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Chapter 9 - 009. Entre el lujo y el miedo

Amelia siguió a Inmaculada, caminando unos pasos detrás de ella, tal como había visto hacer a las mujeres de Suryavanti con sus maridos. La sensación de humillación la invadió al pensar que tendría que hacerlo con Jason, su supuesto comprador. Decidió que practicar con Inmaculada podría ayudarla a prepararse para lo que venía. Observaba cada detalle del caminar de Inmaculada, intentando imitar la postura y la cadencia de sus pasos.

Inmaculada, sintiendo la presencia de Amelia a su espalda, se volvió y la miró con una ceja arqueada.

—¿Qué haces? —preguntó con curiosidad, aunque su tono denotaba una ligera impaciencia.

Amelia levantó la mirada, intentando mantener la calma en su voz.

—Intento practicar la manera de caminar cuando esté con Jason. ¿Lo estoy haciendo mal? ¿Te molesta? —sus palabras salieron con una mezcla de nerviosismo y esperanza de aprobación.

Inmaculada observó a Amelia durante unos segundos, evaluando su respuesta y su postura. La determinación en los ojos de Amelia la hizo sonreír ligeramente.

—Lo hacías bien, pero no lo hagas. No sé si a Jason le agrada esa tradición. A mí, desde luego, me parece muy retrógrada entre iguales —dijo, su voz tomando un tono más suave.

Amelia frunció el ceño, intentando entender.

—¿Y yo soy tu igual? —preguntó, sus palabras cargadas de un deseo de comprensión y validación.

Las miradas de ambas mujeres se encontraron, una lucha silenciosa de voluntades. Amelia esperaba una respuesta clara, mientras Inmaculada ponderaba la mejor manera de manejar la situación.

—No, no lo eres, pero en esta ocasión me gustaría verte andar a mi lado —respondió finalmente Inmaculada, con una sonrisa que pretendía ser tranquilizadora.

Amelia asintió, su expresión reflejando una mezcla de aceptación y confusión. Se colocó a la altura de Inmaculada, caminando juntas hasta llegar a la puerta de la mansión, seguidas por los imponentes guardaespaldas.

En la entrada, dos coches de alta gama esperaban: un BMW y un Jaguar. Sin decir una palabra, ambas se dirigieron al Jaguar azul marino, mientras los guardaespaldas se acomodaban en el BMW del mismo color.

El interior del coche estaba lleno de lujo, con asientos de cuero y un suave aroma a nuevo. Amelia se sentía pequeña en medio de tanta opulencia. Se giró hacia Inmaculada, sus ojos reflejando un temor creciente.

—¿Debo tener miedo? —preguntó, su voz apenas un susurro que delataba su angustia.

Inmaculada levantó la vista de su smartphone y le dedicó una sonrisa comprensiva.

—Debes estar aterrorizada. Eso te hará ser precavida y, con él, hasta yo siento algo de miedo. No te creas que lo peor que puede hacerte es darte una paliza o matarte.

Las palabras de Inmaculada resonaron en la mente de Amelia como una sentencia. ¿Acababa de decir matarla? Sus ojos se abrieron de par en par, llenos de incredulidad y terror. Inmaculada, notando su reacción, intentó tranquilizarla con un tono más suave.

—Tranquila, no lo recuerdo especialmente malvado.

Amelia se quedó en silencio, mirando por la ventana. El paisaje se deslizaba ante sus ojos, pero su mente estaba lejos, perdida en un torbellino de pensamientos y temores. De repente, reconoció el entorno. Desde la ventana se veía toda la bahía de Lantia y el pueblo a sus pies debía ser Bravura. Su corazón se aceleró al darse cuenta de lo cerca que estaba de la casa de sus padres. La nostalgia la golpeó con fuerza, pero rápidamente recordó su nueva realidad.

—¿Algún problema? —preguntó Inmaculada sin levantar la vista de su smartphone.

Amelia suspiró, su voz cargada de tristeza y resignación.

—No volveré a ver a mi familia aunque estoy a solo unos pocos kilómetros. Si le gusto a Jason, no podré volver a ser hombre, y si no le gusto, seré vendida a una red de trata de blancas —dijo, sin apartar la mirada de la ventanilla.

Inmaculada, por primera vez, levantó la vista de su smartphone y miró a Amelia con una mezcla de compasión y firmeza.

—Nunca se sabe. A lo mejor, aún como mujer, un día puedes presentarte ante tus padres, o quizás simplemente Jason decida dejarte marchar y yo te devuelva a tu antiguo sexo, o quizás, si él no te elige por algún imponderable, yo te dé otra oportunidad. El futuro no está escrito y todo puede cambiar —dijo, intentando ofrecerle un rayo de esperanza.

Amelia asintió lentamente, tratando de encontrar consuelo en las palabras de Inmaculada. La incertidumbre de su futuro la atormentaba, pero sabía que debía mantener la calma y la esperanza. Mientras el coche avanzaba, se preparó mentalmente para lo que le esperaba, consciente de que cada paso que daba la acercaba más a un destino desconocido y temido.

Se quedaron calladas un buen rato, sumidas en sus propios pensamientos. De repente, Amelia escuchó vibrar su smartphone dentro del bolso. No tenía mucho en qué entretenerse, así que rebuscó y lo sacó. Era un mensaje de WhatsApp. Lo abrió y vio que el remitente era quien estaba sentada a su lado. El mensaje decía:

"No me acordé de decirte. No te extrañes de nada de lo que escuches en la cena y, por supuesto, no reveles nada a nadie de esa cena."

Amelia miró extrañada a Inmaculada, cuyo semblante permanecía impasible. No parecía el tipo de mujer dispuesta a gastar bromas. Suspiró y respondió también por WhatsApp:

"OK, ver, oír, aprender y callar."

A los pocos segundos, una sonrisa apareció en los labios de Inmaculada. Tras teclear en su smartphone, Amelia recibió la respuesta:

"Buena chica. Todo saldrá bien."

Amelia volvió a guardar el teléfono en su bolso, sintiéndose ligeramente más aliviada, pero también más intrigada. ¿Qué tipo de conversaciones se llevarían a cabo en esa cena? ¿Qué secretos se esconderían detrás de esas puertas? La incertidumbre la acompañó durante el resto del trayecto, mientras las luces de la ciudad comenzaban a aparecer en el horizonte, marcando el inicio de una noche que prometía ser inolvidable.

El coche continuó su marcha, llevando a Amelia hacia un destino desconocido, mientras ella se preparaba mentalmente para enfrentar los desafíos que la esperaban. Cada momento que pasaba, sentía cómo crecía en su interior una mezcla de miedo y determinación. Sabía que debía estar preparada para cualquier cosa y que, pase lo que pase, tendría que mantener la compostura y la fortaleza.

Tras media hora de camino, el coche finalmente llegó a una casa en mitad de la nada, o al menos eso parecía. En realidad, era un restaurante súper exclusivo con vistas sobre la bahía de Lantia. Los dos guardaespaldas del BMW se bajaron rápidamente y abrieron las puertas del Jaguar, permitiendo que Inmaculada y Amelia descendieran.

—Quédense aquí fuera —ordenó Inmaculada sin más explicaciones, avanzando hacia la entrada del restaurante con Amelia siguiéndola de cerca.

El interior del restaurante era un contraste sorprendente con su exterior aparentemente modesto. Las paredes estaban decoradas con elegantes paneles de madera y el suave resplandor de las lámparas de araña creaba una atmósfera de lujo discreto. El recepcionista, un hombre de mediana edad con una sonrisa profesional, las miró sorprendido al verlas.

—Señora Montalbán, no la esperábamos esta noche. Pero si es necesario, le encontraremos una mesa. ¿Cuántos serán? —preguntó, tratando de ocultar su sorpresa.

Inmaculada suspiró con desgana, su paciencia visiblemente al límite.

—La reserva la hizo otra persona. Debe estar a nombre del señor Xiting —dijo con firmeza.

El recepcionista miró rápidamente en la lista de reservas, sus ojos se iluminaron al encontrar el nombre.

—Oh, sí, en la segunda planta, el salón Terral. Permítanme que las acompañe —ofreció amablemente.

—No hace falta. Lo conozco perfectamente. ¿El señor Xiting llegó? —cortó Inmaculada, su tono dejaba claro que no quería perder más tiempo.

—Sí, llegó hace unos minutos. Pueden subir, las está esperando —confirmó el recepcionista, haciendo una leve reverencia.

Amelia observó cómo la jefa pasaba al interior sin dar una respuesta. A pesar de su nerviosismo, hizo una ligera reverencia de cabeza al recepcionista antes de seguirla. Las escaleras hacia la segunda planta eran amplias, con una alfombra roja que amortiguaba sus pasos, creando una sensación de caminar sobre nubes.

Inmaculada sabía muy bien a dónde se dirigían, pero al llegar a la puerta del salón Terral, se detuvo. Amelia notó la tensión en los hombros de su acompañante y leyó el cartel al lado de la puerta: "Salón Terral."

—¿No entramos? —preguntó Amelia, impaciente ante la indecisión de Inmaculada.

Inmaculada respiró profundamente, su pecho se expandió con la inhalación y luego expiró lentamente, soltando todo el aire. Finalmente, giró el picaporte y abrió la puerta.

El salón Terral era aún más impresionante que el resto del restaurante. Con paredes adornadas con tapices y una gran mesa de caoba en el centro, el lugar exudaba opulencia. La vista a través de los ventanales era espectacular, mostrando la bahía de Lantia en todo su esplendor nocturno.

En el centro de la habitación, un hombre alto y apuesto se levantó al verlas entrar. Amelia lo reconoció de la foto: Jason Xiting. Llevaba un traje perfectamente ajustado y su presencia llenaba la habitación con una mezcla de autoridad y calma.

—Inmaculada, Amelia, bienvenidas —dijo con una voz suave pero firme, caminando hacia ellas. Sus ojos se fijaron en Amelia, evaluándola con una mirada intensa pero educada.

Amelia sintió un escalofrío recorrer su espalda. Hizo una leve inclinación de cabeza, recordando las palabras de Inmaculada. Jason extendió una mano hacia Inmaculada, quien la estrechó con una sonrisa tensa.

—Jason, gracias por recibirnos —dijo Inmaculada, con un tono que intentaba parecer relajado.

Jason asintió y luego volvió su atención a Amelia.

—Amelia, es un placer finalmente conocerte en persona —dijo, tomando su mano con una suavidad que contrastaba con la firmeza de su apretón. Amelia sintió su corazón acelerarse.

—El placer es mío, señor Xiting —respondió ella, tratando de mantener su voz firme.

Jason hizo un gesto hacia la mesa.

—Por favor, tomen asiento. Tenemos mucho de qué hablar —dijo, guiándolas hacia sus asientos.

Mientras se sentaban, Amelia no podía dejar de preguntarse qué tipo de conversación se desarrollaría esa noche y cómo afectaría su futuro. Los pensamientos y emociones se arremolinaban en su mente, pero se recordó a sí misma que debía mantener la calma y observar, tal como le había aconsejado Inmaculada.

Jason llenó las copas de champán de Amelia e Inmaculada. Era un Luxor Pure Gold 24K Brut, un nombre que no le sonaba mucho a Amelia, pero Inmaculada se percató de inmediato de su exclusividad.

—¿Tenías que recibirnos con este champán? Hay mejores champán más baratos. Este solo es caro por las virutas de oro —comentó Inmaculada, observando con una mezcla de resignación y aprecio las burbujas doradas en su copa.

Amelia, por su parte, miraba fascinada las virutas de oro que flotaban en el champán, maravillada por su brillo y elegancia. Jason sonrió ante su reacción.

—¿No esperarías que recibiera a mi novia y su mentora con un champán vulgar? Por cierto, el maestro te envía recuerdos —dijo Jason, levantando su copa. La mención del "maestro" hizo que Inmaculada temblara ligeramente, apenas perceptible pero innegable.

—¿Me manda recuerdos? —preguntó Inmaculada, levantando también su copa, su voz teñida de una mezcla de sorpresa y aprensión.

En ese momento, un camarero entró con unos platos de caracoles, colocándolos cuidadosamente frente a cada uno de ellos. Amelia los miró con cierto asco. Nunca había tenido el valor de probar estos moluscos, y la idea de comerlos le resultaba francamente repulsiva.

—No te preocupes, Amelia —dijo Jason, notando su reacción—. Los caracoles son una delicia adquirida, pero si no te gustan, hay muchas otras cosas que puedes probar esta noche.

El camarero se retiró discretamente, y Jason se dirigió nuevamente a Inmaculada con una sonrisa que no alcanzaba sus ojos.

—Sí, el maestro no está muy contento con tus cinco años de ausencia. Si acudes a él antes de que termine el verano, promete no ser severo contigo.

El rostro de Inmaculada reflejaba un creciente pánico, un miedo que solo se profundizaba con cada palabra de Jason. La idea de enfrentar a su antiguo maestro la aterrorizaba.

—Gracias por tu mediación, Jason. Haré lo imposible por acudir —dijo, su voz quebrándose ligeramente al final.

Amelia observaba la escena, su corazón latiendo con fuerza. No podía dejar de preguntarse qué clase de relación tenían Inmaculada y su maestro, y por qué era tan temida. Se sentía como una marioneta en una obra cuyas líneas aún no comprendía del todo. La tensión en la sala era palpable, y Amelia sabía que cada palabra, cada movimiento, tenía el potencial de cambiar su destino.

—Tranquila, el maestro no es tan malo. Tan solo te pedirá que te humilles y se conformará con unos azotes. Aunque eso sí, desea que le lleves unos pocos de esos gusanos. No le hizo gracia que te los llevaras todos —comentó Jason, con una sonrisa que Amelia no terminó de descifrar si iba destinada a Inmaculada o a ella.

A pesar de la opulencia y el lujo del entorno, Amelia no podía ignorar el miedo que crecía dentro de ella. La noche apenas comenzaba y ya se sentía como si estuviera al borde de un abismo. Jason parecía ser amable y cortés, pero había una dureza en sus ojos que no podía ignorar. ¿Cómo podría alguien tan joven y aparentemente encantador tener un poder tan abrumador?

Mientras Inmaculada trataba de recomponerse, Amelia tomó un sorbo de su champán, dejando que las burbujas acariciaran su lengua. La fragancia del champán era embriagadora, pero la amargura de la situación lo hacía difícil de disfrutar.

—Vamos a disfrutar de esta cena —dijo Jason, rompiendo el incómodo silencio—. Amelia, espero que esta noche te brinde una visión más clara de lo que nuestro futuro podría ser.

Amelia asintió, forzando una sonrisa. La perspectiva de ese futuro seguía siendo nebulosa y aterradora, pero sabía que debía mantenerse firme. La cena continuaba y, con cada plato que se servía, se adentraba más en un mundo que apenas empezaba a comprender.