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Chapter 10 - Capitulo 10: Pensamientos

Sakeichi se despertó de golpe, sudoroso y agitado, tras una pesadilla en la que un gusano de sangre lo devoraba de manera lenta y agonizante. Dio un grito ahogado, casi un jadeo, pero, para su buena o mala suerte, nadie lo escuchó, ya que los demás seguían dormidos. Estaban en una gran subterránea, donde el eco amplificaba todo, pero el silencio reinaba, como si el lugar estuviera aislado de todo.

A su lado, Ian dormía plácidamente, tan cómodo que parecía estar en el paraíso. Era extraño para Sakeichi, pues siempre había admirado el optimismo y la energía de Ian, quien incluso en las situaciones más desesperadas se mantenía firme. Recordaba que, días atrás, habían sido atacados por el mismo gusano de sangre que lo había atormentado en su sueño.

Al mirar a otro lado, vio a Talón descansando también, aunque de espaldas. Recordó cuando, durante el enfrentamiento con el gusano, Talón fue quien lo regañó con dureza. A pesar de ser un niño como ellos, Talón siempre mostraba una madurez que contrastaba con el comportamiento impulsivo de Sakeichi. No es que Talón fuera frío, pero la imprudencia de Sakeichi podría haber causado un desastre, algo que él nunca dejaría de señalar.

Volvió la mirada y vio a Estrellita, el bebé que había salvado. Sonrió suavemente al verla dormir. Estrellita, con su cabello anaranjado, ya había crecido un poco y, para sorpresa de todos, tenía los ojos de un brillante color naranja. Sakeichi se sintió agradecido por ella, no solo por haberla salvado, sino también por el hecho de que, aunque estuvo a punto de perder la vida en el proceso, sabía que la decisión había sido correcta.

De repente, sentí una sensación insoportable. En la cueva, había agua subterránea, y decidió levantarse para beber, evitando los cuerpos dormidos de los demás para no molestarlos. Parecía ser el único despierto en aquella noche silenciosa.

Mientras caminaba hacia la fuente de agua, Sakeichi reflexionó sobre el tiempo que había pasado con el grupo. Desde que se unió a ellos, muchas personas se habían perdido en el camino, caídas durante su búsqueda de un lugar prometido por Hiro, donde, se decía, podrían escapar de esa tierra plagada de monstruos. La sensación de soledad comenzaba a pesarle, pero también le daba fuerza la idea de que, si lograban llegar a ese lugar, todo lo que habían perdido habría válida la pena.

Sakeichi comenzó a beber el agua fresca, sintiendo cómo saciaba su sed de forma lenta pero constante. Cada sorbo parecía borrar, aunque solo por un momento, la angustia que lo había despertado de su pesadilla. Mientras bebía, su mente se desvió hacia Hiro. Se preguntó cómo sería la vida de Hiro de niño, si alguna vez tuvo algo que él pudiera llamar "felicidad" o "familia". Recordó las palabras de Stiches, su amigo y compañero de viaje, quien a menudo había mencionado en sus conversaciones que Hiro había perdido a su padre a una edad temprana. En realidad, Hiro nunca habló mucho sobre su pasado, pero Stiches le había contado algunos detalles en momentos de confianza, aquellos raros momentos de calma cuando la realidad no los alcanzaba tan rápido.

Sakeichi recordó cómo Hiro, a pesar de todo lo que había pasado, siempre había mantenido un halo de liderazgo, casi como si el dolor no le hubiera tocado nunca. Pero Sakeichi sabía que eso no era cierto. Hiro era fuerte, pero esa fortaleza provenía de sus heridas. Cada cicatriz en su cuerpo, cada cicatriz en su alma, era un recordatorio de la oscuridad que había tenido que atravesar para llegar a ser quien era ahora. El albino se sentó cerca del borde del agua, pensativo, mirando la oscuridad que se extendía ante él. La cueva, con sus paredes de piedra, no ofrecía consuelo, pero en su mente sentía que el liderazgo de Hiro le daba un propósito. Sin Hiro, sin esa figura de autoridad y fuerza, todo el grupo habría caído mucho antes.

En las noches más tranquilas, cuando no había monstruos acechando cerca, los dos se sentaban juntos y hablaban, aunque Hiro rara vez compartía algo personal. Sakeichi lo entendía, aunque le hubiera gustado saber más sobre el hombre que guiaba al grupo. Sabía que Hiro tenía sus propios demonios internos, su propia carga emocional, pero nunca se le permitió caer en ella. Era como si la oscuridad que lo había marcado desde niño estaba siempre presente en su interior, pero él elegía mantenerla bajo control.

Sakeichi terminó de beber y se quedó allí unos momentos más, observando el agua que fluía suavemente. La cueva parecía ofrecerle algo de consuelo, aunque solo fuera un breve respiro de la tensión diaria. Miró hacia el fondo de la cueva, donde el resto del grupo dormía tranquilamente, y pensó en cuántos de ellos ya no estaban. En su camino hacia este refugio, muchos habían perdido la vida. Algunos por monstruos, otros por enfermedades, y otros por la simple crueldad de este mundo devastado. La idea de que algún día podría escapar de este lugar, de que podría encontrar la paz, parecía un sueño lejano, casi inalcanzable. Pero, a la vez, ese sueño les daba fuerzas para seguir adelante, para luchar un día más.

El rostro de Estrellita apareció en su mente. Ella, la pequeña bebé con los ojos naranjas, había llegado a ser un símbolo de esperanza para todos. Aunque su presencia era pequeña, su vida representaba algo más grande que la desesperación que los rodeaba. Sakeichi sabía que había una razón detrás de todo lo que estaban viviendo, aunque no pudiera comprenderla completamente. Tal vez, algún día, esa razón se revelaría ante ellos, y encontrarían el significado de sus esfuerzos, de sus sacrificios.

Decidió regresar al grupo. Mientras caminaba de vuelta a su lugar en la cueva, se dio cuenta de que, aunque el camino hacia la libertad era incierto, no estaba solo. Con Hiro, Talón, Ian, Stiches, Rei y todos los demás a su lado, podía sentir que, de alguna forma, aún tenían algo por lo que luchar. Y, aunque el futuro era incierto y el peligro siempre los acechaba, Sakeichi sabía que seguirían adelante, porque, al final, eso era lo único que podía hacer.

Claro, aquí tienes la redacción mejorada, con un toque de detalle adicional como me pediste:

"Veo que estás despierto", resonó una voz en la oscuridad de la noche, provocando que Sakeichi se sobresaltara un poco, aunque no llegó a gritar. La voz le era familiar, aunque la situación hacía que no la esperara. El niño albino, con los ojos aún entrecerrados por el sueño, dirigiéndose la mirada hacia la fuente del sonido. Al ver quién era, reconoció de inmediato a Hiro, que, como siempre, caminaba hacia las aguas subterráneas con su paso tranquilo y seguro.

"Señor Hiro, ¿desde cuándo está despierto?", preguntó Sakeichi, aún algo confundido por el encuentro inesperado. Su tono era cauteloso, como si no pudiera comprender del todo cómo alguien podría estar despierto a esa hora tan tardía, cuando todo a su alrededor parecía estar en silencio y en calma.

Hiro, sin detener su marcha, levantó una mano en señal de saludo y siguió su camino. Mientras se acercaba al borde de la fuente de agua subterránea, le dio una respuesta breve y casi evasiva: "Desde siempre". Sakeichi observó en silencio cómo Hiro tomaba el agua con una mano firme y, de una forma casi ritual, se la echaba luego sobre el rostro, refrescándose como si fuera una costumbre tan antigua como su propio ser.

El agua caía con suavidad sobre su rostro y, aunque era de una temperatura fresca y natural, parecía más un alivio que un simple gesto. Hiro, quien había estado en ese lugar muchas veces parecido, haber encontrado en esa rutina una forma de calma, algo que solo los pocos que conocían el verdadero significado de la paz pudieron comprender. En ese instante, el joven albino recordó cuánto lo admiraba por su serenidad y su capacidad para mantenerse imperturbable en medio de las circunstancias más caóticas.

Sakeichi, por su parte, no podía evitar sentir cierta intriga por el comportamiento de Hiro. A menudo, se encontraba buscando respuestas que no encontraba. Hiro era un hombre de pocos momentos de vulnerabilidad, y aunque la voz que acababa de escuchar le había sonado casual, algo en la profundidad de sus ojos le decía que algo más estaba pasando en su mente. A pesar de la tranquilidad que siempre emanaba, el niño albino había aprendido a reconocer ciertos gestos, pequeños esos detalles que no se podían esconder.

Sakeichi, sintiendo una mezcla de curiosidad y respeto, dio unos pasos hacia Hiro. "¿No tienes sueño?", preguntó, aunque sabía que la respuesta seguramente no sería la que él esperaba.

Hiro, con una ligera sonrisa que apenas se vislumbró, se detuvo un momento y lo miró con sus ojos profundamente oscuros. "El sueño es solo un recordatorio de que uno está vivo. Pero hay mucho más que se puede hacer cuando no se duerme", dijo en un tono que podía haber sonado enigmático para cualquiera, pero Sakeichi entendía que detrás de esas palabras había algo más. profundo.

El niño albino permaneció en silencio mientras observaba a Hiro beber de nuevo, como si el simple acto de hidratarse fuera parte de un ritual ancestral que solo él comprendía por completo. En ese silencio, Sakeichi pudo notar cómo el agua en la que Hiro se sumergía no solo calmaba su cuerpo, sino que parecía influir en su alma de una manera que el niño no podía explicar en palabras. Era como si, al tocar ese líquido claro y fresco, Hiro se conectara con algo más grande que él mismo, algo que trascendía el tiempo y el espacio.

En ese momento, Sakeichi se dio cuenta de que a pesar de las pocas palabras que intercambiaban, siempre había algo más que se podía aprender de Hiro, aunque fuera sin hablar. No era la primera vez que Sakeichi reflexionaba sobre las razones por las que lo consideraba un mentor. Hiro no solo poseía una serenidad admirable, sino una sabiduría que parecía emanar de cada uno de sus gestos y actitudes. Sin embargo, al mismo tiempo, había algo en él que se mantenía distante, algo que Sakeichi no podía alcanzar, como si Hiro estuviera siempre un paso adelante, demasiado lejos para que alguien pudiera seguirlo por completo.

El joven albino se acercó un poco más a la orilla de la fuente, observando cómo la superficie del agua reflejaba la luz tenue de la luna, creando un paisaje enigmático que parecía ser parte de un sueño. Hiro, al darse cuenta de su presencia, dejó de beber y lo miró con una intensidad que hacía que el niño se sintiera pequeño, como si sus pensamientos fueran transparentes y fácilmente leídos.

Sakeichi tragó saliva antes de hablar de nuevo, esta vez con una pregunta que llevaba tiempo guardando en su mente. "¿Alguna vez te has preguntado qué harías si todo cambiara de repente? Si todo lo que conocemos... desapareciera?"

Hiro no respondió de inmediato. En lugar de eso, se quedó observando las aguas, como si el sonido del agua corriendo entre las piedras fuera de la respuesta que necesitaba. "La única certeza es el cambio", dijo, finalmente, con voz suave. "Lo que permanece constante en la vida es que todo se transforma, tarde o temprano. Lo único que podemos controlar es cómo nos enfrentamos a ese cambio."

Sakeichi reflexionó sobre esas palabras mientras Hiro regresaba a beber, y por un momento, todo el mundo a su alrededor parecía detenerse. La vida continuaba su curso, pero en ese breve instante, Sakeichi entendió algo importante: la vida no era solo sobre las respuestas, sino sobre cómo se elegía caminar, incluso en los momentos de incertidumbre.

El agua, que en sus ojos reflejaba tanto misterio como serenidad, seguía corriendo, como si no tuviera fin, tal y como el destino de todos los que alguna vez lo habían contemplado. Hiro, con su presencia etérea, parecía estar en perfecta armonía con ese flujo constante, mientras que Sakeichi, aún en sus pensamientos, no podía dejar de cuestionarse si algún día podría llegar a comprender todo lo que Hiro intentaba enseñarle, más allá de las palabras. .

La noche seguía avanzando, el cielo estrellado parecía inmenso y silencioso, y el eco de las aguas subterráneas era el único sonido que acompañaba sus reflexiones. Aunque Sakeichi no lo sabía en ese momento, en el futuro, esas palabras, esas miradas y esos silencios serían la base de su propia comprensión del mundo.

Sakeichi y Hiro comenzaron a caminar hacia el lugar donde los demás dormían, con sumo cuidado para no despertar a nadie. Mientras avanzaban, Sakeichi no pudo evitar sentir curiosidad por la lanza que Hiro sostenía en la mano. Parecía ser su compañera constante, incluso durante la noche.

"Señor Hiro, ¿Cómo conseguiste esa lanza?" preguntó Sakeichi, con la inocencia y curiosidad propia de un niño.

Hiro, al escuchar la pregunta, frunció el ceño. No esperaba que Sakeichi lo cuestionara, aunque sabía que tarde o temprano lo haría. Después de todo, el niño había estado tan cerca de la lanza al enfrentar al gusano de sangre, que casi sin darse cuenta había incrementado el poder de la misma. Un poder tan abrumador que estuvo a punto de costarles la vida a ambos.

"Eso… es una historia que no te gustaría escuchar" respondió Hiro, algo serio, mientras seguía caminando en silencio.

"¿Por qué?" preguntó el niño, sin dejar que su curiosidad se apagara.

"Es algo personal." La voz de Hiro se suavizó ligeramente mientras se dejaba caer en su cama. Luego, miró al techo, como si las palabras que estaba a punto de decirle pesaran. —Esta lanza fue hecha por una persona que, desde el momento en que nació, ya había muerto.

Sakeichi, al escuchar la respuesta, se quedó en silencio por un momento, como si comprendiera que aquello era un tema sensible. Después, se tumbó en su cama, mirando a Hiro.

"Entiendo... Si te duele, no diré más" dijo el albino, con la madurez de alguien que, aunque joven, sabía respetar los límites de los demás.

Hiro suspir profundamente y, en un tono ms grave, le dirigi unas ltimas palabras antes de que ambos se sumieran en el silencio de la noche.

"Lo que sí te diré, chico, es que a veces lo que una persona teme no es tanto su propia vida, sino el dolor que podrían causar a aquellos que, sin querer, tocan el fondo de su corazón."

Con esas palabras, Hiro se acomodó en su cama, cerrando los ojos y dejando que el silencio de la noche lo arropase, mientras Sakeichi permanecía despierto, inmóvil en la suya. Su mente no dejaba de dar vueltas, procesando todo lo que Hiro le había dicho. Las palabras sobre la lanza, sobre el miedo a lo que podría pasarle a los demás... y la tristeza que había detrás de sus ojos. La conversación seguía resonando en su cabeza, y no pudo evitar sentir un nudo en el estómago al pensar en lo que Hiro había perdido.

De repente, una voz suave, casi un susurro, rompió el silencio de la habitación. Era Ian, el niño amigo de Sakeichi, quien se había despertado, y con la curiosidad típica de su edad, había fingido dormir para escuchar la conversación.

"Oye, Sakeichi, ¿qué estaban hablando?" preguntó Ian en un tono tranquilo y curioso, su voz apenas audible.

Sakeichi, al escuchar su nombre, giró levemente hacia Ian, sin ocultar su sorpresa, pero luego tranquilizándose con suavidad.

"No puedo contártelo todo, Ian… es algo privado" respondió con voz baja, como si no quisiera despertar a los demás—. "Pero te diré algo… a veces las personas guardan secretos que no tienen que ver con ellas mismas, sino con los que más quieren."

Ian lo miró fijamente, con una mezcla de curiosidad y confusión en los ojos, pero antes de que pudiera preguntar más, Sakeichi cerró los ojos, indicando que era hora de descansar. La noche se volvió nuevamente silenciosa, y ambos niños se sumieron en sus pensamientos, uno sobre lo que había escuchado, el otro sobre lo que aún quedaba por descubrir.

Pasaron unas horas y Rei despertó de su sueño. Al mirar su entorno, notó que aún era de noche, por lo que rápidamente se levantó para tomar algo de agua subterránea. Caminaba con pasos lentos, asegurándose de no despertar a nadie en la cueva. A medida que avanzaba, no podía evitar observar su cuerpo, las quemaduras que ya se habían curado, aunque aún estaban marcadas. Sin embargo, a ella no le importaba, pues mientras su grupo de amigos y los niños estuvieran bien, ella también lo estaría.

Se acercó al pequeño estanque de agua subterránea y comenzó a beberla, mientras sus pensamientos la llevaban a recordar momentos nostálgicos de su vida, especialmente la etapa en la que conoció a Stiches y a Hiro. De repente, escuchó unos pasos y se volteó, descubriendo que era Stitches.

"Hola, Rei", dijo Stiches, acercándose a su lado para beber también del agua subterránea. Rei frunció el ceño, sorprendida de que se hubiera despertado justo en ese momento.

"¿Cómo van esas heridas?", preguntó Stiches, terminando de beber su agua subterránea y saciando su sed.

"Estoy mucho mejor, Stiches, no te preocupes", respondió Rei, notando el brazo mecánico de Stiches. "¿Lograste dominar ese nuevo brazo?", preguntó, con un tono de curiosidad y tranquilidad.

Stiches notó su mirada y observó su brazo mecánico, que respondía con movimientos, como el de cerrar el puño. "Sí... de hecho, me estoy adaptando bien, aunque eso no quita que aún tenga algunos inconvenientes", respondió Stitches, sin mostrar ni odio ni felicidad, simplemente hablando sobre su estado.

En ese momento, una voz interrumpió. "Disculpen", dijo alguien, y Rei y Stiches miraron para ver quién era. Era Talón. El niño comenzó a caminar con un tono de desdén, mientras Rei y Stiches le daban paso al estanque de agua subterránea, donde Talón comenzó a beber.

Rei y Stiches se miraron entre sí, observando a Talón, quien parecía completamente concentrado en beber.

"¿Necesitas algo, Talón?", preguntó Stiches, rompiendo el silencio.

"No... solo quiero agua y un poco de espacio personal", respondió Talón, con su habitual tono de desdén.

Stiches y Rei no se sorprendieron por la actitud de Talón; aunque al principio su comportamiento les resultaba algo chocante, ya se habían acostumbrado a la forma en que el niño actuaba, como si fuera tan maduro como ellos, o incluso más.

"Está bien, Talón. Si necesitas algo, no dudes en llamarnos, ¿sabes?", dijo Stiches con una sonrisa leve, mientras se alejaba junto a Rei hacia sus respectivas camas.

Talón no les devolvió la mirada, solo asintió con la cabeza mientras seguía bebiendo y se lavaba la cara, sumido en su propio mundo.

Talón terminó de saciar su sed y se quedó mirando fijamente el estanque de agua subterránea, observando su reflejo. Un suspiro escapó de sus labios.

"No importa lo que busquemos, al final siempre terminamos en el mismo problema", murmuró Talón, como si estuviera sumergido en sus propios pensamientos. Para él, todo lo que vivía parecía un despropósito, como si fueran ratas huyendo de un depredador, solo para encontrar otro al que enfrentarse, repitiendo el mismo ciclo una y otra vez. No es que Talón fuera pesimista; más bien, desde que perdió a sus padres y a las personas que había conocido en su corta vida, había llegado a la conclusión de que no había sentido en encariñarse con nadie, porque tarde o temprano todos morirían, inevitablemente, al exponerse a los peligros del mundo.

Era curioso para Talón, sobre todo cuando pensaba en Ian, su "amigo", que parecía la versión opuesta de él: optimista, siempre creyendo que encontrarían una solución para todo, como si los monstruos y los problemas fueran a desaparecer por arte de magia. Pero para Talón, esa actitud era simplemente irreal, un intento de aferrarse a una esperanza que ya no tenía cabida en su corazón.

En cuanto a su "amigo" Sakeichi, Talón lo veía como una mezcla entre él mismo e Ian. A pesar de su corta edad, Sakeichi poseía una madurez que lo acercaba a Talón, entendiendo los peligros que enfrentaban, pero también compartía el optimismo de Ian, creyendo que, al final, todo se solucionaría si encontraban un refugio donde todos pudieran vivir felices para siempre.

"A quién no le gustaría eso?", murmuró Talón, pensativo.

Sin embargo, sacudió la cabeza y continuó en voz baja: "Pero no vivimos en una fantasía, vivimos en una realidad, y la realidad es cruel."

Terminó la frase con un suspiro de frustración. Talón deseaba con todo su ser que todo esto terminara, que pudiera volver a tener una vida normal, llena de diversión y juegos, sin la constante preocupación de que un monstruo los acechara. Pero, al final de cuentas, entendía que la madurez temprana era crucial para sobrevivir en un mundo tan decadente y despiadado. Aunque le doliera aceptar la verdad, sabía que esa era la única forma de seguir adelante.

Talón comenzó a caminar hacia su cama, con un tono vacío en su rostro, absorto en sus pensamientos sobre el futuro que les esperaba. Había tantas preguntas sin respuestas que lo atormentaban. ¿Cómo diablos aparecieron esos monstruos? ¿Qué encontrarían en este viaje que Hiro había prometido? Sabía, por lo que Rei, Stitches y Hiro le habían contado, que estaban en un continente aislado, como una isla gigante, y que los monstruos, criaturas nómadas por naturaleza, nunca se quedaban en un solo lugar.

Lo que antes había sido el refugio del trío, ahora destruido, guardaba una promesa: unos barcos que podrían ayudarlos a salir de allí.

Pero Talón no podía evitar preguntarse: "¿No se supone que de todas formas nos toparíamos con más monstruos si encontramos nuevas tierras?" Pensó, mientras se acomodaba en su cama, mirando al techo en la oscuridad de la cueva. Sabía que aunque pudieran escapar, los problemas no desaparecerían, y la idea de que los monstruos siguieran acechando en cualquier lugar que pudieran ir lo hacía sentir como si estuviera atrapado en un ciclo interminable.

"Mierda..." susurró Talón, en voz baja, mientras sus pensamientos se sumían más en la desesperanza. Lo de los barcos solo parecía una solución temporal, algo tan inútil como intentar tapar el sol con un dedo. Sabía que esa idea de escapar a través de los barcos era solo un pequeño alivio, una distracción momentánea, pero nada que resolviera de verdad el problema en el que estaban metidos.

No podía dejar de pensar en lo que le habían dicho Hiro, Rei y Stiches: que la única forma de salir de allí era encontrar esos malditos barcos. Pero, ¿realmente servirían de algo? El simple hecho de pensar en ello lo frustraba. Esos monstruos, esos malditos monstruos, siempre estarían al acecho, esperando en las sombras, como un recordatorio constante de que no había un refugio seguro. Tal vez los barcos los llevarían a un nuevo lugar, sí, pero ¿y si allí todo fuera igual? ¿Qué pasaría si simplemente llegaban a un lugar más peligroso, más inhóspito, donde todo lo que habían pasado hasta ahora fuera nada más que una preparación para algo mucho peor?

Talón se dio vuelta en la cama, mirando la pared de roca que lo rodeaba. La oscuridad de la cueva parecía envolverlo como una manta pesada. Su mente no dejaba de girar, las preguntas acumulándose una tras otra. ¿De dónde habían venido esos monstruos? ¿Por qué aparecieron tan repentinamente y por qué no desaparecían? Los recuerdos de su vida antes del caos, de cuando todo parecía normal, eran vagos ahora. Había sido un niño como cualquier otro, con una vida sencilla, rodeado de personas que lo cuidaban. Hasta que todo cambió. Hasta que la realidad se volvió una pesadilla sin fin.

"Tal vez nunca sabremos por qué", pensó, la tristeza inundando su pecho. Pero las respuestas no llegaban.

Y si había algo que Talón había aprendido desde que comenzó este maldito viaje, era que la incertidumbre era la peor parte de todo. Las respuestas, si alguna vez llegaban, parecían ser solo más preguntas. Pensar en el futuro solo lo hacía sentir más perdido, más atrapado.

Además, esos barcos... ¿realmente los ayudarían? La esperanza que Hiro le daba cada vez que hablaba sobre ellos, sobre la posibilidad de escapar, se desvanecía en cuanto Talón comenzaba a pensar con claridad. Nada en este mundo parecía tener solución. Incluso si llegaban a los barcos, y si lograban escapar, ¿Qué sería de ellos entonces? En el fondo, Talón lo sabía: los monstruos, como todo en la vida, no desaparecerían solo porque cambiaron de lugar. Los monstruos eran parte del mundo, como la oscuridad que siempre acecha, esperando el momento para consumirlo todo.

Era cierto, lo que Hiro decía, que había una posibilidad de salir de este maldito lugar. Pero esa posibilidad, aunque prometedora, estaba rodeada de un sinfín de peligros. ¿Qué harían si al llegar a la costa se encontraran con más monstruos? ¿Qué harían si el mundo más allá de este continente estaba aún más devastado, aún más poblado por esas criaturas que los habían estado persiguiendo desde el principio? Talón sabía que nada en esta vida tenía garantías. El futuro era incierto, y la esperanza de escapar solo parecía ser una ilusión construida sobre los cimientos de un sueño roto.

El chico cerró los ojos y trató de relajarse. Sabía que pensar en todo esto no iba a cambiar nada, pero la ansiedad seguía apoderándose de él, como una sombra persistente. Lo que más le dolía, lo que realmente lo atormentaba, era que ya no podía confiar en nada ni en nadie. Su visión del mundo había cambiado para siempre, y ya no veía a la gente como antes. No podía permitir que su corazón se encariñara con ellos, no podía permitir que la esperanza se colara en su pecho y lo desarmara de nuevo. Ya había perdido a sus padres, y si las cosas seguían así, perdería más personas. Eso, lo sabía con certeza, era inevitable.

Pero entonces, un pensamiento atravesó su mente, uno que lo hizo fruncir el ceño con frustración: ¿Realmente quería seguir así, encerrado en esta visión tan oscura de la vida? Talón suspiró profundamente, pensando en Ian, en su optimismo que a veces parecía insoportable. Ian, siempre tan positivo, siempre tan lleno de ideas de que todo podría mejorar si trabajaban juntos, si encontraban una solución. Talón lo odiaba y lo admiraba al mismo tiempo. Ian no entendía lo que él había pasado, lo que él sabía sobre la vida y la muerte, lo que significaba realmente sobrevivir. Ian hablaba de soluciones, de encontrar un refugio donde todos pudieran vivir felices, pero Talon sabía que eso no era más que una fantasía. Nadie podía salvar a todos. Nadie podía escapar de este maldito ciclo.

Pero tal vez, solo tal vez, Ian tenía algo que Talón había perdido: la capacidad de soñar, la capacidad de seguir buscando una respuesta, de no rendirse. Talón frunció el ceño, luchando con sus propios pensamientos. ¿Sería posible que Ian tuviera razón en algo? Tal vez había algo en la forma en que él veía el mundo, algo en su persistencia que podía ser útil. Talón se dio cuenta de que no podía seguir negando su propia humanidad. Aunque quisiera verlo todo como una serie de problemas sin solución, en el fondo aún quedaba una chispa de esperanza en su interior, algo que lo impulsaba a seguir adelante.

"Si encuentro un refugio, si encontramos una solución, tal vez valga la pena", murmuró para sí mismo, a pesar de que las dudas seguían martillando en su cabeza. No tenía respuestas, y tal vez nunca las tendría, pero lo único que quedaba era seguir adelante. Si se quedaba atrapado en su pesimismo, si se dejaba consumir por la oscuridad, entonces sería como los monstruos, que nunca dejaban de perseguirlo, que nunca dejaban de acechar.

Con un último suspiro, Talón se recostó y cerró los ojos, aunque su mente seguía corriendo a mil por hora. Sabía que el futuro seguía siendo incierto, pero no podía seguir atrapado en la desesperación. No era solo por él. Había otras personas, otros que dependían de ellos, de su fuerza, de su determinación. Si quería sobrevivir, tenía que encontrar algo más que resignación. Tal vez, solo tal vez, esa chispa de esperanza podría llevarlos más lejos de lo que él pensaba. Pero por ahora, el único camino era esperar, prepararse para lo que viniera, y, sobre todo, sobrevivir.