Amelia estaba inmersa en su lección de finanzas personales, tratando de concentrarse en la pantalla del ordenador. De repente, un mensaje emergente apareció en la esquina inferior derecha: "Cita con la psicóloga después de cenar." Sintió un nudo en el estómago. No esperaba tener una sesión con una psicóloga tan pronto.
—¿Qué es esto? —murmuró para sí misma, mirando el mensaje con incertidumbre. ¿Realmente se preocupaban por su salud mental después de haberlas convertido en mujeres y prostitutas?
Amelia levantó la vista y vio a Lucía sentada cerca de ella, estudiando su propio material. Decidió preguntarle sobre la psicóloga.
—Lucía, ¿qué sabes sobre la psicóloga? —preguntó Amelia, tratando de no sonar demasiado ansiosa.
Lucía levantó la vista de su pantalla, sus ojos mostrando una chispa de comprensión. La sala de estudio estaba bien iluminada, con largas filas de mesas equipadas con ordenadores. Las paredes estaban decoradas con cuadros neutros y discretos, diseñados para no distraer a las chicas de sus estudios. Algunas de las otras chicas levantaron la vista curiosas, captando fragmentos de la conversación.
—La psicóloga es... bueno, es buena en lo que hace —dijo Lucía, buscando las palabras adecuadas—. Nos ayuda a aceptar nuestra nueva realidad. Es muy persuasiva y sabe cómo aliviar nuestro sufrimiento. Al principio, puede parecer intimidante, pero realmente es una gran ayuda.
Amelia frunció el ceño, confundida.
—¿De gran ayuda? Eso no me cabe en la cabeza. Todas parecen mirar siempre hacia el suelo, amargadas —comentó Amelia, tratando de entender cómo alguien podría encontrar consuelo en una situación como esta.
Lucía suspiró, mirando a su alrededor antes de responder en voz baja.
—Ella hace bien su trabajo, pero todas estamos preocupadas por nuestro futuro. Seis meses, seis meses es todo el tiempo disponible para conseguir un buen final o al menos uno no tan malo —Lucía meditó por un momento, buscando el mejor ejemplo para ilustrarla—. Quizás mi mejor experiencia fue tras perder la virginidad. Me sentía sucia, asqueada, violada y con ganas de quitarme la vida. No había sido placentero. Mi primer hombre era un gordo sin ningún atractivo. Se limitó a abrirme de piernas y bombear en mi interior hasta correrse. Después impregnó un algodón en la sangre mezclada con su semen y lo guardó en una cajita con mi nombre. ¿Cómo se puede superar eso? El muy asqueroso tenía una estantería con cajitas de ese tipo.
Amelia sintió un nudo en el estómago, horrorizada.
—Lo siento. ¿Cómo pudo hacerte superar eso? —preguntó Amelia, sin poder imaginar cómo alguien podría enfrentar algo tan desagradable.
Lucía cerró los ojos por un momento, recordando. Luego, sus ojos se iluminaron mientras comenzaba a dar detalles.
—Nos centramos en cómo había sido hasta ese momento —dijo Lucía—. La cita fue increíble. Me llevó a un restaurante con tres estrellas Michelin. Nunca había estado en un lugar así. Me colmó de atenciones y realmente parecía interesado en mí. Después fuimos a la discoteca más exclusiva de Bravura. La entrada cuesta una fortuna y el champán que pidió era increíble. En realidad, toda la cita, excepto el acto, fue espectacular. Incluso el rato previo y cómo se mostró conmigo después de eso fue magnífico. El collar que me regaló era precioso. Ojalá encontrara un hombre como él, pero no para una sola noche y mejor en la cama. En eso se centró. Lourdes me ayudó mucho a enfocarme en esos momentos y olvidar el desagradable.
Amelia negó con la cabeza, aún incapaz de comprender.
—Pero ese momento desagradable existió. No puede quedar tapado por una maravillosa cita.
Lucía asintió lentamente, su mirada se volvía más seria.
—Bueno, también me enseñó algunos trucos para disfrutar las relaciones después. Después de eso, la única vez que fue realmente desagradable fue con el ruso —dijo, con una sonrisa torcida al recordar a Vladislav—. La mayoría espera que nosotras hagamos todo el trabajo, así que cuando aprendes esos trucos para disfrutar, en realidad los usas para tu propio placer.
Amelia se sintió intrigada.
—¿Qué trucos?
Lucía sonrió y le guiñó un ojo.
—Lo siento, esos trucos están prohibidos contarlos a las vírgenes. Pero explórate y busca tus puntos más sensibles esta noche. El secreto es hacer que tu pareja los estimule, y hay montones de formas de lograrlo. —Le guiñó un ojo Lucía mientras decía esas últimas palabras—. Ahora ponte y estudia. Me alegrará si consigues un buen hombre en tu primera cita.
Amelia asintió lentamente, procesando la información. La idea de hablar con alguien sobre sus sentimientos era reconfortante y aterradora al mismo tiempo. Volvió a centrarse en su lección, pero la ansiedad sobre la cita con la psicóloga no dejaba de latir en el fondo de su mente.
Mientras intentaba concentrarse en la pantalla del ordenador, las palabras de Lucía seguían resonando en su mente. Sentía una mezcla de alivio y temor por la próxima sesión. Si la psicóloga podía ayudarla a manejar sus sentimientos y a encontrar una manera de aceptar su nueva realidad, tal vez podría sobrevivir a esto.
Amelia miró a su alrededor, notando cómo algunas de las otras chicas también habían estado escuchando. Sus rostros mostraban una mezcla de curiosidad y comprensión. Se dio cuenta de que no estaba sola en esto; todas compartían un destino similar, todas luchaban por encontrar una forma de adaptarse y sobrevivir.
Con una renovada determinación, Amelia se sumergió de nuevo en su lección. Sabía que necesitaría toda la fuerza y el conocimiento que pudiera reunir para enfrentar lo que vendría.
Cuando llegó la hora de la cena, Amelia estaba más nerviosa que de costumbre. Las bandejas de comida fueron distribuidas por los guardianes, quienes colocaban las bandejas frente a cada una de las chicas con precisión mecánica. Amelia se sentó frente a su ordenador, tratando de comer algo para calmar sus nervios. La comida estaba cuidadosamente preparada, con una presentación impecable que contrastaba fuertemente con su estado emocional.
Miró la comida, pero el apetito la había abandonado casi por completo. Los aromas que normalmente habrían despertado su interés apenas lograban distraerla de la ansiedad que sentía. Cada bocado se sentía forzado, su estómago se revolvía con cada intento de tragar.
—Tranquila, Amelia —se dijo a sí misma en un susurro, tratando de infundirse valor—. Esto es parte del proceso. Necesitas entender y aceptar tu situación para poder seguir adelante.
Lucía, sentada a su lado, notó la inquietud de Amelia y le dedicó una sonrisa tranquilizadora.
—La primera vez siempre es la más difícil —murmuró Lucía, en un intento de consolarla—. La psicóloga te ayudará a poner las cosas en perspectiva.
Amelia asintió, agradecida por el apoyo de Lucía, aunque sus palabras no lograban apaciguar completamente el torbellino de emociones dentro de ella. Intentó enfocarse en la comida nuevamente, moviendo el tenedor de un lado a otro sin mucho entusiasmo.
—¿Y si intentan hacerme un lavado de cerebro? —preguntó Amelia en voz baja, su ansiedad evidente en su mirada—. ¿Qué pasa si intentan borrar mi personalidad y convertirme en alguien totalmente diferente?
Lucía la miró con comprensión y negó con la cabeza.
—No es un lavado de cerebro, Amelia. La psicóloga no está aquí para borrar tu personalidad. Nos ayudan a adaptarnos, a moldear nuestra personalidad para encajar mejor con nuestras parejas potenciales. Pero tu esencia, quién eres realmente, eso permanece intacto.
Amelia quería creerle, pero las dudas seguían latentes en su mente. Miró a su alrededor, observando a las demás chicas. Algunas parecían perdidas en sus propios pensamientos, mientras que otras miraban de reojo, probablemente habiendo escuchado la conversación. La sala de estudio estaba bien iluminada, con largas filas de mesas equipadas con ordenadores. Las paredes estaban decoradas con cuadros neutros y discretos, diseñados para no distraer a las chicas de sus estudios.
Finalmente, Amelia logró terminar la mayor parte de su comida, aunque no disfrutó realmente de ninguno de los platos. El reloj en la pared marcaba el tiempo que se deslizaba lentamente hacia la temida cita con la psicóloga. La ansiedad crecía con cada segundo que pasaba, pero Amelia sabía que no tenía otra opción más que enfrentarla.
—Solo recuerda, Amelia —dijo Lucía, viendo la preocupación en el rostro de su amiga—, esto es un paso más hacia tu adaptación. La psicóloga puede ser una aliada importante si dejas que lo sea.
Amelia asintió de nuevo, tomando una profunda respiración para calmarse. Mientras los guardianes comenzaban a retirar las bandejas vacías, uno de ellos se acercó a Amelia y se inclinó ligeramente hacia ella.
—Amelia, sígueme. Es hora de tu cita con la psicóloga —dijo con voz firme, pero no hostil.
—Recuerda lo que te dije —murmuró Lucía, dándole un último aliento de ánimo—. No te están lavando el cerebro. Están ayudándote a adaptarte.
Amelia se levantó, sintiendo cómo el miedo y la incertidumbre crecían en su interior. Siguió al guardia a través de los pasillos, sus tacones resonando en el suelo mientras caminaban. Cada paso la acercaba más a un enfrentamiento con sus propios miedos y dudas. La cabeza le daba vueltas con pensamientos sobre lo que la psicóloga podría decirle y cómo podría afectar su perspectiva sobre su nueva realidad.
Mientras caminaba, Amelia intentaba mantener la calma y recordar las palabras de Lucía. Sabía que debía abrirse y hablar sinceramente sobre sus sentimientos si quería alguna esperanza de adaptarse y sobrevivir en este lugar.
Finalmente, llegaron a una puerta diferente a las demás, más decorada y acogedora. El guardia abrió la puerta y le indicó que entrara. Amelia dio un paso al frente, preparándose para enfrentarse a la psicóloga y, quizás, a sí misma.
El guardia la había llevado a una habitación más acogedora que las demás, decorada con colores suaves y muebles cómodos. La psicóloga, una mujer de aspecto sereno y profesional, se levantó para recibirla. Tenía el cabello castaño recogido en un moño y una expresión calmada en su rostro.
—Buenas noches, Amelia. Mi nombre es Lourdes. Por favor, siéntate —dijo, señalando un sillón frente a su escritorio.
Amelia se sentó, tratando de mantener la compostura. La habitación era un refugio de calidez en medio de la fría estructura de la instalación. Las paredes estaban pintadas en tonos pastel, y había plantas en las esquinas que añadían un toque de vida al entorno. La luz suave de una lámpara de mesa creaba una atmósfera relajante.
Lourdes se acomodó en su propia silla y la observó con una mirada comprensiva.
—Cuéntame, ¿cómo te sientes hoy? —preguntó la psicóloga con voz suave.
Amelia dudó por un momento, pero luego empezó a hablar. Describió sus miedos, sus dudas y la abrumadora sensación de haber perdido el control sobre su vida. Habló de la transformación física, de la presión para adaptarse y de su terror ante la perspectiva de convertirse en una prostituta. Lourdes la escuchó atentamente, asintiendo de vez en cuando.
—Es completamente normal sentirte así, Amelia. Tu vida ha cambiado de una manera drástica y es natural que te sientas perdida y asustada —dijo la psicóloga—. Pero quiero que sepas que estás aquí por una razón. Esta es una oportunidad para que te redimas, para que encuentres una nueva forma de ser y de vivir.
Amelia escuchó, sintiendo una extraña mezcla de consuelo y escepticismo. La voz de la psicóloga parecía mágica, llena de una sabiduría especial que era difícil de ignorar. Sin embargo, la idea de redención a través de la prostitución le resultaba profundamente contradictoria.
—¿Cómo puedo redimirme de esta manera? —preguntó Amelia, su voz temblando de emoción contenida—. Me han quitado todo lo que era, me han convertido en algo que nunca quise ser.
Lourdes la miró con empatía y se inclinó ligeramente hacia adelante.
—Entiendo tu confusión y tu dolor, Amelia. Pero quiero que pienses en esto como una nueva oportunidad para encontrar una versión más fuerte y resiliente de ti misma. Aquí, aprenderás a adaptarte, a encontrar fortaleza en situaciones difíciles y a descubrir aspectos de ti misma que nunca supiste que existían.
Lourdes continuó hablando, ofreciéndole técnicas para manejar su ansiedad y estrategias para aceptar su nueva realidad. Le enseñó ejercicios de respiración profunda, métodos para mantener la calma y formas de reenfocar sus pensamientos negativos.
—Recuerda, Amelia, esto no es el fin. Es un nuevo comienzo. Puedes encontrar fuerza en ti misma para enfrentar esta situación —concluyó la psicóloga—. Solo debo aconsejarte una última cosa. Estudia todo lo posible sobre Suryavanti, no lo ignores, puede ser tu billete a una mejor vida.
Amelia asintió, procesando las palabras de Lourdes. A pesar de su resistencia inicial, comenzaba a ver un rayo de esperanza en medio de la oscuridad. Tal vez, solo tal vez, podría encontrar una manera de sobrevivir y prosperar en esta nueva realidad.
Mientras la sesión llegaba a su fin, Amelia se sintió un poco más ligera. Aún tenía muchas dudas y temores, pero la conversación con Lourdes le había dado una perspectiva diferente, una pequeña chispa de esperanza que no había sentido en mucho tiempo.
—Gracias, Lourdes —dijo Amelia, levantándose del sillón—. Creo que esto me ha ayudado.
—Me alegra oír eso, Amelia. Recuerda, estoy aquí para ayudarte en cada paso del camino. No estás sola en esto.
Amelia salió de la habitación, sintiendo una mezcla de emociones. Caminó de regreso a su habitación, sus pensamientos llenos de las palabras de Lourdes. La psicóloga había plantado una semilla de esperanza y determinación en su corazón, y Amelia estaba decidida a nutrirla.
De regreso en su habitación, Amelia se desnudó lentamente, sintiendo el roce de la ropa contra su piel de una manera diferente a como lo había sentido antes. Se tumbó en la cama, su mente abrumada por las palabras de Lourdes. Era una mujer, ya no era un hombre y debía aceptarse como tal. Inmediatamente se le vinieron a la cabeza las palabras de Lucía: "Explórate y busca tus puntos más sensibles esta noche."
Con estos pensamientos, cerró sus ojos y dejó que las yemas de sus dedos se deslizaran recorriendo su cuerpo. Empezó de forma ingenua, acariciándose los brazos y las manos. Hacerlo despacio resultaba sorprendentemente placentero. Subió con su mano derecha por su brazo izquierdo hasta alcanzar el cuello y luego la oreja. Se sorprendió mordiéndose el labio cuando encontró un punto sensible en el cuello, cerca de la oreja.
Poco a poco y muy despacio, su mano descendió por su pecho hasta llegar al pezón derecho. Se entretuvo un rato jugando con la aureola, sintiendo un placer que, aunque menor que el del cuello, era notable. Siguió bajando hasta sus piernas, pasando por su ombligo. Se estaba calentando, pero sabía que debía seguir explorando. Descubrió que la cara interna de sus piernas era más sensible, especialmente cuanto más cerca estaba de sus partes íntimas.
Ya llevaba un rato jadeando cuando sus manos llegaron hasta ellas. Estaba empapada y apenas tuvo tiempo de explorar antes de que un intenso orgasmo recorriera todo su cuerpo. Había sido tan fuerte que no recordaba haber sentido algo así siendo hombre. Sintió curiosidad por seguir acariciándose en la zona donde tanta humedad se había acumulado, pero necesitaba darse una ducha y orinar antes de dormir si quería descansar bien. Si no se daba prisa, el gimnasio estaría cerrado.
Mientras caminaba hacia el servicio, su mente fantaseaba con cómo debía ser hacerlo con un hombre si solo sus manos eran capaces de proporcionarle tanto placer. La idea la perturbaba y la excitaba al mismo tiempo, generando un conflicto interno entre su nueva identidad y los restos de su antiguo yo.
Amelia entró en el baño, encendió la ducha y dejó que el agua tibia corriera por su cuerpo. Mientras el agua caía sobre ella, cerró los ojos y dejó que sus pensamientos vagaran libremente. A pesar de todas las dudas y miedos, había descubierto una parte de sí misma que nunca había conocido. La experiencia la había dejado con una mezcla de curiosidad y temor sobre su futuro, pero también con una chispa de esperanza.
Al salir de la ducha, se secó y se vistió con una ligera bata. Se sentó en la cama, reflexionando sobre todo lo que había sucedido ese día. La sesión con Lourdes, la conversación con Lucía, y ahora esta nueva comprensión de su cuerpo. Sabía que el camino por delante sería complicado, pero empezaba a entender que adaptarse era crucial para su supervivencia.
Finalmente, se acostó y cerró los ojos, permitiéndose un momento de paz antes de que el sueño la reclamara. Mientras se dejaba llevar por el cansancio, una idea se asentó en su mente: si sus propias manos podían descubrir tanto placer, quizás, algún día, podría encontrar una manera de aceptar y, tal vez, incluso disfrutar de su nueva vida.
Con ese pensamiento, Amelia se dejó llevar por el sueño, su mente aún divagando sobre las posibilidades que el futuro le reservaba.