El mediodía se acentuaba sobre la tranquilidad del pueblo de Septen. La hora del almuerzo estaba llegando a su fin en la cabaña de Conner. Mientras los demás ya habían terminado de comer, Conner aún saboreaba los últimos bocados de su estofado, aprovechando ese momento en la mesa para organizar sus ideas sobre cómo continuar las enseñanzas a los tres niños que ahora curioseaban entre las cosas de su hogar.
Dio un último bocado al estofado que quedaba en su plato y suspiró de manera gustosa. Limpió sus labios con un paño antes de reclinarse en su silla, observando a sus hijas platicar con expresiones entrañables y cálidas. La escena le recordó cuando ambas eran niñas, siempre pegadas la una a la otra y escondiéndose tras él cada vez que sentían miedo de algo desconocido.
"Realmente es una vista agradable... demasiado, incluso para mí", pensó Conner. Se puso de pie y llevó su plato sucio a un fregadero rústico. Tocó una pequeña piedra con una runa grabada, inyectó maná, y pronto brotó agua, llenando el fregadero y cubriendo los trastes de cerámica.
— Bien, trío de diablillos. Es hora de retomar un poco nuestra plática de la mañana, ¿no creen? —, comentó el mayor, dirigiéndose al salón de su hogar y tomando asiento en el único sofá grande, hecho para una sola persona.
Sus palabras resonaron en la vivienda, causando que Elena, Emma y Liam detuvieran sus exploraciones entre las pertenencias de Conner. Los tres se dirigieron hacia él y se sentaron en el suelo, justo frente al mayor.
— Bueno, bueno, bueno... Luego de lo que les dije en la mañana, ¿tienen alguna pregunta? —, dijo Conner, mostrándose relajado mientras se reclinaba suavemente sobre su asiento.
Emma fue la primera en alzar la mano con euforia. — ¡Yo, yo, yo! ¿Qué es esto? —, cuestionó la pelirroja, mostrando una extraña roca púrpura con grietas a su alrededor y un tenue brillo en el centro.
Conner rió en un tono elevado, estirando su brazo y tomando el objeto con solo su dedo pulgar e índice. — Esto, mocosa, es un núcleo de maná. Es lo que le permite a las bestias míticas usar la energía de los elementos o mejorar sus cuerpos. Este, por ejemplo, está desgastado. Diría que le quedan al menos tres usos. —
Elena, curiosa, inclinó la cabeza. — ¿Existen otros núcleos más, Nonno? —
— Buena pregunta, Elena. Existen dos tipos principales: los núcleos elementales y los núcleos terrenales —, explicó Conner. — Los núcleos elementales están relacionados con la afinidad a la energía elemental, como el fuego, el agua, la tierra y el aire. Las bestias míticas que controlan estos elementos tienen núcleos elementales. Por otro lado, los núcleos terrenales no están ligados a ningún elemento en particular, así que tienen afinidad con todos los elementos y a la vez con ninguno. Generalmente funcionan más para el fortalecimiento físico. —
Liam, siempre lleno de dudas, levantó la mano. — ¿Y los núcleos solo sirven si son del tipo correcto? —
— Exactamente, mocoso. Si intentas usar un núcleo elemental cuando necesitas un núcleo terrenal, o viceversa, no funcionará, o en el peor de los casos, puede destrozar tus venas de maná, lo cual te negará usar magia —, mencionó el mayor.
— Las razas terrenales son aquellas que no tienen una afinidad natural con un elemento en especial, como los humanos, los enanos, los hombres bestia y los draconianos. Los elfos, los elfos oscuros, los druidas y las ninfas, en cambio, son razas elementales, ya que tienen una conexión especial con la magia elemental. Ahora, los nefilim son únicos, ya que son compatibles con ambos tipos de núcleos, lo que les permite tener una gran versatilidad. —
Elena, siempre atenta, preguntó. — ¿Y nosotros, qué somos? —
Conner sonrió, acariciando la cabeza de su nieta. — Nosotros somos humanos, Elena. Aunque no tengamos una afinidad con un elemento en especial, podemos usar núcleos terrenales para mejorar nuestras habilidades, o incluso ayudarnos a subir de nivel cuando tenemos todos los círculos. —
— Entonces, ¿Qué pasa si encontramos un núcleo elemental? —, preguntó Liam, sus ojos brillando de curiosidad.
— Si encuentras un núcleo elemental, puedes venderlo, refinarlo en medicina con alquimia, usarlo para crear algún artefacto mágico con un herrero o usarlo para cambiar las propiedades del elemento correspondiente —, respondió Conner. — Son muy valiosos, y puedes obtener muchos recursos a cambio. —
Los niños asintieron, comprendiendo la importancia de los núcleos de maná. Conner continuó explicando las bases de los distintos núcleos y los caminos que conllevaban, desde la fuerza que otorgaban hasta las dificultades que implicaba tener cada uno de ellos.
Elena, Emma y Liam escucharon con atención, fascinados por el vasto mundo de los núcleos de maná y las posibilidades que ofrecían. Cuando Conner terminó su explicación, notó el cansancio en los rostros de los menores y sonrió.
— Vaya, parece que eso es suficiente por hoy... No quiero que sus cabecitas exploten en el primer día —, anunció Conner, levantándose para estirarse.
Selene y Thalia llevaron unos sándwiches y jugo para los niños, quienes hicieron un círculo entre ellos, dejando las bandejas de madera con la comida frente a los tres.
Durante aquel aperitivo, los niños se quedaron hablando de distintos temas, estando la mayor parte del tiempo hablando de lo que Conner les menciono.
El hombre mayor miró a sus hijas, quienes lo observaban con una cálida sonrisa en sus rostros, lo cual lo dejó algo extrañado en primera instancia, como si no entendiera el motivo de esas muecas.
— Ojalá hubieras sido así de gentil a la hora de explicar cuando éramos niñas... Con nosotras parecías más un soldado que un padre —, comentó Thalia, volteando de manera exagerada hacia otra dirección, demostrando indignación.
— Parece que era cierto que los hombres se vuelven más sentimentales cuando tienen nietos, es tierno en cierta medida, mjmj —, dijo Selene, caminando unos pasos hasta abrazar el brazo derecho de su padre.
Ante las palabras de sus hijas, el mayor se sintió algo apenado, reflexionando sobre lo exigente que fue con ellas en su juventud, llegando a sentirse bastante culpable por no tratarlas tanto como niñas, sino más bien como soldados en entrenamiento intensivo. — Parece que no fui un buen padre, ¿eh? —
— Tal vez —, respondió Thalia, acortando la distancia con su padre. — Pero fuiste el que nos hacía falta... —
Luego de esa corta, pero sentimental conversación, Conner permitió a los niños seguir revisando sus cosas, no sin antes haber sacado todo lo que considerara peligroso. Durante ese proceso, respondió las dudas que les surgían a los niños a medida que encontraban algo.
Aquellas preguntas iban desde "¿Para qué sirve esto?" hasta las típicas "¿Me lo puedo quedar?". Todas esas preguntas fueron agotando poco a poco a Conner, quien pasó el resto de la tarde tratando de aclarar las dudas que parecían interminables.
Así, en un solo parpadeo, el cielo en el exterior poco a poco fue tomando un tono mucho más oscuro, haciéndose presente ahora tan solo la iluminación de velas desde las cabañas del exterior, como también las velas en la vivienda del mayor.
— Parece que el tiempo pasa volando —, dijo el mayor, quien ya estaba terminando de acomodar el desorden que los niños dejaron por su hogar.
Por otro lado, Selene estaba terminando de abrigar a los niños con ayuda de Thalia, ya que tenían que irse cada uno a su casa, lo cual claramente dejó a los menores bastante desanimados.
— Vamos, vamos... No pongan esas caras, pueden venir a ver las cosas del abuelo mañana, no tienen que ponerse tristes —, comentó la mujer, viendo a su hija con una expresión de molestia.
El mayor, al darse cuenta, solo suspiró, mirando a los niños para pronunciar unas palabras cortas a los tres. — Déjense de berrinches, váyanse y mañana vuelvan. Si lo hacen sin peros, les haré un regalo a cada uno. —
— ¿Un regalo? —, preguntó Liam, sus ojos abriéndose de par en par.
— ¡Sí, un regalo! —, exclamó Emma, saltando de alegría.
— ¿Qué tipo de regalo, Nonno? —, preguntó Elena, con una mezcla de curiosidad y emoción.
Conner sonrió misteriosamente ante los menores. — Tendrán que esperar y ver. Pero les prometo que valdrá la pena. —
— ¡Vamos, tenemos que irnos para que podamos volver pronto! —, dijo Emma, tomando la mano de Elena y arrastrándola hacia la puerta.
— ¡Sí! ¡No puedo esperar a ver qué nos dará el abuelo de Elena! —, agregó Liam, siguiendo a las chicas.
Los niños se despidieron y se dirigieron a sus casas en compañía de Thalia, ya que ella se estaba quedando en casa de Selene. Conner observó cómo se alejaban, con una cálida sonrisa en sus labios.
Mientras se preparaba para la noche, Conner reflexionó sobre las enseñanzas del día y sobre las promesas que había hecho a los niños. Sabía que su camino estaría lleno de desafíos, pero también de oportunidades para crecer y aprender. Y estaba decidido a guiarlos y protegerlos en cada paso del camino.
Con una última mirada a las estrellas que comenzaban a brillar en el cielo nocturno, Conner cerró los ojos y se dejó llevar por la tranquilidad de la noche.