La capital finalmente apareció en el horizonte, sus enormes murallas y torres alzándose imponentes contra el cielo. La caravana avanzaba con ritmo constante, y mientras se acercaban a las puertas de la ciudad, Dante no podía evitar soltar una pequeña risa burlona. Todo lo que había escuchado sobre la capital le hacía imaginar que era un lugar lleno de gente importante que, en realidad, no tenía ni idea de lo que hacía.
—Me pregunto cuántos idiotas de traje me encontraré aquí —murmuró para sí mismo, sonriendo con malicia.
La idea de encontrarse con nobles pomposos, soldados demasiado formales y, por supuesto, con el supuesto héroe, lo llenaba de un retorcido placer. Para Dante, hacer que la gente se sintiera inferior era su pasatiempo favorito. Pero lo mejor era hacerlo de forma sutil, fingiendo una cortesía superficial mientras los ponía nerviosos con comentarios que socavaban su confianza.
Mientras la caravana llegaba a las puertas de la ciudad, la gente se alineaba para entrar, y el bullicio de la capital llenaba el aire. Dante, con su típica sonrisa arrogante, observaba cómo los guardias inspeccionaban a los mercaderes, pidiendo identificaciones y revisando las mercancías. Cuando llegó su turno, uno de los guardias se le acercó, con una mirada seria.
—¿Negocios en la capital? —preguntó el guardia, su tono claramente formal.
Dante lo miró de arriba a abajo, evaluando su armadura desgastada y su postura rígida, y no pudo resistir la oportunidad de soltar un comentario sarcástico.
—¿Negocios? —repitió Dante, fingiendo sorpresa—. No, amigo, vine a ver si puedo comprarme un trozo de esta maravillosa ciudad de mierda que tenéis aquí. Tal vez incluso me monte un puesto vendiendo "sentido común", que parece escaso.
El guardia frunció el ceño, visiblemente confundido por el comentario, mientras Dante simplemente sonreía. Le encantaba ver cómo la gente reaccionaba cuando no sabían si los estaba insultando o siendo amable. Era su forma de vacilar y dejar claro que no le importaban ni las reglas ni los formalismos de nadie.
—Solo pasa —dijo finalmente el guardia, evidentemente molesto pero sin querer provocar más problemas.
Dante se encogió de hombros y pasó por las puertas de la capital, dejando atrás al guardia con su orgullo herido. A medida que avanzaba por las bulliciosas calles de la ciudad, observaba a la gente que lo rodeaba. La capital era más grande y más caótica de lo que había esperado. Las calles estaban llenas de comerciantes, soldados, nobles y campesinos, todos mezclándose en un revoltijo de actividad constante.
—Vaya, el infierno tiene que ser más organizado que esto —se burló Dante en voz alta, mientras caminaba entre la multitud.
Pero a pesar de la suciedad, el ruido y el caos, Dante no estaba aquí solo para ver la ciudad. Había algo mucho más interesante que lo esperaba: el héroe. Los rumores decían que ya estaba en la iglesia, siendo proclamado y preparado para su gran misión. Dante no tenía ningún interés en ser el héroe que la diosa había querido que fuera, pero la curiosidad lo carcomía. Tenía que ver a ese idiota que había decidido tomar el papel que le correspondía.
Mientras avanzaba por la ciudad, sus ojos se desviaban constantemente hacia las mujeres que pasaban. Algunas de ellas no podían evitar mirar a Dante, atraídas por su porte confiado y su aire de despreocupación. Como siempre, no perdía la oportunidad de "hacer contacto". Un roce de su mano, una pequeña descarga de su magia, y la reacción era inmediata: rostros sonrojados, respiraciones agitadas, y miradas confusas que no sabían si culparlo o pedir más.
Dante sonreía con cada interacción, sabiendo que su poder sobre ellas era absoluto. Para él, el coqueteo y el control sobre las mujeres no era solo una distracción, sino una confirmación de que este mundo seguía siendo su patio de juegos.
—¿Será que en la iglesia tienen algún tipo de concurso de estupidez? —se preguntó, dirigiéndose hacia el enorme edificio que sobresalía entre las construcciones de la capital.
Mientras caminaba, su mente volvía a la diosa, la maldita entidad que lo había traído a este mundo. No podía dejar de despreciarla. Cada vez que pensaba en cómo había sido invocado justo en el peor momento de su vida, la furia se encendía de nuevo. Pero, al mismo tiempo, no podía evitar divertirse con la idea de jugar a su propio juego.
—Tal vez cuando vea a ese héroe, le dé un par de consejos —dijo en voz baja, sonriendo con desprecio—. Aunque dudo que le sirvan de mucho. Después de todo, si alguien es lo suficientemente tonto como para aceptar ser el héroe, ya está condenado desde el principio.
Al llegar frente a la iglesia, Dante observó el gran edificio con una mezcla de desdén y curiosidad. Sabía que lo que había dentro no le sorprendería, pero aún así, no podía esperar para ver con sus propios ojos a este "elegido" que todos esperaban que salvara el mundo.
—Esto va a ser entretenido... o, al menos, un buen motivo para reírme de alguien más.
Dante se detuvo frente a la gran puerta de la iglesia, observando a la gente que entraba y salía con una mezcla de reverencia y emoción. Todo el mundo parecía ansioso por ver al héroe que, según los rumores, ya estaba siendo preparado para su misión. Dante no pudo evitar rodar los ojos ante tanta devoción ciega. ¿De verdad esta gente creía que un solo héroe salvaría el mundo?
Con una sonrisa sarcástica en el rostro, decidió entrar. El interior de la iglesia estaba decorado de manera ostentosa, con enormes vitrales y altares dorados. Todo gritaba exageración y drama. Caminó con calma, ignorando las miradas de los fieles, mientras se dirigía hacia el centro de atención: el lugar donde el héroe debía estar.
Y ahí la vio.
Dante se detuvo en seco, completamente desconcertado. Todo lo que había imaginado sobre el "héroe" se desmoronó en ese instante. Frente a él, de pie en el altar, no estaba el típico guerrero musculoso con armadura brillante, sino una mujer. Era joven, no más de veinte años, con una figura esbelta y una expresión que combinaba nerviosismo con determinación. Su cabello largo y oscuro caía en cascada sobre sus hombros, y aunque llevaba una armadura ligera, parecía más preparada para una ceremonia que para una batalla.
Dante la observó con una mezcla de sorpresa y diversión. No era que le molestara que el héroe fuera una mujer, pero la escena entera le parecía demasiado absurda. ¿De verdad alguien pensaba que esta chica, con su mirada insegura y su cuerpo frágil, iba a derrotar al Rey Demonio?
—Vaya, vaya... —murmuró Dante con una sonrisa maliciosa mientras se cruzaba de brazos—. Esto es aún mejor de lo que imaginaba.
La mujer, ajena a la presencia de Dante, seguía escuchando a los sacerdotes que la rodeaban, instruyéndola sobre su "destino" y las bendiciones de la diosa. Cada palabra que decían le sonaba a Dante como una broma. Sabía que la diosa era capaz de hacer cosas ridículas, pero esto superaba todas sus expectativas.
—Así que este es el gran héroe... —dijo para sí, sacudiendo la cabeza—. ¿Y me decían que yo era el elegido? Esta zorra debe estar desesperada.
Dante avanzó un poco más, acercándose lo suficiente como para observar con más detalle. La joven, a pesar de su evidente nerviosismo, intentaba mantener una postura firme mientras los sacerdotes la llenaban de palabras vacías. Su espada colgaba del cinto, y aunque parecía nueva, estaba claro que la chica no tenía mucha experiencia usándola.
Él se apoyó contra una columna, disfrutando del espectáculo. No había prisa por interrumpir lo que claramente era una farsa. Pero, en algún momento, tendría que acercarse a la mujer, aunque solo fuera para ver cómo reaccionaba ante alguien como él.
Dante se rió para sí mismo, ya imaginando cómo la situación podría escalar. Una chica sin experiencia, sin el temple para ser una heroína, y un mundo lleno de peligros que la aplastaría sin piedad. Pero, mientras tanto, él se divertiría a su manera.
—Veamos cuánto tiempo dura este "héroe" antes de que el mundo real le dé una buena patada en el culo.
Dante, con su habitual sonrisa de burla en los labios, decidió que era hora de acercarse a la chica. Se abrió paso entre los pocos curiosos que observaban la escena, caminando con paso confiado y sin molestarse en ocultar su arrogancia. La joven estaba de pie, aún escuchando a los sacerdotes que le seguían llenando la cabeza con promesas de gloria y destino.
—Veamos qué tal reacciona esta "heroína" —murmuró para sí, disfrutando de la ironía de la situación.
Cuando estuvo lo suficientemente cerca, decidió dirigirse a ella. Quería ver si era realmente una invocada, como él. Con una sonrisa sarcástica, le habló en inglés, su tono lleno de sarcasmo.
—So, you're the big hero, huh? How does it feel to be the chosen one in this crappy world?
La chica lo miró, claramente confundida. Su rostro mostró una mezcla de desconcierto y algo de incomodidad, pero no respondió. En su lugar, frunció el ceño, como si intentara descifrar lo que acababa de decir, pero sin lograrlo. Los sacerdotes a su alrededor también lo miraron, perplejos, sin comprender el idioma que Dante había usado.
—¿Qué demonios...? —murmuró Dante, levantando una ceja—. No entiende ni una palabra.
Fue entonces cuando todo encajó en su mente. Esta chica no era como él. No había sido invocada de otro mundo, no tenía el mismo trasfondo. Era simplemente una chica local, una habitante más de este maldito mundo. La diosa, en su infinita "sabiduría", había elegido a alguien de aquí, en lugar de otra persona de su mundo.
Dante no pudo evitar soltar una carcajada. Todo esto le resultaba increíblemente ridículo.
—¡Jajaja! Claro que no entiendes —se rió, negando con la cabeza—. Eres una más de este lugar... No fuiste invocada. ¡Diosa de mierda, no podrías haber elegido a alguien peor!
La chica y los sacerdotes lo miraban con desconcierto, sin saber si lo que estaba diciendo era un insulto o una broma. Para Dante, la situación era aún más divertida. ¿Qué tan desesperada estaba la diosa para escoger a una nativa sin experiencia? El destino del mundo estaba, aparentemente, en manos de alguien que ni siquiera entendía lo que él decía.
—Bueno, supongo que no tenemos mucho de qué hablar —dijo Dante, aún riéndose para sí mismo—. Pero esto es demasiado bueno para no disfrutarlo.
La mujer, sintiéndose incómoda, retrocedió un paso, mientras los sacerdotes intercambiaban miradas, sin saber qué hacer con el extraño que había irrumpido en su ceremonia.
Dante, aún con la sonrisa en su rostro, les lanzó una última mirada burlona antes de darse la vuelta.
—Ya veremos cuánto tiempo dura la gran heroína —murmuró, caminando hacia la salida de la iglesia, sin poder contener las risas—. ¡Gracias, diosa! Esto me ha alegrado el día.