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Chapter 6 - ova 5: Dios nos abandono.

Xar'khal observó con frialdad el efecto devastador de su propio poder, cada grieta en el suelo era un eco de su propia oscuridad. El rayo de energía negra continuaba erosionando las capas de roca y metal, volviéndose más destructivo a medida que se adentraba en las profundidades, hasta que finalmente encontró su objetivo: el núcleo energético del planeta. Al hacer contacto, el núcleo pulsó con una última vibración de vida, pero la energía corruptora de Xar'khal lo envolvió como un veneno imparable, sofocando cualquier destello restante.

Con la destrucción del núcleo, el planeta comenzó a colapsar en una agonía imparable. La tierra temblaba, abriéndose en abismos profundos que consumían ciudades enteras, los océanos hervían y se alzaban en tsunamis de fuego y magma, mientras que el cielo se teñía de un rojo siniestro, cubierto por nubes de ceniza y humo. Xar'khal no se inmutó ante la visión apocalíptica. Cada grito, cada estructura que caía en pedazos, cada ser que perecía en el caos era para él una sinfonía de destrucción, un tributo a su poder absoluto.

El planeta, una vez vibrante y lleno de vida, ahora se extinguía en un torbellino de fuego y oscuridad. Las últimas explosiones resonaron como campanas fúnebres, anunciando el fin de ese mundo. Xar'khal, en medio de los escombros flotantes y las cenizas, respiró con una satisfacción profunda, un recordatorio de que no quedaba nada que pudiera desafiarlo o contener su ira. Este mundo caído era solo el principio de su conquista; la destrucción era el preludio de su verdadera ambición: extender su caos más allá de los confines de ese planeta muerto.

Al llegar a este nuevo universo, Xar'khal flotó en el vacío y observó un planeta que destacaba por su esplendor. Los océanos brillaban de un azul vibrante, y las masas de tierra estaban salpicadas de verdes bosques y montañas majestuosas. Las criaturas en la superficie se movían en armonía; la vida aquí era abundante y pacífica, sin sospechar la amenaza que acababa de llegar a su sistema.

Xar'khal descendió lentamente, envolviendo su presencia en una niebla oscura y fría que se extendió como una sombra sobre el planeta. Decidió que esta vez no lo destruiría de inmediato; en lugar de eso, su enfoque sería más sádico. Usaría sus habilidades para atormentar a los habitantes y destruir lentamente su mundo, haciendo que la desesperación creciera hasta el punto de quiebre.

Primero, infectó las aguas puras del planeta con su energía corrupta. Los ríos y lagos comenzaron a oscurecerse, y los peces y otras criaturas acuáticas, antes llenas de vida, se convirtieron en sombras grotescas de lo que eran, volviéndose hostiles y depredadoras. Los habitantes, al beber de estas aguas, se vieron infectados por una locura lenta y progresiva, que los llenaba de paranoia, rabia, y un hambre insaciable por la destrucción.

Las plantas y árboles que florecían comenzaron a marchitarse, transformándose en retorcidas figuras que se retorcían como si tuvieran vida propia. Los bosques se convirtieron en laberintos oscuros y letales, donde cualquier ser viviente que entraba no salía jamás. Con el tiempo, los animales también fueron corrompidos, sus ojos se volvieron de un brillo carmesí, y comenzaron a cazar a los mismos habitantes a los que antes habían temido.

Mientras tanto, Xar'khal observaba desde las alturas, deleitándose en el sufrimiento que causaba. Cuando los habitantes finalmente empezaron a darse cuenta de que una fuerza oscura era la causa de su destrucción, muchos de ellos intentaron encontrar una manera de detenerla. Formaron grupos de resistencia y buscaron artefactos sagrados para oponerse al poder de Xar'khal. Pero él disfrutaba de cada intento fallido, cada esperanza rota.

En su momento final, cuando el caos había alcanzado su punto máximo y no quedaba un solo rincón del planeta sin corromper, Xar'khal se mostró en todo su terrible esplendor, revelando su verdadera forma y su intención: borrar este planeta como lo había hecho con el anterior, pero solo después de haber disfrutado de su sufrimiento. Con una sonrisa cruel, lanzó su rayo oscuro una vez más, alcanzando el núcleo del planeta y desatando el mismo final apocalíptico. El planeta se fracturó desde adentro, colapsando bajo el peso de su energía corrupta.

Para Xar'khal, esta no era solo otra destrucción, sino una obra de arte, una demostración de su poder que resonaría en cada universo que visitara.

A medida que el caos de Xar'khal se extendía a través del universo, el eco de sus acciones llegó a oídos de todos los seres poderosos. No era simplemente un destructor de mundos, sino una fuerza capaz de absorber el poder divino mismo. La noticia de que Xar'khal había consumido tanto a Dios como al arcángel Miguel sacudió los cimientos de la esperanza en aquellos que alguna vez pensaron que la luz siempre triunfaría sobre la oscuridad.

En la Torre del Amanecer, un lugar donde los héroes de todas las dimensiones se reunían para discutir amenazas cósmicas, la preocupación era palpable. Alrededor de una mesa circular se sentaban los líderes de varias facciones: guerreros inmortales, magos antiguos, y protectores de civilizaciones. Cada informe traído por los exploradores del cosmos hablaba de planetas corrompidos, sistemas solares colapsados y una niebla de oscuridad que se movía imparable.

El sabio Ushibaa, que había visto a los dioses mismos temblar ante el poder de entidades oscuras, se levantó con su expresión severa. "No podemos tomar a la ligera esta amenaza," dijo en un tono grave. "Xar'khal no es un enemigo al que podamos enfrentar con tácticas convencionales. Si ha absorbido el poder de Dios y del arcángel Miguel, entonces sus habilidades están más allá de lo que jamás hayamos visto."

A su lado, Necross, un hechicero de poderes inigualables, cuyos conjuros habían sellado horrores que acechaban en los bordes del multiverso, frunció el ceño. "No es solo cuestión de poder," comentó con voz sombría. "Xar'khal es una abominación que disfruta de la desesperación y la corrupción. No solo destruye mundos, sino que los retuerce, transformando todo lo puro en algo vil y retorcido."

Javier, conocido por su dominio de la alquimia y su habilidad para manipular los elementos, golpeó la mesa con fuerza. "No podemos quedarnos de brazos cruzados. Si permitimos que continúe su marcha, no habrá un rincón del universo que quede intacto. Debemos actuar, y debemos hacerlo ahora."

Victor, el guerrero legendario que había librado batallas contra dioses y demonios, observaba en silencio. Sus ojos estaban llenos de una determinación que solo aquellos que han perdido todo pueden comprender. A su lado, Daiki, el joven héroe que había demostrado un coraje inquebrantable, se adelantó para tomar la palabra. "Podemos temerle, sí, pero si él ha absorbido a Dios y al arcángel Miguel, entonces también ha absorbido su luz y su bondad, por muy enterrada que esté. Debemos encontrar una forma de aprovechar eso, de convertir su propio poder en su debilidad."

La sala se llenó de murmullos, y lentamente, la esperanza comenzó a tomar forma entre los presentes. A pesar de la oscuridad que representaba Xar'khal, había algo en las palabras de Daiki que resonaba con fuerza. Una nueva alianza fue forjada en ese momento, una coalición de héroes, guerreros, magos y sabios dispuestos a enfrentarse al ser que había doblegado incluso a los dioses.

Pero en los confines del espacio, Xar'khal, observando los movimientos de sus enemigos con una visión que trascendía la distancia, dejó escapar una risa fría. Él sabía que los héroes se estaban reuniendo, pero para él, esto no era más que un preludio a una nueva demostración de su poder. Con un simple gesto, convocó un portal oscuro que lo llevó hacia un nuevo campo de batalla, listo para recibir a los héroes con la devastación que tanto anhelaba desatar.

Una guerra cósmica estaba por comenzar, y el destino de más de un universo colgaba en la balanza. Pero si había algo que estos héroes sabían, es que no importa cuán oscuro sea el enemigo, la luz siempre encuentra una manera de brillar, incluso en la más profunda de las sombras.

Victor y Daiki se encontraban en la sala de entrenamiento de la Torre del Amanecer, un lugar donde los héroes más poderosos se preparaban para enfrentar cualquier amenaza que el multiverso pudiera arrojarles. Sin embargo, esta vez, ninguno de ellos estaba entrenando. En lugar de eso, permanecían en un silencio inquietante, cada uno inmerso en sus pensamientos mientras procesaban la gravedad de la situación.

Victor, el legendario guerrero que había enfrentado innumerables enemigos a lo largo de su vida, caminaba de un lado a otro, con los puños cerrados y los músculos tensos. Había visto horrores que habrían quebrantado la voluntad de cualquier otro, pero nada se comparaba con lo que ahora enfrentaban. Xar'khal no era un adversario común; no era un simple destructor de mundos ni un conquistador cósmico en busca de poder. Era algo mucho peor, una entidad que había trascendido los límites del poder divino, una amenaza que podía devorar la esencia misma de la existencia.

"Si él ha absorbido a Dios y al arcángel Miguel..." murmuró Victor, rompiendo finalmente el silencio. "Entonces estamos lidiando con una fuerza que no tiene precedentes. Esto no es solo un peligro para nosotros o para nuestros mundos. Xar'khal podría consumir el tejido mismo del universo, convirtiendo la vida en un recuerdo distante."

Daiki, quien había heredado la determinación de su padre James Talloran, observaba a Victor con una expresión seria. A pesar de su juventud, Daiki había demostrado ser uno de los más valientes, pero incluso él no podía ignorar el temor que sentía en ese momento. Xar'khal no era simplemente un enemigo más en su camino; era una amenaza que no podía comprenderse con una simple táctica o estrategia.

"Lo he pensado una y otra vez, Victor," dijo Daiki finalmente, su voz baja pero cargada de determinación. "Este ser... no solo destruye. Él corrompe. Absorbe la luz, la bondad, todo lo que da vida. Si lo dejamos continuar, no solo nuestros mundos desaparecerán. Toda la realidad, toda la existencia, podría ser devorada por su hambre de caos y destrucción."

Victor se detuvo y miró a Daiki, evaluando sus palabras. Sabía que el joven héroe tenía razón. Xar'khal no era solo una amenaza física; su mera presencia alteraba el equilibrio del cosmos. "Entonces, no podemos tratar esto como una simple batalla," respondió Victor, su voz profunda y firme. "Tenemos que ser más inteligentes. Necesitamos encontrar una forma de detenerlo, no solo con fuerza bruta, sino con algo que pueda contrarrestar su oscuridad. Algo que él no pueda absorber."

Daiki asintió lentamente, sus ojos brillando con una chispa de esperanza. "Si ha absorbido la luz divina, entonces quizás haya algo de esa luz que aún podamos usar en su contra," sugirió. "Tal vez... una chispa que podamos encender, algo que no pueda corromper, algo que lo obligue a enfrentarse a lo que ha consumido."

Victor quedó pensativo ante la idea, su mente trabajando rápidamente. Había luchado contra demonios, dioses, y seres más allá de la comprensión, pero esta vez era diferente. Xar'khal era una abominación que había absorbido incluso a los seres más puros. Pero si Daiki tenía razón, si había una forma de desatar el poder que Xar'khal había devorado, entonces quizás tendrían una oportunidad.

"Preparémonos entonces," dijo Victor con una determinación renovada. "No solo para luchar, sino para encontrar esa chispa, esa luz que aún arde en lo más profundo de su oscuridad. Si hay un camino para salvar no solo nuestros mundos, sino toda la existencia, debemos encontrarlo. No importa el costo."

Ambos héroes, unidos por un propósito común, sabían que el tiempo corría en su contra. Xar'khal seguía avanzando, devorando todo a su paso, y cada segundo que pasaba significaba la extinción de más vidas, de más universos. Sin embargo, en ese momento, tanto Victor como Daiki hicieron un pacto silencioso: no permitirían que la oscuridad se tragara toda la creación. Lucharían hasta su último aliento, no solo por sus seres queridos, sino por la esperanza de que incluso el caos absoluto pudiera ser detenido.

Y así, con una resolución inquebrantable, los héroes comenzaron a preparar su ofensiva, sabiendo que el enfrentamiento final con Xar'khal no solo decidiría el destino de sus mundos, sino de la existencia misma.

Xar'khal había llegado al corazón del multiverso, donde los héroes más poderosos se habían reunido para planear su resistencia. Su presencia era un susurro oscuro que acechaba desde las sombras, un frío antinatural que se arrastraba por el aire, apagando la luz y sembrando un miedo indescriptible. Ninguno de los héroes lo sabía aún, pero la abominación que había devorado a Dios y al arcángel Miguel ya estaba allí, observándolos, calculando sus movimientos.

Desde su escondite entre las sombras, Xar'khal contempló la escena ante él. Los héroes discutían estrategias, rodeados de mapas estelares y artefactos arcanos que brillaban con luz divina. Victor, con su mirada intensa y su aura de determinación, lideraba el grupo, mientras Daiki y los demás escuchaban atentamente. Pero para Xar'khal, esto no era más que una congregación de insectos, pequeños obstáculos en su camino hacia la asimilación total.

"Interesante..." murmuró Xar'khal, su voz un eco que resonaba en la nada, inaudible para aquellos que aún no sabían de su presencia. "Sus corazones laten con esperanza, una esperanza que puedo devorar. Sus almas brillan con la luz que necesito para fortalecerme. Son la chispa que hará arder toda la creación en mi poder."

El plan de Xar'khal era tan simple como devastador: asimilar toda forma de vida, cada chispa de existencia, y absorber el poder de estos héroes que osaban desafiarlo. Había devorado ya lo divino, había convertido en suyas las fuerzas de la creación y la destrucción. Ahora, su hambre insaciable lo impulsaba a consumir hasta el último fragmento de vida en el cosmos.

Con un simple gesto de su mano, Xar'khal abrió diminutas grietas en la realidad, lo suficiente para que sus energías oscuras se filtraran lentamente en el lugar. Un aire denso y opresivo comenzó a llenar la sala, casi imperceptible al principio, pero los héroes más sensibles a la magia y al aura cósmica comenzaron a notar algo extraño.

Javier, el maestro de los elementos, fue el primero en alzar la vista, sus ojos brillando con una luz verde mientras sus sentidos mágicos detectaban la corrupción. "Algo está aquí…" murmuró con alarma. "Hay una presencia... algo que no debería existir en este plano."

Ushibaa, con su sabiduría milenaria, cerró los ojos y extendió sus sentidos, buscando la fuente de aquella perturbación. Pero antes de que pudiera advertir a los demás, la risa fría y cruel de Xar'khal resonó en la sala, rompiendo el silencio como el rugido de un trueno.

"¡Héroes ingenuos!" se burló Xar'khal mientras emergía de las sombras, su forma un remolino de oscuridad y energía maligna. Sus ojos brillaban como dos pozos infinitos que absorbían la luz, y su presencia era una ola de terror puro que golpeó a los héroes con una fuerza que los dejó paralizados. "Creíais que podíais detenerme, que podíais proteger la existencia misma de mi hambre. Pero no sois más que un festín a punto de ser devorado."

Victor apretó los dientes y se adelantó, su espada desenvainada, brillando con un fuego morado que parecía desafiar la oscuridad que se cernía sobre ellos. "Xar'khal," dijo con una voz firme y desafiante, "no permitiremos que destruyas más mundos. Aquí y ahora, te detendremos."

Xar'khal se rió nuevamente, un sonido que parecía retorcerse en los oídos de los héroes como si fueran miles de susurros malditos. "Intentadlo si os atrevéis," respondió con un tono burlón, extendiendo su mano hacia adelante. De ella brotaron tentáculos de energía oscura que se abalanzaron sobre los héroes, buscando envolverlos, corromperlos y absorber su fuerza vital.

Daiki reaccionó al instante, desatando un rayo de energía pura que cortó a través de los tentáculos, liberando a aquellos que habían sido atrapados. "¡No cedas al miedo!" gritó a los demás. "¡Luchamos por todo lo que amamos, por todos los que juramos proteger!"

La batalla comenzó en un estallido de luz y oscuridad, mientras los héroes desataban su poder combinado contra la abominación que tenían delante. Javier convocó un muro de fuego azul, Necross lanzó hechizos ancestrales que buscaban sellar la energía de Xar'khal, mientras Ushibaa golpeaba con la fuerza de mil soles. Pero Xar'khal no era un enemigo común; cada ataque parecía fortalecerlo, cada golpe que recibía solo aumentaba su ansia por consumir.

"Sí, luchad, luchad con todas vuestras fuerzas," rugió Xar'khal mientras se abalanzaba sobre ellos, su risa resonando como el eco de la muerte misma. "Porque al final, todos seréis uno conmigo. La creación misma será mi cuerpo, y yo seré el único dios que queda."

Mientras el campo de batalla se llenaba de destellos de magia, fuego, y energía pura, la lucha por la existencia continuaba. Victor y Daiki, junto con sus aliados, sabían que esta no sería una batalla fácil. Pero en sus corazones, la chispa de esperanza no se extinguía. Sabían que, de alguna manera, encontrarían la manera de derrotar a la oscuridad que se cernía sobre ellos.

El destino del multiverso pendía de un hilo, y el desenlace de esta batalla decidiría si la luz prevalecería o si Xar'khal consumiría toda la creación en su abismo infinito.

Xar'khal, envuelto en un manto de sombras tan densas que parecían devorar la luz a su alrededor, observaba con una sonrisa torcida mientras el virus oscuro que había liberado comenzaba a convertir a los héroes en abominaciones sedientas de sangre. Los gritos de los infectados resonaban como ecos de una pesadilla interminable, sus cuerpos retorciéndose y mutando bajo el poder corrupto que había asimilado al devorar a Dios y al arcángel Miguel.

Los héroes luchaban con todas sus fuerzas, pero el caos reinante los superaba. Javier intentaba mantener a raya a los infectados con hechizos de fuego azul, y Necross, a su lado, invocaba cadenas de sombras para contenerlos. Pero cada segundo que pasaba, más aliados caían, sucumbiendo al virus. El suelo temblaba bajo el peso de la desesperación, y el aire se llenaba con el hedor de la muerte y la traición.

En medio de esta pesadilla viviente, Victor y Daiki, exhaustos pero aún llenos de determinación, se abrían paso entre el caos, golpeando a los enemigos con una fuerza que solo la desesperación puede dar. Sin embargo, sus ojos se cruzaron con los de Xar'khal, quien los observaba desde las sombras como un depredador acechando a sus presas.

Antes de que pudieran reaccionar, Xar'khal se deslizó como una sombra viva, apareciendo frente a ellos con una velocidad sobrehumana. Con un rugido inhumano, extendió ambas manos y los atrapó por los cuellos, levantándolos del suelo como si fueran muñecos rotos. La presión era abrumadora, sus garras se hundían en la carne de Victor y Daiki, y una sensación de terror frío se apoderó de ellos al darse cuenta de lo que se avecinaba.

"¿Realmente pensaban que podrían detenerme?" murmuró Xar'khal, su voz un susurro lleno de crueldad que resonó en sus mentes como un veneno. "He consumido dioses, he devorado arcángeles. ¿Qué pueden hacer ustedes dos contra el poder absoluto?"

Victor, con el rostro enrojecido por la falta de aire, intentó desatar su "Energy Cosmic Purple", sus ojos brillando con una luz desesperada. Pero el poder que fluía de sus manos era absorbido por Xar'khal, quien dejó escapar una carcajada oscura al sentir la esencia de Victor desvaneciéndose dentro de él. Daiki, con lágrimas de rabia, usó el "Usagi Instantáneo" para intentar escapar, pero las manos de Xar'khal eran como grilletes de hierro que no cedían ante nada.

"No... ¡no es así como termina!" rugió Victor, su voz quebrada pero aún desafiante. Cada fibra de su ser luchaba, sus músculos temblaban bajo el esfuerzo, pero sentía cómo la vida se le escapaba.

Daiki, a su lado, sentía el peso del fracaso, el destino de su padre, sus amigos, y todo por lo que había luchado colgando de un hilo. "¡No nos vas a vencer!" gritó, desatando un rayo de energía que atravesó el cuerpo de Xar'khal. Pero el ser oscuro solo sonrió, una sonrisa vacía, carente de piedad.

"Sí... eso es... luchen, denme más de ustedes..." susurró Xar'khal, apretando aún más. "Cada intento solo me hace más fuerte."

El horror de la escena paralizó a los que quedaban de pie. Javier, con el corazón destrozado, intentó invocar un hechizo para cortar los brazos de Xar'khal, mientras Necross, en un último esfuerzo desesperado, lanzó una lluvia de dagas espectrales. Pero nada parecía detener al monstruo.

"¡Victor! ¡Daiki!" gritó Spajit, apareciendo entre la confusión, su espada Leviathan brillando con un poder antiguo. Con un grito de guerra que sacudió los cielos, cargó hacia Xar'khal, liberando una onda cortante que dividió el aire. La hoja se hundió en el cuerpo de Xar'khal, pero en lugar de herirlo, parecía que solo lo alimentaba más.

Los ojos de Xar'khal destellaron de placer mientras sentía el filo en su carne. "¿Esto es todo lo que tienen? Patético..." Susurró con una voz que helaba la sangre. Y con un movimiento brutal, lanzó a Victor y Daiki al suelo como si fueran desechos. Ambos héroes cayeron pesadamente, sus cuerpos sin fuerzas, luchando por respirar.

Xar'khal alzó las manos hacia el cielo, y el mundo alrededor pareció temblar en respuesta. "¡Ahora, verán el verdadero horror! ¡Yo soy el fin, y nada escapará de mi hambre!" Con esas palabras, el cielo se oscureció aún más, y el humo infectado comenzó a extenderse de nuevo, envolviendo a los héroes que aún resistían, ahogando cualquier esperanza.

Pero en ese momento, una luz dorada destelló en el horizonte, atravesando la oscuridad como un faro en la noche. Una figura se alzó, brillando con una intensidad que parecía desafiar la mismísima esencia de Xar'khal. Era un último rayo de esperanza en medio de la desesperación, un recordatorio de que, incluso ante el abismo, la luz nunca se extinguiría completamente.

"Esto... no ha terminado..." susurró Victor con un hilo de voz, sus ojos fijos en la figura que se acercaba.

La batalla no había terminado. Pero ahora, la desesperación se mezclaba con una chispa de esperanza, una chispa que podría ser suficiente para desafiar al ser que había devorado a dioses y arcángeles por igual. La guerra por el destino de toda la creación acababa de comenzar, y Xar'khal no había contado con el poder de aquellos que luchan no solo por su vida, sino por todo lo que aman.

En medio de su risa oscura y triunfante, Xar'khal comenzó a cambiar. Su cuerpo se retorció y se expandió, como si estuviera rompiendo sus propios límites. Un crujido espeluznante resonó en el aire mientras sus miembros se alargaban y se multiplicaban, su figura humana deformándose grotescamente hasta convertirse en algo salido de las pesadillas más profundas.

Lo que emergió fue una abominación: un ciempiés colosal que se alzaba sobre la devastación, su longitud interminable ondulando como un río de sombras. Su piel, de un negro absoluto, parecía absorber la luz, y de su espalda surgía una espesa melena que flotaba en todas direcciones como tentáculos vivientes. La criatura no tenía rostro, solo un vacío en el que ningún rasgo humano podía encontrarse. Y sin embargo, uno podía sentir su mirada, como si el mismísimo abismo se hubiera fijado en ellos.

La criatura recordaba a una hallucigenia, una pesadilla ancestral que la evolución había dejado atrás, pero ahora revivida y potenciada por el poder divino que había consumido. Sus cientos de patas, afiladas como cuchillas, cortaban el suelo mientras avanzaba, y su presencia misma parecía retorcer la realidad a su alrededor, distorsionando el aire en oleadas de pura maldad.

Victor y Daiki, aún recuperándose del brutal ataque anterior, alzaron la vista hacia la monstruosidad que ahora tenían ante ellos. Una sensación de impotencia los golpeó como una ola fría. ¿Cómo enfrentarse a algo que no parecía pertenecer a este mundo? Algo que había devorado a dioses y arcángeles, y que ahora se presentaba ante ellos en su forma más pura y terrible.

Javier y Necross intentaron lanzar ataques desde la distancia, invocando hechizos y proyectiles de energía que se desintegraban antes de siquiera tocar al ciempiés gigante. Spajit, con su espada Leviathan en alto, lanzó un aluvión de cortes destinados a derribar cualquier ser viviente, pero Xar'khal avanzaba sin inmutarse, sus patas moviéndose con una precisión mecánica y despiadada.

Desde las profundidades de su nuevo cuerpo, Xar'khal liberó de nuevo el humo infectado, que ahora brotaba como una niebla espesa y maldita desde las grietas de su caparazón. Esta vez, el virus divino que impregnaba el aire era aún más potente, transformando a los héroes en zombis aún más poderosos y sedientos de destrucción. Las filas de los caídos se alzaban una vez más, pero ahora como peones de su voluntad maligna.

"¡Retrocedan! ¡Reagrúpense!" gritó Victor, su voz apenas audible sobre el rugido infernal del monstruo. Pero antes de que pudieran moverse, Xar'khal se abalanzó hacia adelante con la velocidad de un rayo, sus múltiples patas extendiéndose como látigos, atrapando a Victor y Daiki en un movimiento imposible de evitar.

La criatura los alzó en el aire, ambos héroes atrapados entre las garras de la abominación. Un rugido profundo, inhumano, resonó desde el vacío donde debería estar su rostro, y la fuerza que comenzó a drenarles era como un vacío que succionaba sus mismas almas.

"¡No... dejaré... que te salgas con la tuya!" gruñó Victor, luchando contra la presión que le aplastaba los huesos, pero sintiendo cómo su energía vital se desvanecía. Daiki, a su lado, intentaba usar su velocidad para liberarse, pero las garras de Xar'khal eran como acero fundido, implacables y opresivas.

"¡Esto es el fin para ustedes! ¡Sus cuerpos, sus almas, todo me pertenece!" proclamó Xar'khal con una voz que no era más que un eco en la mente de sus víctimas, lleno de una satisfacción enfermiza.

Mientras la desesperación crecía entre los héroes, una explosión de luz surgió desde el horizonte. La figura que antes solo era una chispa de esperanza se reveló en todo su esplendor, un ser envuelto en un aura de energía dorada que rompía la oscuridad como un amanecer inesperado. Era como si la misma existencia rechazara el horror de Xar'khal, presentando un nuevo campeón para enfrentar el abismo.

La batalla no estaba perdida aún. Pero ahora, el precio de la derrota sería algo más que la muerte; sería la completa aniquilación de todo lo que alguna vez fue bueno y puro en el universo.

Xar'khal avanzaba como una plaga viviente, su forma de ciempiés gigante arrasando todo a su paso. Con cada paso que daba, la tierra se abría en grietas profundas y se llenaba de un humo espeso que emanaba de su cuerpo como una neblina venenosa. Aquel humo no solo traía muerte, sino que cargaba un virus que retumbaba con la esencia de lo divino y lo corrupto; un mal que convertía a los vivos en zombis obedientes, esclavos sin voluntad que servían al monstruo sin rostro.

Ciudades enteras, que alguna vez vibraron con la vida de miles de personas, ahora caían en minutos. Los gritos de terror se transformaban en alaridos vacíos y en un eco de desesperación mientras los cuerpos se retorcían, deformándose en abominaciones sin mente. Era como si la realidad misma se estuviera desmoronando ante la presencia de Xar'khal, quien se deleitaba con la destrucción que provocaba. Los cielos oscurecidos por el humo y las cenizas presagiaban un apocalipsis inminente.

Victor, que había logrado liberarse de las garras del monstruo, estaba de rodillas en el suelo, jadeando por aire que parecía volverse más escaso y tóxico a cada segundo. Sus pulmones ardían, sofocados por el veneno que impregnaba la atmósfera. La piel se le erizaba mientras sentía cómo la corrupción intentaba abrirse camino en su interior. Daiki estaba a su lado, su rostro empapado en sudor, tratando de mantenerse en pie. Ambos sabían que, si no encontraban una manera de detener a esta abominación, no quedaría nada por lo que luchar.

"¡Esto no puede ser el final...!", gruñó Victor, apretando los puños con furia impotente. La visión se le nublaba, no solo por el humo, sino por la desesperanza que comenzaba a envolver su corazón. Este no era un enemigo al que pudiera derrotar con la fuerza bruta, ni con los poderes que había perfeccionado durante toda su vida.

"Padre... tenemos que pensar... ¡Tiene que haber una forma!" exclamó Daiki, su voz apenas un susurro entre el caos que los rodeaba. Pero incluso él, con su juventud y velocidad, comenzaba a flaquear. A su alrededor, los héroes caían uno por uno, transformándose en las grotescas marionetas de Xar'khal, sus almas devoradas por el virus de "Dios los abandonó".

Javier y Necross, luchando con todas sus fuerzas desde la retaguardia, intentaban contener la marea de zombis con hechizos y poderes arcanos. "¡No podemos contenerlos por mucho más tiempo!" gritó Javier, sus ojos reflejando la determinación de un guerrero que no estaba dispuesto a rendirse, incluso si el mundo se estaba desmoronando a su alrededor.

"¡Victor, Daiki, si tienen un plan, ahora es el momento!" rugió Necross, desatando un torrente de llamas negras que incineraban a los zombis, pero que apenas frenaban el avance de la marea.

Victor se forzó a ponerse en pie, sus rodillas temblando. "Este monstruo... absorbió a un dios... y a un arcángel. Eso significa que no solo es un ser de carne, sino de esencia divina. Tenemos que encontrar una manera de separar esa energía, de arrancarle lo que ha devorado..." murmuró, intentando trazar una estrategia.

De repente, un recuerdo perdido le asaltó, algo que había oído en su viaje a través de los mundos y las dimensiones: un artefacto, una reliquia capaz de desterrar incluso a los seres más poderosos de la creación, algo conocido como El Corazón del Vacío, una gema que podía absorber la energía divina y despojar a cualquier ser de sus poderes robados. Pero encontrarla en este momento, en medio de la catástrofe, parecía una tarea imposible.

Daiki, captando el pensamiento de su padre, asintió con determinación. "Si esa gema existe, tenemos que buscarla. Es nuestra única oportunidad... ¡No podemos rendirnos ahora!" Pero antes de que pudieran moverse, Xar'khal se dio cuenta de su resurgir de esperanza. Desde las alturas de su forma retorcida, la criatura dejó escapar un rugido que sacudió la tierra misma. Su enorme melena se agitó como un mar de sombras vivas, y con un movimiento rápido, lanzó un torrente de humo infeccioso directamente hacia ellos.

"¡Cúbranse!" gritó Spajit, lanzándose hacia adelante con su espada Leviathan para cortar el aire y desviar el ataque, creando un pequeño respiro. Pero incluso ella sabía que su resistencia era solo temporal.

Victor y Daiki se miraron, sus ojos llenos de la determinación que solo los héroes que han tocado el abismo y han regresado pueden tener. Si este era el fin, lucharían hasta el último aliento. Pero en lo profundo de sus corazones, ambos sabían que esta era solo una batalla más en una guerra que decidiría el destino de toda la creación.

La búsqueda del Corazón del Vacío había comenzado, y con ello, la última esperanza para detener al terror que se hacía llamar Xar'khal.

Desde las alturas de su cuerpo segmentado, Xar'khal comenzó a desplegar un nuevo nivel de devastación. De sus múltiples espinas emergieron esferas de energía oscura, vibrantes y letales, que flotaron por un momento en el aire como estrellas malignas antes de lanzarse con furia hacia la multitud. Al impactar contra el suelo o cualquier ser viviente, esas esferas detonaban en explosiones masivas que desintegraban todo a su alcance. El estruendo de las detonaciones se mezclaba con los gritos de desesperación, llenando el ambiente de un caos inenarrable.

Las explosiones resonaban como el rugido de una tormenta desatada, mientras trozos de tierra, piedra, y cuerpos destrozados eran lanzados por los aires. El paisaje que alguna vez estuvo lleno de vida se transformaba rápidamente en un campo de muerte y destrucción, teñido por un resplandor enfermizo que manchaba el cielo.

Victor y Daiki apenas lograban mantenerse en pie, cada explosión los empujaba hacia atrás, sus cuerpos tambaleándose por la onda expansiva. "¡Tenemos que sacarlos de aquí!" gritó Daiki, sus ojos llenos de terror al ver cómo sus compañeros héroes eran barridos por la fuerza abrumadora de esas explosiones. Los pocos que quedaban de pie intentaban protegerse, pero era como intentar detener una marea con las manos desnudas.

Javier, usando la magia arcana que tanto le había costado perfeccionar, erigió un muro de energía para desviar una de las esferas, pero la explosión resultante fue tan potente que el hechizo se desintegró en mil pedazos, arrojándolo al suelo. Necross, a su lado, conjuró una barrera de sombras que absorbió parte de la destrucción, pero incluso él sabía que no podrían resistir por mucho tiempo.

Spajit se lanzó hacia Xar'khal con un grito de guerra, empuñando la espada Leviathan con furia, cortando una de las esferas antes de que pudiera detonar, pero al hacerlo, una segunda esfera la golpeó de costado, lanzándola a metros de distancia. "¡No te acerques! ¡Es un suicidio!" advirtió Rigor, su voz apenas audible entre el estruendo de las explosiones y el rugido ensordecedor de la criatura.

Victor, con una mirada de acero, apretó la mandíbula y trató de concentrarse. "¡Daiki, tenemos que golpearlo desde dentro, encontrar un punto débil!" gritó, mientras luchaba por mantener su equilibrio en un terreno que se desmoronaba bajo sus pies. Sabía que simplemente defenderse no sería suficiente; Xar'khal era un ser más allá de la comprensión, un monstruo nacido de la fusión de lo divino y lo demoníaco, un ser que solo conocía la destrucción.

Daiki asintió, su rostro cubierto de sudor y polvo, los ojos brillando con una resolución que desafiaba el abismo que los rodeaba. "Si no lo detenemos aquí, no quedará nada que salvar. Vamos a darle todo lo que tenemos, padre."

Con un movimiento rápido, ambos desataron sus poderes. Victor invocó su técnica más poderosa, el Energy Cosmic Purple, lanzando un rayo de energía púrpura que atravesó el aire en dirección al pecho de Xar'khal. Pero el monstruo, anticipando el ataque, giró su cuerpo masivo, desviando el rayo con una de sus espinas y enviándolo de vuelta hacia los héroes, provocando otra explosión que sacudió la tierra.

"¡Maldita sea, no podemos ni tocarlo!" rugió Victor, frustrado por la aparente invulnerabilidad del monstruo.

Daiki, inspirando profundo, comenzó a concentrar energía en sus manos, un aura dorada que contrastaba con la oscuridad que lo rodeaba. "Si no podemos herirlo desde fuera... entonces iremos dentro." Antes de que Victor pudiera detenerlo, Daiki se lanzó en un torbellino de luz, transformándose en un proyectil que impactó contra el costado de Xar'khal, desapareciendo en el interior de su cuerpo retorcido.

Un silencio sepulcral cayó sobre el campo de batalla por un breve segundo. Todos los ojos estaban fijos en Xar'khal, esperando lo que vendría a continuación. Y entonces, desde dentro del monstruo, se escuchó un rugido desgarrador, un grito de pura agonía que hizo temblar los cimientos mismos de la realidad.

Victor, con los ojos muy abiertos y el corazón en la garganta, supo que su hijo estaba librando una batalla desesperada desde el interior de la criatura. "¡Aguanta, Daiki! ¡Voy por ti!" gritó, antes de cargar con toda su fuerza hacia el monstruo, sin importarle las esferas explosivas ni el humo venenoso. Si había una oportunidad, aunque fuera mínima, de destruir a este monstruo, lo harían juntos, o perecerían en el intento.

El destino de toda la existencia pendía de un hilo mientras la batalla definitiva contra Xar'khal alcanzaba su clímax.

Victor llamaba "hijo" a Daiki no porque fueran familia de sangre, sino porque en su corazón lo había aceptado como uno de los suyos. Para Victor, la conexión que había desarrollado con Daiki era más profunda que cualquier lazo de sangre. Había visto en Daiki a un guerrero que, a pesar de su juventud, había enfrentado horrores que quebrarían a cualquier hombre común. Habían luchado codo a codo en incontables batallas, compartiendo no solo el campo de batalla, sino también las cicatrices emocionales que venían con cada conflicto.

Victor sabía muy bien que Daiki no era su hijo biológico, pero había algo en él que le recordaba a sí mismo cuando era más joven: el mismo fuego indomable, la misma voluntad de proteger a los demás, incluso a costa de su propia vida. Ese espíritu combativo y esa resiliencia inquebrantable resonaban profundamente en Victor, quien había perdido a su propia familia y había visto morir a muchos de sus amigos en el transcurso de su vida.

Con el tiempo, Daiki se convirtió en un reflejo de lo que Victor una vez fue, pero también en un recordatorio de lo que había jurado proteger. Al llamarlo "hijo", Victor no solo le daba un título, sino que también reconocía el vínculo que habían forjado, una relación basada en el respeto mutuo, la confianza y la camaradería.

Victor sabía que, en este mundo de caos y destrucción, los lazos creados en la batalla podían ser incluso más fuertes que aquellos creados por la sangre. Llamar "hijo" a Daiki era su manera de expresar que veía en él no solo a un aliado, sino a un legado viviente, alguien en quien confiaría su propia vida sin dudarlo. En su mente, Daiki no necesitaba compartir su sangre para ser considerado su familia; la verdadera familia era aquella que luchaba junto a él, que compartía sus ideales y que estaba dispuesta a enfrentarse al abismo sin retroceder.

Por eso, en medio de la desesperación y el caos desatado por Xar'khal, cuando Victor gritó el nombre de Daiki llamándolo "hijo", lo hizo con todo el peso de su corazón. Era un grito de desafío, una promesa de no abandonarlo, una declaración de que, pase lo que pase, lucharía hasta su último aliento para protegerlo.

El monstruoso ser Xar'khal, después de haber desatado su caos, volvió a su forma original, despojándose de su gigantesca figura. Sus tentáculos y espinas se desvanecieron, dejando solo su forma humanoide, pero su presencia seguía siendo aterradora. Los ecos de su poder seguían retumbando en el aire, como si la misma realidad temiera su existencia.

Victor, exhausto, apenas lograba mantenerse en pie, aún con la energía de su técnica cósmica debilitada por el impacto de las explosiones previas. Sus ojos, llenos de determinación, observaban el monstruo, pero sabían que el tiempo se agotaba. Daiki había desaparecido dentro del cuerpo de Xar'khal y, aunque aún había una chispa de esperanza, la situación era desesperante.

De repente, un escalofrío recorrió la espalda de Victor, y algo dentro de él le advirtió que Xar'khal no estaba terminado. Fue un susurro en su mente, el instinto de un guerrero que sabía cuando el verdadero peligro acechaba. Antes de que pudiera reaccionar, sintió una presencia detrás de él, casi imperceptible pero innegablemente letal.

Xar'khal, usando su agilidad y el conocimiento adquirido de la esencia de los dioses y arcángeles, se deslizó en silencio hacia Victor. Con un movimiento brutal y rápido, se abrió en dos, como una flor negra que revela su interior. De su torso emergieron una serie de tendones oscuros y retorcidos, que rodearon el cuerpo de Victor con velocidad sobrehumana.

Victor intentó girarse, pero el agarre de Xar'khal fue inquebrantable. Las sombras que emanaban del monstruo parecían absorberlo todo, su cuerpo completamente rodeado por la oscuridad que brotaba de Xar'khal. En un instante, el monstruo se fusionó con la esencia de Victor, absorbiendo su alma, su cuerpo, y todo lo que representaba. Cada poder, cada recuerdo, cada habilidad adquirida a lo largo de su vida de luchas y batallas, se transfirió a Xar'khal. En ese mismo momento, Victor dejó de ser una amenaza.

Con un rugido de poder absoluto, Xar'khal se alzó, ahora un híbrido de lo divino, lo demoníaco y lo humano, una abominación aún más peligrosa. Su cuerpo se transformó, adoptando la misma fuerza, la misma técnica y los mismos movimientos que Victor. Sin embargo, al mismo tiempo, algo de la esencia de Victor permaneció en él, sus ideales, sus deseos de protección, pero corrompidos, ahora distorsionados por el poder inmenso de Xar'khal.

La fuerza de Victor y su conocimiento de combate se fusionaron con la voluntad destructiva de Xar'khal, creando un ser capaz de desatar tormentas de energía cósmica, de invocar las sombras y controlar la luz con una precisión mortal. Xar'khal ya no era solo un destructor de mundos; era ahora la personificación de la fusión entre el caos y la lucha, y, en su interior, un resquicio de lo que alguna vez fue un héroe.

Pero lo más perturbador de todo, era la sonrisa que se dibujó en el rostro de Xar'khal. No era una sonrisa de victoria, sino una sonrisa torcida, llena de poder y malicia. En su mente, las voces de Victor y sus recuerdos luchaban por tomar el control, pero eran ahogadas por la oscuridad de Xar'khal.

"Ahora..." murmuró Xar'khal, con la voz de Victor distorsionada por el caos. "El verdadero final comienza."

La tierra tembló nuevamente, y el universo entero parecía temer a este nuevo ser que había absorbido la esencia de un héroe y la había corrompido, transformándose en una entidad que ahora era aún más impredecible y peligrosa. Los demás héroes, sabiendo que todo estaba a punto de cambiar para siempre, se prepararon para la lucha más desafiante de sus vidas.

Xar'khal, ahora un ser aún más poderoso con la combinación del caos primordial y el conocimiento divino de Victor, comenzó a moldear una técnica de destrucción que no solo amenazaba la existencia de su universo, sino de todo lo que alguna vez había sido. Había absorbido no solo los recuerdos y habilidades de Victor, sino la pureza y el coraje que habían caracterizado su lucha, y los había torcido, transformándolos en algo mucho más oscuro.

Su mente, ahora plagada de los fragmentos de los recuerdos de un héroe, se sumió en un abismo de dolor y desesperación. La idea de destruirlo todo, de borrar cada rastro de vida y existencia, comenzó a tomar forma en su ser. Un poder que trascendía cualquier limitación, que desbordaba el universo mismo, se gestaba dentro de Xar'khal.

Con un susurro profundo, su voz resonó en las entrañas del cosmos. "Todo... todo será consumido. No habrá más memoria, no habrá más tiempo... solo el vacío."

De sus manos comenzaron a emanar corrientes de energía que se distorsionaban y retorcían, formando una esfera de oscuridad pura. Esta esfera no era solo un orbe de poder, sino una singularidad, un agujero negro de energía pura que contenía el potencial de destruir no solo planetas o estrellas, sino toda la realidad misma.

Xar'khal la sostuvo en sus manos con una calma inquietante, la esfera flotando frente a él, su energía distorsionando la realidad que lo rodeaba. El espacio comenzaba a curvarse y fragmentarse a su alrededor. A medida que el poder de la esfera crecía, el aire se volvía denso, pesado, como si el mismo tiempo comenzara a desintegrarse.

"Todo lo que existe... toda la luz y la oscuridad, toda forma de vida, toda idea... todo será arrasado", dijo Xar'khal con una sonrisa fría, su voz distorsionada por la energía. "Este es el final. La destrucción de la existencia... de la creación misma."

La esfera de oscuridad comenzó a brillar con una luz interna, pero no era una luz de esperanza; era la luz del fin, del colapso total. El agujero negro que generaba parecía engullir todo a su alrededor, absorbiendo la realidad misma, desintegrando la materia y la energía, borrando cualquier forma de vida o de historia.

Con un simple movimiento de su mano, Xar'khal lanzó la esfera hacia el cielo, hacia el corazón de la existencia misma. El poder de la técnica alcanzó su punto culminante, desintegrando toda la realidad en su camino.

Lo que siguió fue una explosión de energía infinita, una onda de destrucción que se extendió más allá de los límites del universo conocido, desintegrando todo a su paso. No había fuga, no había salvación. Las estrellas se apagaron, los planetas se desintegraron, y el mismo tejido de la realidad comenzó a deshilacharse como si nunca hubiera existido.

Y mientras la nada comenzaba a tragarse todo, Xar'khal, ahora completamente sumido en su propia creación, observó con una calma macabra. No era una victoria ni una derrota. Era el cumplimiento de su propósito: borrar todo lo que había sido, lo que es, y lo que podría haber sido.

La creación se desmoronaba, y con ella, la memoria misma de los seres que habían luchado, amado y existido.

Xar'khal, en su última acción, selló su destino, y el universo, tal como lo conocían, desapareció en un solo instante.

Fin.