Después de aquella misión, que había sido esparcida como un fracaso y donde los monstruos ya habían tomado los túneles subterráneos que administraban el agua para el baluarte gigante, los superiores se encontraban reunidos en una gran sala privada. En ella, se hallaban varios altos mandos, además de Robert y Sakeichi. Aunque ambos permanecían en silencio, eran conscientes de la gravedad de la situación. Sabían que las circunstancias eran sumamente complicadas.
"Estamos alargando lo inevitable", dijo uno de los superiores, visiblemente alterado, lo que desató aún más discusiones y gritos. Parecía que ninguno de los presentes era capaz de controlar sus propios pensamientos. El caos reinaba en la sala.
"¡SILENCIO, SILENCIO!", gritó una superior, pero su intento de calmar los ánimos fue ignorado por la mayoría. Robert y Sakeichi se intercambiaron miradas cargadas de frustración. Ambos sabían que esto era solo el principio, un claro indicio de que el refugio estaba condenado a ser destruido.
En ese instante, el pensamiento de que vivían en una especie de isla se desvaneció. No estaban en una isla, sino en un continente desconocido, una tierra que, a pesar de existir, no figuraba en ningún mapa oficial. Tras la aparición de los monstruos, que habían sembrado caos y destrucción en todos los lugares conocidos, esta zona aislada se convirtió en el último refugio, en un lugar donde, por un breve tiempo, se creyó que la humanidad podría encontrar la esperanza para recuperar su gloria. Sin embargo, la realidad era muy distinta: los monstruos, como nómadas implacables, habían llegado a esta tierra, y comenzaron a atacar el baluarte sin descanso.
Aunque la resistencia inicial fue feroz, sin problemas evidentes, poco a poco, la barrera de protección se iba resquebrajando. La seguridad que una vez proporcionó ese refugio comenzaba a desvanecerse, dejando a todos en un estado de desesperanza creciente.
La discusión en la sala era tan intensa que parecía que los presentes habían olvidado por completo la crítica situación en la que se encontraban. Las voces, cargadas de rabia y frustración, se elevaban en un crescendo imparable, mientras las acusaciones y los reproches se arrojaban de un lado a otro como cuchillos afilados. A medida que el ambiente se volvía más tenso, los ataques personales comenzaron a surgir con una violencia inesperada. La animosidad que había estado latente entre los superiores durante todo este tiempo finalmente estalló, como un veneno que había permanecido en su interior y que, al fin, encontró una vía de escape.
Uno de los altos mandos acusaba a otro de haber sido incapaz de anticipar los movimientos de los monstruos. "¡Si hubieras escuchado nuestras advertencias, esto no estaría pasando!", gritó con furia, su rostro rojo por la rabia. La respuesta no se hizo esperar. Otro superior se levantó bruscamente, señalando con el dedo acusador a su colega. "¡¿Y tú qué hiciste?! ¡Nada más que sentarte a esperar que el problema se resolviera solo! ¡No puedes culparme por tu inacción!" La sala era un campo de batalla verbal, donde las miradas cargadas de rencor se cruzaban, y la confianza que alguna vez existió entre ellos se había desvanecido por completo.
El caos era tal que, por un momento, ninguno de ellos parecía recordar que había una amenaza mucho mayor fuera de esas paredes. Los monstruos seguían avanzando, destruyendo todo a su paso, pero ese peligro se había vuelto tan lejano para los presentes que, en su desesperación, comenzaron a atacarse entre sí con una ferocidad que era casi más peligrosa que cualquier bestia que pudiera acechar en los túneles subterráneos.
Sakeichi y Robert, observando todo desde una esquina de la sala, sentían cómo la frustración y la desesperación comenzaban a ahogarlos. Aunque ambos se mantenían en silencio, compartían la misma sensación de que todo estaba fuera de control, que esa escena era un reflejo de lo que ocurría fuera de esos muros: un lugar que alguna vez había sido prometedor, ahora estaba en ruinas, desmoronándose lentamente, con un futuro incierto que se deslizaba entre sus dedos como la arena en un reloj de arena.
La situación dentro de la sala se volvía insostenible. Las voces de los superiores se entrelazaban con los gritos y las amenazas, creando una atmósfera pesada, cargada de tensión y desconfianza. Sakeichi, con la mirada fija en el suelo, respiró hondo. No podía soportarlo más. Robert, a su lado, también parecía haber tomado la misma decisión. Aunque su rostro permanecía impasible, sus ojos reflejaban una determinación fría. Sabían que no había nada que pudieran hacer en ese momento, nada que pudiera calmar los ánimos de esa gente tan fracturada, ni ninguna palabra que pudiera hacer que la situación mejorara. Todo estaba perdido.
Sin decir una palabra, ambos se levantaron al mismo tiempo, moviéndose con la calma de quien ya ha aceptado la derrota. La puerta, que antes había sido un umbral que separaba a los superiores del resto de la base, ahora era su única salida. Un último vistazo a la sala: los superiores seguían en su guerra interna, sin darse cuenta de que dos de los pocos que quedaban con la capacidad de pensar con claridad ya no estaban allí.
Robert y Sakeichi se dirigieron hacia el pasillo con pasos firmes, pero al mismo tiempo, sus corazones estaban plagados de dudas. ¿A dónde irían ahora? ¿Qué quedaba por hacer? La humanidad, tal como la conocían, se estaba desmoronando, y ese refugio que una vez creyeron su salvación, ahora era solo un eco vacío de lo que pudo haber sido.
Mientras caminaban por los pasillos desiertos, un sentimiento de desesperanza se apoderaba de ellos. El baluarte ya no ofrecía la protección que una vez prometió. La seguridad que durante tanto tiempo había sido su mayor esperanza se desmoronaba ante sus ojos, y con ella, la última chispa de confianza en un futuro mejor. El peligro de los monstruos ya no parecía tan lejano, sino que se sentía inminente, acechando en cada rincón de la base.
"¿Qué haremos ahora?", murmuró Sakeichi, su voz baja, como si temiera que alguien pudiera oírlo.
Robert no respondió de inmediato. Se detuvo frente a una ventana rota, mirando al horizonte, donde la niebla cubría el paisaje y la oscuridad comenzaba a tragarse la luz. "No lo sé", respondió al fin. "Pero si seguimos aquí, lo único que haremos será esperar a que todo termine."
Ambos sabían que no podían quedarse. En esa sala, donde los superiores se habían destruido a sí mismos con su ira, Robert y Sakeichi habían tomado la decisión de marcharse, aunque no sabían a dónde los llevaría esa huida. El baluarte estaba condenado, y las palabras de aquellos que se aferraban a la esperanza ya no resonaban en sus corazones.
Con pasos lentos pero decididos, continuaron su camino. A medida que avanzaban, el sonido de los gritos y las discusiones de la sala se desvanecía lentamente, quedando atrás, como un mal recuerdo. Pero lo que venía por delante era incierto y, tal vez, mucho peor.
Por otro lado, en la base militar, Hiro y Stiches se encontraban en una pequeña sala que solían usar para descansar después de las misiones. El ambiente era tenso, aunque el aire estaba impregnado con una extraña sensación de camaradería. Después de todo, la misión que acababan de vivir había sido un completo desastre, un fracaso que los había marcado profundamente. Perdieron a varios de sus compañeros en el combate, y ese golpe fue tan devastador que, más allá de las heridas físicas, sus almas quedaron rotas por el dolor. Sin embargo, en medio de ese caos y sufrimiento, un vínculo de amistad había nacido entre ellos. Sabían que solo el uno al otro comprendía lo que realmente había sucedido, lo que significaba estar al borde de la muerte una y otra vez, y ver cómo caían los demás a su alrededor.
Hiro estaba sentado en una silla de metal, sus manos entrelazadas frente a él, mientras miraba al vacío, perdido en sus pensamientos. Su rostro estaba marcado por el cansancio, pero sus ojos reflejaban algo más, algo más profundo: la preocupación. Stiches, por su parte, estaba apoyado contra la pared, un cigarro entre sus dedos, que encendió con un suspiro, dejando que el humo se desvaneciera en el aire. Sabía que la situación no pintaba bien, y que cada vez quedaba menos tiempo.
"¿Sabes?", comenzó Stiches, rompiendo el silencio con su voz grave y algo rasposa. "Cada vez que miro fuera de la ventana, siento que estamos siendo observados, como si los monstruos estuvieran acechando justo ahí, esperando el momento perfecto para acabar con todo. Es como si estuviéramos viviendo en una casa que se derrumba lentamente... y no podemos hacer nada para detenerlo."
Hiro levantó la mirada y asintió lentamente, como si compartiera la misma sensación. "Lo peor es que no podemos dejar de ser vigías. Nos han dado ese maldito rol, y seguimos aquí, mientras las defensas caen una tras otra. A veces siento que estamos luchando contra una marea, Stiches, y cada vez más fuerte."
Stiches dio una calada profunda, exhalando el humo con tranquilidad. "Sí... el otro día vi que el muro norte estaba siendo perforado, los monstruos estaban probando nuestra resistencia como si fueran niños jugando a derribar castillos de arena. Pero parece que ya no tienen miedo. Están cambiando su estrategia, y eso me asusta más que cualquier cosa."
Hiro se pasó la mano por el rostro, frustrado. "Recuerdo cuando todo parecía tener un propósito. Nos decían que este refugio era nuestra última esperanza, que podíamos reconstruir la humanidad aquí, que tendríamos un futuro. Pero ahora, todo eso suena como una maldita mentira. Los monstruos están ganando terreno, y nosotros... nosotros solo estamos sobreviviendo."
"Y aún así, seguimos", respondió Stiches, su tono cargado de una mezcla de ironía y amargura. "Quizás porque no tenemos otra opción. O tal vez porque no sabemos hacer otra cosa más que resistir."
Ambos cayeron en un silencio pesado, como si las palabras ya no pudieran expresar lo que sentían. La realidad de su situación estaba calando en lo más profundo, y aunque intentaban mantenerse firmes, la ansiedad y el temor se apoderaban de ellos. La base militar, que una vez había sido un bastión de seguridad, ahora se veía cada vez más vulnerable. Las patrullas no eran suficientes, las defensas parecían inútiles, y lo único que sabían con certeza era que los monstruos seguían avanzando, cada vez más cerca.
Stiches se inclinó hacia adelante, apagando su cigarro en un cenicero improvisado. "Creo que necesitamos tomar decisiones pronto, Hiro. No sé cuánto más podremos aguantar aquí. La moral está por los suelos. Los soldados ya no tienen ganas de luchar. ¿Y tú qué piensas? ¿Deberíamos quedarnos y seguir esperando a que la base caiga? ¿O hay algo más que podamos hacer?"
Hiro lo miró fijamente. A pesar de todo, su rostro se mantuvo firme, pero sus ojos delataban la angustia que sentía por dentro. "No lo sé... Tal vez debamos pensar en un plan de escape. Si la base cae, necesitamos tener un lugar al que ir. Tal vez, si somos rápidos, podamos encontrar alguna salida antes de que sea demasiado tarde. Pero..." Hiro hizo una pausa, como si estuviera calculando lo que iba a decir. "Sabes lo que eso significa, ¿verdad? Significa que dejaríamos a todos atrás. Pero si nos quedamos... también significaría que estamos condenados."
Stiches asintió con una mirada sombría. "Lo sé, lo sé... Pero alguna vez pensé que podríamos ser los últimos en pie, ¿sabes? Que podríamos resistir, luchar hasta el final. Pero cada día que pasa, me doy cuenta de que la lucha está perdida. Los monstruos están demasiado cerca. Y a veces, Hiro, la supervivencia... la supervivencia es lo único que importa."
Un suspiro pesado escapó de Hiro mientras se recostaba en su silla, su mirada fija en el suelo. "Quizás tienes razón... tal vez solo podamos esperar lo inevitable. O hacer lo que podamos para seguir con vida. Pero sea lo que sea, no voy a quedarme de brazos cruzados mientras todo se desmorona."
Ambos se quedaron en silencio, pensativos, mientras la sensación de la muerte y la destrucción se cernía sobre ellos, un peso insoportable. Fuera, los monstruos continuaban su avance imparable, y dentro de la base, Hiro y Stiches compartían una comprensión silenciosa: el final se acercaba, y el único objetivo que les quedaba era resistir, aunque sabían que no quedaba mucho tiempo.
Hiro y Stiches caminaban en silencio por los pasillos, la sensación de tensión aún flotando entre ellos. Después de la dura conversación que habían tenido sobre la situación de la base y el futuro incierto, ambos sabían que, en algún momento, tendrían que tomar decisiones drásticas. A pesar de la desolación que los rodeaba, se mantenían en movimiento, buscando alguna forma de mantener la cabeza fría en medio del caos. Mientras avanzaban, no podían evitar sentir que cada paso los acercaba más a un abismo del cual no sabían si podrían escapar.
De repente, al acercarse a una de las puertas de una sala de entrenamiento, ambos escucharon voces. Al principio, no les prestaron mucha atención, pero al instante, algo en el tono de las voces los hizo detenerse y asomarse con cautela. La puerta estaba entreabierta, y desde su posición podían ver a través de la rendija. Al principio, solo distinguieron la figura de un superior, de pie frente a una joven soldada, quien parecía estar visiblemente nerviosa.
"¡¿Qué demonios crees que estás haciendo?!", gritó el superior, con la furia claramente contenida en su voz. Hiro y Stiches intercambiaron una mirada de confusión. ¿Qué había pasado? ¿Qué estaba ocurriendo con esa chica?
La joven soldada estaba claramente desconcertada, su rostro pálido y su postura encorvada. Tenía las manos temblorosas, y sus ojos evitaban mirar al superior de frente. "Lo siento… lo siento mucho... no quise...", murmuró, su voz quebrada por la ansiedad.
"El error que cometiste podría haber costado la vida de uno de los nuestros", continuó el superior, su tono cada vez más cortante. "Disparaste a tu compañero, por miedo, por estúpido pánico. Eso no es tolerable en esta unidad."
Hiro frunció el ceño, un ligero resquemor comenzaba a formarse en su pecho. El superior estaba siendo implacable, sin ni siquiera intentar ofrecerle a la joven la oportunidad de explicarse o de enmendar su error. La chica, de aspecto joven y delgada, parecía completamente fuera de lugar en esa sala de entrenamiento, como si no encajara en el mundo de soldados experimentados que la rodeaban. Las palabras del superior continuaban, pero a Hiro le costaba oírlas por completo, pues su mente estaba en otro lado.
La chica, sintiendo que el peso de la situación era demasiado grande para soportarlo, comenzó a sollozar. "No quise... no quise...", repitió, su voz temblorosa mientras su cuerpo se estremecía. Hiro pudo ver cómo sus hombros se sacudían por el llanto, y sintió una punzada de compasión por ella. ¿Cómo podía alguien con tanta vulnerabilidad ser parte de un equipo que no la entendía, que no la aceptaba?
"¡Basta!", exclamó el superior, dando un golpe con la palma de la mano sobre la mesa. "Te lo digo una última vez. Te retiras. Regresa a tu puesto y deja de estorbar aquí."
El superior estaba decidido a expulsarla. Pero lo que Hiro no esperaba fue la reacción de la chica, que levantó la cabeza lentamente, con una expresión de determinación que contrastaba con su cuerpo tembloroso. Sus ojos, aunque aún llenos de miedo, ahora tenían algo más: un rastro de dignidad.
"Por favor… no me dejen… no quiero quedarme sola…" La joven soltó estas palabras entre sollozos, casi como si estuviera rogando por su supervivencia en un mundo que la había rechazado.
Hiro no pudo quedarse atrás más tiempo. La situación le parecía injusta, cruel. La chica ya había sufrido suficiente, y en ese momento, se dio cuenta de que no podía permanecer de brazos cruzados. Miró a Stiches, quien parecía dudar, y en un susurro le dijo: "Voy a intervenir."
Antes de que Stiches pudiera decir algo, Hiro empujó la puerta con decisión y entró a la sala. La mirada del superior se desvió hacia él con furia, mientras que la chica levantaba la vista, sorprendida por su intervención. Hiro se acercó con paso firme, pero sin mostrar agresividad, consciente de que en ese instante, lo que necesitaba hacer era simplemente expresar su voluntad.
"¡¿Qué demonios haces aquí, Hiro?!", rugió el superior, su tono furioso. "¡Esto no te concierne!"
Hiro mantuvo la calma, aunque su rostro estaba tenso. "No vine a discutir, solo vine a preguntar algo."
El superior lo observó por un momento, evaluando sus palabras. "Si vienes a preguntar sobre tus nuevos compañeros, espera. No estamos aquí para perder el tiempo contigo, ni con ella", dijo, señalando a la chica.
Hiro no dudó. Dio un paso al frente y se plantó frente al superior con determinación. "No se trata de eso", dijo en voz baja pero firme, mirando directamente a los ojos del superior. "Se trata de ella. Si nadie la va a aceptar en el grupo, entonces nosotros dos lo haremos. Nosotros dos seremos su equipo."
Las palabras de Hiro flotaron en el aire, llenas de una audacia que sorprendió tanto a la joven soldada como al superior. La chica parpadeó, como si no pudiera creer lo que acababa de escuchar, mientras el superior, claramente furioso, apretaba los dientes.
"¿Qué dices?", gruñó el superior, su tono teñido de incredulidad. "¿Quieres quedarte con la chica torpe, Hiro? ¿Quieres que tu grupo, el grupo de los mejores soldados, se reduzca a tres personas? ¿Y ella, una inexperta que casi mata a un compañero?"
Hiro no se apartó, y su voz resonó con firmeza: "Sí. Si eso significa que no la dejemos atrás, que no la abandonemos, sí. Acepto lo que venga con ella. Pero no la vamos a dejar ser un blanco fácil. No la vamos a abandonar."
El superior soltó una risa amarga, casi como si no pudiera creer lo que estaba escuchando. "Pues bien, Hiro. Toma lo que quieres. Si quieres a la chica, está bien, pero tu equipo ahora solo será de tres. No más de diez soldados experimentados, como era antes. Serás tú, Stiches, y ella. Que lo disfruten."
El superior se giró hacia la chica, su tono cambiando bruscamente de feroz a autoritario. "Y tú, prepárate para lo que se viene. No tienes espacio para más errores. El grupo de Hiro es el único que te queda. A partir de ahora, serás parte de su equipo, pero debes demostrar que eres capaz de algo más que ser un lastre."
Hiro, por un momento, sintió un nudo en el estómago. La situación se estaba tornando mucho más complicada de lo que había anticipado, pero a la vez, no podía permitir que esa chica quedara desamparada. "No la trataremos como un lastre. Ella está con nosotros, y eso es lo único que importa."
La joven soldada, aún atónita, levantó la vista y, por primera vez en todo el intercambio, le dirigió una mirada llena de gratitud. Aunque aún estaba nerviosa, sus ojos mostraban un atisbo de esperanza que antes no había tenido. Hiro vio en ella algo más que un error, más que una torpeza. Vio a alguien que, a pesar del miedo y la inseguridad, estaba dispuesta a luchar.
El superior, sin decir una palabra más, dio un paso atrás y salió de la habitación, dejando a Hiro, Stiches y la chica a solas. Hiro miró a Stiches, quien parecía igualmente sorprendido, pero también comprendió la gravedad de lo que había sucedido. No había marcha atrás ahora. El grupo de tres estaba formado.
"Bien", dijo Hiro, alzando la cabeza con una sonrisa leve. "Ahora, tenemos un nuevo comienzo. Pero recuerden, todos tenemos algo que aprender. Y no vamos a dejarnos caer."
La chica, aún temblorosa, asintió, aunque sus ojos brillaban con una nueva chispa. "Gracias", susurró, casi sin poder creer lo que acababa de suceder.
Stiches, mirando la escena, cruzó los brazos y se quedó en silencio, sin saber si estaba tomando la decisión correcta, pero con la certeza de que, por lo menos, había algo en esa joven que valía la pena proteger.
El futuro era incierto, pero, por una vez, en ese instante, los tres sabían que tenían algo que los unía: la voluntad de seguir adelante, juntos.
La puerta de la sala se cerró con un leve chasquido, dejando a Hiro, Stiches y Rei en un silencio incómodo. Mientras la joven soldada temblaba, su rostro aún pálido por la reciente tensión, Hiro y Stiches se quedaron mirándola. En la quietud del momento, Stiches dio un paso hacia Hiro, inclinándose ligeramente hacia él mientras susurraba, consciente de que Rei estaba cerca pero no podía ignorar lo que pensaba.
"¿Estás seguro de esto, Hiro?", dijo Stiches en voz baja, apenas un murmullo entre ellos. "No es que sea egoísta, pero... de diez soldados experimentados a esta chica... ¿de verdad estamos haciendo lo correcto?" Su tono estaba cargado de dudas, y la mirada que le dirigió era un reflejo de su incertidumbre. La idea de reducir su equipo de soldados veteranos a un número tan pequeño, con una novata que había cometido un error tan grave, le parecía un paso arriesgado.
Hiro suspiró, sus ojos fijos en Rei, que aún estaba de pie, observando el suelo con las manos tensas a los lados. Sabía que la decisión que había tomado no sería fácil, ni para él ni para nadie. Pero, al mismo tiempo, sentía que había algo más grande en juego. Algo que no podía ignorar.
"No es tan simple, Stiches", dijo Hiro, su voz baja pero firme. "A estas alturas, es preferible tener a alguien como ella en nuestro equipo. Alguien que, aunque no tenga la experiencia que esperábamos, comprenda lo que es estar al borde, lo que es temer, lo que es fallar. Prefiero a una compañera que entienda nuestros miedos, nuestras inseguridades, a diez soldados que ni siquiera sabrían cómo enfrentarse a eso. No necesitamos más frialdad ni más gente que solo piense en sobrevivir sin importar nada más."
Stiches lo miró fijamente, como si estuviera evaluando sus palabras, buscando alguna falla en su razonamiento. Por un momento, parecía dudar, pero finalmente, después de un largo suspiro, asintió lentamente. "Supongo que tienes razón... Pero aún así, no me siento del todo tranquilo con esto. El futuro de todos depende de cada decisión que tomemos, Hiro."
Hiro levantó una mano, haciendo un gesto de tranquilidad. "Lo sé, Stiches. Pero, por ahora, lo único que puedo hacer es intentar lo que siento que es lo correcto. Vamos a darle una oportunidad. No tenemos muchas otras opciones."
Antes de que Stiches pudiera responder, Rei dio un paso adelante, su rostro visiblemente nervioso, como si no supiera cómo empezar. Estaba tan al límite de sus propios miedos que su voz tembló cuando habló.
"Yo... soy Rei. Lo siento mucho... por lo que pasó antes", dijo, mirando de reojo a Hiro y Stiches. "No quería... no quería disparar... Yo... soy muy torpe. No quiero ser una carga... No sé si soy lo que necesitan."
Su voz temblaba, y aunque sus palabras parecían sinceras, la inseguridad que las acompañaba era palpable. Hiro la observó con paciencia, sin prisas por juzgarla. Él había visto ese miedo antes, en otros, y sabía cómo afectaba a las personas. La mayoría de los soldados más experimentados no mostraban esos sentimientos tan a menudo. Para algunos, la guerra no era un campo donde se podía ser vulnerable. Pero él entendía que esa vulnerabilidad, en ocasiones, era lo que realmente los mantenía humanos.
"No te preocupes, Rei", dijo Hiro con una calma que trató de transmitirle confianza. "No estamos aquí para juzgar tus errores. Estamos aquí para lo que venga después. Nadie es perfecto, y todos tenemos nuestras debilidades. Lo importante es cómo enfrentamos todo lo que está por venir. Y aquí, serás parte de eso. Bienvenida al equipo."
Rei levantó la vista, sorprendida por la amabilidad y la serenidad en las palabras de Hiro. Sus ojos se llenaron de una mezcla de gratitud y asombro, como si no pudiera creer que alguien estuviera dispuesto a darle una oportunidad. Pero su alivio duró solo un momento.
Hiro notó entonces que la joven soldada no llevaba un arma. Miró de inmediato a Stiches, quien parecía haberlo notado también. Rei, al parecer, aún no había recibido el equipo adecuado para estar completamente lista para el combate. Hiro pensó en ello por un segundo, y sin pensarlo demasiado, sacó su propia arma de su funda.
"Espera", dijo Hiro, acercándose a Rei mientras le extendía su pistola. "Toma esto. Usarás lo que tengas, y si te quedas sin municiones o algo más, buscaremos lo que sea necesario."
Rei miró la pistola con una mezcla de sorpresa y duda, como si no supiera si aceptarla. Finalmente, sus manos temblorosas tomaron el arma, agradecida pero aún claramente insegura. "Gracias... pero... no sé si podré usarla bien..."
"Lo aprenderás rápido, no te preocupes", le respondió Hiro con una sonrisa ligera. "Aquí, todo el mundo aprende rápido si quiere sobrevivir. Pero lo que es más importante es que te mantengas alerta y sigas el ritmo del equipo. No tienes que hacerlo perfecta, solo hacerlo bien."
Stiches, que había estado observando todo desde un rincón de la sala, frunció el ceño y se acercó a Hiro. "¿Y qué pasa con tu arma, Hiro?", le preguntó en tono bajo, casi como si quisiera que Rei no lo escuchara. "¿Qué harás cuando el superior se entere de que le diste tu pistola a ella? No creo que sea tan fácil. Ya sabes cómo son las reglas."
Hiro lo miró y, sin inmutarse, se encogió de hombros. "¿Qué puede pasar? Si el superior quiere que me lo quiten, pues que lo haga. A estas alturas, no me importa demasiado. No es la primera vez que me ponen en una situación incómoda. Si me la quitan, tendré que arreglármelas con lo que tenga. No es gran cosa."
Stiches se quedó en silencio, claramente preocupado. Sabía que la decisión de Hiro podía acarrear consecuencias, pero entendía que el instinto de Hiro era hacer lo que consideraba necesario, aunque las reglas estuvieran en su contra. "Eso... no me tranquiliza, pero ya sabes lo que haces", dijo finalmente, cruzando los brazos.
Hiro asintió, satisfecho con su respuesta. "La situación es lo que es. Si me quitan el arma, ya veré qué hacer. Pero ahora, tenemos un equipo nuevo. Vamos a dar lo mejor de nosotros."
Rei, aún con el arma en las manos, miró a ambos hombres con una nueva determinación, aunque su rostro seguía reflejando una mezcla de nerviosismo y gratitud. Hiro le sonrió de nuevo, intentando darle la seguridad que necesitaba.
"Bien, Rei", dijo Hiro con firmeza. "No importa lo que pase, ahora somos un equipo. Y lo único que necesitamos es confiar en nosotros mismos y en los demás. No hay vuelta atrás. ¿Lo tienes claro?"
Rei asintió lentamente, con la cabeza baja. "Sí... lo tengo claro. Gracias, Hiro. Stiches... no los decepcionaré."
Con esas palabras, los tres se quedaron en silencio por un momento, sabiendo que el camino que tenían por delante sería incierto y lleno de peligros, pero al menos ahora, de alguna forma, no estaban tan solos.
La noche se había caído, y Hiro caminaba lentamente de regreso a su casa, su mente aún llena de las decisiones que había tomado y las consecuencias que podrían seguir. La misión fallida, las tensiones con el superior, y ahora la inclusión de Rei en su pequeño equipo. Todo parecía un cúmulo de incertidumbres y sacrificios, pero sabía que no podía dar marcha atrás. Mientras se aproximaba a la puerta de su hogar, un pequeño resplandor cálido se filtraba por las rendijas de la ventana. La luz provenía de la cocina, donde su madre seguramente lo esperaba.
Al entrar, fue recibido por el aroma reconfortante de un café recién hecho. Hiro dejó caer su mochila en el suelo, se quitó las botas, y se acercó a la mesa donde su madre estaba sentada, esperando. La expresión de su madre no era de preocupación, sino de una calma apacible, como si siempre hubiera sabido que su hijo regresaría. Había algo en su rostro, un brillo en los ojos que lo tranquilizaba.
"Te he preparado un café, Hiro. Ya sabes cómo te gusta", dijo su madre, su voz suave, pero con un toque de cariño que siempre lo hacía sentir en casa, a salvo.
Hiro se sentó frente a ella, tomándose unos segundos antes de hablar, como si necesitara ordenar sus pensamientos. Finalmente, suspiró y comenzó a relatarle lo sucedido. Le contó sobre la misión fallida, cómo los monstruos estaban derrumbando poco a poco las defensas de la base, y lo que había ocurrido en la sala con Rei y el superior. Había algo en su tono que denotaba la carga de esa discusión, como si, aunque se hubiera sentido seguro de su decisión, en el fondo sabía que esa decisión lo había colocado en una posición aún más difícil.
"Y luego… le di mi arma a Rei. No tenía ninguna, y no podía dejarla desarmada. El superior ni de broma me va a dar otra. Me quedé sin arma, mamá… y probablemente me gané una reprimenda de parte de ellos", dijo Hiro, su voz sonando frustrada pero resignada.
Su madre lo miró fijamente, como si esperara que él terminara de hablar. Su expresión, aunque serena, había cambiado sutilmente. Se podía ver que no estaba sorprendida por lo que su hijo le contaba, como si ella hubiera estado esperando que algo así ocurriera. Luego de un largo silencio, se levantó de su silla y caminó hacia un armario en la esquina de la habitación, uno que Hiro había visto mil veces, pero nunca le había prestado demasiada atención.
"Hay algo que debo mostrarte", dijo su madre con una voz que, por primera vez esa noche, sonó un poco más grave, más seria. Hiro la miró curioso, pero sin decir palabra alguna, simplemente siguió sus pasos. Sabía que no sería una conversación común.
Ella lo condujo hacia el sótano de la casa, un lugar al que raramente bajaban. El aire del sótano era frío, un poco más denso, pero Hiro no se sintió incómodo. Al fondo de la habitación, en un rincón oscuro, había una antigua vitrina cerrada con llave. La madre de Hiro abrió la vitrina con calma y, con una delicadeza inusitada, sacó un objeto de su interior.
Hiro, confundido, observó lo que su madre estaba sacando. Fue entonces cuando lo vio, y no pudo evitar quedarse sin palabras. Frente a él, su madre sostenía una lanza imponente, tallada con detalles intrincados, su punta afilada y lustrosa. El mango, hecho de un metal extraño, parecía casi antiguo, y el diseño en sus adornos parecía haber sido trabajado con una precisión casi artesanal.
"La lanza de tu padre", murmuró su madre, su voz cargada de una melancolía que Hiro no había escuchado antes en su madre. "Él siempre me dijo lo mucho que deseaba que tú nacieras, que crecieras y que pudieras entrenar con él. Soñaba con que los dos pudieran pelear juntos algún día, entrenar a su lado. Pero ya sabes lo que pasó... y ese sueño nunca se cumplió."
Hiro permaneció en silencio, mirando la lanza con una mezcla de asombro y desconcierto. Era la primera vez que veía el arma, aunque siempre había escuchado historias sobre cómo su padre había sido un guerrero hábil, un hombre dedicado al combate, que había estado dispuesto a transmitirle su conocimiento a su hijo. Pero nunca pensó que algo tan significativo quedaría para él.
Su madre continuó, ahora más suave pero con una carga emocional profunda. "Cuando supe que él ya no estaba, me dejó esta lanza, sabiendo que, si algún día llegabas a nacer, era tuya. Me dijo que, si algo llegara a pasarnos... quería que fueras tú quien tomara esta arma. No quería que se perdiera, ni que se quedara olvidada. Me pidió que, si llegaba el momento, te entregara esto y que tú lo usaras como el legado de tu padre."
Hiro miró la lanza, sin poder decir nada durante unos largos segundos. La enormidad del momento le llegó de golpe. No era solo una arma, era un símbolo de todo lo que su padre había querido para él, todo lo que había esperado y deseado para su futuro. Una parte de él quería rechazarla, sentir que no era digno, pero otra parte de él sabía que, de alguna manera, este era su destino.
"No lo esperaba, mamá…" finalmente dijo, su voz temblorosa, mezcla de emociones encontradas. "Nunca pensé que… lo tendría aquí, en mis manos."
Su madre asintió con comprensión. "Sé que no es fácil, Hiro. Pero tu padre deseaba que, si alguna vez el mundo llegaba a un punto donde necesitaras defenderte, donde la vida te pusiera a prueba, pudieras hacerlo con algo más que solo tu fuerza o tus habilidades. Quería que recordaras siempre lo que significa ser parte de esta familia, lo que significa ser fuerte."
Hiro tomó la lanza con manos vacilantes. El peso del arma era considerable, mucho más de lo que esperaba. No solo era un objeto físico, sino una responsabilidad, un legado. Mientras la sostenía, sentía el peso del mundo sobre sus hombros, como si el futuro de su familia estuviera en esa lanza. Recordó las palabras de su madre, la carga emocional de la historia que ella había compartido, y de alguna manera, eso lo hizo sentir más conectado con el pasado, con lo que su padre había sido.
"Entonces… ¿esto es lo que él quería que usara, si llegaba el momento?", dijo Hiro, como si se estuviera convenciendo a sí mismo.
"Sí, Hiro", respondió su madre, con un suspiro profundo. "Es lo que siempre quiso. Y ahora es tuyo. Usa esta lanza con honor, con sabiduría. No importa lo que pase, si vas a luchar, lucha por lo que es justo, por lo que es correcto. Esa es la verdadera fuerza."
Hiro miró a su madre, sintiendo un nudo en el estómago. No solo era un guerrero lo que su padre había querido que fuera, sino alguien que entendiera el peso de las decisiones y que luchara no solo por sobrevivir, sino por algo más grande.
"Lo haré, mamá. Lo prometo", dijo finalmente, su voz firme, aunque la incertidumbre aún lo invadía. Tomó la lanza en sus manos con decisión, aunque aún sentía la presión de estar tomando algo que había sido destinado a otra generación.
Con un último vistazo a la lanza y a su madre, Hiro sintió que algo había cambiado dentro de él. El legado de su padre había sido entregado, y ahora, todo lo que quedaba era ser digno de esa confianza, de ese deseo de lucha.
La noche había caído, y Hiro sabía que, al día siguiente, tendría que enfrentarse a nuevos desafíos, pero esta vez, no lo haría sin algo que lo guiara. Ahora tenía algo más que su voluntad. Tenía el legado de su padre.