Cuando Amelia cruzó la puerta de su cárcel provisional, sintió una mezcla de temor y determinación. Tras dejar la caja del teléfono en su habitación, se dirigió a buscar a Lucía. Recordaba que ella mencionó ir al gimnasio después de comer, así que decidió que sería su primer destino. Al entrar en el gimnasio, el aire fresco y el sonido rítmico de las máquinas de ejercicio la recibieron.
El gimnasio estaba bien iluminado, con luces fluorescentes que resaltaban los equipos modernos y las paredes decoradas con espejos y posters motivacionales. En una esquina, vio a Lucía sudando sobre una cinta de correr, con el rostro concentrado y el cabello recogido en una cola de caballo.
—Hola —saludó Lucía al verla parada a su lado, reduciendo la velocidad de la cinta.
—Hola, he venido a despedirme. Quizás no vuelva esta noche —dijo Amelia, su voz entrecortada y sus ojos reflejando la angustia que sentía—. Voy a cenar con Inmaculada y no sé si mi cliente me reclamará después de esa cena, me descartará o seguiré contando con algún día más.
Lucía detuvo la cinta de correr y se bajó de un salto, acercándose a Amelia para darle un abrazo.
—Eso es una maravillosa noticia. Vas a ir acompañada por la jefa —dijo con entusiasmo. Al separarse de Amelia, notó la tensión en su rostro—. ¿Por qué no estás contenta?
—No creo que deba dar detalles, pero hasta Inmaculada tiene miedo de él. ¿Cómo no voy a estar aterrada? Si no lo hago bien, no voy a tener una segunda oportunidad como en tu caso. Además, si debo tener sexo con él, aún no estoy preparada. ¿Cómo me apreciará si nota cómo me entrego sin ganas? —Amelia intentaba contener las lágrimas, pero sus ojos estaban claramente enrojecidos.
Lucía la miró con empatía y le puso una mano en el hombro.
—¿Puedes hacer algo al respecto? No —se contestó a sí misma—. Entonces no te preocupes por el momento. Eras un hombre hasta hace unos días. El sexo es divertido. Enfócalo de esa manera. En cuanto a él, espera a conocerlo. El ruso parecía una gran persona y fue un cabrón, por no hablar del primero. A veces las apariencias engañan.
Amelia suspiró profundamente, tratando de encontrar consuelo en las palabras de su amiga.
—Ojalá no sea una mala persona como parece. O al menos no lo sea conmigo.
—No lo será, te cubrirá de atenciones y solo debes soportar a ese hombre, ya lo verás —dijo Lucía, sonriendo para reconfortarla—. Una vida juntos sin amor, solo por interés. ¿A esto nos ha hecho aspirar Inmaculada?
Amelia aún no se encontraba preparada para aceptar esta vida impuesta, pero como podía rebelarse. Podía desear volver a ser un hombre, no entregarse a un hombre al cual ni conocía, pero no tenía esas posibilidades. Ya fuera por imposible o por conllevar algo peor.
—No tenemos otra opción —dijo Lucía suavemente—. Pero aún así, trata de encontrar algo que te haga feliz en esta situación. Mantén la esperanza, Amelia. No todo tiene que ser tan sombrío.
Amelia asintió, agradecida por el apoyo de Lucía. Sabía que tenía que ser fuerte y encontrar una manera de adaptarse, por más difícil que fuera. Aun así, la incertidumbre de lo que vendría esa noche la llenaba de un miedo profundo, pero también de una determinación renovada para enfrentar lo que fuera necesario.
—Gracias por todo. Creo que me daré una ducha y luego iré a la sala de estética. Oh, antes de irme, ¿tienes teléfono? Me gustaría añadirte por si no vuelvo —dijo Amelia, mostrando su nuevo teléfono plegable tipo concha.
Lucía miró el teléfono con asombro.
—¿De dónde has sacado un teléfono? Incluso si te lo regala un cliente, suele ser requisado al volver —dijo Lucía, con un brillo de deseo en los ojos. Llevaba mucho tiempo sin tocar uno.
—Me lo ha regalado Inma, advirtiéndome que todas las comunicaciones están espiadas por si intento algo. ¿No se os da a todas? —preguntó Amelia, sintiéndose un poco sorprendida por la reacción de Lucía. No podía ser tan especial ella misma, así que debía ser su cliente.
—No. Es ilógico. Ni los PC tienen conexión exterior para evitar riesgos. ¿Cómo iba a darnos un arma tan peligrosa? Tú o tu cliente sois muy especiales para ella. Apostaría por tu cliente, por lo cual procura no pifiarla —dijo Lucía, dándole otro abrazo—. Espero no volverte a ver por aquí porque has tenido éxito.
Amelia sonrió, sintiendo una mezcla de gratitud y tristeza.
—Espero volverte a ver fuera porque tú también has tenido éxito —respondió Amelia.
Con esa última despedida, Amelia se dirigió a las duchas del gimnasio. El vapor cálido y el sonido del agua corriendo llenaron el espacio mientras se quitaba la ropa y entraba en la ducha. El agua caliente le proporcionó un momento de alivio, lavando no solo la suciedad del ejercicio sino también parte de la tensión acumulada.
Mientras se enjabonaba, sus pensamientos seguían girando en torno a la conversación con Lucía. El hecho de tener un teléfono, algo tan común en su vida anterior, ahora se sentía como un privilegio extraño y peligroso. ¿Qué tan importante era su cliente para que Inmaculada le diera ese nivel de confianza y vigilancia?
Después de la ducha, se secó rápidamente y se vistió con una bata ligera. Con el cabello aún húmedo, se dirigió a la sala de estética. La sala estaba llena de espejos, luces brillantes y un equipo de estilistas listas para transformarla. Las paredes estaban decoradas con imágenes de mujeres hermosas y perfectamente arregladas, un recordatorio constante del estándar que debía alcanzar.
Amelia se sentó en una de las sillas, observando su reflejo en el espejo. El equipo de estilistas comenzó a trabajar de inmediato, aplicando maquillaje, peinando su cabello y eligiendo cuidadosamente cada detalle de su apariencia. Mientras la preparaban, Amelia no podía evitar sentir una mezcla de anticipación y miedo.
Una de las estilistas, una mujer de mirada aguda y manos expertas, comenzó a explicarle los diferentes estilos de maquillaje y peinado que debía aprender.
—En Suryavanti, la apariencia de una mujer es de suma importancia. El maquillaje debe ser elegante y discreto durante el día, resaltando la belleza natural sin parecer exagerado —dijo mientras aplicaba una base ligera en el rostro de Amelia—. Para eventos nocturnos, puedes optar por algo más dramático, pero siempre manteniendo la elegancia.
Amelia asintió, tratando de asimilar la información. Sentía que estaba en un sueño extraño y distorsionado. ¿Cómo podía estar sucediendo esto? Apenas unos días antes era un hombre, y ahora se encontraba siendo preparada para satisfacer a un hombre que ni siquiera conocía.
La estilista continuó, mostrando cómo aplicar el delineador y la sombra de ojos de manera que resaltaran sus rasgos sin parecer demasiado cargados. Amelia miraba su reflejo, viendo cómo su rostro se transformaba bajo las manos expertas de la mujer.
—En cuanto al peinado, los estilos más apreciados en Suryavanti son aquellos que demuestran sofisticación y cuidado. El cabello debe estar siempre bien arreglado, ya sea en un moño elegante para eventos formales o en suaves ondas para ocasiones más casuales —explicó otra estilista mientras peinaba el cabello húmedo de Amelia, creando unas ondas suaves y brillantes.
Amelia se obligaba a prestar atención, aunque su mente seguía divagando. ¿Cómo era posible que su vida hubiera cambiado tan drásticamente? ¿Cómo era posible que fuera una mujer ahora, y peor aún, que estuviera a punto de ser vendida? La idea de tener que satisfacer a un hombre le revolvía el estómago. ¿Qué tipo de poder tenía ese hombre para asustar a Inmaculada? Y, más importante, ¿cómo sería él en su trato con ella?
—Vamos a perforarte las orejas para poner estos pendientes —dijo la estilista, sacando un par de hermosos pendientes de una caja de terciopelo.
Amelia sintió una punzada de incomodidad. La idea de ser perforada le recordó a un animal siendo marcado, una comparación que la hizo estremecerse. A pesar de la belleza de los pendientes, se sentía como si estuviera siendo etiquetada, preparada para pertenecer a alguien más. La estilista trabajó con precisión, y aunque la perforación fue rápida, el simbolismo del acto dejó una marca profunda en Amelia.
A pesar de la incomodidad inicial, no podía negar que los pendientes y el collar que le pusieron después eran hermosos y elegantes, añadiendo un toque de sofisticación a su apariencia.
La estilista terminó con el peinado y pasó a la elección de la ropa. Abrió un armario lleno de vestidos elegantes y prendas cuidadosamente seleccionadas.
—Para la cena de esta noche, deberías llevar algo que refleje tanto elegancia como respeto por las costumbres de Suryavanti —dijo, sacando un vestido de seda azul oscuro con detalles dorados—. Este vestido es perfecto. Es elegante y muestra tu figura sin ser provocativo.
Amelia miró el vestido, sintiendo una mezcla de admiración y rechazo. No podía negar que era hermoso, pero la idea de usarlo para complacer a alguien que la veía solo como un objeto la llenaba de tristeza.
Mientras se vestía, la estilista le explicó más sobre la cultura de Suryavanti.
—En Suryavanti, una mujer debe ser sumisa y respetuosa con su marido y los ancestros de este. Sin embargo, también se espera que sea capaz de tomar decisiones firmes y dirigir los negocios de su marido en su ausencia —dijo, ajustando el vestido en el cuerpo de Amelia—. Debes aprender a equilibrar estos roles.
Amelia sentía una profunda lucha interna. La idea de ser sumisa le resultaba abominable, pero la perspectiva de manejar negocios y ser respetada por su habilidad le resultaba atractiva. ¿Cómo podría reconciliar estos aspectos tan opuestos de su nuevo rol?
Finalmente, después de lo que pareció una eternidad, las estilistas terminaron su trabajo. Amelia se miró en el espejo de la sala de estética, casi sin reconocerse. Parecía una mujer segura y sofisticada, lista para enfrentar cualquier desafío.
Luego, se dirigió de vuelta a su habitación para recoger el cargador y asegurarse de que el teléfono estuviera listo en su bolso. Dejó la caja del teléfono en su habitación y se miró por última vez en el espejo, ajustando los últimos detalles de su atuendo. Respiró hondo, intentando calmar sus nervios.
Con una última mirada en el espejo, tomó una profunda respiración y se dirigió hacia la puerta de entrada a la zona de las novatas, donde un guardia la esperaba para llevarla a la reunión. Sentía una mezcla de miedo y determinación, lista para enfrentar lo que fuera necesario.
—Esto no me derrotará —se dijo a sí misma en voz baja, mientras daba el primer paso hacia un futuro incierto.
Esta vez, Amelia fue conducida hasta una puerta distinta del despacho de Inmaculada. Otros dos guardias esperaban frente a una doble puerta. El guardia de la derecha tocó en la puerta con los nudillos sin volverse hacia esta.
—Si es Amelia, que entre —sonó la voz de Inmaculada desde dentro.
Amelia giró el picaporte de la derecha y entró, cerrando la puerta tras de sí. La habitación era impresionante. Solo la zona visible, sin contar el cambiador, cuarto de baño y terraza, ya podía tener el tamaño de un piso medio de Hesperia, sin hablar del lujo de la decoración y los muebles.
—Ven aquí, Amelia —escuchó decir a Inmaculada desde una de las puertas en la habitación.
Cuando entró, comprendió que ahora estaba en el cambiador. Inmaculada aún se encontraba sin terminar de vestirse, tan solo con la ropa interior puesta, mientras dos mujeres se afanaban en el peinado y maquillaje.
—Ponte delante de mí, no te quedes a mi espalda; quiero ver cómo te han dejado.
Amelia caminó hasta situarse delante de Inmaculada y comenzó a arrodillarse.
—No te arrodilles y mira de frente. Nunca más te arrodilles a menos que sea una orden de tu cliente o mía.
Ambas se observaron un rato. Ambas tenían unas figuras espectaculares. Mientras Amelia pensaba cómo había llegado a estar delante de esta mujer con una confianza para mostrarse en ropa interior ante ella, Inmaculada la escrutaba, tratando de buscar algún fallo en su postura o ropa. La posición con las manos cogidas delante de sí y su mirada hacia abajo le daba un aire de sumisión perfecto a la vez que realzaba su busto. Había esperado verla con las manos a los lados o, peor aún, a la espalda, pero esta posición era perfecta si la mantenía delante de Jason Xiting.
—Ya está lista, señora —interrumpió una de las dos mujeres.
—Gracias —Inmaculada se levantó de la silla y caminó hasta un enorme espejo que cubría un trozo de pared desde el suelo hasta el techo. Se miró en él y sonrió satisfecha—. Está perfecto, podéis marcharos.
Cuando escuchó la puerta de salida de la habitación cerrarse, sonrió a Amelia antes de preguntar:
—Como hombre hasta hace unos días, ¿qué te parezco?
—Una diosa de la belleza. Para mí estarías totalmente fuera de mis posibilidades, pero yo también lo estaría, y usted es aún más hermosa y sensual.
—Gracias por tu honestidad. No es que me guste ser juzgada por mi físico, pero ¿a quién no le gusta sentirse atractiva? —Se dirigió a uno de los armarios y sacó un vestido muy similar al de Amelia, pero en lugar de azul oscuro era negro—. Espero que Jason no se encapriche de mí en tu lugar.
Sonrió Inmaculada mientras se miraba ya con el vestido puesto. Caminó hasta la habitación con Amelia siguiéndola y cogió una cartera de encima de un tocador.
—Toma, esta es tu documentación. El pin de la tarjeta es tu cumpleaños.
Amelia abrió la cartera y miró su documento de identidad, un carné de conducir, una tarjeta de crédito y un par de fotos. Una de ellas era en lo que parecía su graduación en Harvard, solo que en lugar de ella con sus padres aparecía ella con Inmaculada. La otra era de ella con un hombre de clara ascendencia asiática.
—¿Es Jason? ¿Mi cliente?
—Tu novio. Él quiere, si hoy te da el visto bueno, convertirte en su novia de forma oficial.
Amelia miró más atentamente la foto. Él era más alto que ella, le sacaba bastante. ¿Qué mediría? ¿Un metro ochenta y cinco, uno noventa? No solo eso, a pesar de tener puesto un traje, parecía tener un cuerpo ancho y musculado, aunque sin exageración. Sus rasgos le parecieron atractivos, para nada femeninos como los típicos cantantes coreanos del momento. Él tenía unos rasgos de hombre de negocios implacable, aunque en esa foto sonreía con una felicidad genuina.
Cuando levantó la mirada de la foto, vio a Inmaculada ya lista, mirándola.
—Os la hicisteis hace dos meses en México, después de tu graduación. Os conocisteis hace un par de años en una fiesta dada por mí y habéis estado en contacto a mi espalda y a la de su familia desde entonces. Hoy hemos quedado porque él quiere pedir permiso para llevarte a vivir a su casa.
—¿Y la otra foto? —dijo Inmaculada mostrando la en la que salían las dos juntas.
—Es la de tu graduación. Aunque ligeramente retocada.
—¿Ligeramente? —Habían desaparecido de ella sus padres y figuraban ellas dos en lugar de Roberto con ellos.
—Como te dije, eres mi protegida y yo pagué tus estudios en Harvard. Tus padres eran trabajadores míos y murieron hace cinco años en un accidente de tráfico. Tu padre me pidió un par de meses antes ayuda para financiar tus estudios en la Universidad Carlos III, pero cuando vi tu potencial, hice todo lo posible para conseguir una plaza en Harvard para ti. Desde su muerte has sido más o menos independiente gracias a mi financiación. Por eso me consideras como tu hermana mayor.
—Falsificar todos esos datos debe ser dificilísimo. Incluso toda la documentación parece real.
—Toda la documentación es real. En cuanto a lo de falsificar esos datos, digamos que no todos mis negocios son limpios. Uno de ellos es crear identidades nuevas para gente que desea o necesita desaparecer. ¿Cómo iba a daros si no una vida a vosotras?
Amelia se dio cuenta entonces de dónde estaba metida. Si alguien como Inmaculada temblaba ante Jason, ¿cuáles serían los asuntos turbios de Jason?