La mirada de Thalia estuvo expectante hacia la entrada del pueblo, manteniéndose en guardia mientras que el sudor por los nervios se deslizaba con lentitud por su rostro.
"Espero no sea algo difícil de manejar...", pensó la mujer para sí misma a la espera de que la criatura apareciera.
En las sombrías profundidades del bosque, un rugido resonó con fuerza, haciendo temblar las hojas de los árboles y enviando una onda de choque que provocó el estremecimiento de algunas cabañas del pueblo. De entre la espesura emergió aquella criatura, una bestia mítica, cuyo ser parecía estar tejido con hilos de oscuridad y destellos plateados.
Con una altura imponente de tres metros hasta los hombros, el ser se alzaba con astucia, sus ojos brillando como dos lunas llenas en la negrura de la noche. Su pelaje negro como la medianoche estaba salpicado de destellos plateados que parecían danzar con una luz propia, creando una ilusión de sombras vivientes a su alrededor.
Cada paso resonaba con un poder que parecía sacudir el suelo, y el peso de la bestia dejó profundas huellas en la tierra. Cada movimiento de sus tres colas, que terminaban en una extraña protuberancia similar a una cuchilla, causaba el talar de los árboles más jóvenes. Sus garras largas y afiladas destrozaban la tierra a su paso, arrancando raíces y levantando escombros. Un aura de misterio y poder lo rodeaba, haciendo que el aire a su alrededor pareciera vibrar con energía.
Se decía que esta criatura, conocida como 'el Rugir de las Sombras', era la encarnación misma de la fuerza salvaje y la majestuosidad de las bestias míticas de cuarta clase. Su presencia en las afueras del pueblo era un augurio de calamidad.
Aquella bestia, ahora, yacía de pie justo a unos metros de distancia de Thalia, quien, tras tragar saliva, desenfundó su espada. La hoja relucía con un brillo intenso, y sus ojos se fijaron con determinación sobre aquel imponente ser. El aire se tensó entre ellos, como si el propio mundo contuviera la respiración ante el inminente enfrentamiento.
— ¡Tsk...! Tenía que ser justamente uno de esos gatos... —, mencionó Thalia tras chasquear la lengua con molestia. Su voz, aunque firme, denotaba la tensión del momento.
Realmente, la apariencia de 'el Rugir de las Sombras' era similar a un tigre de Bengala, pero con una segunda capa de piel bajo su pelaje, la cual era tan dura que no podía ser atravesada sin ser alguien por sobre el segundo círculo en la etapa media de su emblema. Algunas personas decían que incluso tenían placas rígidas de calcio sobre el lomo, aunque no eran visibles en aquel espécimen.
La bestia lanzó un rugido que resonó a través del bosque, sus colas moviéndose con una gracia letal mientras sus ojos centelleaban con malicia. Thalia ajustó su postura, sintiendo el peso de la responsabilidad sobre sus hombros. Aquel momento, le hizo recordar los arduos entrenamientos con su padre, lo cual solo le llevó a pensar con levedad: "Ojalá el viejo estuviera aquí..."
Una bocanada de aire terminó por tomar la mujer, solo para pronunciar una única oración.
— ¡Ven aquí, felino de mierda...! —, gritó, levantando su espada. El metal brilló bajo la luz del atardecer, como un pequeño destello de esperanza.
La rodilla de la mujer se flexiona, impulsando su cuerpo hacia adelante con una firme arremetida, causando que un leve desprendimiento del suelo se provocará junto al dejar la marca de la huella de Thalia.
Thalia se lanzó hacia adelante con una velocidad impresionante, su espada brillando como un faro en la creciente en el lento atardecer por el pueblo. La bestia, con sus tres colas ondeando amenazadoramente, rugió en respuesta, mostrándose más que preparada para cualquier tipo de confrontación.
El primer choque fue brutal. La espada de Thalia encontró su objetivo, cortando una línea superficial en el costado de la bestia, pero apenas le hizo daño. Las garras de la criatura rasgaron el aire, y Thalia apenas logró esquivar, sintiendo el viento de su movimiento rozar su mejilla, causando así un leve corte en la misma, acompañado del impacto restante contra una de las casas del pueblo, la cual se derrumbó totalmente. El suelo tembló bajo sus pies cuando la bestia aterrizó con un golpe seco, levantando una nube de polvo y hojas.
— Maldición, esa cosa resulta ser del tipo elemental... —, murmuró Thalia entre dientes, ajustando su postura y manteniendo su mirada fija en su enemigo.
La bestia cargó de nuevo, y Thalia respondió con una serie de movimientos rápidos y precisos, su espada bailando en el aire mientras intentaba encontrar un punto débil en el espeso pelaje del Rugir de las Sombras. Cada vez que la espada se encontraba con la piel, el sonido metálico resonaba en el aire, una clara señal de la dureza de la bestia. La criatura gruñía y retrocedía ligeramente con cada impacto, pero seguía avanzando con una tenacidad implacable.
Thalia retrocedió, esquivando un golpe de una de las colas de la criatura que dejó una profunda marca en el suelo donde había estado un segundo antes. Con un grito de esfuerzo, Thalia giró sobre sí misma, llevando su espada en un arco descendente hacia la cabeza del Rugir de las Sombras. La bestia levantó una de sus colas para bloquear, y el impacto sacudió el brazo de Thalia, haciendo que la espada vibrará en sus manos. La bestia emitió un gruñido gutural, sus ojos centelleando con una furia renovada.
— ¡Vamos, concéntrate! —, se reprendió a sí misma, recuperando el equilibrio y preparándose para el próximo asalto.
La batalla continuó con una furia implacable. Thalia se movía con una habilidad casi sobrenatural, sus pies apenas tocando el suelo mientras esquivaba y contraatacar. Pero la bestia parecía interminable, cada uno de sus movimientos era un recordatorio de su poder y letalidad. Una de sus colas golpeó el hombro de Thalia, enviándola a volar varios metros antes de aterrizar pesadamente sobre la tierra. El dolor atravesó su cuerpo, y ella sintió la calidez de la sangre comenzando a empapar su piel bajo la armadura.
— ¡Agh...! ¡No tan rápido, maldito monstruo! —, gritó Thalia, levantándose con dificultad, su espada temblando en su mano.
La bestia cargó de nuevo, y Thalia, en un intento desesperado, condensó todo su maná en su propia espada para bloquear. El impacto fue devastador, provocando que tanto ella como la criatura salieran impulsadas hacia atrás por la onda de choque. El Rugir de las Sombras rugió en respuesta, su pelaje erizado y sus ojos brillando con una ira feroz.
La bestia se movió lentamente entre las cabañas, hasta que de un impulso, dejó de ser visible. Thalia intentó moverse, pero su cuerpo no respondía, cada músculo gritando en agonía. Todo lo que se podía escuchar era el viento agitándose con fuerza, ocultando al Rugir de las Sombras.
— Mierda... —, susurró Thalia, tratando de reunir la fuerza para al menos levantar su brazo en defensa.
Su brazo herido resultó ser el dominante, por lo que a duras penas ya podía mantenerse alzando su espada. La respiración de la mujer era pesada, demostrando su cansancio por el combate, como por la constante pérdida de sangre.
"Siento que me voy a desmayar a este paso...", pensó unos momentos Thalia, antes de apretar los dientes y emplear su maná para fortalecer su propio cuerpo, aunque eso significaba agotarse aún más rápido.
La bestia seguía oculta gracias al viento, aprovechando que tenía el mismo atributo y así acechar a la mujer, demostrando que a esas alturas estaba jugando con su aparente presa. El silencio perduró unos momentos, hasta que, finalmente, la criatura ataca, saltando desde uno de los tejados de las casas, desde el cual se manifestó.
Thalia, quien logró reaccionar, balancea su espada contra las patas delanteras del ser, empleando el peso de su adversario para hacerlo salir disparado hacia el otro extremo. El metal de la espada resonó mientras los brazos de la mujer temblaban por la presión. La bestia aterrizó con un gruñido, sacudiendo la cabeza como si intentara despejarse del impacto.
Podía seguir el ritmo gracias a su maná, pero eso no era un recurso ilimitado, sin mencionar que su cuerpo no podría aguantar tanto tiempo.
La batalla entre Thalia y el Rugir de las Sombras se convirtió en un caótico ballet de fuerza y estrategia. Cada uno de sus movimientos era una danza mortal. Thalia, con su espada resplandeciente, cargó hacia adelante una vez más, decidida a aprovechar cualquier ventaja que pudiera encontrar.
La bestia rugió y se lanzó hacia ella con una velocidad asombrosa, sus tres colas ondeando como látigos mortales. Thalia esquivó el primer golpe, pero una de las colas la alcanzó en el costado, lanzándola contra una pared de piedra. El impacto le quitó el aliento, y sintió cómo la sangre comenzaba a empapar su armadura.
— ¡Maldito monstruo...! —, jadeó Thalia, levantándose con esfuerzo mientras su visión se nublaba por el dolor.
Con una última reserva de fuerza, Thalia canalizó su mana en su espada, haciendo que esta brillara con un fulgor cegador. Con un grito desgarrador, se lanzó hacia adelante, balanceando su arma con toda la fuerza que le quedaba. La hoja impactó en el costado de la bestia, esta vez logrando atravesar su dura piel y arrancando un rugido de dolor de la criatura.
La bestia retrocedió, tambaleándose por el golpe, pero no fue derrotada. Sus ojos brillaban con una furia renovada, y lanzó un ataque frenético, golpeando a Thalia con constantes zarpazos y estocadas con sus colas. Cada golpe resonaba con la fuerza de un martillo, y Thalia intentó defenderse, pero cada vez estaba más lenta, más débil. Sus movimientos se volvían torpes, y su respiración era un jadeo entrecortado, llegando al punto de que inclusive su armadura ya no fuera más chatarra colgando de su cuerpo.
— ¡No... puedo... rendirme...! —, se dijo a sí misma, tratando de mantenerse en pie, pero su mana ya estaba por acabarse.
La bestia, oliendo la debilidad de Thalia, lanzó su golpe final. Con una velocidad aterradora, se abalanzó sobre ella, sus fauces abiertas y sus colmillos brillando a la luz del atardecer. Thalia intentó levantar su espada, pero sus brazos ya no responden. El peso del agotamiento y las heridas la arrastraban hacia el suelo.
— No... puede... terminar... así... —, murmuró Thalia, sintiendo la desesperación apoderarse de ella mientras la sombra de la bestia la cubría por completo.
El Rugir de las Sombras se detuvo justo encima de ella, sus colmillos a centímetros de su cuello. Thalia podía sentir el calor de su aliento y ver el reflejo de su propia muerte en aquellos ojos inhumanos. Cerró los ojos, preparándose para lo inevitable.
Todo lo que al final terminó por salir de los labios de la mujer, con un tono de voz agotado y temeroso fue un simple llamado, un último llamado ante la aparente muerte. — Papá... —