Amelia escuchó el despertador, respiró hondo y abrió sus ojos. La habitación era la misma del día anterior. El mismo sillón, la misma ventana por la que se filtraban los primeros rayos del sol, el espejo, la cama... Todo seguía igual, pero la confusión y el desconcierto que sentía al despertar eran abrumadores. La habitación parecía demasiado real para ser un sueño, pero la realidad que enfrentaba parecía sacada de una pesadilla.
Se sentó en la cama, dejando que las sábanas se deslizaran por su cuerpo. La suavidad de la tela contra su piel le recordó la diferencia de su nueva realidad. La confusión seguía presente en su mente mientras observaba el reflejo en el espejo: una mujer joven y hermosa, con el cabello enmarañado por el sueño y los ojos aún somnolientos.
"No fue un sueño," pensó Amelia, sintiendo un nudo en el estómago. Todo lo que había sucedido el día anterior había sido real. Despertó en un cuerpo que no reconocía como suyo, tuvo una cita con una psicóloga que la hizo reflexionar sobre su situación, y exploraba su nuevo cuerpo de una manera que nunca habría imaginado.
Recordó la conversación con Lucía en la sala de estudio, las palabras de aliento y los consejos que le había dado. Recordó también las palabras de la psicóloga, Lourdes, que le había dicho que esta era una oportunidad para redimirse y encontrar una nueva forma de vivir. La idea de redención a través de la prostitución seguía siendo contradictoria y difícil de aceptar, pero había una chispa de esperanza en sus palabras, una esperanza que Amelia no quería dejar escapar.
Se levantó de la cama y se dirigió al espejo, observando detenidamente su reflejo. Aún no podía acostumbrarse a la imagen que veía. Su cuerpo, su rostro, todo era nuevo y extraño. Pero no podía negar la realidad de su situación. Tenía que encontrar una manera de sobrevivir y adaptarse, de aprender a vivir en esta nueva piel.
"Esto no me derrotará," se dijo a sí misma en voz baja. Tenía que mantenerse fuerte, encontrar una manera de enfrentar cada día con determinación. Recordó los consejos de Lucía sobre explorarse y buscar sus puntos más sensibles. Había descubierto algo nuevo sobre su cuerpo la noche anterior, algo que no podía ignorar. La mezcla de placer y curiosidad la sorprendió, y aunque todavía sentía tristeza y confusión, también sentía que había una pequeña parte que aceptaba su nueva realidad.
Amelia respiró hondo y se apartó del espejo. Caminó hacia la ventana y corrió las cortinas, dejando que la luz del sol inundara la habitación. El paisaje exterior era tranquilo, una vista de las montañas que le recordaba que el mundo seguía girando a pesar de los cambios drásticos en su vida.
"Un día a la vez," pensó Amelia, volviendo a la cama para recoger la bata que había dejado allí la noche anterior. Se la puso y decidió que necesitaba ir al gimnasio comunitario para asearse. Mientras recogía sus cosas, reflexionaba sobre lo que debía hacer a continuación. Tenía que seguir aprendiendo, seguir adaptándose y encontrar una manera de enfrentar su situación con la mayor dignidad posible.
Salió de la habitación y caminó por el pasillo hacia el gimnasio. Cada paso resonaba en el silencio, sus pensamientos invadidos por una mezcla de esperanza y determinación. Había mucho por aprender y mucho por hacer, y no iba a permitir que el miedo la paralizara.
Amelia llegó al gimnasio, una amplia sala con equipos de ejercicio distribuidos uniformemente y un área separada para las duchas y los vestuarios. El gimnasio estaba iluminado con luces suaves, y una música tranquila sonaba de fondo, creando un ambiente relajante. Observó a su alrededor y notó a varias chicas ya allí, algunas usando las máquinas de ejercicio y otras aseándose en las duchas.
Se dirigió a la zona de duchas, sintiendo la calidez del vapor en el aire mientras se acercaba. Al entrar, vio a una joven de cabello rubio recogido en una cola de caballo, que estaba lavándose el cabello bajo una de las duchas. Amelia eligió una ducha cercana, tratando de no llamar la atención. Comenzó a asearse, dejando que el agua tibia relajara sus músculos tensos y aclarara sus pensamientos.
Mientras enjabonaba su cuerpo, la joven rubia se giró hacia ella con una sonrisa amistosa.
—Hola, soy Clara —dijo, enjuagándose el cabello—. Te he visto en la sala de estudio ayer, pero no tuvimos la oportunidad de hablar.
Amelia devolvió la sonrisa, agradecida por la amabilidad de Clara.
—Hola, Clara. Soy Amelia. Sí, ayer fue mi primer día aquí. Todo esto es... bastante abrumador —respondió, tratando de mantener la conversación ligera a pesar de su confusión interna.
Clara asintió, mostrando comprensión.
—Lo sé. Todas hemos pasado por eso. Al principio es difícil, pero poco a poco te vas adaptando. ¿Cómo te sientes hoy? —preguntó mientras aplicaba acondicionador en su cabello.
Amelia suspiró, dejando que el agua caliente le cayera sobre los hombros.
—Confundida, asustada, tratando de entender todo esto. Ayer tuve una sesión con la psicóloga y... no estoy segura de cómo sentirme al respecto —admitió, buscando consejo en los ojos de Clara.
Clara sonrió con simpatía.
—Lourdes es muy buena en lo que hace. Puede ser un poco intimidante al principio, pero realmente ayuda. Yo también tenía muchas dudas cuando llegué aquí. Me sentía perdida y sin esperanza. Pero Lourdes me ayudó a encontrar una manera de enfrentar todo esto y a ver las cosas desde otra perspectiva.
Amelia asintió lentamente, sintiendo un poco de consuelo en las palabras de Clara.
—Eso es lo que me dijo Lucía también. Que Lourdes realmente ayuda. Supongo que solo necesito darle tiempo —dijo Amelia, comenzando a enjuagarse el jabón.
—Exactamente. Todos necesitamos tiempo para adaptarnos. Y no estás sola en esto, Amelia. Estamos todas juntas en esto. Si necesitas hablar o simplemente compañía, aquí estoy —dijo Clara con una sonrisa alentadora.
Amelia agradeció la oferta con una sonrisa.
—Gracias, Clara. Eso significa mucho para mí —respondió, sintiendo un poco de alivio.
Terminaron de ducharse y se dirigieron a los vestuarios. Amelia se sintió un poco más ligera después de la conversación. Clara parecía amigable y comprensiva, lo cual le daba un poco de esperanza de que podría encontrar apoyo en otras chicas, además de Lucía.
Mientras Amelia se secaba y vestía, notó que su ropa del día anterior estaba sucia y arrugada. No estaba segura de qué hacer con ella. Miró a Clara, quien aún estaba secándose el cabello, y decidió preguntar.
—Clara, ¿qué hacemos con la ropa sucia? —preguntó, tratando de sonar casual.
—Cuando llegues a tu habitación, simplemente déjala encima del sillón. Alguien la recoge y, después de lavarla, la vuelven a dejar en nuestros cajones —respondió, terminando de secarse el cabello y comenzando a vestirse.
Amelia asintió, agradecida por la información.
—Es bueno saberlo. Gracias, Clara —dijo mientras doblaba su ropa sucia y la guardaba en su bolsa para llevarla a la habitación.
Clara le devolvió la sonrisa.
—No hay problema, Amelia. Nos cuidan bien aquí, dentro de lo que cabe. Si tienes más preguntas, no dudes en preguntarme.
Amelia se sintió un poco más tranquila al saber que no tenía que preocuparse por la ropa sucia. Era un pequeño alivio en medio de toda la confusión y el caos de su nueva vida. Terminó de vestirse, sintiendo un poco más de seguridad al saber que había alguien como Clara dispuesta a ayudarla.
—Gracias de nuevo, Clara. Realmente aprecio tu ayuda —dijo Amelia, ajustando su ropa y preparándose para salir del vestuario.
—De nada, Amelia. Recuerda, estamos todas en esto juntas —Clara le guiñó un ojo antes de salir del vestuario.
Amelia tomó una respiración profunda y siguió a Clara fuera del gimnasio, sintiendo un poco más de esperanza y determinación para enfrentar el día que tenía por delante. Al llegar a su habitación, dejó su ropa sucia encima del sillón, tal como Clara le había indicado. Alguien se encargaría de recogerla y devolverla limpia a su cajón.
Amelia miró el despertador y se fijó en la hora. Apenas faltaban cuatro minutos para el desayuno. Casi a la carrera, salió de la habitación. No quería quedarse sin el desayuno. Vio a los guardias ligeramente por delante de ella y, con mucho esfuerzo para no romperse un tobillo, aceleró lo justo para colarse por delante de ellos en la sala de estudio.
Los guardias sonrieron al verla correr. Sabían la urgencia del folleto para fijar la hora de las comidas, pero por unos minutos no iban a dejar a ninguna sin su comida. Amelia corrió hacia su puesto y observó la sala. Lucía estaba sentada a su lado estudiando, pero no logró ver a Clara, quien entró con el desayuno ya puesto en las mesas. Clara le sonrió antes de sentarse en su puesto, el situado justo delante de ella.
Lucía miró el gesto con curiosidad. Amelia era rápida haciendo amigas; quizás le fuera bien consiguiendo un amante estable. Ella había tardado dos semanas en empezar a hablar con las demás. Estaba frustrada con su cambio de cuerpo y su destino.
—Ya has conocido a Clara. Me alegra. ¿Qué tal te fue con Lourdes? —preguntó Lucía justo antes de llevarse a sus labios la taza de café.
Amelia miró la taza de café con envidia. A ella le habían puesto una taza de cacao, y odiaba el chocolate.
—Pues no sé qué decirte. Me resultó extraño; nunca había estado con un psicólogo. No parece mala persona, pero su trabajo es, al final, hacernos pasar por el aro de la organización. Lo otro más curioso fue su insistencia en que me formara sobre Suryavanti.
Clara se volvió con interés.
—¿Suryavanti? ¿Qué es Suryavanti?
—Un país asiático —respondió Amelia—. Son una serie de cinco o seis islas. El gobierno es una dictadura o un reino absolutista con una sociedad estratificada y un sentido muy fuerte del honor.
Clara la miró por un momento.
—Pues deberías formarte fuerte. ¿Te dijo tiempo? Da igual si no te lo dijo, date prisa.
—¿Por qué tanta prisa? —preguntó Amelia, mirando a Clara, que se había dado la vuelta para meterse un tenedor en la boca.
Al ver que tenía la boca llena y no hablaría hasta haberse tragado la comida, fue Lucía quien contestó.
—Lo que te dije el día anterior. Posiblemente ya tienes un primer cliente con muchas posibilidades de ser un buen partido para ti. El mío salió rana, pero por regla general, salen bien.
—Sí, salen genial. Yo llevo ya un mes con un italiano. He avanzado mucho, incluso he pasado un fin de semana en Sicilia con él —los ojos de Clara parecían iluminarse de forma especial al hablar sobre el italiano.
En ese momento, otra chica, que había estado escuchando, se unió a la conversación. Era alta, con el cabello rubio y ojos verdes brillantes. Se sentó junto a ellas y sonrió.
—Hola, soy Marta. No pude evitar escuchar. Yo también tuve suerte con mi primer cliente. Es un hombre de negocios alemán y estamos muy cerca de irnos a vivir juntos. Ha sido todo un reto, pero ha valido la pena. Me ha tratado con mucho respeto y me ha dado todo lo que necesito.
Amelia observó a Marta con interés.
—¿Cómo lo lograste?
Marta se encogió de hombros con una sonrisa.
—Fue cuestión de paciencia y adaptación. Al principio fue difícil, pero poco a poco fui ganando su confianza. Ahora confía en mí y me valora. Creo que eso es lo más importante: encontrar una forma de conectar con ellos a nivel personal, no solo físico.
Amelia sintió una mezcla de esperanza y aprensión. La posibilidad de encontrar a alguien que pudiera mejorar su situación le daba cierta esperanza, pero la realidad de su situación no dejaba de ser abrumadora.
—Gracias por compartir eso, Marta —dijo Amelia, sintiendo que tal vez había una luz al final del túnel.
Lucía sonrió, viendo cómo Amelia se integraba rápidamente.
—Lo importante es que no pierdas la esperanza, Amelia. Todos aquí tenemos nuestras historias y nuestras esperanzas. No estás sola en esto.
Amelia asintió, sintiendo una nueva determinación crecer dentro de ella. Sabía que el camino sería difícil, pero estaba dispuesta a hacer lo necesario para sobrevivir y, quizás, encontrar una forma de prosperar en su nueva realidad.
Mientras continuaban desayunando, Amelia no pudo evitar sentirse triste por Lucía. A diferencia de Clara y Marta, que parecían haber encontrado buenos clientes, Lucía había tenido dos experiencias desastrosas. La perspectiva de tener la misma mala suerte que Lucía la llenaba de temor. No podía evitar preguntarse si su destino sería similar.
Lucía notó la expresión preocupada de Amelia y le dio una palmadita en el brazo.
—No te preocupes, Amelia. Cada experiencia es diferente. Solo porque mis primeros encuentros no fueron buenos no significa que te pasará lo mismo. Mantén la mente abierta y sé tú misma. A veces, es cuestión de encontrar la persona adecuada.
Amelia intentó sonreír, pero la preocupación no desaparecía del todo. Sabía que tenía que prepararse lo mejor posible para cualquier situación y esperar lo mejor, pero el miedo a lo desconocido era difícil de ignorar.
Mientras las chicas terminaban su desayuno, Amelia decidió que dedicaría el día a estudiar todo lo posible sobre Suryavanti. Si eso podía darle una ventaja y asegurar un mejor futuro, no perdería tiempo en hacerlo.
De todas formas, Amelia se preguntaba cómo sería ese cliente. ¿Sería más pequeño? Los asiáticos solían ser bajitos y ella era bastante alta. ¿Sería buena persona? ¿Por qué una buena persona iba a recurrir a pagar por una prostituta? Todos esos pensamientos se agolpaban en su mente mientras terminaba de desayunar, haciéndole difícil centrarse en la lección del PC.