Al momento de que la mordida estuviera por ser dada sobre el cuello de Thalia, se escuchó un ensordecedor sonido de impacto a lo lejos. El Rugir de las Sombras jadeó ahogadamente, sus mandíbulas siendo sujetadas por un par de manos grandes, claramente pertenecientes a alguien de considerable tamaño.
El miedo en la expresión de Thalia se transformó en incredulidad al reconocer la sentir una figura imponente tras de su persona. Alguien había llegado justo a tiempo para evitar aquel suceso.
Una voz ronca y gruesa tosió un poco antes de pronunciar unas pocas palabras de amenaza hacia la bestia.
— Animal de mierda, ¿Qué crees que le harás a mi hija...? —, aquella voz era inconfundible. Provenía de Conner, quien había llegado justo a tiempo para salvar a Thalia.
Sorprendida ante aquella voz cálida y sintiendo el calor del cuerpo de su padre tras ella, Thalia abrió los ojos mientras unas pocas lágrimas comenzaban a brotar, deslizándose por sus mejillas por la emoción de ver al mayor en aquel lugar.
— Llegas tarde, viejo... —, comentó la mujer, sonriéndole a Conner antes de dejarse caer de rodillas por el agotamiento.
Conner la miró con una mezcla de preocupación y alivio, antes de centrar su atención en la bestia. Sin decir nada, empleó toda su fuerza para sacudir al animal con brusquedad, alzándolo y azotándolo contra el suelo. Con un movimiento fugaz, arrancó la mandíbula de la bestia y aplastó la otra parte de su cabeza una sola palmada, provocando un golpe seco que levantó polvo y hojas de las cercanías en el suelo.
El silencio que siguió fue ensordecedor. Thalia, a pesar de su agotamiento, sonrió con una mezcla de alivio y cansancio. Estaba feliz de haber aguantado hasta la llegada de su padre, y sobre todo, de haber mantenido a salvo a los aldeanos, quienes, tras el silencio prominente, comenzaron a salir del refugio, teniendo los primeros sus miradas llenas de gratitud y asombro ante la escena que vieron.
— ¡Nonno...! —, exclamó Elena desde la lejanía, quien estaba de la mano con su madre, mirando ambas en dirección de Conner y Thalia.
El mayor, solo sonrió, mientras que posaba su palma izquierda sobre la espalda de la mujer herida, inyectando algo de maná para ayudarle a mantener su cuerpo en funcionamiento, y sobre todo, con la intención de que aguantara hasta que sus heridas fueran tratadas y el sangrado detenido.
Selene, con la preocupación evidente en su rostro, se acercó rápidamente a ellos, teniendo lagrimas en los ojos tras ver al apreciar por la cercanía el lamentable estado en el cual su hermana mayor se encontraba.
— ¡Papá, Thalia está perdiendo mucha sangre! —, dijo Selene, su voz temblando.
— Lo sé, Selene. La llevare a mi cabaña para estar tranquilos... Tu ve por la monja del pueblo, ella puede ayudarnos a curarla. —, respondió Conner con un tono calmado, aunque su expresión delataba su temor por no lograr atender a tiempo a Thalia.
Con una suavidad inusitada para su tamaño, Conner levantó a Thalia en sus brazos. Ella, aún débil, se aferró a él, confiando en la fuerza y protección que siempre le había brindado. Selene tomó la mano de Elena, realizando un gesto para que le acompañe con prisa en busca de la monja.
Caminata emprendió el hombre adulto con la mujer en sus brazos, pasando entre las cabañas en dirección de la colina donde quedaba su hogar. Cuando llegaron a la cabaña de Conner, este abrió la puerta con ayuda de su mano derecha, la cual aun estaba cubierta de sangre de la bestia mítica y la sangre que escurría desde las heridas de su hija.
Selene corrió rápidamente por el pueblo en busca de la monja, una mujer mayor con el emblema del Santo; otro de los emblemas secundarios dados en la capital. Este contaba con un solo circulo y estaba situado en el pecho de la mujer. Tras la suplica de Selene hacia la religiosa, esta emprendió caminata en la dirección indicada, manteniendo un paso firme.
Diez minutos terminaron por pasar en ese lapso, llegando las mujeres a la cabaña en la colina para así recorrer la misma hasta dar con la habitación donde Thalia estaba recostada.
— Por favor, retirense... necesito tranquilidad para poder tratarla. —, indicó la monja, guiando a Conner, Selene y Elena fuera de la habitación.
Con los nervios a flor de piel, Conner tomo asiento en el suelo, junto a la puerta que daba al cuarto donde estaba siendo tratada Thalia, estando el hombre sudando y temblando por el temor de que algo malo pasara.
— S-solo debemos confiar en que la hermana lo hará bien... —, dijo Selene, tratando de tranquilizarse a sí misma tanto como a Elena.
Conner solo mantuvo el silenció, escuchándose desde el interior de la habitación de vez en cuando uno que otro alarido de dolor, acompañado del sonido metálico cayendo al suelo, aparentemente proveniente de los restos de la armadura que le iban siendo quitados a la mujer.
Las horas fueron pasando, estando la monja trabajando sin descanso con ayuda de la bendición que era otorgada por su emblema, logrando ir cerrando a paso lento las heridas internas de Thalia, y poco a poco el resto, hasta que, cuando la noche ya predominaba en la localidad, termino.
La puerta de la habitación se abrió acompañada de un leve rechinido, asomando desde el interior la monja, quien tenia el rostro totalmente sudoroso, como las manos manchadas de sangre.
— Está totalmente curada, pero necesitara descansar por un buen tiempo... Al parecer forzó bastante su núcleo de maná... —, informó la monja.
Selene y Elena entraron a la habitación, viendo a Thalia dormir profundamente, respirando ambas con una sonrisa en el rostro, mientras que las lagrimas se hacían presentes por el alivio. Conner, por otro lado, se dio el tiempo de acompañar a la religiosa hasta el exterior de la vivienda, entregándole a la misma un pequeño bolso con comida, ropa y algo de dinero.
— Se que no aceptan pagas pero... Tómelo, por favor, como agradecimiento. —, dijo Conner, su voz aun se mostraba temblorosa, pero a su vez, cargaba toques de gratitud.
— Lo conozco hace varios años como para saber que si me niego, insistirá Solo hice lo mínimo que es debido, después de todo, el pueblo y yo le debemos bastante desde hace mucho... —, respondió la monja, sonriendo antes de retirarse discretamente.
La noche pasó en un susurro, con Selene y Elena descansando junto a Thalia. Conner se mantuvo alerta, su mente recorriendo los eventos del día, y agradeciendo en sus pensamientos el poder haber llegado antes de que todo terminara para peor. Justo antes del amanecer, un suave resplandor comenzó a llamar la atención del mayor, viendo que esté brillo emanaba del vientre de Elena, llamando la atención de Conner.
— ¿Eso es...? —, murmuró, acercándose a Elena.
El resplandor se intensificó, formando la figura de un escudo, el cual se traslucía por sobre la tela del vestido de Elena. Era el despertar del emblema, revelando que la pequeña había obtenido el emblema de protector, la primera fase del mismo que Conner.
— Así que obtuvo el mismo... ¿eh? —, susurró, Rascando suavemente su propia cabeza mientras que meditaba en que hacer al respecto.
Permitió que las tres se mantuvieran dormidas un poco más, aprovechando el mayor de salir del cuarto para caminar en dirección de una habitación algo alejada, la cual, tras ingresar, se podía ver lo que parecía ser un espacio de herrería y alquimia personal.
— Tendré que ir pensando en su regalo entonces... —, dijo con una voz cálida, acompañada de una sonrisa gentil que adornaba su tosca cara.
Unas pocas horas pasaron, y finalmente, se escucho un grito de aparente emoción, acompañado de innumerables pasos acelerados sobre la madera de la cabaña. Entre los gritos se podía escuchar "¡Ya apareció!", o "¡Mamá, tía, miren!"... Todo ese ajetreo demostraba que Elena ya había visto que obtuvo su despertar.
El sonido de los pasos siguió resonando hasta que la menor ingreso al aparente espacio de trabajo de su abuelo, estando el mayor con varios materiales sobre una mesa, los cuales variaban entre metales, escapas, pieles y huesos.
— ¡Abuelo, abuelo, mira! —, dijo Elena, alzando un poco su vestido, viéndose el emblema justo en su vientre, por sobre de los pantaloncillos que traía puestos.
Conner se volteo unos momentos, suspirando para luego agacharse y hacer que la misma acomode su vestido como corresponde.
— Mjmj, me alegra que así sea, pero una señorita no debe jamás subirse el vestido así... —, dijo el mayor algo agobiado, sonriendo ante la aun marcada emoción en los ojos de su nieta. — Ahora tienes un emblema, y el mejor de todos... El mismo que yo. —
— ¡Me esforzare mucho para ser tan fuerte como tú! —, exclamo cual soldado afirmando un hecho.
"Está niña, tiene más emoción que modales...", pensó Conner, procediendo a posar su palma derecha sobre el cabello de la menor revolviendo su cabello en señal de aprobación.
Desde ese momento, un nuevo camino iniciaría en la vida de Elena, quien tendría que prepararse para sus años por venir con ahora aquella responsabilidad que traía ese emblema.