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Chapter 11 - CAPÍTULO 10: VERDAD O ATREVIMIENTO

"Your mouth is poison

Your mouth is wine...

...Oh, your hands can heal

Your hands can bruise

I don't have a choice

But I'd still choose you..."

AINHOA

El tema favorito entre estudiantes y maestros durante la última semana ha sido el hecho de que algo o alguien ha estado atacando a los estudiantes, específicamente a hijos de muggles. Los rumores afirman que el colegio cerrará por un tiempo ya que los padres no lo consideran un lugar seguro para sus hijos, exceptuando claro a los de Slytherin. En la última semana la cotilla favorita de las serpientes ha sido la petrificación de hijos de muggles o "Sangre sucia" como adoran llamarlos, he tenido que sacar paciencia y tolerancia de cualquier lado para no prenderle fuego a uno que otro idiota que pedía a quien sea que estuviera detrás de los ataques que se apurase en exterminar a los nacidos muggles.

Riddle se ha dedicado a ignorarme en las últimas semanas, no ha cedido a ninguna de mis provocaciones y eso me trae de los nervios. Ni si quiera se inmutó cuando hechicé la Snitch en uno de los entrenamientos para que fuera invisible y tuvo que buscarla durante seis horas hasta que Orión no aguantó la risa y comenzó a burlarse de él. Me pasé los días posteriores a mi enfrentamiento con él, aplazando la salida con Charlus, podría decirse que lo evitaba con tal de que no me preguntase cuando por fin podríamos salir; sin embargo, ayer me lo crucé cuando iba para el entrenamiento y no me quedó más remedio que darle una fecha de una vez por todas.

- A mí no me parece tan grave lo que está pasando. - Nuevamente la voz Amanda Murton irrumpía en mis oídos, esa chica no puede hablar en susurros, aunque se lo proponga y las veces que lo ha intentado a sonado como si se hubiera tragado un pito. - Digo, solo atacan a esas sangres sucias que no se merecen estar aquí con gente como nosotros. - Trato de morderme la lengua, pero fallo en el intento.

-Tienes razón Amanda.- La chica me mira de pies a cabeza.- No merecen estar con gente que solo hace funcionar la mitad de una de sus neuronas.- El salón se ha quedado en silencio, ella quiere decir algo pero no la dejo.- Utiliza la cabeza para algo más que no sea hacerte peinados y de romper tu propio récord de cuantas estupideces puedes decir por minuto.- Sus ojos se cristalizaron.- Haznos un favor a todos aquí y no nos obligues a ver otro de tus patéticos intentos de hacer una poción.- Las lágrimas se desbordan de sus ojos y sale corriendo del salón de clases. Ignoro la mirada de todos los presentes y agrego el último ingrediente al caldero.

Le hago una señal a Slughorn indicándole que he terminado, se acerca y le da el visto bueno sin emitir algún comentario respecto a lo sucedido hace tan solo unos minutos. Sigue su camino deteniéndose dos mesas detrás de la mía. Siento que alguien me observa, sé quién es el dueño de aquella mirada, pero decido ignorarlo totalmente. No le daré el gusto de empezar un duelo de miradas a Riddle, ahora mismo mi paciencia esta por los suelos.

Trato de distraer mi mente en cualquier cosa así que termino observando cómo Abraxas agrega casi un litro de agua del río Nilo al caldero. Sé muy bien quién es el responsable de los ataques y solo estoy esperando el momento correcto para poder bajar a la cámara y matar al basilisco antes de que mate a algún hijo de muggle. Alguien se va a quedar sin mascota.

Abraxas se da cuenta de que lo observo y se encoge de hombros silabeando un simple "No sé qué estoy haciendo". Sonrío y me pego más a su lado, hoy me ha tocado como compañero ya que llegué muy temprano y mis tontos amigos, muy tarde.

-Abrax, a este paso reprobarás pociones. - Rueda los ojos, le quito el jarabe de elaboro de las manos y vacío su caldero. - Aguamenti. - susurro señalando el caldero y llenándolo de agua sin encenderlo, le indico paso a paso lo que tiene que hacer hasta que al final termina la posición exitosamente.

-Veo señorita Grindelwald, que no solo culminó satisfactoriamente y con tiempo de sobra su poción, sino que le dio tiempo de ayudar al joven Malfoy. - A diferencia de hace un rato, ahora sonríe de oreja a oreja.

-Profesor, yo...- Niega con la cabeza antes de que culmine la frase, fija la mirada en algún punto detrás y asintiendo vuelve a posar sus ojos sobre mí.

-No se preocupe, no tengo problema con que ayude al joven Malfoy. - Señala al aludido con un movimiento de cabeza. - Pero con lo que sí tengo problema es que aún no acepta ser parte de mi Club de las Eminencias. - Sonrío de manera amistosa, hago ademán de pensarlo, realmente no tengo ni la más mínima intención de ser parte de ese dichoso club, pero sería una gran oportunidad de estar cerca de Riddle. ¿Por qué simplemente no puedo matarlo y ya? En fin, otra vez terminaría metida en esa pérdida de tiempo por un chico, claro que, por diferentes motivos, pero por un chico, al fin y al cabo. Estúpido Riddle que no quería tener nariz, por su culpa tendría que aguantar nuevamente a Slughorn y sus cenas.

-Aceptaré su oferta solo si me permite ser la tutora de Abraxas. - señalo con el pulgar a mí platinado amigo y este se sonroja un poco. - ¿Trato?

-Por supuesto que sí. - Responde sonriendo de oreja a oreja, este hombre me empalaga de solo verlo. Siempre está de buen humor y sonriendo. Pasó por el resto de las mesas que faltaban, le dio veinte puntos a Slytherin gracias a que Riddle y yo realizamos el Veritaserum adecuadamente. Permitió que nos lleváramos un poco de nuestras pociones en un frasco.

Salgo del aula a toda la velocidad que mis pies me permiten. Intenté esperar a mis amigos, pero me ganó el hambre.

- ¿Qué cosa quieres Riddle? - Podía sentir su mirada y sus pasos tras de mí desde que salimos del aula de pociones. - Habla de una vez, no tengo tu tiempo. - Doblé en una de las esquinas del pasillo y subí las escaleras, quería llegar lo más rápido posible al comedor.

-Ni yo dispongo del tuyo, Grindelwald. - Puse los ojos en blanco y apresuré el paso, repito moría de hambre como para dejar que me retrasara, discutamos y me arruinara la cena. - Slughorn me pidió que le informara que mañana se realizará la primera reunión del Club. - Asentí ingresando al gran comedor y buscando con la mirada a mis amigos. - Será a media tarde. - Me freno en seco y giro sobre mis talones, a esa hora tenía la cita con Charlus.

-Dile que no podré asistir. - Sonrió con malicia y cruzándose de brazos esperó una explicación, que por supuesto no le daría. - Asuntos míos. - Me giré dándole la espalda y me dispuse a caminar cuando escuché una leve carcajada de su parte.

-Está bien, le diré que no asistirás porque saldrás con el idiota de Potter. - regresé a mirarlo instintivamente, recordando que estábamos en medio del comedor lo cogí del brazo y lo empujé fuera de la sala.

-Ni se te ocurra Riddle. - Lo miré amenazante, su jueguito me estaba hartando y si seguía buscándome las cosquillas terminaría matándolo delante de quien sea. - ¿Y cómo sabes tú de eso?

-Quien crees que le propuso al profesor que sea a media tarde...- Lo fulminé con la mirada, por supuesto que él tenía algo que ver con todo eso. Slughorn siempre hacía cenas, maldito mestizo. - Sino vas, tendrás al profesor sobre ti y quiero ver como manejas a un odioso e insistente Slughorn sobre ti el resto del mes. - Sonreía con satisfacción, si no dejaba de hacer estúpidos comentarios lo golpearía al estilo más muggle. - Y Sobre como lo sé no debería importarte, Grindelwald. - Cierro los ojos y trato de tranquilizarme. Vuelvo a abrirlos y compongo una sonrisa.

-No te preocupes querido, estaré ahí. Siempre puedo pedirle a Charlus que me acompañe. - La sonrisa se le borro de golpe del rostro, ahora quien sonreía era yo. Me fulminó con la mirada y dándose media vuelta se dirigió en dirección contraria al gran comedor.

Quise regresar al gran comedor, pero mi apetito había desaparecido considerablemente gracias a él. Hice explotar una de las armaduras que había a un lado de la pared. Maldito Riddle siempre lograba ponerme de mal humor, ya no era extraño que me saltara una que otra comida por su culpa. Pensé en buscar a Charlus y explicarle la situación y a la vez pedirle que me acompañase a la dichosa y mentada reunión, pero luego de pensarlo mejor decidí que lo buscaría mañana por la mañana, había sido una semana demasiado pesada y en realidad moría de sueño.

Me encaminé a las mazmorras, pero iba tan sumergida en mis pensamientos que ni siquiera noté que algo o mejor dicho alguien, venía corriendo en mi dirección.

-Joder, tía...- Levanté la vista y me encontré con una niña de unos doce o trece años, de ojos grises y coletas. Lloraba desconsoladamente al tiempo que recogía sus lentes del suelo. Myrtle.

-Disculpé señorita, no me fijé por donde iba. - Sonreí amistosamente y negué con la cabeza en señal de que no se preocupara y le restara importancia. Podía cambiar su futuro y eso era lo que me importaba.

-No te preocupes, ¿Estas bien? - Mi pregunta la tomó por sorpresa, me miró detenidamente por unos segundos. - Eres Myrtle, ¿Verdad? - Asintió en señal de afirmación. - ¿Qué haces por aquí tan tarde? No podemos estar solos por los pasillos a estas horas, son órdenes del director.

-Estaba huyendo. - Fruncí el entrecejo y esperé a que se explicara. - Es que unas chicas de mi casa estaban molestándome y me dijeron que...- No pudo terminar la frase ya que se escuchaban unas voces que se dirigían hacia donde estábamos nosotros. - Es Ella. - Comenzó a llorar de nuevo.

-Pero miren quien está aquí, la llorona y fea de Myrtle. - Olive Hornby sonreía estúpidamente con su trio de idiotas, de las cuales desconozco el nombre. La pequeña niña salió corriendo de ahí hecha un mar de lágrimas, Olive rodó los ojos y volvió a reírse; grave error rubia estúpida, ya sabía quién me ayudaría a descargar la cólera que me traía encima.

-Olive, Olive.- La aludida me miró con sorpresa al percatarse que la apuntaba con mi varita, sus amigas quisieron ayudarla pero con una sonrisa maliciosa les mostré que tenía sus varitas en mi otro mano.- Te enseñaré a no burlarte de las niñas pequeñas, querida.- Con un grácil movimiento de varita hice que le aparecieran furúnculos y que su cabello comenzara a caerse dejándole al final unos cuantos mechones, su cuerpo se deformó y desprendía una espesa baba que olía mal.- Y para asegurarme que aprendas la lección... Padlock, con ese hechizo nadie más que yo podrá revertir tu aspecto.- Me miró al borde de las lágrimas, sus amigas la observan con asco.- Pues suerte haciendo que quiera quitártelo.- Le giñé un ojo y tirándole sus varitas corrí en dirección del baño de chicas del segundo piso. Cuando llegué me di con la sorpresa de que había un gran charco de agua en el piso. Con el corazón latiéndome a mil por hora, decidí entrar.

Riddle se encontraba parado a un lado de las cañerías esperando algo; al sentir mi presencia, fijó la mirada en mí. Lo ignoré por completo y busqué con la mirada en los cubículos, pero no lograba verla.

-Myrtle. - Dije apenas en un susurro, tenía la garganta seca y en todo el silencio de la habitación, escuché algo arrastrarse por las cañerías, tenía que actuar rápido. Con un movimiento de manos logré abrir todos los cubículos dejando ver a una llorosa y temerosa Myrtle en el segundo de ellos, estaba sentada abrazándose a sus piernas y con la cabeza gacha. - Petrificus Totalus. - Pronuncie sin dudar antes de que ella siquiera pudiera levantar la cabeza.

- ¡Qué mierda crees que haces! - Saqué mi varita y lo apunté, tenía el ceño fruncido y se notaba que hacía un gran esfuerzo por calmarse. - ¡Contesta Riddle!

-No tengo por qué contestarte, Grindelwald. - Su voz sonaba calmada, pero había algo en su postura que no era normal. Sus ojos comenzaron a ir del lavabo abierto hasta mí y viceversa. - Tienes que irte de aquí, ¿Entendiste?

- ¿Pero qué demonios te pasa, Riddle? – Traté de liberar mi brazo, su agarre era demasiado fuerte; pero yo estaba decidida a no irme de aquí sin Myrtle, dejarla petrificada ahí con ese loco maniaco no entraba en mi plan. - ¡Suéltame! - Su rostro era serio, dio un suspiro y volvió a tirar de mí. Me planté lo más firme que pude y traté de pensar en un hechizo que me pudiera ayudar. Esa cosa estaba subiendo por la cañería, podía oír su arrastre cada vez más cerca.

- ¡JODER! - Me soltó tan pronto como sintió su mano arder, aprovechando su distracción corrí hasta Myrtle y la hice levitar. - Ainhoa, tienes que irte. No pienso repetirlo dos veces. - Genial, Ahora me daba órdenes. Este hombre sí que tenía cojones para ordenarme algo a mí.

-No me iré sin Myrtle. - Avancé hacia la puerta, pero se interpuso en mi camino. - Apártate, Riddle. - Nuestras miradas se retaban. - Que te apartes. - Le metí un empujón que no lo movió ni siquiera dos centímetros.

-Ella no puede irse, tú sí. - Sonreí con ironía. - Tú no dirás nada porque yo podría decir lo de Mulciber. - Mi sonrisa se hizo más grande con su amenaza. - Deja a la sangre sucia, Ainhoa.

- ¿Sino qué Riddle? - Un simple Expelliarmus lo hizo chocar con una de las paredes del baño. Me apresuré en sacar a Myrtle del baño y dirigirla con magia a la enfermería, ella estaría bien. Quise dar un paso, pero algo hizo que mi cuerpo se elevara unos centímetros del suelo, sentía que algo apretaba mi garganta y respirar se hacía cada vez más difícil. Lo que sea que me aprisionaba me llevaba de nuevo al baño.

-Siempre tomando malas decisiones, Grindelwald. - La presión que ejercía su hechizo en mi garganta hizo que abriera la boca en busca de aire. El basilisco se mostraba ante mí con los ojos cerrados, su figura era imponente. - Te dije que te largaras, pero como siempre ignoras lo que digo. - Mi espalda impactó contra uno de los espejos del baño, un líquido cálido comenzaba a descender de la parte de atrás de mi cabeza, de forma inconsciente había llevado las manos a mi garganta y buscaba aire con desesperación. Todo alrededor me daba vueltas, la vista se me estaba haciendo borrosa e intentaba abrir y cerrar los ojos para que el enfoque volviera a ellos.

Su voz era un siseo, trataba de esforzarme por entender lo que decía, pero era inútil. La cabeza me daba vueltas por la falta de aire y por la sangre que estaba perdiendo, me esforzaba por recordar algún hechizo que detuviera la hemorragia, pero no daba con ninguno. Me levanté del suelo como pude, sujetándome de las paredes y terminé recostándome en una hasta que la mente se me aclarara.

-Yo no quería hacerte esto, Grindelwald. - Su silueta era una imagen borrosa frente a mí que poco a poco se iba aclarando al igual que mis ideas. - Bueno, en realidad sí quería un poco. - Su rostro era serio pero sus ojos tenían una chispa de diversión.

-Maldito sádico. - Mi voz salía ronca, me dolía hablar, mi garganta aún estaba afectada por su hechizo. - Idiota. - Traté de empujarlo, pero fue en vano, solo logré tambalear un poco y volver a recostarme contra la pared. Esa cosa seguía en la habitación, podía sentirla y escuchaba como se arrastraba, traté de buscarla, pero él volvió hablar y fijé la atención en lo que iba a decir.

-Si yo fuera tú no la buscaría. - Estudiaba cada movimiento que daba, me sentía débil. - Tiene los ojos abiertos, no creo que sea algo agradable su encuentro visual.

-Ese, es mi problema. - Tenía que sacar fuerza de donde fuese, no podía seguir ahí. - Quítate. - Esta vez sujetó mis brazos y me acorraló contra la pared, provocando que volviera a golpearme la cabeza y soltara un gemido de dolor.

- ¿Es que acaso estás tonta? - La fuerza que ejercía sobre mis brazos dolía y la cabeza se sentía explotarme. - ¿Es que acaso no escuchas lo que digo? ¿No le temes a la muerte? - Él le temía a la muerte, yo no. La muerte y yo somos viejas amigas, ya nos hemos visto con anterioridad.

-Solo temo morir sin hacer nada bueno con mi vida. - Me siento muy débil como para conjurar un hechizo, la única opción que veo para liberarme de esto es golpearlo. - No le temo a la muerte, Riddle. - Susurré cerca de su oído para luego patearlo en la entre pierna. - Tú sí. - Corrí hasta la puerta del baño o bueno eso intenté. El basilisco se presentó ante mí obligándome a cerrar los ojos, pensándolo bien Riddle tenía razón, es estúpido buscarlo sin armas. Podía sentir como me rodeaba, sentir como se preparaba para atacarme.

-Regresa y no vuelvas a salir hasta que te diga. - Lo que tanto esperé no llegó, escuché como se arrastraba lejos de mí y luego sólo el sonido de como el lavado regresaba a su sitio. - ¡¿POR QUÉ ERES TAN ESTÚPIDA?!- Abrí los ojos. Estaba parado frente a mí con los brazos cruzados y el ceño fruncido. El muy maldito se veía perfecto, así como estaba, ni un solo cabello fuera de su lugar. - Sabes qué, no me lo digas. - Se acercó con aire peligroso hasta mí, no me inmuté. - A la próxima...

- ¿Qué? ¿Me matarás? - Me fulminó con la mirada. - Has tenido la oportunidad de hacerlo dos veces y no lo has hecho, tus amenazas no me alarman. - Lo rodeé y seguí mi camino hasta la puerta; pero una de sus manos me cubrió la boca y la otra me aprisionó contra su cuerpo, solté un quejido al impactar mi cabeza contra su pecho.

-Aún no hemos terminado, Grindelwald. - Forcejeé para zafarme, pero debo admitir que es mucho más fuerte que yo. - ¿Cómo sabías del basilisco? - Lo mordí con todas mis fuerzas y me separé de él, tenía las manos húmedas.

-Te lo dije, sé muchas cosas de ti. - Quería decir tantas cosas, moría por decirle toda la verdad y matarlo ahí mismo, algo dentro de mí no me dejaba. Fijé la mirada en su rostro. Seguía serio, pero algo lo perturbaba, podía notarlo en sus ojos. - Tú...- Me costaba mucho retener mis pensamientos. - Tú... No sabes cómo te odio... Tú. - Mi boca se negaba a revelar todo aquello que mi mente estaba recordando inconscientemente.

- ¿Yo qué? - Una sonrisa maliciosa se dibujó en su rostro, algo estaba mal. Decidí quedarme callada, sentía que si seguía hablando diría toda la verdad sin pensarlo.-¿Verdad o atrevimiento?- Fruncí el entrecejo confundida, no entendía nada.- Has visto algo que no deberías haber visto, sé que no podré penetrar en tu mente así que me parece justo esto, tú eliges o me dices una verdad o cumples algún reto que te ponga.- No sabía que decir, sus cambios de humor eran tan repentinos que es difícil seguirle la corriente.- Debes saber que no podrás engañarme, ya que gracias a que me mordiste la mano logré que ingirieras Veritaserum.- Con razón su mano estaba húmeda.- ¿Verdad o atrevimiento?

-Atrevimiento. - No tenía otra opción, sabía que no me gustaría para nada el reto que me pondría; pero, si digo verdad no podré mentirle y sé que me preguntará algo relacionado a mi vida. No puedo exponerme.

-Bésame. - Susurró acercándose más a mí, lo observé dubitativa tratando de encontrar el mínimo atisbo de burla, pero no lo hallé. - Bésame, Ainhoa. - Repitió antes de unir sus labios con los míos, lo cual me tomó por sorpresa. Me encontraba correspondiéndole un beso por segunda vez al futuro mago tenebroso, al ser que me arrebató todo. Mi cuerpo se negaba a responder a mis órdenes, no podía alejarme de él y mis dedos buscaban ansiosos enredarse en sus cabellos. Me tomó de la cintura y me acercó más a él, no era un beso pasional como el anterior, era lento.

TOM

Sé que este no era el plan. El plan era hacer que confesara todo, que me dijera quien era realmente, por qué estaba en Hogwarts y los motivos de su odio hacía mí. Muy a pesar de mí, lo último era lo que más me preocupaba. Ella tenía razón, había tenido dos oportunidades de matarla y, sin embargo, me había acobardado en ambas. Puedo lastimarla, me gusta lastimarla, pero no puedo alzar mi varita hacia ella para matarla.

Esto está mal. Estoy poniendo en riesgo todo aquello que construí por ella, estoy jodiéndolo todo. Puedo perder el respeto de los caballeros por esto y entonces ser un mago del montón.

Está mal, pero se siente tan bien. Sus labios, su cuerpo, todo de ella me llama. No la amo, pero tampoco puedo odiarla.

Puedo lastimarla, pero no puedo matarla. Ella me está volviendo loco. Termina el beso, Riddle. Tienes que salir de aquí. Tenemos que irnos, recuerda que tienes que encargarte de la sangre sucia.

La voz de mi cabeza tenía razón, pero mi cuerpo se negaba a aceptar las órdenes de mi cerebro. Su boca era el vino que me embriagaba, dormía los demonios de mi mente y hacía mi infierno un poco más llevadero.

Me rindo. La besare hasta que ella termine con el beso. Hasta que me golpee o me lance algún hechizo para luego salir de ahí con la elegancia que ella posee. Hasta que ella sea Ainhoa Grindelwald y yo, Tom Riddle.