofía. "Debes aprender a navegar sus corrientes y a dirigirla hacia tu objetivo."
Con las palabras de Sofía resonando en mi mente, me sentí más confiado en mi capacidad para usar la magia.
Mi madre me miró con admiración. "Eres increíble", dijo.
Sonreí, sabiendo que la verdad sobre mi aprendizaje era gracias a Sofía .
Me reí, sintiendo una mezcla de alivio y sorpresa.
"Pensé que sería débil , pero parece que me saqué la lotería con Sofía".
Mi sonrisa se desvaneció rápidamente al recordar que la verdadera prueba aún no había comenzado.
Un escalofrío recorrió mi espalda al pensar en lo que se avecinaba. "Pensé que había superado el obstáculo, pero nunca imaginé que lo peor estaba por venir", pensé, mi mente se empezó a llenar de preguntas y dudas.
Durante los siguientes 12 meses, me sumergí en un entrenamiento intensivo y secreto, donde desafié mis límites y amplié mis habilidades más allá de lo imaginable.
"Aún así, tengo unas cuantas habilidades mágicas, capaces de destruir ejércitos enteros", pensé "Pero nunca los usaré, aunque tenga varias técnicas, solo prefiero usarlos en casos especiales. La verdadera fuerza no reside en la destrucción, sino en la sabiduría y el control."
Mi enfoque se centró en dominar habilidades más sutiles, pero no menos poderosas. Y de todas las habilidades que había conseguido hasta el momento, había una que destacaba sobre las demás: la capacidad de volar. Es liberador, emocionante y eficiente. Olvídate de los carruajes lentos y pesados; con tan solo pensarlo, puedo volar libremente, sintiendo el viento en mi rostro.
Al cumplir 16 años, llegó el día que había estado evitando durante mucho tiempo: mi encuentro con mi padre, el Rey. La cita me llenaba de incertidumbre y desasosiego, como si el destino mismo estuviera esperando en la sombra. No sabía el motivo detrás de esta reunión, y honestamente, no me interesaba. Aunque era hijo de la Reina, mi padre me odiaba por alguna razón, una razón que nunca había podido entender.
¿Era porque era más débil que mi hermano Ryker, a pesar de ser el primogénito? ¿O había algo más, algo que se escondía detrás de su mirada glacial? Nunca lo había visto, pero su desprecio era palpable, como una maldición que me seguía siempre. Me sentía indiferente, pero una parte de mí anhelaba su aprobación, su reconocimiento.
En ese momento, recordé las palabras de mi madre: "Tu padre es un hombre complicado, pero no te juzgues por su opinión". Sin embargo, no podía evitar sentir que esta reunión sería un punto de inflexión en mi vida.
Finalmente, llegó la hora de presentarme ante Su Majestad. Me puse el traje que habían diseñado especialmente para la ocasión: un impresionante traje de príncipe negro con franjas rojas que brillaban como la sangre bajo la luz del sol. El terciopelo suave como la seda parecía envolverme en una aura de poder y elegancia. Me miré en el espejo y sonreí, satisfecho con mi elección.
"¿Necesito armadura?", me pregunté, pero descarté la idea. La armadura estaba diseñada a mi medida, pero un traje de príncipe era lo mínimo que me merecía. Me ajusté el cuello, asegurándome de que cada pliegue estuviera en su lugar, y me dirigí hacia el salón real.
Al entrar, los caballeros imperiales se pusieron en pie, sus ojos fijos en mí con una mezcla de respeto y curiosidad. "Su Alteza ha llegado", anunció el capitán de la guardia, su voz como un trueno en el silencio.
El salón real se sumió en un silencio expectante, como si todos estuvieran esperando mi próximo movimiento. Me detuve un momento, disfrutando del peso de su atención, y luego continué hacia el trono.
Me arrodillé, haciendo reverencia con la cabeza inclinada y los ojos bajos, como si el peso de la tradición y el respeto gravitara sobre mí. "El primer príncipe del Imperio, Sora, Su Majestad", dije con voz clara y respetuosa, permitiendo que las palabras resonaran en el silencio del salón. "Se hace presente ante su llamado".
Aunque era mi cumpleaños, y la emoción debería haber sido celebratoria, una sombra de duda se cernió sobre mí. ¿Por qué debo estar aquí? ¿Qué secreto se escondía detrás de la llamada de mi padre? Mi corazón latía con una mezcla de curiosidad y aprehensión.
Mi padre, el Rey, me miró con una expresión severa, sus ojos entrecerrados y su boca tensa. Su silencio fue como un peso que caía sobre mí, y sentí un escalofrío. Su mirada parecía penetrar hasta lo más profundo de mi alma, como si buscara algo que solo yo sabía.
"Levántate, Príncipe Sora", ordenó el Rey, su voz resonando en el salón como un trueno. "Hoy es un día importante. Tu cumpleaños marca el inicio de tu preparación para el trono". Mi mente se quedó en blanco. ¿El trono? ¿Acaso no me odiaba?, pensé, sorprendido.
En ese momento, Sofía me habló en mis pensamientos, su voz suave pero urgente. "Mi señor, aunque sea su cumpleaños, creo que no la pasará bien. Detecto dos seres extremadamente poderosos en las cercanías, su aura es como una tormenta oscura que amenaza con consumir todo a su alrededor. Su presencia es tan intensa que parece distorsionar el aire mismo".
Me estremecí, sintiendo un escalofrío que nunca antes había sentido .Miré al Rey con determinación.
"Padre", dije con todo respeto, "detecto dos seres totalmente fuertes cerca de aquí. Tienen un aura destructiva, como si fueran capaces de destruir todo a su paso".