Este mundo estaba lleno de misterios, secretos y verdades ocultas. Muchos de ellos eran celosamente guardados por las grandes familias del imperio humano, pero aquellos más trascendentales solo eran conocidos por los líderes de la Concordia Mundial. Incluso existían secretos que solo quienes habían alcanzado la cúspide del poder podrían comprender.
Muchos creían que la magia había estado presente desde los albores de este mundo, pero no podrían estar más equivocados. Antes de que el primer humano siquiera pisara esta tierra, solo existían monstruos. Un baño de sangre interminable reinaba sobre este mundo, donde el fuerte devoraba al débil; esa era la única ley que gobernaba la vida.
Los dioses, observando desde el cielo, miraban este espectáculo con desdén. Al principio, les resultó fascinante, pero con el tiempo, la monotonía de la masacre se tornó aburrida. Fue entonces cuando uno de los dioses propuso:
—¿Y si creamos una nueva forma de vida?
— ¿Qué clase de vida? —respondieron los demás, intrigados.
Con la ayuda de su madre, decidieron crear a los primeros humanos, seres modelados a imagen y semejanza de los dioses, con la única excepción de que carecían de su poder, el Ether.
Así, los dioses tuvieron un nuevo pasatiempo, pero pronto se aburrieron de nuevo. A diferencia de los monstruos, los humanos no poseían fuerza sobrehumana, sentidos agudos ni poder mágico. Eran demasiado frágiles. Aunque les otorgaron una inteligencia superior, producto de un insaciable deseo de superación, esto resultó inútil frente a la abrumadora fuerza de las bestias.
Fue entonces cuando los dioses tuvieron otra idea:
—¿Qué tal si les compartimos el Ether?
Algunos dioses se opusieron, mientras que otros se emocionaron con la propuesta. Finalmente, todos aceptaron. Un dios designado descendió del cielo y bendijo a los humanos con esta energía divina. Sin embargo, sus cuerpos mortales no pudieron soportarla; la energía mágica los transformó en masas amorfas que finalmente estallaron.
Los dioses quedaron atónitos y comenzaron a debatir entre ellos. Primero, intentaron crear una nueva raza, pero cuando inyectaron su energía, estos seres simplemente perecieron. Al volver su atención a los humanos, buscaron diferentes medios para compartirles su poder, todos sin éxito.
No fue hasta que su madre intervino que recibieron la iluminación necesaria para hallar la manera adecuada. Tras múltiples intentos, crearon una nueva forma de energía: el maná. El maná era una versión diluida del Ether, con numerosas restricciones en su uso.
Siguiendo los consejos de su madre, los dioses no inyectaron esta energía directamente en los humanos. En su lugar, crearon un medio para que estos pudieran adquirirla: el Árbol del Mundo. Este árbol fue plantado en el centro del mundo, y desde ahí, desprendió maná por todo el planeta, provocando cambios tanto en humanos como en bestias.
Aunque muchas vidas se perdieron, a diferencia del fracaso inicial, esto podía considerarse un éxito. Los humanos habían adquirido maná, pero aún eran incapaces de utilizarlo a voluntad. Así nacieron los espíritus, entidades etéreas que encarnaban la esencia de los dioses y otorgaban a los humanos diversas habilidades. Los espíritus adoptaban múltiples formas y tamaños, reflejando la diversidad de poderes que brindaban.
Con todo esto establecido, los dioses decidieron crear más razas, y finalmente, el mundo se pobló con cuatro razas principales. Pero esa es una historia para otro momento.
Habían pasado quince días desde que Arthur probó el Escarabajo Bastión. Durante este tiempo, se había enfocado en entrenar y completar misiones. En su entrenamiento, trabajó en desarrollar su Estrella de Maná y aprender técnicas de Qi. Las técnicas de Qi fueron desarrolladas por espadachines que, al no querer quedarse atrás de los magos, encontraron una nueva forma de utilizar el maná para fortalecer sus cuerpos.
Sin embargo, Arthur se dio cuenta de un gran inconveniente: al igual que en su mundo anterior, el talento parecía jugar un papel crucial.
El límite de usos del Escarabajo Bastión era de cuatro, y eso si no había un gasto adicional de maná. La técnica de Qi que había estado practicando consistía en fortalecer sus músculos, haciéndolo más fuerte, aunque el gasto de maná era significativamente menor en comparación con el Escarabajo Bastión. Aun así, existía el riesgo de quedarse sin maná en medio de una batalla,además,necesitaba de una gran concentración para mantenerlo activo y estar en movimiento al mismo tiempo
En su vida anterior, este problema podría haber significado la muerte para Arthur. Después de que su aldea fuera arrasada, se vio obligado a vivir en el bosque, luchando contra bestias para obtener comida y cuidándose de plantas venenosas y vivientes. Este obstáculo lo acompañó durante gran parte de su vida, hasta que se encontró con las Artes Demoníacas.
Tuvo la fortuna de hallar el cadáver de un cultivador demoníaco tras abandonar la aldea donde se había establecido temporalmente. Junto al cadáver, encontró escritos sobre una técnica que prometía aumentar la capacidad máxima de energía espiritual. Arthur dedicó años a comprender y reunir los ingredientes necesarios para llevar a cabo el proceso. Finalmente, logró aumentar su cantidad de energía espiritual. Aunque el aumento no fue significativo, lo más valioso fue descubrir que la técnica realmente funcionaba.
Sin darse cuenta, Arthur se había convertido en un cultivador demoníaco. Este camino, repudiado por la mayoría, era visto como la senda de los monstruos, pues obtenían poder mediante métodos crueles y cobardes. Pero aquellos que despreciaban a los cultivadores demoníacos solían olvidar una verdad fundamental:
¡Un cultivador demoníaco siempre será cruel consigo mismo!
El camino demoníaco no es para los débiles de corazón, es una senda de sacrificios y desafíos incesantes, donde la compasión es un lujo que no se puede permitir. Arthur comprendió que el verdadero poder no radica solo en la fuerza bruta o la astucia, sino en la voluntad indomable de enfrentar el abismo dentro de uno mismo, y emerger victorioso, sin importar el costo.
En la oscuridad, el poder no se da; se toma.
Los cultivadores demoníacos no son meros monstruos por elección en su mayoría, sino por necesidad. Ese mundo, tal como lo entendía Arthur, era un vasto campo de batalla, y solo aquellos dispuestos a hacer lo impensable podían aspirar a la grandeza.
Cada paso en el camino demoníaco es una declaración de desafío al destino, un grito en la noche que proclama que, incluso en la sombra más profunda, la luz del poder brilla intensamente para quienes están dispuestos a abrazar la oscuridad. Arthur sabía que no bastaba con desear el poder; había que arrancarlo del mismo tejido de la realidad, moldearlo con las propias manos y endurecerlo con la sangre de los enemigos.
Rechazados por el mundo, rara vez eran aceptados en organizaciones que les proporcionaran recursos, y debían recurrir a métodos arriesgados para obtenerlos. Sin embargo, la mayoría de estos métodos implicaban jugarse la vida, y no siempre los recursos obtenidos valían la pena o eran útiles para el cultivador.
¡Pero esta es la única manera de ascender al poder!
Para alguien que no pertenecía a un gran clan ni poseía un talento sobresaliente, este era el camino a seguir. Arthur entendió que el sacrificio era la moneda del poder, y que cada vida tomada, cada sufrimiento soportado, lo acercaba un paso más a su objetivo.
Al principio, el corazón de Arthur se sintió pesado por todas las vidas que había tomado,después de todo nunca había asesinado. Pero al final, utilizó todos esos cadáveres para forjar su propio sendero hacia la cima.
Fue entonces cuando Arthur se preguntó:
¿Existen métodos similares en este mundo?
Incluso si no los había, Arthur estaba decidido a seguir su camino, pero para eso, debía ingresar en la Universidad Mágica de Babilonia.
Esta universidad tenía el poder de cambiar la vida de cualquiera. Algunos graduados habían ascendido a un estatus social inimaginable, otros dejaron su huella en la historia, y muchos más ocupaban posiciones de gran importancia. Tal era el poder de esta institución.
Una vez graduado, Arthur podría recorrer el mundo con seguridad. Lo que siguiera después de eso dependería enteramente de él. Mientras continuaba inmerso en sus pensamientos, una voz proveniente de un cristal resonó:
—[Queridos pasajeros, hemos llegado a la ciudad de Babilonia].
Al escuchar esas palabras, Arthur se levantó de la cama y tomó sus pocas pertenencias para salir corriendo de su habitación. Había estado viajando en tren los últimos seis días, y hoy se realizaría el examen de admisión.
Rápidamente, se unió a la fila de pasajeros, la mayoría jóvenes que, al igual que él, aspiraban a ingresar en la Universidad Mágica.
Dentro de los vagones, los pasajeros eran una amalgama de juventud y esperanza, cada uno cargando consigo los sueños y ambiciones que los habían traído hasta aquí. Jóvenes de todas las regiones del mundo se agolpaban en el tren, sus rostros una mezcla de nerviosismo y determinación. Algunos vestían con ropas tradicionales de sus tierras natales, y otros lucían atuendos más modernos, aunque todos compartían la misma chispa en sus ojos: el deseo ardiente de ingresar en la Universidad Mágica de Babilonia.
Cerca de él, una joven de cabello dorado y ojos esmeralda, practicaba movimientos con una pequeña daga, su concentración inquebrantable. A su lado, un grupo de amigos, risueños y confiados, discutían en voz baja sobre los posibles desafíos del examen de admisión, intentando calmarse mutuamente.
Arthur observaba todo a su alrededor con atención. Sabía que, aunque todos estos jóvenes compartían un mismo destino en este momento, solo unos pocos lograrían destacarse y alcanzar sus objetivos. Era un recordatorio silencioso de que, en este mundo, el talento y la perseverancia eran solo una parte del viaje; la astucia y la voluntad inquebrantable también jugaban un papel crucial.
Al descender del tren, fue recibido por una oleada de calor, los rayos del sol cayendo sobre él con una intensidad casi tangible. Alzó la vista y contempló la grandiosa ciudad de Babilonia. Después de que todos los pasajeros desalojaron el tren una multitud vibrante llenó la estación: padres despidiéndose con lágrimas en los ojos , amigos intercambiando promesas de reencontrarse pronto, y algunos amantes compartiendo besos furtivos antes de que sus caminos se separaran. Cada emoción era palpable en el aire, desde la alegría hasta la ansiedad.
Pero lo que realmente captó la atención de Arthur fue la Universidad Mágica de Babilonia, visible desde la estación, su silueta dominando el horizonte. Se erguía como una fortaleza de conocimiento y poder, sus torres alcanzando el cielo, desafiando a las nubes. Los muros, hechos de una piedra negra lustrosa, parecían absorber la luz, dándole al conjunto un aspecto casi irreal.
Durante su viaje, Arthur había escuchado una historia curiosa.Se decía que la Universidad Mágica de Babilonia, el majestuoso centro de conocimiento que ahora se erguía ante él, no siempre había sido una universidad. En tiempos remotos, había sido la mansión de un mago de incomparable poder y sabiduría, un hombre que, por razones desconocidas, había decidido retirarse del mundo y vivir en completo aislamiento.
Este mago, cuyo nombre se había perdido en las brumas del tiempo, construyó su mansión en un lugar apartado, rodeado por las maravillas naturales que ahora constituían los terrenos de la universidad. Las torres que hoy eran símbolo de aprendizaje y magia, en su momento, habían sido los laboratorios y bibliotecas personales del mago, donde él pasaba días enteros dedicado a la investigación. Se decía que este hombre había llegado a comprender secretos que ni los más poderosos sabían, y que su poder era tal que podía moldear la realidad a su antojo.
Sin embargo, a pesar de su vasto conocimiento y poder, el mago vivió sus últimos años en soledad. Nadie sabía con certeza por qué había elegido este camino. Algunos decían que había sido traicionado por aquellos en quienes más confiaba, otros susurraban que había descubierto algo tan terrible que prefirió apartarse del mundo para protegerlo. Pero la verdad de su aislamiento se desvaneció con su muerte, dejando sólo especulaciones y rumores.
Lo que se conocía, sin embargo, era su último deseo, el cual quedó plasmado en su testamento: que su mansión, con todos sus misterios y maravillas, fuera transformada en un centro de enseñanza donde futuras generaciones pudieran aprender y perfeccionar las artes arcanas. El rey de aquel tiempo, respetuoso del último deseo de tan ilustre mago, cumplió su voluntad al pie de la letra. Se dice que cuando el rey abrió las puertas de la mansión, no pudo evitar maravillarse ante la magnitud y grandeza del lugar. Sus salones eran tan vastos como cualquier palacio real, sus bibliotecas contenían más libros y grimorios de los que cualquier hombre podría leer en una vida, y sus laboratorios estaban equipados con artefactos mágicos que ningún otro lugar en el mundo poseía.
Debido a la monumentalidad de la mansión, no fue necesario realizar trabajos de expansión; simplemente se adecuaron los espacios para convertirlos en aulas, laboratorios, y dormitorios para los estudiantes. Así fue como nació la Universidad Mágica de Babilonia, un lugar donde los sueños y las ambiciones de los jóvenes con talento podían hacerse realidad, pero también un sitio que guardaba los ecos de su misterioso pasado.
Los rumores contaban que, incluso hoy, en los rincones más oscuros y apartados de la universidad, todavía se podían encontrar vestigios de la vida solitaria del mago. Algunos estudiantes afirmaban haber visto su sombra caminando por los pasillos en noches de luna nueva, mientras que otros decían haber oído susurros provenientes de libros antiguos que nadie más se atrevía a abrir. Era como si el mago, a pesar de haber dejado este mundo, aún vigilara a los que ahora caminaban por su hogar, asegurándose de que su legado de conocimiento continuara floreciendo.
Así,Arthur continuó mirando la universidad mientras avanzaba.
Los edificios principales de la universidad se disponían en una formación circular alrededor de una vasta plaza central.
Las torres, cada una dedicada a una disciplina mágica diferente y otras a esgrima, estaban conectadas por puentes elevados que cruzaban sobre la plaza. Algunos de estos puentes parecían hechos de luz sólida, otros de pura energía mágica, vibrante y en constante cambio. Más allá de las torres principales, Arthur vislumbró los vastos jardines de la universidad, donde árboles centenarios se alzaban junto a plantas exóticas, algunas de ellas flotando graciosamente en el aire, desafiando las leyes de la naturaleza.
A medida que sus pasos lo llevaban más cerca de la universidad, Arthur pudo apreciar los detalles más finos: los estandartes ondeando en lo alto de las torres, cada uno representando una escuela de magia; los arcos góticos que enmarcaban las entradas, donde estatuas de magos y héroes antiguos custodiaban el saber arcano; y las puertas de la entrada principal, enormes y hechas de bronce, decoradas con relieves de dragones y fénix, criaturas que, según se decía, todavía habitaban en los rincones más recónditos del mundo.
La Universidad Mágica de Babilonia no era solo un lugar de aprendizaje; era un símbolo de poder, de legado, y para muchos, de la promesa de un futuro grandioso. Arthur sintió cómo su corazón se aceleraba al contemplar la magnitud de lo que estaba por enfrentar. Sabía que cada piedra de esos muros, cada hoja en los jardines, había sido testigo de la ascensión y caída de innumerables aspirantes. Este lugar no solo desafiaba a sus estudiantes a aprender, sino a demostrar su valía en un mundo donde solo los más fuertes y determinados sobrevivían.
Con una profunda inhalación, Arthur se dirigió hacia las puertas, consciente de que, una vez que las cruzara, su vida cambiaría para siempre. Frente a él se alzaba la Universidad Mágica de Babilonia, el lugar donde sueños se hacían realidad, o se desmoronaban bajo el peso de sus propias ambiciones.