Nave: Veritas Imperii
Destino: Estacionado en órbita sobre el Planeta Draxos
El eco de los pasos resonaba por los oscuros corredores de la Veritas Imperii. Los esclavos se movían en silencio, sus cuerpos agotados después de horas interminables de trabajo. Rivon, con los hombros encorvados y el rostro cubierto de cenizas, apenas sentía sus pies tocar el suelo mientras se dirigía de vuelta a su compartimiento. El dolor en sus músculos era constante, una presencia familiar que ya no lo sorprendía. No había lugar en su mente para pensar en otra cosa que no fuera sobrevivir el próximo turno de trabajo.
El aire dentro de la nave estaba más pesado de lo habitual, saturado por el olor a sudor, metal oxidado y los residuos de las últimas batallas. Cada respiro era una lucha, pero Rivon, como el resto de los esclavos, estaba demasiado acostumbrado a esa sensación. El frío del metal bajo sus pies y la opresiva atmósfera de la nave eran su realidad desde siempre. No conocía otra cosa.
Cuando finalmente llegó a su compartimiento, encontró a su familia en el mismo estado que los había dejado: su padre, Korran, sentado en silencio con la mirada perdida, y su madre, Lyra, revisando inútilmente sus pocas pertenencias. Sera, su hermana, dormía en una esquina, agotada por el trabajo y, quizás, algo más. El abuso de los soldados era una parte constante de la vida a bordo, pero nadie hablaba de ello. Simplemente lo aceptaban.
Rivon se dejó caer al suelo, apoyando su espalda contra la pared metálica, sintiendo cómo el cansancio lo arrastraba hacia un estado de inconsciencia. Sin embargo, el sueño nunca era profundo ni reparador. Sabía que las sirenas de la nave pronto resonarían de nuevo, llamando a los esclavos a sus puestos. Mientras cerraba los ojos, las vibraciones de las máquinas de la nave parecían entrelazarse con su propio ritmo cardíaco, creando una sinfonía mecánica que lo envolvía en su agotamiento.
No había tiempo para sueños, solo una oscuridad pesada y opresiva que llenaba cada momento de su vida.
El breve descanso fue interrumpido por el sonido familiar de las sirenas. Rivon se levantó de inmediato, sin una palabra. Sabía que los descansos eran breves y que cualquier retraso en volver al trabajo podía ser fatal. Las luces en los pasillos parpadearon mientras caminaba, señalando el inicio de otro ciclo de trabajo. Los otros esclavos ya se movían por los corredores como sombras, sin energía para conversar o mostrar emoción alguna. El agotamiento físico y mental era tan común como el aire que respiraban.
Esta vez, las órdenes eran diferentes. En lugar de dirigirse a las cámaras de reciclaje, los esclavos fueron enviados a las cubiertas inferiores, donde los sistemas de soporte vital de la Veritas Imperii requerían reparaciones urgentes. Rivon había escuchado rumores de que el último enfrentamiento con los Zhal'khan había dañado gravemente algunas secciones de la nave, y aunque los esclavos no eran responsables de la tecnología avanzada, se les asignaba la tarea de asegurar que las partes más básicas de la nave siguieran funcionando.
El trabajo en las cubiertas inferiores era peligroso. Las viejas tuberías y conductos de energía estaban llenos de grietas y fugas, y cualquier error podía ser fatal. Rivon, junto a un grupo de esclavos, fue asignado a revisar las estructuras que mantenían el equilibrio de oxígeno en esas zonas. A medida que se adentraban más en los estrechos pasillos, la temperatura aumentaba, y el aire se volvía más denso y tóxico.
Los Custos Automa patrullaban la zona, observando cada movimiento de los esclavos. Sus ojos brillaban con un resplandor rojo que iluminaba brevemente los oscuros corredores. Rivon sabía que no tenía margen para el error. Los Custos no mostraban piedad, y cualquier fallo significaba una ejecución rápida.
Mientras trabajaba, el ruido de las turbinas de la nave y los sistemas de soporte vital resonaba a su alrededor, una constante que llenaba cada rincón de la Veritas Imperii. Rivon ajustaba con cuidado las válvulas y las compuertas, asegurándose de que el flujo de aire y energía no se interrumpiera. El sudor goteaba por su frente, pero no había tiempo para detenerse. Cada segundo era crucial.
A su lado, Thorin trabajaba en silencio, concentrado en la tarea. Ambos sabían que cualquier distracción podía ser mortal, pero también que la presión por completar el trabajo rápido era intensa. Los soldados ascendidos no esperaban menos que la perfección, y para los esclavos, eso significaba caminar siempre al filo de la navaja.
De repente, un fuerte crujido resonó a lo largo de los pasillos, seguido de una vibración violenta que sacudió toda la cubierta. Rivon perdió el equilibrio por un momento, aferrándose a una de las tuberías cercanas para no caer. Los otros esclavos hicieron lo mismo, mientras el ruido del metal retorciéndose llenaba el aire. Algo había fallado en los sistemas de soporte vital, y la presión en las tuberías era tan alta que algunas empezaban a romperse.
— ¡Mueve eso rápido, o moriremos aquí abajo! — gruñó Thorin, levantando la voz por encima del ruido.
Rivon se apresuró, ajustando las válvulas mientras el aire comprimido escapaba con un silbido ensordecedor. Sabía que si no lograban controlar la fuga, toda la sección podría quedar sin oxígeno, y las consecuencias serían fatales. Los esclavos trabajaban frenéticamente, moviéndose entre las tuberías y los controles, luchando por estabilizar el sistema.
Finalmente, después de lo que parecieron horas, el ruido comenzó a disminuir, y las vibraciones en la nave se calmaron. Rivon, cubierto de sudor y con los músculos tensos por el esfuerzo, dejó escapar un suspiro. El sistema había sido estabilizado, al menos por el momento. Pero sabía que la Veritas Imperii era una nave vieja, y cada batalla, cada daño, la acercaba más a su inevitable colapso.
— Esto no va a durar mucho — murmuró Thorin, observando las grietas en las tuberías. — Estamos remendando una nave que debería estar muerta hace años.
Rivon asintió en silencio. Sabía que Thorin tenía razón. La Veritas Imperii era una reliquia del Imperio, una nave poderosa en su apogeo, pero ahora se mantenía apenas con parches y reparaciones improvisadas. Los esclavos, al igual que la nave, estaban destinados a seguir funcionando hasta que ya no pudieran más.
Rivon y los otros esclavos permanecían en las cubiertas inferiores de la nave, agotados tras haber estabilizado temporalmente los sistemas de soporte vital. Sabían que la Veritas Imperii no recibiría reparaciones completas hasta que la campaña en Draxos terminara y pudieran atracar en una nave principal o un planeta colonizado. Hasta entonces, las reparaciones improvisadas serían lo único que mantendría la nave funcionando, un remiendo tras otro que solo prolongaba lo inevitable.
Thorin estaba revisando las grietas que habían dejado las recientes tensiones en las tuberías, su mirada seria mientras evaluaba el daño.
— Esto apenas aguantará. Si nos quedamos aquí demasiado tiempo, algo va a ceder — murmuró, observando las fracturas en las paredes metálicas.
Rivon sabía que su compañero tenía razón. La Veritas Imperii no era más que una sombra de lo que había sido, y los esclavos, al igual que la nave, solo estaban siendo usados hasta el punto de ruptura. Las reparaciones completas solo se llevaban a cabo en las naves principales o en planetas colonizados, lugares a los que los esclavos rara vez tenían acceso. Sabían que hasta que llegaran a uno de esos puntos, la tripulación solo confiaba en que las reparaciones temporales fueran suficientes para mantenerlos con vida.
Los Custos Automa, incansables en su vigilancia, seguían patrullando los corredores. Sus ojos brillaban con una luz constante, vigilando que los esclavos no dejaran de trabajar. No mostraban señales de fatiga ni compasión. Rivon siempre había pensado que esas máquinas eran un reflejo perfecto del Imperio: frías, despiadadas y absolutamente eficientes. Los esclavos no eran más que otra pieza en la maquinaria del Imperio, una pieza que podía reemplazarse fácilmente si dejaba de funcionar.
Mientras los esclavos terminaban de asegurar las tuberías dañadas, los altavoces de la nave emitieron una nueva orden:
— Escuadrón Omega en posición. Preparativos para el próximo despliegue en Draxos en curso. Todos los esclavos asignados al área de armas, reportarse inmediatamente.**
Rivon se frotó los ojos con el dorso de la mano, apartando el sudor y el polvo de su rostro. El siguiente turno ya comenzaba, y la fatiga acumulada en su cuerpo no le permitiría descansar. Sabía que el descanso era un lujo que los esclavos no podían permitirse. Mientras los soldados se preparaban para su próximo despliegue en el campo de batalla, los esclavos, como Rivon, tenían que asegurar que las armas y los suministros estuvieran listos. Su vida no era más que una cadena interminable de tareas sin fin, todas ellas esenciales para mantener en marcha la maquinaria de guerra del Imperio.
Mientras caminaba hacia los almacenes de armas, Rivon podía escuchar a los soldados conversando entre ellos en los pasillos. Sus voces eran más fuertes que de costumbre, probablemente emocionados por el inminente enfrentamiento en Draxos. Para los soldados, cada batalla representaba una oportunidad para demostrar su valor y poder, pero para los esclavos, era simplemente otro ciclo de trabajo que añadía más carga a sus agotados cuerpos.
Rivon llegó a los almacenes de armas, donde ya había un grupo de esclavos moviendo cajas con armamento pesado hacia los transportes de los soldados. Los Ascendidos revisaban sus equipos con precisión, sin prestar la menor atención a los esclavos que trabajaban a su alrededor. Para ellos, los esclavos eran invisibles, sombras que existían solo para servir.
Thorin apareció a su lado poco después, arrastrando una caja pesada con una mirada tensa.
— Parece que el próximo enfrentamiento será brutal. Dicen que los Zhal'khan han montado emboscadas en los túneles de Draxos. Si eso es cierto, más cuerpos van a empezar a llegar en cualquier momento — dijo con voz baja, pero firme.
Rivon asintió sin decir nada. Sabía lo que significaba. Más cuerpos significaban más trabajo para los esclavos, más tiempo en las cámaras de reciclaje y, probablemente, menos tiempo para descansar. La vida a bordo de la Veritas Imperii nunca mejoraba, solo empeoraba lentamente, hasta que los esclavos, uno a uno, se derrumbaban.
Mientras movía una caja de munición, Rivon observó a uno de los soldados que se preparaba para su despliegue. Su armadura negra brillaba bajo la luz artificial de los almacenes, y aunque su rostro estaba oculto bajo el casco, Rivon podía sentir la indiferencia que emanaba de él. Los Ascendidos eran la élite del Imperio, mejorados genéticamente y entrenados para ser máquinas de guerra perfectas. Rivon había visto a muchos de ellos caer en combate, pero también sabía que siempre había más esperando para tomar su lugar.
Mientras el flujo de trabajo continuaba, un escalofrío recorrió el pasillo. El sonido de botas resonaba con fuerza, y todos los esclavos, incluido Rivon, se tensaron al reconocerlo. No eran las pesadas pisadas de los Ascendidos, sino algo mucho más temido: la llegada de un Inquisidor del Núcleo.
Los Inquisidores del Núcleo eran una fuerza secreta dentro del Imperio, encargados de mantener la pureza de los ideales del Imperio y eliminar cualquier amenaza interna, desde rebeldes humanos hasta infiltrados alienígenas. Su presencia a bordo de la nave siempre significaba que algo grave estaba sucediendo.
El Inquisidor que entró en los almacenes estaba cubierto por una túnica oscura, y aunque no se podía ver su rostro, su sola presencia imponía un miedo palpable entre los esclavos. Los Ascendidos lo miraron con respeto, inclinando ligeramente la cabeza en su dirección. Los esclavos, por su parte, sabían que debían mantenerse fuera de su vista. Cualquier contacto con un Inquisidor podía ser peligroso.
Rivon mantuvo la cabeza baja mientras el Inquisidor caminaba lentamente por el almacén, inspeccionando cada rincón. Su voz resonó fría y mecánica cuando se dirigió a uno de los oficiales Ascendidos.
— Hay señales de corrupción en el planeta. La Sombra está más cerca de lo que esperábamos. Los preparativos deben ser concluidos rápidamente.
El oficial asintió, pero Rivon no pudo evitar sentir una ola de inquietud. La mención de la Sombra era suficiente para poner nervioso a cualquiera. Aunque no entendía completamente qué era la Sombra, sabía que su influencia había destruido civilizaciones enteras, y cualquier señal de su presencia era una advertencia de que algo terrible estaba por venir.
Los Inquisidores del Núcleo rara vez aparecían sin motivo, y si estaban allí, significaba que algo mucho más peligroso que los Zhal'khan estaba en marcha.
La presencia del Inquisidor del Núcleo en los almacenes había sumido a los esclavos en un silencio aún más pesado de lo habitual. Rivon, con la cabeza gacha, continuaba moviendo las cajas de suministros, pero no podía sacudirse la sensación de inquietud que lo invadía. Los rumores sobre la Sombra eran escasos y fragmentarios, pero todos sabían que su mención traía consigo algo oscuro y peligroso. Cualquier lugar tocado por esa corrupción terminaba siendo erradicado por el Imperio, sin dejar rastros.
Mientras el Inquisidor se movía lentamente por el almacén, inspeccionando cada rincón con una precisión casi inhumana, Rivon mantenía su mirada fija en el suelo. No podía permitirse llamar la atención de esa figura siniestra. Los esclavos eran prescindibles para los Inquisidores, y cualquier sospecha o fallo percibido por ellos podía resultar en una sentencia de muerte inmediata.
Cuando el Inquisidor finalmente abandonó el lugar, el aire pareció relajarse ligeramente. Los esclavos volvieron a sus tareas, y los Ascendidos siguieron con sus preparativos, pero la tensión latente no desapareció. La Sombra era una amenaza para todos, y si realmente había signos de corrupción en Draxos, el conflicto estaba lejos de terminar.
— La Sombra... No sabía que podía llegar hasta aquí — murmuró Thorin mientras movía una caja pesada de municiones. Su rostro, cubierto de sudor, mostraba una expresión de preocupación que rara vez se veía en él.
Rivon no respondió de inmediato. Sabía que el miedo a la Sombra no solo afectaba a los soldados, sino también a los esclavos. Nadie estaba a salvo si esa corrupción se extendía por el Imperio. Aunque la mayoría de los esclavos no comprendía del todo qué era, los rumores sobre la destrucción que traía consigo la Sombra bastaban para llenar de terror a cualquiera.
— Si está aquí, significa que ya no hay escapatoria — dijo finalmente Rivon, casi en un susurro, mientras levantaba otra caja de suministros. Sabía que la guerra era constante, pero la presencia de algo más allá de lo tangible, algo que corroía la mente y las almas de quienes lo encontraban, era una amenaza que ni siquiera los Ascendidos podían enfrentar con facilidad.
Los esclavos continuaron trabajando en silencio. El sonido de las botas de los Ascendidos resonaba en el aire mientras se preparaban para su próximo despliegue en Draxos, pero incluso ellos parecían tensos ante la mención de la Sombra. A lo largo de los corredores de la nave, los murmullos sobre lo que sucedía en la superficie del planeta se volvían cada vez más oscuros. Algunos decían que los Zhal'khan estaban utilizando alguna clase de magia oscura o tecnología corrupta para desatar el caos en el frente. Otros hablaban de una extraña presencia que acechaba en los túneles subterráneos.
Mientras Rivon se concentraba en su trabajo, un grupo de esclavos que movían suministros cerca de él fue interceptado por un oficial Ascendido. El soldado, cubierto con su armadura negra y su rostro oculto tras un casco opaco, hizo un gesto brusco con la mano, señalando a uno de los esclavos.
— Tú, ven aquí — ordenó, su voz fría y mecánica.
El esclavo, visiblemente asustado, se acercó lentamente, sin poder ocultar su temblor. Rivon no desvió la mirada, pero su cuerpo se tensó al ver la escena. Sabía que cuando los Ascendidos señalaban a alguien, raramente era para algo bueno.
El soldado inspeccionó al esclavo de pies a cabeza, como si estuviera evaluando una pieza defectuosa de equipo. Luego, sin previo aviso, lanzó un golpe brutal con la parte trasera de su guantelete, que hizo que el esclavo cayera al suelo. El impacto fue seco, resonando en el almacén. Los demás esclavos no se atrevieron a moverse. Sabían que interferir solo empeoraría las cosas.
— Eres demasiado lento. — La voz del Ascendido era tan fría como el golpe. — Si no puedes hacer tu trabajo, no tienes valor aquí.
Sin esperar una respuesta, el soldado se giró y continuó con sus preparativos, dejando al esclavo en el suelo, sangrando y temblando. Los Custos Automa cercanos no hicieron nada, como siempre. Su misión era mantener el orden, y para ellos, el abuso de los esclavos no rompía ninguna norma. Era parte del ciclo cotidiano de servidumbre y brutalidad.
Rivon, después de asegurarse de que el soldado había desaparecido, se acercó lentamente al esclavo caído. Thorin también lo hizo, pero ambos sabían que no podían perder demasiado tiempo.
— Levántate — susurró Rivon con voz firme, mientras extendía una mano. El esclavo, aún aturdido por el golpe, intentó levantarse, pero sus movimientos eran torpes y lentos. La sangre corría por su labio y goteaba en el suelo metálico.
Thorin lo ayudó a levantarse del todo, y entre los dos, lo movieron a un lado, asegurándose de que el trabajo continuara sin más interrupciones. Rivon sabía que no podían hacer mucho más. En la Veritas Imperii, el sufrimiento era parte de la vida diaria, y aquellos que no podían seguir el ritmo eran rápidamente eliminados o reemplazados. Nadie intervendría por un esclavo caído.
Con el esclavo ahora en un rincón, intentando recuperarse, Rivon volvió a su trabajo, su mente sumida en la monotonía del esfuerzo físico. Sabía que más cuerpos llegarían pronto desde la superficie de Draxos, y que las cámaras de reciclaje estarían a punto de colapsar por la cantidad de soldados caídos.
El día avanzaba lentamente, cada minuto cargado de trabajo pesado y silencioso. Los esclavos se movían como sombras entre los pasillos y las cámaras de la nave, mientras los Ascendidos finalizaban sus preparativos para descender a la superficie del planeta. Las luces parpadeaban intermitentemente, reflejando la naturaleza desgastada de la Veritas Imperii, una nave que, al igual que sus esclavos, funcionaba solo lo justo para seguir adelante, pero nunca en su mejor condición.
Mientras tanto, la mención de la Sombra seguía acechando en la mente de todos, una amenaza oscura que, aunque no visible, se sentía presente en cada rincón de la nave. Rivon no sabía cuánto más podría soportar la Veritas Imperii antes de colapsar, pero algo en su interior le decía que el final de su viaje se acercaba.