"Suspiro..." En medio del espeso bosque, un hombre se limpió el sudor que perlaba su frente después de un arduo entrenamiento.
Era alto, con un cuerpo esculpido por el esfuerzo, y una melena negra que caía en cascada, enmarcando su rostro. Sus ojos, profundos y azules como el océano, relucían con la intensidad de un espíritu indomable.
Este hombre era conocido como Arthur, aunque también puede que lo conozcas como Sun An.
Así es, Sun An había vuelto a reencarnar.
Después de su muerte en su mundo anterior, el milagro de una nueva vida le fue concedido. Esta vez, nació en un humilde hogar de campesinos. Sin embargo, la vida en las tierras que cultivaban no era fácil, y cuando el señor feudal les exigió el tributo del mes, la pareja se vio en apuros. Llevaban tres meses de retraso, y la paciencia del señor feudal se agotaba rápidamente. Finalmente, tomaron la desesperada decisión de vender a su hijo para saldar la deuda.
Arthur, sin embargo, logró escapar. Dado su estatus de plebeyo compartido con sus padres, no se emitió ninguna orden de búsqueda. Vagó por las calles durante un tiempo, hasta que un bondadoso posadero lo acogió en su establecimiento. Sin recursos para valerse por sí mismo, Arthur comenzó a trabajar para aquel hombre, realizando tareas simples como la limpieza y ayudando como mozo. Cuando cumplió quince años, decidió enlistarse como mercenario.
Muchos jóvenes tomaban el mismo camino. Vivían en una región infestada de monstruos, y siempre se necesitaban manos para despejar las zonas peligrosas. Aunque el trabajo era arriesgado y casi siempre terminaba con la mayoría de los recién llegados muertos, Arthur logró sobrevivir.
Fue entonces cuando se encontró por primera vez con la magia.
En una de sus expediciones, su grupo se topó con una manada de lobos liderada por un Rey Lobo de ojos carmesíes. Este formidable lobo poseía un espíritu de fuego, que le permitía conjurar bolas de fuego a voluntad.
La batalla fue encarnizada, y el equipo de Arthur se redujo a menos de la mitad bajo el furioso ataque del lobo. Pero al final, lograron vencer a la bestia, y Arthur quedó asombrado. Hasta entonces, nunca había visto la magia en acción, pero las historias que había escuchado de los demás mercenarios eran más que suficientes para fascinarlo. Incluso en su propio grupo había usuarios de aura.
Pasaron algunos años, y Arthur finalmente comprendió la naturaleza de la magia. Ahora, con su cuerpo completamente desarrollado, estaba listo para despertar su Corazón de Maná.
Como no provenía de una familia noble y vivía en un pueblo pobre, este era el único método disponible para los lugareños.
Arthur esperó pacientemente a que cayera la noche. Cuando el sol se ocultó y las estrellas llenaron el cielo, comenzó a adentrarse en el bosque. La zona había sido limpiada previamente, y se habían erigido muros para garantizar su seguridad.
Después de caminar un buen trecho, una luz púrpura llamó su atención. Siguiendo el resplandor, Arthur finalmente encontró lo que buscaba.
Ante él se desplegaba un pequeño manantial rodeado de cristales púrpuras de diversos tamaños, que reflejaban la luz de la luna sobre las aguas cristalinas.
Los ojos de Arthur brillaron de alegría. Por fin había llegado el momento.
Sin perder más tiempo, se quitó cada prenda de ropa, dejándola cuidadosamente sobre una rama de árbol. Ahora completamente desnudo, se acercó al manantial. Los cristales no poseían filo así que no había problemas con pisarlos. Con una pierna ya en el agua, Arthur se dejó caer hasta que la mitad de su cuerpo flotaba en el agua fría, mientras la otra mitad permanecía en el aire. Se estiró completamente y cerró los ojos.
El tiempo transcurrió, y el agua, que al principio estaba fría, comenzó a calentarse, envolviendo su cuerpo en un cálido abrazo. Con el paso de los minutos, una fuerte sensación de ardor y comezón invadió su cuerpo.
La mente de Arthur se sumergió en su Corazón de Maná, un órgano etéreo con la forma de un corazón humano, pero con un color gris oscuro translúcido que denotaba su estado lúgubre. El corazón, aún arrugado y apagado, yacía en su interior, esperando ser despertado.
El Corazón de Maná no ocupaba un lugar físico en el cuerpo, pues residía en el alma misma del individuo. Su cuerpo espiritual sólo contenía el Corazón de Maná y una red de nervios y vasos mágicos.
La comezón aumentaba con cada instante, y algo dentro de Arthur comenzó a cambiar. Un líquido blanco y puro empezó a fluir a través de sus vasos mágicos, acercándose lentamente al Corazón de Maná. El órgano, antes apagado, comenzó a latir tímidamente, y su color gris se aclaró gradualmente hasta volverse blanco.
Conforme el líquido puro se acercaba al Corazón de Maná, los latidos se volvieron más rápidos y fuertes. Finalmente, el líquido penetró en el corazón, que se detuvo por un breve momento. Al mismo tiempo, el ardor y la comezón desaparecieron de repente. Pero un instante después, el Corazón de Maná comenzó a latir con una fuerza y velocidad que Arthur nunca había experimentado antes. Un dolor indescriptible se apoderó de su cuerpo.
El dolor casi lo hizo abrir los ojos, pero Arthur apretó los párpados con fuerza y mordió su labio hasta que la sangre comenzó a fluir. Su cuerpo se retorció en el manantial, sus músculos contrayéndose en espasmos involuntarios.
Dentro de su cuerpo espiritual, el Corazón de Maná, que antes estaba arrugado y sin vida, ahora resplandecía con un brillo blanco translúcido.
¡Boom!
Un destello de luz cegadora sacudió la mente de Arthur, haciéndolo patalear en el agua, golpeando los cristales con sus pies y apretando los dedos con fuerza.
El dolor, que había sido insoportable, comenzó a disminuir poco a poco. Después de un rato, Arthur finalmente pudo ver su cuerpo espiritual con claridad. El Corazón de Maná brillaba con un sano color plateado translúcido. Dentro de él, una pequeña esfera de plata era visible, llenando poco menos de la mitad de su circunferencia y parpadeando con un ritmo constante.
Esa era la Estrella de Maná, y el color plateado no era otro que el poderoso Maná de Plata Blanco.
Arthur finalmente había alcanzado el primer rango.
Con esta revelación, Arthur perdió el conocimiento y cayó en un profundo sueño.
Después de dos semanas
"¡Salud!" En una animada posada, un grupo de mercenarios celebraba su reciente victoria. Entre ellos, se encontraba Arthur, con la mirada perdida en sus pensamientos.
"Oye, Art, deja esa cara larga. ¡Diviértete un poco! Después de todo, es tu última noche con nosotros", dijo un hombre de aspecto peculiar. Le faltaba un ojo, y la mitad de su cabello había desaparecido, dejando la otra mitad flotando como un espectro errante.
"No digas eso, Victor. No ves que la muchacha allá está a punto de llorar", añadió otro, mirando de reojo.
Las palabras del hombre hicieron que todas las miradas se dirigieran hacia un único punto en la abarrotada posada. Una joven de cabello castaño y ojos oscuros, vestida con un sencillo vestido verde que caía hasta por debajo de sus rodillas y que contrastaba con las mangas blancas, se aferraba con fuerza a su falda mientras sus ojos estaban clavados en el suelo. Lágrimas cristalinas brotaban de sus ojos y caían con un sonido apenas perceptible sobre el suelo de madera.
Arthur, sin decir una palabra, se levantó y pidió a sus compañeros que continuaran con la celebración. Se acercó a la joven y, con una voz temblorosa, ella levantó ligeramente la cabeza para preguntar:
"¿E-en serio te vas a ir?" Apenas había terminado de formular la pregunta cuando nuevas lágrimas brotaron de sus ojos hinchados y su nariz, al igual que sus mejillas, enrojecieron.
Desde otro rincón de la taberna, un hombre mayor observaba la escena con una mirada compasiva. Su cabello, antaño vigoroso, había sido despojado por el tiempo, ahora era blanco como la nieve. Las arrugas en su rostro contaban historias de una vida llena de batallas, y los callos en sus manos se desvanecían lentamente. Su nombre era Hugo, y la joven que lloraba era su hija, Ellen. Este hombre fue quien había acogido a Arthur cuando llegó por primera vez a ese pueblo.
Hugo desconocía los detalles de la vida de Arthur, pero al ver a un niño moribundo en la calle, su corazón se conmovió profundamente. Después de todo, también era padre. Tras escuchar la historia de Arthur, Hugo se sintió aún más compasivo y le ofreció un trabajo sencillo en su posada, junto con una habitación donde pudiera descansar. Ellen, que también ayudaba en la posada, pronto se hizo buena amiga de Arthur.
Con el tiempo, el sentimiento de amistad que Ellen sentía por Arthur se transformó en algo más profundo: amor. Hugo, como padre, lo notó antes que nadie. Los primeros indicios fueron cuando Ellen se sonrojaba cada vez que Arthur se acercaba demasiado, luego, cuando comenzó a invitarlo a la feria que se celebraba cada mayo, y finalmente, cuando Arthur se enlistó como mercenario. Ellen fue la primera en oponerse, argumentando que el trabajo era demasiado peligroso y que podría costarle la vida. Hugo, de hecho, también compartía su preocupación.
Había sido mercenario durante gran parte de su juventud y adultez. Cuando conoció a su esposa, ella también le rogó que abandonara esa vida para vivir con ella y trabajar en la posada. Pero el poder, la aventura y la grandeza del mundo lo habían embriagado, y no podía dejar de buscar más. Todo cambió cuando su esposa quedó embarazada. Hugo supo que debía dejar atrás esos sueños y establecerse para cuidar de su familia. Sin embargo, el trabajo de posadero no proporcionaba suficiente dinero.Finalmente, llegó a un acuerdo con su esposa: cuando juntaran suficiente dinero, él dejaría el empleo de mercenario para pasar sus días con ella y su hija.
Pero la vida es caprichosa, y durante una de sus expediciones, una manada de lobos atacó la aldea, arrebatando muchas vidas, incluida la de su esposa. Aunque su hija se salvó, Hugo se maldijo por no haber dejado el trabajo antes y estar con ellas aquel fatídico día. Se culpó a sí mismo por no poder salvar a su esposa, pero sabía que debía mantenerse fuerte por Ellen. Con el tiempo, dejó el trabajo de mercenario y se convirtió en posadero. Ellen, que había caído en una profunda depresión, recuperó la alegría al acoger a Arthur en su vida, algo por lo que Hugo siempre estaría agradecido.
Pero ahora, al ver que los sueños de Arthur eran los mismos que los suyos en el pasado, una mezcla de emociones lo invadía. Se veía reflejado en Arthur, y su hija, Ellen, temía perderlo, como él había perdido a su esposa. Sin embargo, todo quedó sellado cuando Arthur anunció que había despertado el corazón de maná y que se preparaba para dar el examen de ingreso a la universidad mágica. Hugo solo podía rezar para que su hija lograra superar este primer amor.
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La celebración había terminado, y la taberna pronto cayó en un silencio sepulcral. Bajo la tenue luz de la luna, Arthur se levantó y comenzó a empacar su ropa y otros objetos de primera necesidad. Después de dejar todo en orden en la habitación, se dispuso a partir. Sabía que pronto una caravana se dirigiría a la capital, y esta era su oportunidad de seguir adelante.
Mientras se dirigía a la salida, se encontró con una figura familiar. Era Ellen.
Vestía una túnica blanca adornada con delicados detalles florales. Su cabello, que antes estaba atado, ahora caía suelto sobre sus hombros, acentuando su belleza natural.
"¿En serio te tienes que ir?" Preguntó Ellen, con una voz firme que apenas ocultaba su dolor.
"Nunca has ido a la capital, ni siquiera sabes lo que es la magia, Art. Por favor, no vayas", suplicó Ellen, pegándose a Arthur y apoyando su cabeza en su pecho mientras las lágrimas volvían a correr por su rostro.
"Por favor, no te vayas...", su voz se desvaneció en un susurro, ahogada por la tristeza.
Arthur levantó una mano y comenzó a secar las lágrimas de Ellen con delicadeza.
"Vamos, no llores. Sabes que este es mi sueño", dijo Arthur en voz baja, intentando consolarla.
Ellen permaneció en silencio, respirando con dificultad. Arthur tenía razón, este era su sueño. Desde pequeños, Arthur había dejado claro su deseo de explorar el mundo y dejar su huella en él. Ellen estaba enamorada de Arthur, y por eso era natural que quisiera tenerlo a su lado. Pero también sabía que sería egoísta retenerlo y frustrar sus sueños.
Finalmente, Ellen detuvo sus lágrimas y miró a Arthur con tristeza. Movió sus manos para acariciar sus mejillas y luego su cabello. Sentía que su corazón estaba a punto de romperse.
"Lo entiendo..." susurró con voz pesada.
Arthur asintió y tomó su mano entre las suyas.
"No te preocupes, estaré bien", dijo Arthur, esbozando una leve sonrisa.
Ellen levantó ligeramente las comisuras de sus labios y, en silencio, acompañó a Arthur hasta la salida del pueblo. Allí, una caravana esperaba.
Un hombre salió de la caravana y se dirigió a Arthur.
"¿Estás listo?"
"Sí, solo deme un momento", respondió Arthur.
Se volvió hacia Ellen y tomó sus manos con suavidad.
"Cuídate mucho, Ellen. No dudes en enviarme una carta si algo sucede", dijo Arthur con una voz tranquila y serena.
Ellen no respondió, solo lo abrazó con fuerza. Quería preguntarle si volvería, pero sabía que cualquier respuesta, ya fuera afirmativa o negativa, rompería su corazón. Lo amaba, pero no deseaba aferrarse a una promesa que tal vez nunca se cumpliría.
Le dio un último vistazo a Arthur antes de decir:
"Cuídate mucho, Art", las lágrimas volvieron a brotar de sus ojos, y Arthur, con ternura, las secó una vez más.
Luego, se dio la vuelta y entró en la caravana.
"¡Andando!" A la voz del conductor, la caravana comenzó a moverse lentamente.
La cabeza de Arthur asomó por la ventana, y con una sonrisa, le gritó a Ellen:
"¡Cuídate mucho!"
"¡Tú también, cuídate mucho!" respondió Ellen con todas sus fuerzas, juntando sus manos en el pecho mientras permanecía de pie, mirando fijamente hasta que la caravana desapareció en el horizonte.
Ellen alzó la vista hacia la luna y, con un susurro, dijo:
"Adiós... mi amor..."