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Chapter 10 - Capítulo 10: Interferencias divinas y provocaciones

Los días en la ciudad transcurrían con la habitual mezcla de aburrimiento y entretenimiento para Dante. Exploraba cada rincón de la ciudad, riéndose de los habitantes y poniéndose en situaciones donde su sarcasmo irritaba a cualquiera que se atreviera a dirigirle la palabra. Los nobles, en particular, se veían constantemente irritados cada vez que Dante abría la boca. Parecía que disfrutaba burlándose de su autoridad, sabiendo que, gracias a su magia, tenía todo bajo control.

Pero en los últimos días, algo más comenzó a molestarlo.

Todo empezó con sueños, borrosos al principio, pero que poco a poco tomaron forma. En ellos, la maldita diosa que lo había arrancado de su mundo se le aparecía una y otra vez, interrumpiendo su descanso. Al principio, Dante lo tomó como una broma, una forma más de su subconsciente de torturarlo. Pero entonces, los sueños se hicieron más claros. La diosa, con su piel pálida y su melena plateada, le hablaba de una misión que debía cumplir, de una guerra que estaba empezando en el mundo contra el Rey Demonio. Ella lo quería a él, a Dante, como su "héroe".

—¿Héroe? —se reía cada vez que despertaba de esos sueños—. ¿Esta zorra cree que voy a salvar su mundo?

Pero los sueños no eran la única forma en que la diosa trataba de interferir. Dante comenzó a notar pequeños signos durante el día: visiones fugaces de su rostro en reflejos, oír su voz cuando no había nadie alrededor. Todo llevaba el mismo mensaje: "Ve a la iglesia. Serás proclamado héroe. Tienes que derrotar al Rey Demonio."

Una tarde, mientras caminaba por el mercado y veía a los mercaderes regatear con la gente, su paciencia se agotó. Se detuvo en medio de la calle y, sin importarle las miradas de los transeúntes, levantó la vista al cielo.

—¡Escucha, zorra! —gritó—. Si quieres que mate a ese maldito Rey Demonio, vas a tener que hacer algo más que molestarme en mis sueños. ¿Qué te parece si empiezas por volverte mi puta personal? Y luego hablamos de demonios. ¡Si no, ve a joder a otro!

Los transeúntes lo miraron, horrorizados, sin entender a quién le gritaba. Pero Dante los ignoraba. Sabía que la diosa lo estaba escuchando. Y si quería que él hiciera algo, tendría que pagar un precio alto.

A partir de ese día, la presencia de la diosa no se desvaneció, pero sus intentos de persuadirlo parecían menos insistentes. Sin embargo, Dante seguía percibiendo que algo grande estaba por venir. Sentía que la guerra con el Rey Demonio ya había empezado, y aunque no le importaba en absoluto el destino del mundo, sabía que tarde o temprano se vería involucrado, le gustara o no.

Mientras tanto, Dante seguía haciendo lo que mejor sabía: pasearse por la ciudad, burlarse de los estirados nobles y reírse de la gente corriente que trataba de hablar con él. Su actitud irreverente provocaba todo tipo de reacciones, y más de un noble había intentado enfrentarlo por sus insolencias, solo para recibir una respuesta que los dejaba furiosos.

—Oh, ¿perdona? —les decía Dante con una sonrisa irónica—. ¿Es que acaso tú, con tus ropas ridículas y tus maneras anticuadas, esperas que te tome en serio? Anda, vuelve a tu palacio y sigue creyendo que eres importante.

Cada interacción dejaba a los nobles furiosos, y a Dante le encantaba. Había algo en esa ciudad sucia y decadente que le proporcionaba una diversión macabra. El saber que, en el fondo, todos dependían de la misma estructura podrida que pretendían defender.

Pero en el fondo, Dante sabía que la diosa no se detendría. Y mientras él seguía provocando a los poderosos y explorando su propio poder, una pregunta permanecía en su mente: ¿Hasta dónde estaría dispuesta a llegar para obligarlo a cumplir su supuesto "destino"?

A medida que los días pasaban, la presencia de la diosa seguía haciéndose sentir en la vida de Dante, aunque él seguía ignorándola de la manera más grosera posible. Cada noche, sus sueños se llenaban con imágenes de ella, insistiéndole sobre la importancia de derrotar al Rey Demonio. Pero Dante solo encontraba nuevas formas de insultarla, disfrutando de la frustración que sabía que le causaba con cada burla.

Una mañana, después de una noche especialmente perturbadora en la que la diosa había intentado de nuevo convencerlo de que fuera a la iglesia, Dante se despertó con una sonrisa sarcástica en el rostro. No iba a ceder, no ahora, y mucho menos por las razones que ella proponía. Si quería que él hiciera algo, tendría que ofrecer algo mucho más interesante.

—Qué manera de empezar el día... —se dijo, aún saboreando el último insulto que le había lanzado en sueños.

Decidió que lo mejor para olvidar esos estúpidos mensajes divinos era explorar un poco más la ciudad y burlarse de sus habitantes. Se puso su capa, salió del León Dorado y comenzó a caminar por las calles adoquinadas, riéndose para sus adentros de lo que la gente de la ciudad llamaba "vida civilizada".

Las calles seguían igual de sucias y caóticas, con el constante ir y venir de mercaderes y ciudadanos. Dante caminaba con la misma indiferencia, observando cómo los nobles se pavoneaban en sus ridículos trajes y la gente común luchaba por sobrevivir en medio del caos. Pero hoy, algo llamó su atención.

Al pasar por una de las plazas principales, vio que un grupo de nobles y soldados se había reunido alrededor de un bardo que narraba las noticias del día. Dante se acercó con curiosidad, manteniendo su actitud despreocupada, y escuchó la historia que el bardo relataba con voz apasionada.

—El Rey Demonio ha lanzado un ataque devastador en las tierras del norte —decía el bardo, moviéndose dramáticamente de un lado a otro—. Ciudades enteras han caído bajo su poder oscuro, y nuestros propios ejércitos han sufrido graves bajas. Se dice que el Rey Demonio busca algo, algo poderoso que le dará control absoluto sobre este mundo...

Dante sonrió para sus adentros, sabiendo que la diosa probablemente intentaría usar este evento como excusa para presionarlo aún más. Pero la historia seguía, y algo más capturó su atención.

—...pero no todo está perdido —continuó el bardo—. Se dice que un héroe legendario ha sido convocado, alguien con poderes más allá de la comprensión, destinado a derrotar al Rey Demonio y salvarnos a todos.

—¿Ah, sí? —murmuró Dante con una sonrisa burlona—. Me pregunto quién será ese idiota.

Los nobles y soldados se movían inquietos, comentando entre ellos sobre la necesidad de encontrar y apoyar a este supuesto héroe. Dante, por su parte, disfrutaba del espectáculo, sabiendo que él era el "héroe" que la diosa había convocado. La ironía de todo eso le resultaba deliciosa. Estos idiotas no tenían ni idea de que el mismo hombre al que esperaban podría estar a su lado, escuchándolos mientras se burlaba de ellos en silencio.

Después de un rato, la multitud comenzó a dispersarse, y Dante decidió que había sido suficiente diversión por el momento. Siguió caminando, sin rumbo fijo, disfrutando del caos y la miseria que lo rodeaba.

Pero, mientras se burlaba de todo lo que veía, su mente seguía volviendo a la diosa y al Rey Demonio. Sabía que, en algún momento, tendría que enfrentarse a esa situación. Pero lo haría a su manera, con sus reglas. Si ella lo quería como su héroe, tendría que cumplir sus condiciones.

—Tal vez debería presentarme en esa maldita iglesia después de todo... —se dijo, pensando en las posibilidades—. Pero solo para ver la cara de la diosa cuando le exija que cumpla su parte del trato. Después de todo, si voy a salvar el mundo, lo menos que puede hacer es volverse mi puta personal, como le prometí.

La idea le causó tanta gracia que no pudo evitar reírse en voz alta, ignorando las miradas extrañas que le lanzaban los pocos transeúntes que pasaban a su lado. Dante seguía caminando por la ciudad, disfrutando de cada segundo de su provocación hacia el destino y los planes de la diosa.

A medida que los días pasaban, la presencia de la diosa seguía haciéndose sentir en la vida de Dante, aunque él seguía ignorándola de la manera más grosera posible. Cada noche, sus sueños se llenaban con imágenes de ella, insistiéndole sobre la importancia de derrotar al Rey Demonio. Pero Dante solo encontraba nuevas formas de insultarla, disfrutando de la frustración que sabía que le causaba con cada burla.

Una mañana, después de una noche especialmente perturbadora en la que la diosa había intentado de nuevo convencerlo de que fuera a la iglesia, Dante se despertó con una sonrisa sarcástica en el rostro. No iba a ceder, no ahora, y mucho menos por las razones que ella proponía. Si quería que él hiciera algo, tendría que ofrecer algo mucho más interesante.

—Qué manera de empezar el día... —se dijo, aún saboreando el último insulto que le había lanzado en sueños.

Decidió que lo mejor para olvidar esos estúpidos mensajes divinos era explorar un poco más la ciudad y burlarse de sus habitantes. Se puso su capa, salió del León Dorado y comenzó a caminar por las calles adoquinadas, riéndose para sus adentros de lo que la gente de la ciudad llamaba "vida civilizada".

Las calles seguían igual de sucias y caóticas, con el constante ir y venir de mercaderes y ciudadanos. Dante caminaba con la misma indiferencia, observando cómo los nobles se pavoneaban en sus ridículos trajes y la gente común luchaba por sobrevivir en medio del caos. Pero hoy, algo llamó su atención.

Al pasar por una de las plazas principales, vio que un grupo de nobles y soldados se había reunido alrededor de un bardo que narraba las noticias del día. Dante se acercó con curiosidad, manteniendo su actitud despreocupada, y escuchó la historia que el bardo relataba con voz apasionada.

—El Rey Demonio ha lanzado un ataque devastador en las tierras del norte —decía el bardo, moviéndose dramáticamente de un lado a otro—. Ciudades enteras han caído bajo su poder oscuro, y nuestros propios ejércitos han sufrido graves bajas. Se dice que el Rey Demonio busca algo, algo poderoso que le dará control absoluto sobre este mundo...

Dante sonrió para sus adentros, sabiendo que la diosa probablemente intentaría usar este evento como excusa para presionarlo aún más. Pero la historia seguía, y algo más capturó su atención.

—...pero no todo está perdido —continuó el bardo—. Se dice que un héroe legendario ha sido convocado, alguien con poderes más allá de la comprensión, destinado a derrotar al Rey Demonio y salvarnos a todos.

—¿Ah, sí? —murmuró Dante con una sonrisa burlona—. Me pregunto quién será ese idiota.

Los nobles y soldados se movían inquietos, comentando entre ellos sobre la necesidad de encontrar y apoyar a este supuesto héroe. Dante, por su parte, disfrutaba del espectáculo, sabiendo que él era el "héroe" que la diosa había convocado. La ironía de todo eso le resultaba deliciosa. Estos idiotas no tenían ni idea de que el mismo hombre al que esperaban podría estar a su lado, escuchándolos mientras se burlaba de ellos en silencio.

Después de un rato, la multitud comenzó a dispersarse, y Dante decidió que había sido suficiente diversión por el momento. Siguió caminando, sin rumbo fijo, disfrutando del caos y la miseria que lo rodeaba.

Pero, mientras se burlaba de todo lo que veía, su mente seguía volviendo a la diosa y al Rey Demonio. Sabía que, en algún momento, tendría que enfrentarse a esa situación. Pero lo haría a su manera, con sus reglas. Si ella lo quería como su héroe, tendría que cumplir sus condiciones.

—Tal vez debería presentarme en esa maldita iglesia después de todo... —se dijo, pensando en las posibilidades—. Pero solo para ver la cara de la diosa cuando le exija que cumpla su parte del trato. Después de todo, si voy a salvar el mundo, lo menos que puede hacer es volverse mi puta personal, como le prometí.

La idea le causó tanta gracia que no pudo evitar reírse en voz alta, ignorando las miradas extrañas que le lanzaban los pocos transeúntes que pasaban a su lado. Dante seguía caminando por la ciudad, disfrutando de cada segundo de su provocación hacia el destino y los planes de la diosa.

Los días de Dante en la ciudad no solo se limitaban a pasear y reírse de los nobles y los habitantes. Con el tiempo, empezó a descubrir un nuevo pasatiempo, algo que había perfeccionado durante su estancia en la aldea con la mujer adicta a su técnica de corriente eléctrica. El poder que había desarrollado para amplificar el placer sexual no solo lo había dejado fascinado, sino que se había convertido en algo que disfrutaba hacer.

Comenzó a usar esa habilidad en su día a día, casi como un reflejo natural. Mientras caminaba por las calles o se encontraba en la taberna, sus manos se deslizaban con destreza, rozando ligeramente a las mujeres que pasaban junto a él. Al principio, era solo un toque sutil, algo apenas perceptible, pero el efecto era inmediato: la pequeña corriente de electricidad que enviaba a través de su magia hacía que las mujeres sintieran una oleada de calor recorriendo sus cuerpos, dejándolas aturdidas y sorprendidas por una sensación de placer repentino.

Dante, con una sonrisa traviesa en el rostro, se divertía al ver sus reacciones. Algunas mujeres se sonrojaban de inmediato, otras lo miraban confundidas, sin saber cómo explicar lo que acababan de sentir. Pero lo que más le divertía era que ninguna se atrevía a decir nada. Para ellas, ese extraño y fugaz momento de placer era inexplicable.

—Ah... —murmuraba Dante, saboreando la satisfacción de su control—. Esto es más entretenido que burlarse de los nobles.

Una tarde, mientras paseaba por una concurrida calle del mercado, notó a una joven vendedora ofreciendo sus productos a los transeúntes. Se acercó, fingiendo interés en lo que ella vendía, pero en realidad solo buscaba una excusa para poner a prueba su habilidad una vez más.

—¿Qué tienes aquí? —preguntó con un tono despreocupado, mientras sus ojos se clavaban en los de la joven.

—V-vendo frutas, señor —dijo ella, un poco nerviosa por la mirada intensa de Dante—. ¿Le gustaría probar alguna?

Dante sonrió con su habitual aire de superioridad, y mientras ella le extendía una manzana, él rozó su mano con la suya, enviando una pequeña descarga de energía. El efecto fue instantáneo. La joven se estremeció, su respiración se aceleró, y sus mejillas se sonrojaron de inmediato. El calor que recorrió su cuerpo la dejó aturdida por un momento, incapaz de entender lo que acababa de ocurrir.

—Gracias, preciosa —le dijo Dante, tomando la manzana de sus manos y dándole una última mirada antes de alejarse.

Mientras caminaba, mordiendo la fruta, se reía para sí mismo. Era tan fácil, tan simple. La habilidad que había perfeccionado con la aldeana se había convertido en su nuevo vicio. Le encantaba ver cómo las mujeres reaccionaban al toque de su mano, sin saber que él controlaba completamente el placer que sentían.

—Este mundo de mierda tiene sus ventajas, después de todo —dijo en voz baja, riéndose de nuevo.

Sabía que, con el tiempo, su pequeña diversión podría llamar la atención de las personas equivocadas. Pero por ahora, no le importaba. Estaba demasiado ocupado disfrutando del poder que tenía sobre quienes lo rodeaban, aprovechando cada oportunidad para seguir perfeccionando su técnica y disfrutando de las reacciones que provocaba en las mujeres.