Los primeros meses desde la llegada de Elena a la vida de su familia fueron un constante derroche de mimos y atenciones. Casi a diario, su abuelo Conner le obsequiaba juguetes artesanales, hechos con esmero. El tiempo pasó y, en un abrir y cerrar de ojos, la pequeña cumplió cinco años. Aquella mañana en particular, le tocaba quedarse en la cabaña de Conner, su abuelo, quien vivía en una colina algo apartada del resto de las casas en la aldea de Septen.
Elena estaba sentada en una silla acolchada, recubierta con la piel de una bestia, claramente hecha a mano con gran destreza. Conner, mientras tanto, estaba sentado en el suelo frente a ella, arreglando una mochila de exploración. Sentía la expectante mirada de su nieta sobre él, y pronto su atención fue captada por la voz aguda y curiosa de la niña.
— Nonno... ¿Vas a salir? —, preguntó Elena, señalando la mochila con su pequeña mano izquierda. — ¿Puedo ir contigo? —
Una leve risa escapó de los labios de Conner, quien levantó la vista para mirar a su nieta con una expresión gentil y suave.
— No, pequeña, no puedes venir conmigo. Nonno tiene que irse lejos unos días por trabajo —, respondió con paciencia.
Elena hizo un puchero y sus mejillas se inflaron en señal de reprimenda.
"Está mocosa es igual que su mamá cuando era pequeña...", pensó Conner, dejando escapar un pesado suspiro mientras negaba con la cabeza ante las quejas de la menor.
— Pero prometo traerte un regalo, ¿te parece bien? —, añadió, buscando calmarla.
— ¡¿De verdad, lo prometes?! —, exclamó Elena, poniéndose de pie de un salto y abrazando a su abuelo con una sonrisa radiante. — Entonces vuelve pronto, ¿sí? —
Conner respondió al abrazo, rodeándola con su brazo derecho mientras soltaba una leve carcajada. Miraba con cariño la impaciencia de su nieta, imaginando ya el regalo que le traería de su próxima aventura.
Tras esa charla, Conner retomó sus preparativos hasta que finalmente dejó la mochila a un lado una vez lista. Su atención se dirigió de nuevo a su nieta, a quien observó con curiosidad mientras ella revisaba los cajones a su alcance. No le dio mucha importancia, al menos hasta que la pequeña sacó un brazalete hecho de un extraño metal.
— ¡Oh~! ¡Me gusta esto! —, dijo Elena, poniéndose el brazalete en la muñeca izquierda, aunque el objeto le quedaba demasiado grande y se le caía.
Con una leve sonrisa maliciosa, Conner sacó de otro cajón un brazalete similar. Tras ajustarlo en su propia muñeca, se inclinó y susurró sobre una pequeña gema incrustada en el objeto, provocando que su voz resonara desde el brazalete que Elena estaba examinando.
«¿Qué estás tomando, pequeña curiosa?», transmitió Conner.
La transmisión sobresaltó a Elena, quien asustada dejó caer el brazalete al suelo y corrió hacia su abuelo, abrazándose a su pierna con fuerza.
— ¡Abuelo...! —, exclamó con voz temblorosa, mientras sus ojos se llenaban de lágrimas. — ¡El brazalete se enojo! —
Conner dejó escapar una risa suave y se agachó para levantar a su nieta, acariciándole el cabello con ternura.
— No te preocupes, pequeña. Solo estaba jugando contigo —, dijo, dándole un beso en la frente.
— Este brazalete es especial. Permite a las personas comunicarse a distancia. Pero no es para jugar. —
Elena, aún con lágrimas en los ojos, asintió lentamente, aferrándose a su abuelo con fuerza.
— Lo siento, Nonno... —, susurró la niña.
— No pasa nada, pequeña. Solo ten más cuidado la próxima vez —, le respondió Conner, dándole un último abrazo antes de levantarse.
Luego de ese incidente, el resto del día transcurrió con calma, entre juegos de escondite, donde Conner siempre perdía, una comida sencilla para el almuerzo y, finalmente, la siesta de la tarde para la pequeña Elena, quien había quedado dormida sobre un gran sillón rústico en una zona similar a un salón.
Por la ventana se adentraban los rayos del sol, bañando el interior de la cabaña de tonos naranjas y rosas. Un sonido de leves golpes sobre madera llamó la atención del mayor, viendo que provenía de la entrada. Abrió la puerta para encontrarse con Selene, quien parecía haber ido a buscar a Elena.
— Hola papá, vine por ella —, mencionó Selene, dedicándole una cálida sonrisa mientras se ponía de puntillas para darle un beso en la mejilla. La diferencia de altura obligó a Conner a encorvarse ligeramente para facilitar el gesto.
— Se durmió hace un rato. Fue un día bastante movido —, respondió Conner, luego del saludo, moviéndose a un lado para permitirle el ingreso a su hija a la vivienda.
La puerta fue cerrada por el hombre una vez que Selene entró, quedándose ambos mirando a la menor durmiendo plácidamente. Conner soltó un leve suspiro, reflejo de la tristeza que sentía.
— Así que estamos otra vez en esa fecha del año... ¿Será una semana fuera como los años anteriores? —, cuestionó Selene, con una expresión de melancolía en su mirada.
— Sí, sabes que es importante, además, solo puedo ver a Thalia para esta fecha por viajar a la capital —, dijo Conner, alzando su mano zurda para posarla suavemente sobre la cabeza de Selene y acariciarla con ternura. — Pero te traeré algo, así que no te pongas triste. —
El silencio se extendió hasta que un leve quejido de Elena, aún dormida, rompió la calma. Ante la situación, los dos adultos rieron con levedad, ayudando a Conner a Selene para cargar a la menor, acompañándola hasta la salida de la cabaña y así despedirse.
— Nos veremos pronto, así que no te preocupes y... Cuídense mucho —, dijo el mayor.
Observó con atención cómo ambas se alejaban con cuidado, descendiendo por la colina. Tras un pesado suspiro, Conner volvió a ingresar a su cabaña, cambiándose sus sencillas ropas por un uniforme más completo, de apariencia miliar y forrado en una piel gruesa. Tomó junto a un pesado escudo que tenía colgado en una de las murallas, junto a su mochila lista en un rincon.
Estando preparado, salió de su vivienda, notando que ya casi era de noche. Comenzó su caminata hacia la entrada del pueblo, emprendiendo su viaje hacia la capital. La noche caía lentamente, y aunque el misterio de su viaje permanecía sin revelar, Conner se adentró en la oscuridad poco a poco, hasta que su silueta dejo de ser visible.