Desde que los monstruos surgieron, los humanos intentaron diversas formas de resistencia para detenerlos, todas sin éxito. A medida que pasaba el tiempo, más monstruos emergían de la tierra, y aunque la humanidad contaba con armamento muy potente, incluso después de la gran guerra que se desató entre ellos, factores como la fatiga y el hambre jugaron un papel crucial en la derrota de la humanidad. Los humanos necesitaban estar vigilantes durante toda la madrugada y dependían en gran medida de la cafeína para mantenerse alertas. Si bien esto podía ayudar a corto plazo, con el tiempo los soldados comenzaron a sufrir problemas mentales como paranoia y, en casos graves, Psicosis.
El hambre fue otro factor importante. La gran guerra entre los humanos, provocada por la codicia de poder y recursos, destruyó muchas zonas productivas. Aunque aún quedaban cosechas, estas se encontraban en áreas del mundo donde los monstruos surgieron con mayor frecuencia. Los monstruos no destruían las cosechas, salvo cuando había enfrentamientos con los soldados.
En esta ciudad de resistencia fue donde Hiro había nacido. La vida allí era estricta y militar, pues los niños nacidos en la ciudad solo pasaban cinco años criados por sus madres antes de ser enviados a la base militar para recibir un entrenamiento despiadado. Este entrenamiento no solo era extremadamente duro, sino que incluía maltratos con el fin de forjar soldados de carácter fuerte, aunque ello implicara peleas civiles dentro de la base o, en casos más extremos, la muerte de algunos debido a los golpes, las heridas o la falta de energía para continuar con los rigurosos entrenamientos sobrehumanos.
Los soldados que vivían en este baluarte eran alimentados con una dieta rica en carbohidratos, que incluía carnes enlatadas, pan, galletas, frutos secos, barras energéticas y bebidas estimulantes. Aunque la variedad de alimentos era amplia, el sabor dejaba mucho que desear. Sin embargo, lo importante no era el gusto, sino que estos alimentos eran fundamentales para mantener a los soldados bien alimentados y preparados para continuar luchando sin descanso contra las hordas de monstruos. Cada paquete de comida estaba cuidadosamente almacenado en las mochilas de los soldados, que lo llevaban consigo en cada incursión. La ración era suficiente para repartir entre el grupo, asegurando que todos recibieran la cantidad necesaria de energía y proteínas para seguir adelante, aunque el cansancio y la tensión se apoderaran de sus cuerpos.
El aire en el baluarte era denso, cargado de humedad y el constante olor metálico de la lucha. La comida, aunque básica y sin sabor, era lo único que mantenía a los soldados vivos. El crujir de las galletas parecía resonar en el vacío de la fortaleza, como si cada mordisco fuera un recordatorio del terror que los acechaba fuera de sus muros. El sonido de los monstruos, como un eco lejano de rasguños y gruñidos, penetraba la mente de los guerreros mientras devoraban lo que pudieran. Las bebidas energéticas no solo ayudaban a mantenerlos despiertos, sino que también les daban fuerzas para ignorar la pesadez de sus estómagos vacíos, pues sabían que cada momento podía ser el último.
Entre la oscuridad de la fortaleza, las mochilas parecían más un peso muerto que una herramienta de supervivencia. A cada paso, el eco de los soldados compartiendo su ración resonaba como un susurro en la penumbra. No importaba cuánto comieran; la sensación de hambre no se apagaba. Era como si el mismo terror que los perseguía fuera más fuerte que cualquier alimento que pudieran consumir. Cada bocado parecía saber a desesperación, cada trago de bebida energética a la amarga realidad de su interminable batalla. Pero debían seguir. No había opción. No había descanso. Solo el miedo y el sonido interminable de criaturas acechando, esperando que el agotamiento los hiciera caer.
El sabor de la comida era irrelevante, pues lo único que importaba era que les permitiera seguir luchando, aunque la sombra de la muerte ya se cerniera sobre ellos en cada rincón oscuro.
Los soldados contaban con un kit de primeros auxilios, un conjunto de materiales imprescindibles para sobrevivir en un entorno hostil, donde las heridas eran casi tan frecuentes como los monstruos que los acechaban. El kit contenía lo básico, pero también elementos que podrían marcar la diferencia entre la vida y la muerte en una situación extrema.
Uno de los primeros elementos esenciales eran los vendajes, simples pero vitales para cubrir las heridas de los soldados que, con frecuencia, eran atacados por las criaturas que rondaban el baluarte. Estos vendajes se usaban junto con unas tijeras para cortar las vendas con precisión y rapidez, dado que en medio de una batalla no había tiempo que perder.
El siguiente componente del kit era un chute de adrenalina, una inyección rápida que no solo incrementaba la velocidad del soldado, sino que también lo sumergía en un estado de alerta total. Esta sustancia milagrosa les permitía correr a través de los pasillos del baluarte, ignorando el agotamiento, las heridas profundas y el dolor punzante. Mientras la adrenalina recorría su sangre, los soldados se sentían casi invencibles, como si fueran capaces de desafiar la muerte misma.
Sin embargo, la adrenalina no podía ocultar el dolor permanente. Para eso, estaba la morfina, un potente analgésico que aliviaba los dolores más intensos. Si un soldado perdía una extremidad o sufría heridas irreparables, la morfina proporcionaba un alivio momentáneo que les permitía seguir luchando, aunque la pena y la desesperación los acechaban por dentro. El dolor se desvanecía, pero no las cicatrices.
Finalmente, en el kit también se encontraba alcohol, utilizado para desinfectar las mordeduras de monstruos. Estas criaturas, cuya saliva era un caldo de enfermedades, dejaban tras de sí marcas putrefactas, que olían a cadáver en descomposición. La boca de estos monstruos, siempre húmeda y repleta de bacterias, dejaba en las heridas una peste nauseabunda, que solo podía ser contenida con el fuerte aroma del alcohol. El soldado que sufría una mordedura no solo debía soportar la herida, sino también el hedor que emanaba de ella, un recordatorio constante de lo que les acechaba.
A pesar de contar con estos materiales, la sensación de que cualquier momento podía ser el último nunca los abandonaba. Cada vez que usaban una de estas herramientas, sabían que estaban un paso más cerca de la locura o la muerte. El baluarte, aunque reforzado y lleno de provisiones, no era un refugio seguro; era un lugar donde las heridas físicas y psicológicas se acumulaban como una amenaza silenciosa, siempre presente, siempre esperando.
Los soldados de este baluarte estaban organizados de manera meticulosa, cada uno con un rol específico y esencial para la supervivencia del grupo. Su formación se basaba en el abecedario (A-Z), con cada letra representando una unidad compuesta por 10 soldados, todos con funciones especializadas que garantizaban una cohesión perfecta en el combate. Aquí se detalla el rol de cada soldado dentro de este equipo de élite:
1 - Artillero:
El Artillero era el primer soldado en la línea de fuego. Equipado con armas pesadas y una gran cantidad de munición, su armadura era más blindada que la de los demás, ya que su función era absorber el impacto de los monstruos mientras disparaba sin cesar. A pesar de ser el más expuesto, su frenético ataque y locura al enfrentarse al enemigo lo convertían en una máquina de guerra imparable. Sin pensarlo, se sacrificaba para dar cobertura a sus compañeros, disparando hasta el último cartucho como si fuera la última vez que luchara.
2 - Fusilero:
El Fusilero era el soldado encargado de eliminar a los monstruos desde una distancia segura, con un rifle de largo alcance capaz de acabar con ellos con un solo tiro certero. Su rol lo convertía en el protector del grupo, encargado de eliminar a los monstruos antes de que pudieran acercarse demasiado. Aunque estaba fuera del alcance cercano del combate, dependía de los demás soldados para mantenerse seguro mientras cumplía su misión de desmantelar al enemigo desde lejos.
3 - Anulador:
El Anulador era otro soldado en primera línea, pero en lugar de armas de fuego, portaba un escudo gigantesco y blindado, diseñado para bloquear y retroceder a los monstruos. A su vez, poseía una pistola para contraatacar a las criaturas que lograban derribarlo o rodearlo. Su valentía y resistencia lo convertían en el último bastión antes de que los monstruos alcanzaran al resto del grupo, aunque su vida estaba siempre en peligro, rodeado por los horrores de la batalla.
4 - Médico:
El Médico era el corazón compasivo del grupo, aunque su rol también implicaba un gran riesgo. Con solo una pistola como defensa, su verdadero trabajo consistía en transportar los kits de primeros auxilios y paquetes de comida, y en curar a sus compañeros cuando caían heridos. Rápido en su actuar, era el encargado de mantener al equipo operativo, ayudando a los soldados a seguir combatiendo mientras lidiaba con las consecuencias de las constantes batallas.
5 - Bombardero:
El Bombardero era el especialista en desestabilizar a los monstruos desde lejos con su arsenal de explosivos. Con bombas de todo tipo, incluyendo molotovs y explosivos aturdidores, su objetivo era desintegrar a las criaturas y alterar su organización. Sin embargo, al ser tan ruidoso y destructivo, atraía la atención de los monstruos, convirtiéndose en el blanco de su furia, lo que hacía que el Bombardero estuviera siempre en peligro.
6 - Destructor:
El Destructor era el soldado cuerpo a cuerpo, el único de todos que luchaba con armas blancas. Ágil y letal, su destreza en el combate cuerpo a cuerpo le permitía cortar fácilmente la carne de los monstruos con su espada afilada. Era la fuerza imparable que se encargaba de derribar a las criaturas que lograban escapar del fuego de los demás soldados, pero su cercanía con el enemigo lo ponía constantemente en peligro de ser devorado.
7 - Exterminador:
El Exterminador era el portador del lanzallamas, un arma brutal que arrasaba con todo a su paso. Mientras su llama incineraba a los monstruos, él mismo corría el riesgo de ser atacado, ya que su tanque de gas en la espalda podía explotar si se veía comprometido. Sin embargo, el Exterminador no temía a la muerte, pues su misión era purgar el campo de batalla con el fuego, sin importar el riesgo.
8 - Venenoso:
El Venenoso era el experto en la guerra química. Armado con un rifle especial que disparaba balas cargadas con veneno, su función era envenenar a los monstruos a distancia, debilitándolos de manera gradual hasta que cayeran. Aunque no siempre era el soldado más llamativo, su capacidad para acabar con los enemigos de forma silenciosa lo convertía en un miembro crucial del grupo.
9 - Explorador:
El Explorador era el ojo y los sentidos del equipo. En territorios de oscuridad, niebla o cualquier otra condición que redujera la visibilidad, él era quien guiaba a sus compañeros, proporcionando información crucial sobre el movimiento de los monstruos. Con un arsenal ligero pero efectivo, se movía rápidamente por el campo de batalla, asegurándose de que el grupo estuviera siempre un paso adelante.
10 - Castigador:
El Castigador era el soldado con la habilidad más insólita de todos. Armado con un látigo eléctrico de altísima voltaje, podía derribar a los monstruos con un solo golpe, dejándolos inmóviles y sin poder levantarse durante un tiempo prolongado. Su habilidad para incapacitar a los enemigos lo hacía invaluable en combate, pues frenaba el avance de las criaturas y les daba a los demás soldados una ventaja crítica.
Cada uno de estos soldados, aunque con habilidades y roles diferentes, estaba unido por un solo objetivo: sobrevivir y proteger a sus compañeros en un mundo lleno de horrores. Cada uno estaba dispuesto a sacrificarse por el bien del grupo, sabiendo que su lucha era la única esperanza contra las monstruosidades que acechaban en las sombras.
Toda esta información fue recopilada por una de las baluartes de resistencia que vivía en la ciudad de Hiro.
Hiro fue criado por su madre desde niño, ya que su padre, quien también había sido soldado, había muerto en un enfrentamiento contra los monstruos. Fue durante su infancia cuando Hiro comenzó a desarrollar un profundo resentimiento hacia el entorno en el que vivía, y por supuesto, hacia los monstruos que habían arrebatado a su padre.
iro, para ese entonces, antes de siquiera haber conocido a Stitches, Rei o incluso haberse topado con los niños como Sakeichi, era un joven soldado con una actitud antisocial debido al aislamiento en la base militar. Ni hablar de que sus superiores eran personas deplorables que no se preocupaban en absoluto por la estabilidad emocional de sus soldados. A ellos no les importaba si perdías a un ser querido, su única preocupación era que estuvieras al frente en las infiltraciones de monstruos en el baluarte o en las rondas de vigilancia en las torres, para controlar las zonas infestadas de criaturas.
El baluarte estaba conformado por una gran infraestructura de varias casas pequeñas o medianas, y en su centro se encontraba la base militar que entrenaba a jóvenes soldados directamente para el campo de batalla. A unos metros de la base se erguía una torre en la que habitaban varios científicos. Uno de ellos era el científico Rooney, aunque poco se sabía de él. Se decía que no residía en la torre, sino que vivía en lo más profundo de la misma, bajo tierra. Nadie sabía con certeza qué experimentos realizaba allí, pero los rumores sugerían que los científicos de la torre se encargaban de desarrollar armas, armaduras y nuevas tecnologías para combatir a los monstruos. Además, usaban los cuerpos de estas criaturas para procesarlos como materiales y mejorar sus creaciones.
"¿Cómo te fue tu tarde, hijo?" dijo una madre con voz suave, mientras colocaba unos panes con carne enlatada sobre la mesa frente a su hijo, quien tenía una mirada fría y agotada.
"Nada, madre. Solo otra tarde más de mierda, con los superiores gritando por cada cosa que no les gusta, incluso en el mínimo detalle", respondió el hijo, sirviéndose el pan con la carne enlatada.
"Lo sé, Hiro. Entiendo que no te guste la vida que llevas, pero no tenemos opción si queremos sobrevivir", respondió la madre, con tono comprensivo.
"Desearía tener a papá aquí", dijo Hiro, con un tono de frustración en su voz.
Al ver el rostro sombrío de su hijo, la madre sintió una punzada de dolor. La muerte de su esposo había sido un golpe muy fuerte para ella, sobre todo estando embarazada en ese entonces. Recordaba con claridad lo emocionado que estaba su marido por conocer a su hijo, deseando poder verlo en sus brazos.
"Lamento si te lo hago recordar", dijo Hiro, con un tono lleno de tristeza.
"Está bien, hijo. Yo también extraño a tu padre", respondió la madre, mientras mordía su pan. Hiro, por su parte, también comenzó a comer su pan, aprovechando ese momento de calma junto a su madre antes de regresar a la base militar.
Pasado un tiempo, Hiro logró llegar a la base militar mediante un transporte. Su rol era el de un explorador, encargado de dar visión a su grupo de soldados en medio de la oscuridad, la neblina o, en el peor de los casos, detectar los movimientos de los monstruos. No era un rol que le gustara, pero no tenía más opción que aceptarlo. Si se negaba, tendría que soportar discusiones interminables con sus superiores durante horas. Hiro prefería mil veces estar muerto antes que pasar por esas discusiones, las cuales ponían de los nervios a cualquiera. Lo peor de todo era que, por más que tuvieras razón, siempre terminabas castigado de una manera horrible, casi como si fueras un delincuente.
Hiro entró al lugar, acompañado de otros soldados. Lo que siguió fue un infierno. Pasaron por varias pruebas de resistencia y destreza física, la comida era tan repugnante que, aunque nutritiva, apenas se podía tragar. Pero lo más insoportable de todo eran las interminables conferencias de los superiores, quienes se autoproclamaban por encima de los demás, a pesar de que, al igual que los demás, también eran simples humanos de carne y hueso. Ni siquiera eran soldados entrenados con la capacidad de desafiar monstruos de gran tamaño; de hecho, probablemente no podrían ni siquiera enfrentar a uno en un combate uno a uno.
Hiro, resignado, soportaba todo esto con la esperanza de que algún día algo cambiara, aunque sabía que las probabilidades eran mínimas.
Hiro se dirigió a la sección E, donde tendría que esperar a sus nueve compañeros soldados. Al sentarse en su asiento, repasó en su mente la misión que se les había asignado según la agenda. Tendrían que explorar las zonas subterráneas del túnel debajo del baluarte, que transportaba grandes cantidades de agua para la población. La zona era tan grande como el baluarte, aunque mayormente consistía en espacios cerrados, con pocos pasajes abiertos. Los trabajadores en ese lugar se encargaban de administrar la cantidad de agua que provenía del mar, asegurándose de que se distribuyera de manera equitativa para todos.
Sin embargo, el sitio había quedado paralizado debido a los informes de los trabajadores, quienes afirmaban haber visto a un monstruo, el Xerp. Esta criatura comenzó a rondar las áreas de trabajo, causando pánico entre los empleados y obligándolos a retirarse, lo que detuvo las operaciones. El monstruo, de figura humanoide y piel roja, había atacado a varios trabajadores. Por lo tanto, la misión de Hiro y su grupo era ir a ese lugar y exterminar a la criatura.
Mientras Hiro se sumergía en sus pensamientos, tres soldados entraron en la sala. Por sus roles, sabían exactamente lo que les esperaba. El "Exterminador", armado con un lanzallamas, se sentó al costado de Red. El "Venenoso", cargando su arma química, se acomodó en un rincón, mientras que el "Destructor", un hombre de complexión robusta, con cierta vacilación, se sentó en las primeras filas, esperando a que llegaran los demás compañeros.
"Entonces... ¿solo es un monstruo?", dijo el Destructor, con un tono irónico. Pensó que la misión sería algo más complicada, pero al parecer, solo debían ir a las zonas subterráneas donde se administraba el agua. La simpleza de la tarea lo decepcionó un poco.
"Lo que más me decepciona es no saber qué es más frustrante: la misión en sí, o el hecho de que los demás no hayan llegado aún", comentó el Venenoso, visiblemente impaciente, mientras cruzaba los brazos y miraba hacia la puerta.
El Exterminador, que no parecía muy afectado por el ambiente de frustración, encendió su lanzallamas, revisando que estuviera en perfectas condiciones. A pesar de la simpleza de la misión, cada uno tenía su propio enfoque, y sabían que, aunque el desafío fuera menor de lo esperado, no podían bajar la guardia.
"Sabemos que este monstruo ha estado matando trabajadores", dijo Hiro, interrumpiendo brevemente la conversación. "No será fácil, aunque no se trate de una misión de alto riesgo. Es un monstruo con un poder considerable y su área de operación es un túnel subterráneo. Nos enfrentaremos a desventajas de espacio y visibilidad. Hay que estar preparados."
El Destructor se encogió de hombros. "Sí, sí, ya sé, Hiro. Lo importante es que tenemos un objetivo claro. A veces, los monstruos más fáciles de matar son los que menos esperamos."
El Venenoso no dijo nada, pero su mirada lo decía todo: él prefería enfrentarse a algo mucho más peligroso, algo que pusiera a prueba su habilidad química. Sin embargo, sabía que no importaba lo que pensara. La misión estaba asignada, y la cumplirían.
Mientras tanto, los demás soldados aún no llegaban, y la tensión en la sala seguía aumentando con cada minuto que pasaba. Pero todos sabían que, una vez que el equipo completo estuviera listo, la misión comenzaría sin más demora.
Finalmente, llegaron los últimos miembros del equipo. El Artillero, un soldado con un rifle pesado, entró con paso firme y se sentó al lado del Exterminador. Junto a él, llegó el Bombardero, armado con una mochila cargada de bombas, que se acomodó en el espacio cercano al Venenoso, no sin antes lanzar una mirada rápida a su alrededor.
La Soldada Castigador, una mujer con un látigo de electricidad que utilizaba para incapacitar a sus enemigos, también hizo su entrada, saludando al grupo con un gesto de cabeza antes de tomar asiento en la zona central, donde todos pudieran verla.
Por último, llegó el Médico del equipo, un hombre tranquilo pero siempre alerta, con su kit de primeros auxilios preparado. Aunque su rol no era combativo, todos sabían que su habilidad para mantener a los soldados vivos en el campo de batalla era vital. Se sentó cerca de la Soldada Castigador, dispuesto a estar listo para cualquier eventualidad.
Solo faltaban dos soldados: el Artillero, quien vestía una armadura blindada y estaba armado con armas pesadas, y el Anulador, el más imponente del grupo. El Anulador portaba un gigantesco escudo, que usaba tanto para bloquear ataques como para derribar enemigos, y también llevaba una pistola en la cadera, lista para contraatacar.
La sala se llenó de murmullos mientras el equipo se asentaba, el ambiente estaba cargado de tensión, pero también de cierto sentido de camaradería entre ellos. A pesar de la frustración de algunos, todos sabían que una vez que la misión comenzara, dejarían de lado las quejas y se concentrarían en la tarea que tenían por delante. El monstruo en los túneles era una amenaza, y ninguno de ellos iba a subestimarlo, no importa cuán sencillo pareciera el objetivo.
"Faltan dos", dijo el Exterminador, mirando el reloj. "Pero no importa. Con lo que tenemos, podemos manejarnos."
"Sí, solo espero que ese Xerp sea tan fácil de exterminar como algunos dicen", respondió el Bombardero con una sonrisa confiada.
"Mejor que sea así", agregó el Venenoso, aún inquieto. "Porque no quiero quedarme atrapado en esos túneles con un monstruo que nos este vigilando."
La Soldada Castigador, con una expresión impasible, miró al grupo. "Enfrentémoslo de una vez. Cuanto antes, mejor."
El Médico asintió con calma. "Todos estén atentos. La misión no acaba cuando matamos al monstruo. Asegúrense de salir vivos."
Con ese último recordatorio, el grupo esperó en silencio, anticipando la llegada de los dos soldados restantes y la inevitable marcha hacia los túneles subterráneos. La misión estaba por comenzar.
Finalmente, llegaron los dos soldados restantes: el Artillero y el Anulador. El Artillero, con su pesada armadura blindada y las metralletas colgando de su cinturón, entró al cuarto con paso firme. "Si los superiores hubieran dicho que nuestra misión es lidiar con un monstruo, estoy decepcionado", comentó, mientras ajustaba su equipo con un gesto de frustración. "Pensé que estaría enfrentándome a algo más desafiante."
El Anulador, un soldado de gran porte, entró justo detrás de él, llevando su enorme escudo y pistola. "Sí, pero qué se puede hacer", respondió con tono indiferente, sentándose en una silla cercana. "Mejor hacer la misión y acabar con esto, que quedarnos escuchando sus discusiones, que parecen más bien las de unos chimpancés." Su mirada parecía una mezcla de cansancio y desdén, como si ya estuviera harto de la dinámica de los superiores.
El grupo se acomodó rápidamente, y la conversación pasó de quejas a estrategias. Todos sabían que, a pesar de las bromas y la frustración, la misión seguía siendo peligrosa. Cada uno tenía su rol, y todos confiaban en que, juntos, podrían acabar con el monstruo Xerp y regresar con vida.
"Al menos el túnel subterráneo es nuestro terreno", comentó el Exterminador mientras revisaba su lanzallamas. "Eso les dará una ventaja a algunos de ustedes."
"Sí", respondió el Médico, "pero recuerden que no solo vamos a cazar a un monstruo, también debemos estar listos para cualquier imprevisto. No subestimemos la situación."
El grupo asintió en silencio, sabiendo que una vez que comenzara la misión, tendrían que centrarse únicamente en su objetivo: eliminar a la criatura y salir vivos. Las quejas y las frustraciones quedaban atrás, al igual que las discusiones sin sentido de los superiores. El trabajo en equipo era lo único que realmente importaba.
Los 10 soldados de la sección E comenzaron su misión, abordando el transporte militar que los llevaría al camino subterráneo que conducía a la entrada principal del túnel. El ambiente estaba cargado de tensión y cada uno de los miembros del grupo sabía que estaban a punto de enfrentarse a algo peligroso. Al llegar al lugar, se encontraron con varios trabajadores que, visiblemente preocupados, hablaban entre ellos sobre la situación.
Hiro, como explorador del equipo, fue el primero en acercarse a los trabajadores. "Hemos venido a investigar el Xerp", les informó con voz firme. "¿Nos pueden dar más detalles sobre su ubicación?"
Los trabajadores, nerviosos, asintieron. Uno de ellos, un hombre de aspecto agotado, habló. "El Xerp no está aquí, está más profundo en los túneles... más allá de la zona de trabajo, donde no hemos podido ir por semanas. Nos ha estado acechando, y varios de nuestros compañeros... ya no volvieron."
Con esta información, el equipo decidió avanzar. Sin perder tiempo, se dirigieron hacia la entrada de los túneles, que estaba custodiada por algunas puertas metálicas y barreras de seguridad. Al atravesar las puertas, comenzaron a recorrer las salas de trabajo, donde los trabajadores solían administrar el agua y donde se realizaban las muestras que garantizaban el suministro a la población. Las máquinas zumbaban, pero el lugar tenía un aire de abandono. Las luces parpadeaban, creando sombras extrañas en las paredes del túnel, lo que aumentaba la sensación de inquietud.
A medida que avanzaban por los pasillos, Hiro se mantenía alerta, siempre un paso adelante para detectar cualquier movimiento inusual. Los demás soldados se mantenían en formación, con los ojos bien abiertos, listos para reaccionar ante cualquier amenaza.
"Tenemos que estar preparados para cualquier cosa", dijo el Médico, que siempre tenía en cuenta el bienestar del grupo. "No sabemos qué tan profundo está ese monstruo ni qué tan peligroso puede ser. Necesitamos estar en plena forma para lo que venga."
Con un gesto, el Médico sacó los paquetes de comida que había preparado para el equipo, asegurándose de que cada uno tuviera suficiente energía para la misión. "Coman. Necesitan energía y carbohidratos para poder recorrer estos túneles. Esto puede ser más largo de lo que pensamos", les indicó, repartiendo las raciones.
Mientras los soldados tomaban un breve descanso para reabastecerse, Hiro observaba atentamente los pasillos. Los túneles parecían interminables, como un laberinto de metal y concreto. Sabía que tenían que mantenerse unidos y concentrados, pues cualquier distracción podría ser fatal.
"Listos para continuar", dijo finalmente Hiro, alzando la vista y señalando la siguiente puerta que daba paso a la zona más profunda. Los soldados asintieron, sintiendo el peso de la misión sobre sus hombros. Aunque el Xerp no estaba en su alcance aún, sabían que la parte más peligrosa de su recorrido estaba por comenzar.