Nave: Veritas Imperii
Destino: Estacionado en órbita sobre el Planeta Draxos
El estruendo de las turbinas de la Veritas Imperii era una constante mientras la nave mantenía su curso sobre el planeta Draxos. Para los soldados a bordo, la batalla que estaba por comenzar abajo en la superficie era solo una más en la interminable guerra del Imperio, pero para los esclavos, significaba largas jornadas de trabajo agotador, asegurando que las armas, la comida y los suministros estuvieran listos para los guerreros que se lanzaban a la batalla.
Rivon se encontraba una vez más en los almacenes de la nave, cargando las últimas cajas de suministros para las tropas. El ambiente era sofocante, el aire pesado y el olor a sudor y aceite quemado impregnaba cada rincón. Los soldados ascendidos se movían con precisión militar, sus armaduras negras y sus armas resplandeciendo bajo la tenue luz de los corredores. Rivon apenas levantaba la vista mientras trabajaba, sabiendo que cualquier signo de distracción podía atraer la atención equivocada.
Los Custos Automa, los incansables robots de seguridad, patrullaban los pasillos, vigilando a los esclavos con ojos fríos y mecánicos. No mostraban piedad ni misericordia. Un paso en falso, un movimiento tardío, y la respuesta de los Custos sería letal y rápida. Rivon había visto lo que sucedía cuando un esclavo cometía un error, y no tenía intención de convertirse en otro cuerpo incinerado en las cámaras de reciclaje.
El día avanzaba lentamente, cada minuto cargado de trabajo sin fin. Thorin, su compañero habitual, trabajaba cerca de él, moviendo cajas con su habitual fuerza bruta. Aunque ambos se entendían sin hablar mucho, había días en los que incluso la presencia silenciosa de Thorin se sentía como una carga adicional. En este mundo, las conexiones humanas eran escasas y peligrosas. Todos eran reemplazables, y la idea de formar lazos solo añadía un peso emocional que Rivon no estaba dispuesto a cargar.
A pesar de la monotonía del trabajo, había algo en el ambiente ese día. Una tensión palpable que hacía que cada sonido resonara más fuerte de lo normal. Los soldados ascendidos hablaban entre susurros, mencionando cosas sobre el despliegue en Draxos que Rivon no podía captar por completo. Sin embargo, la palabra "limpieza" se repetía una y otra vez.
Rivon sabía lo que eso significaba. Los Zhal'khan eran una raza feroz, y cualquier campaña militar contra ellos siempre traía consigo un alto costo de vidas. No era raro que las misiones en planetas infestados de Zhal'khan se convirtieran en matanzas masivas, donde ninguna forma de vida quedaba intacta. Lo único que le preocupaba a Rivon era el trabajo que vendría después. Cada batalla significaba más cuerpos para limpiar, más desperdicios que incinerar, y más cansancio que cargaría sobre su cuerpo.
Cuando terminó de mover las últimas cajas, el jefe de los esclavos les dio permiso para regresar a sus compartimientos. Mientras caminaba por los pasillos oscuros y angostos de la nave, Rivon no pudo evitar notar cómo los sonidos de los soldados se hacían más intensos. Las risas y los murmullos se mezclaban con el sonido de las botas metálicas golpeando el suelo, creando un eco que reverberaba por toda la nave. Sabía que algunos soldados estaban relajándose antes de la inminente batalla, aprovechando las últimas horas antes de sumergirse en el caos.
El compartimiento de Rivon estaba igual que siempre. Sera, su hermana, dormía en una esquina, agotada por el día de trabajo. Korran, su padre, miraba fijamente la pared, con la misma expresión vacía que había adoptado desde hacía años. Lyra, su madre, revisaba las pocas pertenencias que tenían, como si ese pequeño gesto le diera algo de control en un mundo donde no lo había.
Rivon se dejó caer en el suelo frío y metálico, cerrando los ojos por un momento. El dolor en sus músculos era constante, pero lo ignoraba como siempre. Sabía que el día siguiente traería más de lo mismo: trabajo, sudor, cansancio, y el incesante ciclo de servidumbre al Imperio. No había escapatoria, no había descanso real. Solo el inevitable avance hacia la muerte, ya fuera por el agotamiento o por los caprichos de los soldados.
Mientras intentaba relajarse, un eco distante resonó por los pasillos de la nave. El sonido de risas y voces masculinas era inconfundible, pero Rivon sabía lo que eso significaba. Los soldados se estaban "divirtiendo" antes del despliegue. No era raro que usaran ese tiempo para liberar tensiones antes de la batalla, y eso generalmente implicaba el abuso de alguna de las esclavas. No era algo que él pudiera detener, ni algo que le afectara personalmente. Era simplemente parte del ciclo cruel y sádico de la vida en la Veritas Imperii.
Sabía que a veces la brutalidad del Imperio no se limitaba solo a los campos de batalla. Dentro de la nave, los soldados encontraban su propio escape en el dolor de otros, y los esclavos, como siempre, eran las víctimas de esa sed insaciable de poder y control.
El día siguiente se presentaba igual de oscuro que el anterior, y mientras el ambiente en la nave se volvía más tenso con la inminente campaña en Draxos, Rivon se preparaba mentalmente para enfrentar el cansancio y la dureza de su existencia. Para él, la única certeza era que el sufrimiento nunca terminaría, y la Veritas Imperii continuaría su curso, arrastrándolo con ella.
El descanso de Rivon fue interrumpido por el sonido de los altavoces resonando por toda la nave. Las luces parpadearon brevemente, y la voz mecánica e implacable de los sistemas de la Veritas Imperii anunció la orden del día:
— Preparativos finales para el despliegue en curso. Todos los esclavos asignados al área de reciclaje y mantenimiento, reportarse de inmediato a sus posiciones.
Rivon se levantó, su cuerpo protestando con cada movimiento. Sentía el cansancio acumulado en cada músculo, pero no había tiempo para dudar. Se ajustó la raída ropa que apenas lo cubría y salió del compartimiento sin decir nada. Sabía que su familia también debía estar preparándose, pero en la vida de los esclavos, las despedidas no eran necesarias. Cada día era una lucha por sobrevivir al siguiente, sin ninguna promesa de que verían el final del mismo.
Los pasillos de la Veritas Imperii estaban más ajetreados de lo normal. Los soldados ascendidos caminaban con determinación, enfocados en los preparativos para la ofensiva en Draxos. Rivon observaba a algunos ajustar sus armas, conversar en voz baja, y realizar los últimos chequeos de sus equipos. Sabía que lo que estaba por ocurrir sería brutal. Los informes que llegaban sobre los Zhal'khan no eran nada alentadores. Sin embargo, para los esclavos, las implicaciones de esa brutalidad eran otras: más cuerpos que limpiar, más desechos biológicos, y más trabajo sin fin.
Mientras caminaba hacia su puesto, pasó por una de las cámaras de preparación donde algunos soldados se reunían antes del despliegue. Las risas y el tono relajado de las conversaciones eran un marcado contraste con la tensión que se respiraba entre los esclavos. Rivon no se detuvo, pero su mirada captó algo que le hizo apretar el paso. Al fondo de la sala, una esclava estaba siendo arrastrada por uno de los soldados hacia una esquina menos iluminada. Ella no ofreció resistencia, simplemente aceptó su destino como una parte inevitable de la vida a bordo de la nave.
El soldado, con una sonrisa satisfecha, pasó su brazo alrededor de la cintura de la mujer y la empujó contra la pared, susurrándole algo que Rivon no alcanzó a escuchar. Sabía lo que vendría después, y aunque la escena no le producía más que una fría indiferencia, su mente registró el evento como una más de las tantas veces que presenciaba algo similar. El abuso en la nave no era algo sorprendente, y Rivon, como muchos otros esclavos, lo había normalizado en su día a día. Siguió caminando, sin detenerse, porque sabía que cualquier intromisión lo pondría en peligro.
Llegó finalmente a su estación en las cámaras de reciclaje. El aire era denso y estaba cargado con el olor habitual de los incineradores. Rivon sabía que pronto llegarían los primeros cuerpos desde la superficie de Draxos, una mezcla de soldados caídos y restos de la carnicería que se avecinaba. Los esclavos a cargo de estas cámaras, al igual que Rivon, se preparaban mentalmente para las largas horas de trabajo que les esperaban.
Thorin ya estaba allí, arrastrando una pila de desechos hacia las compuertas que llevaban al incinerador. Sus movimientos eran automáticos, casi robóticos, una rutina que había perfeccionado con los años. A pesar de lo tedioso y macabro de su tarea, Thorin no mostraba emoción alguna. Para él, los cuerpos que arrastraba no eran más que parte de la maquinaria que mantenía en funcionamiento la Veritas Imperii.
— ¿Listo para otro día? — preguntó Thorin en un tono que no esperaba respuesta. Su voz estaba cargada de la misma apatía que compartían todos los esclavos.
Rivon simplemente asintió y comenzó a trabajar. Las primeras órdenes llegaron poco después. La batalla en Draxos estaba a punto de comenzar, y eso significaba que pronto los cadáveres empezarían a llegar en cantidades que desbordarían las capacidades de los incineradores. Era algo que Rivon había visto antes, pero cada vez que ocurría, el trabajo se volvía más extenuante y peligroso.
El ciclo de limpieza y reciclaje comenzaba una vez más, como siempre lo hacía después de una ofensiva. Para Rivon, el sonido de los cuerpos siendo incinerados era tan común como el del metal siendo soldado o las armas siendo disparadas. No había diferencia. Todo era parte del ciclo de muerte y destrucción que definía la vida en el Imperio.
Mientras los esclavos trabajaban en silencio, el eco lejano de la batalla resonaba en la Veritas Imperii. Los cañones de la nave disparaban desde la órbita, y las vibraciones de las explosiones llegaban a los pasillos más profundos de la nave. Rivon sabía que, aunque él no estaba en la superficie, el conflicto también lo afectaba a él y a los demás esclavos. Todo lo que sucedía en el campo de batalla se reflejaba en la carga de trabajo dentro de la nave.
Cuando los primeros cadáveres comenzaron a llegar desde el campo de batalla, Rivon y los otros esclavos se apresuraron a procesarlos. Algunos cuerpos estaban mutilados por las explosiones, otros apenas eran reconocibles, pero todos compartían el mismo destino: las llamas de los incineradores. A Rivon no le importaba si eran soldados humanos o enemigos alienígenas. Todos eran igual de prescindibles en la guerra que el Imperio libraba sin fin.
Con cada cuerpo que lanzaba al incinerador, Rivon sentía el peso del trabajo aplastarlo un poco más. Pero no había lugar para quejas o lamentos. En la Veritas Imperii, todos eran esclavos, ya fueran humanos o máquinas, y el trabajo no terminaba hasta que el último cadáver hubiera sido incinerado.
El trabajo en las cámaras de reciclaje continuaba sin pausa. Los cuerpos seguían llegando desde la superficie de Draxos, y los esclavos, como Rivon, apenas podían mantener el ritmo. Las explosiones y disparos que resonaban en la distancia servían como un recordatorio de que la batalla en el planeta estaba lejos de terminar. Los Custos Automa patrullaban los pasillos, asegurándose de que nadie disminuyera el ritmo ni mostrara signos de debilidad. Las máquinas no perdonaban errores.
Rivon trabajaba en silencio, el calor del incinerador golpeando su rostro mientras arrojaba otro cuerpo dentro de las llamas. La piel quemada y el olor a carne calcinada impregnaban el aire, pero ya no le afectaba. Había pasado tanto tiempo en ese lugar que incluso las cosas más atroces habían perdido su impacto. Los cadáveres, humanos o alienígenas, eran solo otro elemento más en la maquinaria de muerte que era la Veritas Imperii.
Thorin, que estaba en una estación cercana, también trabajaba sin descanso, moviendo cuerpos con la misma frialdad que Rivon. Ninguno de los dos hablaba mucho mientras trabajaban; no había necesidad de hacerlo. Ambos sabían lo que se esperaba de ellos, y las conversaciones eran una distracción que podía costarles la vida.
Las horas pasaban lentamente, cada una más agotadora que la anterior. Mientras Rivon se inclinaba para levantar un cuerpo particularmente pesado, sintió un tirón en su espalda, un dolor agudo que lo hizo detenerse por un momento. Sabía que no podía permitirse ese tipo de debilidad. Los Custos Automa no tenían piedad con los esclavos que no cumplían con su trabajo, y un momento de descanso no autorizado podía significar una muerte rápida. Apretó los dientes y continuó, ignorando el dolor.
Las órdenes llegaban constantemente a través de los altavoces, recordando a los esclavos que debían trabajar más rápido. El flujo de cuerpos no disminuía, y con cada nuevo lote, la presión para incinerar los restos se hacía más intensa. Rivon, acostumbrado a este ritmo, sabía que no podían permitirse fallar. La batalla en Draxos era solo otra más en la interminable guerra del Imperio, pero para los esclavos, significaba una prueba constante de resistencia física y mental.
Entre un lote de cuerpos, Rivon notó algo inusual. Entre los restos calcinados y mutilados, había algo que destacaba: un símbolo grabado en el metal de una de las armaduras de los soldados caídos. Era una insignia que Rivon no había visto antes, un diseño complejo y alienígena, como si los Zhal'khan hubieran dejado su marca en el soldado antes de matarlo. Aunque no tenía tiempo para detenerse y examinarlo más de cerca, el símbolo se quedó en su mente. Algo en él parecía diferente, fuera de lugar, pero Rivon sabía que no era su papel cuestionar lo que llegaba a las cámaras de reciclaje.
Mientras el día avanzaba, Rivon sintió el agotamiento acumulándose. El ciclo de trabajo, muerte y reciclaje era implacable, y aunque había momentos en los que su cuerpo clamaba por descanso, su mente lo obligaba a seguir. Cada vez que veía a los Custos Automa patrullar cerca de él, el miedo lo impulsaba a seguir trabajando, a ignorar el dolor y la fatiga. Sabía que, como esclavo, no tenía más valor que su capacidad para completar la tarea asignada. El descanso no era una opción.
En medio del trabajo, Thorin se acercó brevemente a Rivon, sus movimientos mecánicos mientras tiraba de un saco lleno de cuerpos. Su rostro, cubierto de sudor y cenizas, apenas mostraba expresión alguna.
— Han dicho que la ofensiva en Draxos se está complicando — murmuró Thorin, sin mirar directamente a Rivon. — Al parecer, los Zhal'khan están mejor preparados de lo que pensaban.
Rivon no respondió de inmediato, concentrado en su propia tarea.
— Eso significa más trabajo para nosotros — continuó Thorin con un tono apagado, sabiendo que la situación no mejoraría para ellos. — Nunca termina.
Rivon asintió levemente, sabiendo que Thorin tenía razón. Para ellos, la batalla era solo una fuente más de cuerpos y desechos que procesar. No importaba quién ganara en la superficie de Draxos. El destino de los esclavos en la Veritas Imperii siempre sería el mismo: trabajar hasta que su cuerpo colapsara.
El flujo constante de cuerpos continuaba, y mientras Rivon se inclinaba para levantar a otro soldado caído, no pudo evitar pensar en lo insignificante que era su existencia dentro del gran esquema del Imperio. Los soldados ascendidos, con sus armaduras brillantes y armas avanzadas, eran tratados como héroes, pero al final, sus cuerpos terminaban igual que los de los esclavos: quemados y olvidados, sin gloria ni reconocimiento.
La rutina seguía, y con cada cuerpo que pasaba por sus manos, Rivon se sentía más y más distante de la vida que una vez conoció, si es que alguna vez había tenido algo que pudiera llamarse vida. La Veritas Imperii no solo destruía a sus enemigos; también destruía lentamente a los que la mantenían en funcionamiento.