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Chapter 11 - Capítulo 11: Rumores y diversión en camino

Una mañana, mientras Dante caminaba sin rumbo por la ciudad, escuchó algo que lo dejó perplejo. Los murmullos en las calles eran claros: un héroe había aparecido en la ciudad, o al menos eso decían los rumores. Hablaban de un ser elegido por los dioses para salvar el mundo del Rey Demonio, un héroe cuya presencia ya estaba causando revuelo.

Dante se detuvo en seco, frunciendo el ceño. ¿Un héroe? ¿Aquí? Eso no tenía sentido. Él sabía que se suponía que era el héroe que la maldita diosa había invocado, aunque hasta ahora había hecho todo lo posible por ignorar esa estúpida misión. Pero lo que no entendía era cómo podía haber otro héroe en esta ciudad cuando él claramente no había sido proclamado como tal.

—Espera un segundo... —murmuró para sí mismo, rascándose la cabeza—. ¿Otro héroe? ¿O es que están confundidos? Porque yo no estoy en la capital.

Los rumores lo dejaron algo inquieto, pero al mismo tiempo, intrigado. Si había otro "héroe" en juego, tenía que verlo por sí mismo. Y si no era así, al menos se divertiría mofándose de lo que sea que estuviera ocurriendo. La idea de que hubiera algún otro "elegido" que intentara robarle su papel lo irritaba, aunque no tuviera intención de cumplir con esa estúpida misión.

—Si va a haber un maldito isekai —dijo con una sonrisa irónica—, más me vale verlo en primera persona. Y si puedo burlarme del idiota que hayan proclamado héroe, mucho mejor.

Decidido, Dante comenzó a preguntar por un carro que lo llevara a la capital. Sabía que el viaje no sería inmediato, y aunque podría haber usado su magia para transportarse más rápido, prefería mantener un perfil bajo por el momento. No quería llamar demasiado la atención, al menos hasta saber qué estaba pasando.

Finalmente, encontró un comerciante que estaba a punto de partir hacia la capital con una caravana de mercaderes. Sin pensarlo demasiado, Dante se acercó y ofreció una generosa cantidad de monedas para asegurarse un asiento cómodo en el carro.

—Voy a la capital —dijo con una sonrisa—. Y espero que el viaje sea entretenido.

El comerciante, al ver las monedas, no hizo preguntas. Simplemente le indicó dónde sentarse y dio la orden para que la caravana comenzara su viaje.

Mientras el carro avanzaba por el camino que llevaba a la capital, Dante no podía dejar de pensar en lo que le esperaba al llegar. Si alguien había sido proclamado héroe, tenía que averiguar quién era y, sobre todo, si era tan patético como se imaginaba. La posibilidad de que fuera un idiota del que pudiera burlarse durante días lo emocionaba.

—Si este héroe es lo que creo que es... —se dijo a sí mismo, con una sonrisa maliciosa—, entonces esto va a ser muy divertido.

La caravana avanzaba a buen ritmo, y mientras el paisaje cambiaba a su alrededor, Dante se recostó, disfrutando del viaje. Sabía que, al llegar a la capital, las cosas podrían ponerse interesantes, y él no tenía intención de perderse ni un segundo de la acción.

La caravana avanzaba lentamente hacia la capital, con el constante traqueteo del carro acompañando a Dante mientras observaba su entorno con aburrimiento. Pero, como siempre, encontraba formas de entretenerse. En este caso, su entretenimiento principal era la hija del mercader, una mujer de unos 24 años que había estado viajando con ellos. Aunque estaba casada, eso no le importaba en lo más mínimo a Dante.

Durante todo el camino, había estado lanzándole pequeñas descargas eléctricas a través de su magia, lo suficientemente sutiles como para que parecieran inofensivas, pero con el efecto suficiente como para hacerla sentir algo más que un ligero escalofrío. Dante se reía por dentro cada vez que la veía reaccionar. La forma en que sus mejillas se sonrojaban y cómo su respiración se aceleraba le confirmaba que estaba funcionando.

Finalmente, cuando la caravana se detuvo para acampar por la noche, Dante supo que era el momento adecuado para llevar su juego un paso más allá. El campamento se instaló cerca de un pequeño claro, con las fogatas encendidas y los mercaderes acomodándose para la noche. La hija del mercader no fue la excepción, y aunque intentaba mantenerse cerca de su familia, no podía evitar lanzar miradas nerviosas a Dante, como si no pudiera controlar lo que sentía.

Dante la observó de lejos, sonriendo con satisfacción. Sabía que ella ya estaba al borde, y solo necesitaba un pequeño empujón más. Cuando vio que se apartaba momentáneamente del campamento, aprovechó la oportunidad.

La siguió discretamente hasta un lugar más apartado, donde la oscuridad de la noche ofrecía la privacidad que necesitaba. Cuando finalmente la alcanzó, ella lo miró con una mezcla de sorpresa y nerviosismo. Antes de que pudiera decir algo, Dante le lanzó una descarga más, esta vez lo suficientemente intensa como para hacer que sus piernas temblaran. Ella dejó escapar un gemido involuntario, y en ese momento, Dante supo que había ganado.

—¿Qué te pasa? —preguntó Dante, fingiendo inocencia mientras se acercaba—. Pareces... incómoda. Tal vez pueda ayudarte.

La mujer intentó resistirse, pero la magia que Dante había estado usando sobre ella la había hecho completamente susceptible. Su cuerpo ya no podía ignorar la atracción que sentía, y antes de darse cuenta, se rindió a los deseos que él había cultivado en su interior.

Lo que siguió fue inevitable, como si ambos hubieran esperado ese momento desde el primer cruce de miradas. La oscuridad a su alrededor los envolvía, el aire denso cargado de deseo reprimido, y cuando sus cuerpos finalmente se encontraron, no hubo espacio para dudas. Dante la arrastró hacia sí con una firmeza que no dejaba lugar a resistencia, dominando cada uno de sus movimientos. Sabía que tenía el control, y la corriente eléctrica que recorría su mano amplificaba cada sensación, cada estremecimiento de su cuerpo bajo el suyo.

Ella gimió, perdida entre el dolor y el placer, incapaz de distinguir entre ambos. Él lo sabía, y lo disfrutaba. Sus manos recorrían su piel como un mapa que ya conocía de memoria, marcando su dominio en cada curva, en cada susurro ahogado. Los latidos de su corazón eran frenéticos, acelerándose con cada descarga que Dante aplicaba, llevándola más allá de sus límites. Él, imperturbable, la observaba mientras sucumbía completamente a sus deseos.

Cuando todo terminó, la dejó ahí, jadeante, temblando, mientras su cuerpo aún procesaba la intensidad de lo que acababa de ocurrir. Dante se levantó con una sonrisa de satisfacción, saboreando su victoria. Se vistió sin prisa, dejando que el momento se impregnara en el aire. Volvió al campamento sin mirar atrás, su mente ya en otra cosa, mientras la hija del mercader tardó en seguirle, aún desorientada, sus pensamientos enredados entre el placer y la confusión.

Al recostarse junto a la fogata, Dante observó las estrellas, su pecho subiendo y bajando con una calma que contrastaba con la tempestad que había desatado minutos antes. Una sonrisa de superioridad se dibujó en su rostro. El viaje hacia la capital estaba resultando más entretenido de lo que había anticipado, y sabía que aún quedaba mucho más por disfrutar.

El viaje hacia la capital continuaba, y aunque el ritmo de la caravana era lento, Dante lo soportaba sin demasiada impaciencia. A su manera, se divertía, especialmente cuando volvía a notar cómo la hija del mercader se ponía nerviosa cada vez que sus miradas se cruzaban. Después de lo que ocurrió la noche anterior, Dante seguía enviándole pequeñas descargas con su magia, cada vez que tenía la oportunidad. No había necesidad de decir nada; solo le bastaba un pequeño roce para provocar el efecto que buscaba.

La mujer, a pesar de estar casada, ya no podía ocultar lo que le ocurría. Cada vez que Dante la tocaba, incluso de manera superficial, su cuerpo reaccionaba casi de inmediato, como si fuera incapaz de controlarse. Él, por su parte, no hacía más que sonreír, disfrutando del poder que tenía sobre ella.

Mientras la caravana seguía su curso, Dante escuchaba fragmentos de conversaciones sobre el héroe. Según los rumores, el supuesto salvador estaba en la capital, en la iglesia, preparándose para iniciar su gloriosa misión contra el Rey Demonio. Todo sonaba tan predecible, tan cliché, que Dante no podía evitar soltar una pequeña risa cada vez que oía a alguien mencionarlo.

—El héroe en la iglesia, rodeado de nobles y sacerdotes, ¿eh? —murmuró con sarcasmo mientras se recostaba en el carro—. Qué original.

Lo último que le interesaba a Dante era meterse en asuntos de héroes o salvar al mundo. Para él, lo único entretenido era ver con sus propios ojos cómo era ese "héroe" del que todos hablaban. Si resultaba ser un idiota más con complejo de salvador, tanto mejor. Sería un espectáculo digno de ver, algo para pasar el rato mientras continuaba disfrutando de las pequeñas diversiones que encontraba en su camino.

La caravana se detuvo para acampar una última vez antes de llegar a la capital al día siguiente. El ambiente estaba más relajado esa noche, y Dante no tardó en ver cómo la hija del mercader buscaba excusas para estar cerca de él, como si el juego que había iniciado entre ambos ya se hubiera vuelto inevitable. En el fondo, Dante sabía que ella no podía resistirse. Cada descarga que le había dado durante el día había servido para intensificar su dependencia.

Cuando todos se acomodaron alrededor de las fogatas, Dante se apartó un poco, y como esperaba, no tardó en sentir la presencia de la mujer acercándose a él. Sin decir una palabra, ella se sentó a su lado, su mirada evitaba la de Dante, pero su cuerpo lo traicionaba. Estaba claramente bajo su influencia.

—¿Qué te trae por aquí? —preguntó con una sonrisa burlona mientras la mujer se sentaba a su lado, sin mirarlo directamente.

Ella temblaba ligeramente, el silencio entre ellos era denso, cargado de tensión. Dante dejó que sus dedos rozaran su brazo, y al instante, una pequeña corriente recorrió su piel, haciendo que su respiración se acelerara, sus labios entreabiertos dejaban escapar un suspiro ahogado. Él se inclinó hacia ella, sus labios rozando su oreja mientras susurraba con tono juguetón:

—No tienes que fingir... Sabes por qué estás aquí.

Ella no respondió, solo bajó la mirada, sus manos temblorosas descansaban sobre su regazo. Su sumisión era total, y Dante lo disfrutaba. La tenía en la palma de su mano, y eso le bastaba para prolongar el juego. Con un movimiento lento, la acercó a él, dejando que sus dedos deslizasen por su nuca, enviando una descarga más fuerte esta vez, lo suficiente para hacer que un gemido bajo escapara de sus labios.

La caravana seguía inmersa en su rutina, ajena al juego que ocurría entre Dante y la mujer. Nadie sospechaba nada, y eso solo hacía que Dante disfrutara aún más de la situación. La noche se alargó como la anterior, y al final, ambos terminaron de nuevo enredados, ella atrapada en el placer amplificado que solo Dante podía proporcionarle. Cada descarga de su magia la llevaba más lejos, empujándola hacia un abismo de deseo que no podía controlar, y él, frío y calculador, disfrutaba cada segundo de su dominio.

Cuando el campamento se levantó al amanecer, listos para la última etapa del viaje hacia la capital, Dante estaba completamente satisfecho. No solo había conseguido lo que quería de la hija del mercader, sino que el día prometía algo aún más interesante. En el horizonte, las altas torres de la capital asomaban por encima de las colinas, y Dante, con una sonrisa maliciosa, se preguntaba si ese famoso héroe sería tan divertido de conocer como lo habían sido sus pequeñas distracciones en el camino.

La capital estaba a la vista, y con ella, la promesa de nuevas diversiones.