La claridad de la mañana comenzaba a filtrarse por la ventana, un recordatorio suave y brillante de que el día continuaba, a pesar de las sombras que habían invadido su noche. El sol aún no había salido, pero era la hora en que Jason solía salir a correr, una rutina matutina que Amelia había adoptado desde que estaban juntos. Sin embargo, aquella noche, atormentados por sus temores, no había servido para descansar. Ambos, aunque se habían animado mutuamente, seguían atrapados en las mismas pesadillas.
Jason acarició la cabeza de Amelia, quien le respondió con una media sonrisa mientras abría los ojos. Se había encaprichado de este hombre, pero desde ayer tenía miedo a ser devuelta por él. Amelia se acercó más al cuerpo de Jason y pegó su cabeza contra su pecho desnudo, escondiendo las lágrimas de impotencia que comenzaban a asomar en sus ojos.
—No llores, todo fue una pesadilla —trató de animarla Jason al notar sus lágrimas.
Amelia negó con la cabeza sin despegarla de su pecho. Se sentía tan segura entre sus brazos, pero eso no mitigaba el miedo a ser abandonada. Ese abandono no significaba simplemente dejar a Jason, significaba la posibilidad de terminar en un burdel. Amelia tembló ante esa perspectiva.
—No lo entiendes, Jason. Tú temes que me convierta en una esclava autómata sin personalidad ni sentimientos. Yo temo ser abandonada y terminar convertida en una prostituta —dijo Amelia, suspirando y acariciando la espalda de Jason con su mano izquierda mientras pensaba cómo explicar la diferencia entre ambos temores—. Tu temor depende de tus acciones, pero mi temor depende de tu capricho.
Jason la abrazó más fuerte, tratando de transmitirle que él no la dejaría nunca a esa posibilidad.
—Amelia, no voy a dejarte nunca. Ya te lo dije anoche. No debes temer.
Amelia se despegó ligeramente de él. Lo miró con una sonrisa, pero sus ojos continuaban bañados en lágrimas.
—Hoy me dices eso. Ayer que era de tu propiedad. ¿Cómo puedo estar cien por cien segura? Jamás lo podré estar.
Jason sonrió. —Tienes una cuenta. Te haré una transferencia de cinco millones de euros. Si un día me canso, entre ese dinero y tu sueldo, puedes vivir el resto de tu vida. Mientras estés conmigo, todo corre por mi cuenta. Por lo cual, tu sueldo puedes invertirlo para tener tu propio seguro. ¿Te parece bien?
Amelia lo miró a Jason. En su mente se cruzaban varios sentimientos. ¿Ese dinero garantizaba no ser devuelta a Inmaculada? Cuando era Roberto, él no era un muerto de hambre. No era por no tener dinero como terminó en manos de la señora Montalbán. ¿Cómo iba a garantizar su protección? Incluso aunque ella le hubiera dicho que no terminaría en un prostíbulo, ¿cómo podía estar segura ante gente con tal poder? Cinco millones de euros era calderilla para ellos.
—Trátame como una amiga y no como una esclava. No vuelvas a decirme que me has comprado para ser obediente. Ni el dinero ni eso pueden garantizar no terminar siendo devuelta y terminar en un prostíbulo, pero mi petición puede ir haciéndome olvidar ese temor. Por mi parte, trataré de morderme la lengua y ser más agradecida con tus ayudas, aunque te metas en mis asuntos.
Tras estas palabras, Amelia se apartó por detrás de la oreja un mechón de pelo y sonrió a Jason.
—Así lo haré, pero además te juro que jamás terminarás en un burdel. No te devolveré a Inma.
Jason sentía el peso de sus palabras y la responsabilidad que venía con ellas. Sabía que debía demostrarle a Amelia que no solo eran promesas vacías. Se inclinó hacia ella y la besó en la frente, sintiendo el calor de su piel y la fuerza de sus propias emociones. Amelia cerró los ojos, permitiendo que su miedo se disipara ligeramente con ese gesto de ternura.
—Lo siento tanto, Amelia —susurró Jason—. Haré lo que sea necesario para que te sientas segura conmigo.
Amelia asintió, sintiendo una mezcla de alivio y resignación. Sabía que no sería fácil, pero estaba dispuesta a intentarlo. Se abrazaron más fuerte, buscando consuelo en la cercanía del otro, tratando de encontrar la fuerza para enfrentar sus miedos y construir un futuro juntos.
La claridad de la mañana seguía avanzando, iluminando la habitación y prometiendo un nuevo comienzo. Mientras el sol se levantaba lentamente en el horizonte, Jason y Amelia se aferraron a la esperanza de que, a pesar de los desafíos, podrían superar cualquier obstáculo juntos.
Jason fue el primero en levantarse, su mirada fija en el horizonte que empezaba a teñirse de tonos dorados. —Es hora de nuestra carrera matutina —dijo con voz suave, intentando mantener la normalidad en su rutina.
Amelia asintió, aunque sentía una punzada de incomodidad en su pecho. Se levantó con él, y ambos se dirigieron a cambiarse para salir a correr. Mientras se vestían en silencio, el eco de sus pesadillas aún resonaba en sus mentes, y aunque intentaban dejar atrás las tensiones, la conexión que solían compartir parecía haberse roto.
Salieron al aire fresco de la mañana, el rocío aún colgando en las hojas y la brisa suave acariciando sus rostros. Los terrenos de la mansión, que solían ser un refugio de paz y tranquilidad, se sentían extrañamente ajenos. Comenzaron a trotar por el sendero de grava, sus pasos sincronizados por la costumbre, pero la armonía entre ellos estaba ausente.
Cada paso resonaba en el silencio incómodo que los rodeaba. Jason intentaba iniciar una conversación ligera, pero sus palabras parecían desvanecerse en el aire, sin encontrar eco en Amelia. Ella, por su parte, se concentraba en el ritmo de su respiración, tratando de ignorar el nudo que sentía en el estómago.
—¿Cómo te sientes? —preguntó Jason después de un rato, rompiendo el silencio.
—Bien —respondió Amelia brevemente, sin detenerse. No quería hablar de sus sentimientos ahora, no mientras corrían. Necesitaba tiempo para procesar todo lo que había sucedido y encontrar una manera de recuperar la confianza que se había fracturado.
Jason apretó los labios, sintiéndose frustrado por la barrera invisible que se había levantado entre ellos. La carrera, que solía ser un momento de conexión y camaradería, se había convertido en un recordatorio de la distancia que ahora los separaba.
Mientras avanzaban por el sendero que serpenteaba entre los árboles, ambos luchaban contra sus propios pensamientos oscuros. Cada paso que daban era un esfuerzo por restaurar lo que se había perdido, pero sabían que sería un camino largo y difícil.
El sol se elevaba lentamente, bañando el paisaje con una luz cálida, pero la frialdad entre Jason y Amelia persistía. Continuaron corriendo, ambos decididos a superar la brecha que se había abierto entre ellos, pero conscientes de que la verdadera reconciliación requeriría mucho más que una simple carrera matutina.
Cuando la carrera tocó a su fin, Amelia se disculpó con Jason para ir a despertar a Mei y Li Wei. Hoy tenían previsto ir con ella a las empresas de Jason. Li Wei quería conocer a Nuria Narbona y Mei planeaba ayudar a Amelia con sus problemas.
—¿Te acompaño? —preguntó Jason con temor a ser malinterpretado. Si Amelia contestaba negando, no sabía cómo actuar. ¿Insistir? ¿Observar las cámaras? ¿Comenzar a darse la ducha?
Amelia trató de abrazarlo amorosamente. Sabía que Jason lo hacía por su bien, pero quería tratar ella misma con Mei. Habían aclarado muchas cosas Mei y ella el día anterior. Si Mei insistía en verla de rodillas, se seguiría arrodillando unos días, pero era poco probable. Besó con ternura los labios de Jason y se separó.
—¿Quieres reconstruir los puentes dañados? Respeta mi decisión con Mei. Si me arrodillo es por propia voluntad, aunque es improbable esa petición. No sé cómo la amenazaste, pero la asustaste mucho.
Jason miró los ojos suplicantes de Amelia. No quería verla humillarse, aunque esa fuera su decisión. No obstante, si se negaba a aceptar la decisión de Amelia, volvería a dañarla. No quería dañar más aún su debilitada relación con Amelia.
—No me gusta verte humillarte ante mi hermana, pero subiré a nuestra habitación a esperarte.
Jason se inclinó y dio un beso en la frente de Amelia antes de subir hacia su habitación. Amelia observó su espalda mientras se quedaba parada antes de ir hacia el cuarto de Mei. Debía recuperar la distancia abierta entre ambos. Todo había sido por protegerla, pero las palabras en el coche dolieron mucho.
Subiendo las escaleras hacia las habitaciones de Mei y Li Wei, Amelia sentía una mezcla de ansiedad y determinación. Necesitaba demostrar que podía manejar sus propios problemas, y no quería que Jason interfiriera más de lo necesario.
Cuando llegó a la puerta de Mei, Amelia respiró hondo y llamó suavemente. Mei abrió la puerta, su expresión era una mezcla de sorpresa y curiosidad.
—Buenos días, Mei. Es hora de prepararse para ir a la empresa —informó Amelia, tratando de mantener su voz firme y serena. No sabía cómo se levantaría ese día Mei y solo esperaba escapar sin más problemas.
Mei sonrió, había descubierto anoche las cámaras ocultas en su habitación. El sistema de seguridad de la casa de Jason no era demasiado complicado para una hacker de su nivel. Se incorporó un poco en la cama y le indicó a Amelia que entrara. Mientras Amelia entraba, Mei manipuló su smartphone para desactivar el sonido de las cámaras de vigilancia.
—Buenos días, Mei —saludó Amelia, comenzando a arrodillarse.
—No te arrodilles, mi hermano tiene cámaras. Me conformaré con una simple disculpa por ser tan inútil y necesitar mi ayuda para afrontar tus problemas en la empresa —dijo Mei, sonriendo mientras esperaba pacientemente las palabras de Amelia.
—Pido perdón por ser una inútil. Ruego por tu clemencia y ayuda. Oh gran Mei, sé mi salvadora. Yo te lo suplico —dijo Amelia, exagerando cada palabra con una teatralidad evidente.
Mei no pudo evitar reír ante la exageración de Amelia. Pensaba seguir aparentando disgusto por la presencia de Amelia, pero su ruego la pilló desprevenida. Se levantó riendo y la abrazó de forma amistosa.
—Jason tiene una cámara. ¿Quieres probar si nos está vigilando? ¿Me permitirías gastarle una pequeña broma? —preguntó Mei, con una sonrisa diabólica en sus labios—. Necesitaría que te quitaras la camisa y fingiríamos que te voy a azotar con un cinturón. Justo cuando te vaya a golpear, apagaré la cámara.
Amelia consideró la idea. Le apetecía ver si Jason aparecería o no en la habitación. ¿Estaría ahora mismo vigilando la cámara? ¿Si veía las intenciones de Mei, intervendría? ¿Se atrevería a no respetar su decisión? ¿Si aparecía en la habitación, debería reírse o enfadarse? Por supuesto, iba a concederle esa pequeña venganza a Mei. Era de muy mal gusto poner cámaras en la habitación de invitados.
—Lo haremos, pero no te aseguro nada.
—Voy a fingir indignarme y golpearte en la cara para darle más credibilidad tras este abrazo —dijo Mei, con una chispa traviesa en sus ojos.
Inmediatamente, fingieron una pelea. Mei levantó la mano y, con un gesto dramático, "golpeó" la mejilla de Amelia. Amelia, interpretando su papel a la perfección, cayó de rodillas, suplicando clemencia. Mei se fue por un cinturón, haciendo gestos exagerados de furia mientras fingía ir a pegarle varias veces con él. Justo antes de descargar el primer golpe, la cámara se desconectó.
—¿Habrá funcionado? —preguntó Amelia con nerviosismo mientras se volvía a poner la camisa de deporte.
Mei pirateó la señal de la cámara del pasillo de la habitación principal. Jason había estado espiando y cuando la cámara se desconectó se alteró. Amelia le había pedido no intervenir, pero estaban azotándola. Además, con la hebilla del cinturón, eso destrozaría la linda piel de su compañera. Daba igual su promesa, ser golpeada por Mei iba más allá de cualquier línea. Con enfado se aproximó a la puerta y salió disparado hacia el dormitorio de Mei.
—¡Ha funcionado! —exclamó Mei al verle aparecer por la cámara del pasillo—. Ahora debemos disimular.
Inmediatamente, Mei empezó a hacer sonar el cinturón como si estuviera azotando a Amelia y esta comenzó a gritar de dolor y suplicar clemencia, aunque cada una estaba lo suficientemente lejos de la otra para que, cuando Jason abriera la puerta, la comedia fuera evidente.
Jason se encontró con Li Wei en la puerta de la habitación de Mei, quien al escuchar los gritos de Amelia también había salido a tratar de parar a Mei. Ambos se quedaron un momento parados sin saber quién de los dos debía entrar en la recámara de Mei primero. Tras un grito lastimero, fue Jason quien giró el picaporte y entró.
Jason se quedó congelado al abrir la puerta. Amelia estaba en el suelo, con la camisa subida y fingiendo dolor, mientras Mei sostenía el cinturón con una sonrisa traviesa. La realidad de la situación se hizo evidente al instante. Mei y Amelia habían estado jugando con él.
—¿Qué diablos...? —exclamó Jason, su expresión pasando rápidamente del enfado al alivio.
Mei soltó una carcajada y dejó caer el cinturón. —Relájate, hermano. Solo estábamos teniendo un poco de diversión a tu costa.
Amelia, aún en el suelo, miró a Jason con una mezcla de diversión y culpabilidad. —Lo siento, Jason. Solo queríamos ver si estabas realmente vigilando.
Jason suspiró, pasando una mano por su cabello. —No puedo creer que hicieran esto. ¿Sabes lo preocupado que estaba?
Li Wei, que había seguido a Jason, también comenzó a reír. —Bueno, al menos sabemos que te importa.
Pero el alivio en la habitación se desvaneció rápidamente cuando Mei, con una mirada de irritación, se dirigió a Jason.
—¿En serio, Jason? ¿Cámaras en mi habitación? —dijo Mei, cruzando los brazos—. Esto es una invasión de mi privacidad.
Jason levantó las manos en señal de rendición. —Es por seguridad, Mei. No pensé que fuera a ser un problema.
—Es un problema, y grande —replicó Mei, visiblemente enfadada.
Amelia, que había permanecido en silencio, se levantó del suelo, colocándose la camiseta con movimientos rápidos y tensos. Miró a Jason con una mezcla de decepción y enfado.
—Jason, no puedes interferir así en mi trato con Mei —dijo Amelia, su voz firme—. Esto es entre nosotras. Necesito poder manejar mis propios asuntos.
Jason abrió la boca para responder, pero antes de que pudiera decir algo, Amelia se acercó y le dio un beso en los labios, sorprendiéndolo.
—Pero gracias por intervenir esta vez —dijo en voz baja, su tono suave—. Prefiero saber que estás ahí si las cosas se ponen realmente mal.
Jason asintió lentamente, comprendiendo el dilema de Amelia. Aunque quería protegerla, debía aprender a confiar en su capacidad para manejar sus propios problemas.
—Lo siento, Amelia. Lo siento, Mei —dijo sinceramente—. No volverá a pasar.
Mei soltó un suspiro, aún molesta, pero un poco más relajada. —Más te vale, Jason. Necesitamos privacidad, incluso aquí.
Amelia asintió, sintiendo que la tensión comenzaba a disiparse un poco. —De acuerdo, vamos a dejar esto atrás y enfocarnos en lo que tenemos que hacer hoy.
Amelia cogió de la mano a Jason arrastrándolo hacia su habitación. Debian prepararse para el ajetreado día. Mei había prometido ayudar a Amelia y debían dar su merecido a Sandro y a Laura si era posible.