Después del desayuno, Amelia se dirigió de nuevo a su puesto en la sala de estudio, tratando de mantener la determinación que había sentido al hablar con Clara, Lucía y Marta. La mañana transcurría lentamente mientras se sumergía en su rutina de estudios. El curso de finanzas personales seguía siendo su principal enfoque, pero también dedicaba tiempo a aprender sobre etiqueta social y técnicas de seducción.
La sala de estudio estaba tranquila, con el suave murmullo de teclas y murmullos ocasionales de las chicas concentradas en sus propias lecciones. Amelia se sentía abrumada por la cantidad de información que debía procesar y la rapidez con que debía aprender. Cada curso parecía diseñado para moldearla, para convertirla en alguien que pudiera adaptarse y prosperar en cualquier situación social.
Mientras avanzaba en el curso de etiqueta social, aprendió sobre las complejas normas de comportamiento en eventos formales, la importancia de la postura y la manera correcta de saludar. Las lecciones estaban llenas de detalles minuciosos que Amelia nunca había considerado antes. La presión por memorizar y aplicar todo esto era intensa, pero se recordó a sí misma que debía hacerlo si quería tener una oportunidad de sobrevivir y quizás prosperar.
El curso de técnicas de seducción era aún más desafiante. No solo tenía que aprender cómo atraer a un hombre, sino también cómo mantener su interés y cómo comportarse de manera que se sintiera deseado y respetado. Las lecciones incluían desde la elección de ropa adecuada hasta la forma de hablar y moverse. Amelia se sentía incómoda con muchos de estos conceptos, pero sabía que eran necesarios para su supervivencia.
A medida que avanzaba la mañana, Amelia no podía dejar de pensar en Suryavanti. Recordó la insistencia de Lourdes en que estudiara todo lo posible sobre ese país. Decidió dedicar un tiempo a investigar más sobre su cultura, economía y sociedad. La información que encontró fue tanto fascinante como aterradora.
Suryavanti era una dictadura monárquica absolutista, con una sociedad fuertemente basada en el honor y una economía próspera gracias a su avance tecnológico. Sin embargo, también tenía un lado oscuro, con fuertes grupos criminales organizados y una intolerancia marcada hacia las relaciones homosexuales y otras orientaciones sexuales no heteronormativas. La libertad de prensa en Suryavanti era total, siempre y cuando no se criticara al gobierno. El país tenía tres idiomas oficiales: inglés, francés y español, reflejo de su historia colonial. En las calles, sin embargo, se hablaba una mezcla de estos idiomas junto con un dialecto autóctono que las élites despreciaban y consideraban vulgar.
La religión predominante en Suryavanti era una versión sincrética del hinduismo, adaptada a las creencias locales. El país tenía tres principales polos industriales, todos conectados por un colosal puente que facilitaba el transporte y la comunicación entre las islas. Amelia se dio cuenta de que entender esta compleja sociedad podría ser crucial para su futuro.
Mientras estudiaba las costumbres y normas sociales de Suryavanti, se dio cuenta de que las expectativas sobre las mujeres eran extremadamente rígidas. En público, las mujeres debían ser sumisas, siempre respetuosas y obedientes hacia sus maridos y los ancestros de estos. La idea de que su valor como mujer dependiera de su sumisión y su capacidad para complacer a su marido la asqueaba profundamente. En la cama, se esperaba que las mujeres complacieran a sus maridos cada noche, sin excepción. Esta perspectiva la llenaba de temor y repulsión.
Amelia sintió una profunda lucha interna. Por un lado, quería adaptarse y aprender todo lo que pudiera para sobrevivir. Por otro lado, la idea de convertirse en una muñeca sumisa la horrorizaba. ¿Cómo podría aceptar una vida así? ¿Cómo podría reconciliar su deseo de sobrevivir con la necesidad de mantener su dignidad y su sentido de identidad?
Mientras intentaba concentrarse en la pantalla del ordenador, decidió compartir sus pensamientos con las otras chicas durante un breve descanso.
—Chicas, ¿puedo hacerles una pregunta? —dijo Amelia, mirando a Lucía, Clara y Marta—. He estado estudiando sobre Suryavanti y la situación de las mujeres allí. ¿Alguna de ustedes ha escuchado algo sobre esto?
Clara asintió, inclinándose hacia adelante con interés.
—He oído un poco. Dicen que la sociedad está muy basada en el honor y la sumisión de la mujer. Debe ser muy difícil adaptarse a eso —comentó.
—Es asqueroso —dijo Amelia, sintiendo que su indignación crecía—. Se espera que las mujeres sean completamente sumisas a sus maridos y a los mayores de su familia. Pero también deben manejar los negocios de sus maridos en su ausencia. Es una dualidad muy extraña.
Lucía frunció el ceño, compartiendo el disgusto de Amelia.
—Eso suena horrible. Me alegro de no haber sido elegida para alguien de ese país. No podría soportar tener que ser sumisa todo el tiempo y luego tener que manejar negocios. Es como si quisieran que seas dos personas diferentes al mismo tiempo.
Marta asintió, su expresión mostraba compasión.
—Debe ser muy difícil. Pero piensa en esto, Amelia. Si eres capaz de manejar sus negocios y ser eficiente, podrías ganar mucho respeto. Aunque la sumisión sea una parte importante, tu habilidad para manejar las cosas también es valorada.
Amelia asintió, reconociendo la verdad en las palabras de Marta, pero aún sintiéndose asqueada por la sumisión que se esperaba de ella.
—Entiendo eso. Y la idea de manejar negocios no me desagrada. Pero la sumisión, tener que ser una muñeca sumisa en público y complacer a mi marido todas las noches... Es algo que no sé si puedo soportar.
Clara le dio una palmadita en la mano, mostrando su apoyo.
—Es natural sentirte así. Todas tenemos cosas que nos resultan difíciles de aceptar. Pero piensa en esto como un desafío. Si puedes encontrar una manera de adaptarte y hacer que funcione, podrías tener una vida mejor.
Amelia suspiró, sintiéndose un poco más comprendida.
—Gracias, chicas. Solo necesitaba hablar de esto con alguien que pudiera entender.
Mientras continuaban su discusión, Amelia no podía evitar sentir una mezcla de alivio y preocupación. Aunque sabía que tenía el apoyo de sus compañeras, la realidad de su situación seguía siendo abrumadora. A pesar de los consejos y las experiencias compartidas, el peso de lo que se esperaba de ella y las expectativas sobre su desempeño eran difíciles de ignorar.
La comida terminó y, con un nudo en el estómago, Amelia fue conducida de nuevo ante Inmaculada. Su presencia seguía aterrándola. Esa fiereza tras su mesa, la seguridad en sus palabras, los dos enormes guardaespaldas tras ella que no escondían en absoluto las armas que portaban.
—Hola, Amelia. Parece que no te gusta Suryavanti —comenzó Inmaculada, su tono era amistoso, pero sus palabras dejaban claro que controlaba cada detalle—. Verás, no me gusta elegir a una novata como tú para misiones de esta importancia, pero eras la mejor candidata debido a tus estudios. Además, él te ha encontrado tremendamente atractiva.
Amelia temblaba. ¿Ya la iban a vender?
—Salgan todos, excepto Amelia —ordenó Inmaculada.
Esperó a que todos salieran antes de continuar.
—Es tan importante para mí que voy a nombrarte mi protegida —dijo Inmaculada, observando cómo Amelia abría los ojos boquiabierta—. Esta noche vas a venir conmigo a una reunión. Solo debes permanecer a mi lado, ver, escuchar y callar. Solo hablarás si se te pregunta directamente. No contestes preguntas personales, yo me encargo de eso. ¿Has entendido?
Amelia asintió.
—No asientas. Contéstame.
—Entiendo. Mi cliente es de suma importancia para ti. Por eso me vas a nombrar tu protegida y me vas a llevar esta noche a una reunión. No hablaré a menos que se me hable directamente. No contestaré preguntas personales. Debo ver, escuchar y callar.
Inmaculada sacó una fusta de un cajón. Amelia se preguntó por qué tenía una fusta en su escritorio.
—Tu cliente es de suma importancia para mí. Si me haces quedar mal, te castigaré personalmente y tu vida estará terminada. Si lo haces bien, aunque él no se quede contigo, tendrás un futuro brillante en mi corporación —dijo Inmaculada, sonriendo de manera amenazante mientras balanceaba la fusta.
—Lo entiendo —dijo Amelia, sintiendo el peso de la amenaza.
—Bien, en la sala de estética tienen órdenes de cómo prepararte, incluso elegirán tu ropa. Cuando estés lista, mándame un mensaje y espera en la puerta de entrada a la zona de las novatas. Un guardia te recogerá y te traerá —le informó, extendiéndole el último modelo de smartphone plegable—. Solo tiene mi número en la agenda y todas las comunicaciones son controladas por mí. No intentes ninguna tontería como llamar a tu familia, amigos o la policía. No accedas a tus antiguas redes sociales. Ahí también tienes las cuentas de tus nuevas redes sociales, manejadas por personal de mi confianza. Puedes verlas mientras te arreglan, pero no escribas nada. ¿Alguna pregunta? —concluyó con una sonrisa.
Amelia tenía muchas preguntas, pero se atrevió a formular solo una con voz temblorosa.
—Tengo muchas preguntas, ni siquiera sé por dónde empezar. Si fallo aunque lo haya dado todo, ¿seré castigada?
—Procura no fallar. Hay imponderables y los puedo aceptar, pero con los privilegios que te voy a dar no puedes fallar.
—¿Es de Suryavanti? Aún no he estudiado mucho sobre su cultura.
—Hoy con ser educada te basta. Él está al corriente de tu verdadero origen.
Amelia asintió. Sabía lo que se esperaba de una mujer en Suryavanti. Lo odiaba, pero temía más el posible castigo de Inmaculada.
—Ser sumisa y no mirarlo a los ojos. ¿Volveré aquí o me iré con él? Me gustaría despedirme de alguna compañera si eso pasa.
Inmaculada lo pensó por unos segundos.
—En principio vas a volver conmigo, pero si se encapricha en pasar la noche contigo no voy a poner impedimentos.
—Lo comprendo. El negocio con él es muy importante para contrariarlo. Si eso pasa, trataré de ser complaciente en la cama, aunque no tengo claro cómo me será fácil complacer a un hombre —suspiró Amelia, sin saber cómo podría besar a un hombre, mucho menos otras cosas.
—Solo esfuérzate. Cierra los ojos si es preciso y piensa que besas a una mujer. No puedes imaginarte lo importante que es tu misión —dijo Inmaculada, mostrando por primera vez un atisbo de miedo—. Aunque no sientas nada por los hombres ahora, en un futuro lo sentirás. Por lo cual, hacerlo ahora con un hombre en el futuro solo te producirá risa de tu resistencia a divertirte con él.
Amelia pensó si hacerlo con alguien a quien no deseaba se podía llamar diversión.
—Si pidiera mi número de teléfono, se lo doy. ¿Verdad?
—Si pidiera que te subieras a la mesa y te desnudara, lo haces. Sus peticiones para ti son órdenes de inmediato cumplimiento —Inmaculada estaba visiblemente nerviosa con este cliente.
—¿No eras supuestamente feminista? ¿Cómo puedes permitir esto?
Los ojos de Inmaculada parecieron arder de cólera.
—Si me pidiera hacerlo a mí, también lo haría. No te puedo dar detalles, pero si tú tienes miedo de mí, yo tengo miedo de él, más bien de su protector. Si debo renunciar a mis principios por él, lo haré. Si su capricho fuera hacerte a la barbacoa, yo misma pasaría tu carne ante la posibilidad de que, si no, sea yo la que termine a la parrilla.
Amelia sintió terror. Si alguien con el poder de Inmaculada reaccionaba así ante su cliente, ¿qué poder tendría este? Ella solo pensaba en términos de dinero, pero esto parecía mucho más peligroso.
—Lo pones como un tipo horrible.
—No te preocupes. Una cosa es su poder y otra cómo lo ejerce. Tú obedece y ambas seremos recompensadas muy generosamente. Es un tipo serio, pero hasta donde sé, nunca se ha comportado de forma abusiva con una mujer.
Amelia quería creerle, pero ella había sido un hombre hasta hacía unos días. Quizás a ella no la respetaría igual.
—Si me reclama hoy, ¿tendré alguna forma de acceder a la formación?
—Tenemos preparado un portátil para cuando debas dejar esta casa, así como una maleta con ropa elegida por él para ti. Si por desgracia sucediera hoy, la maleta estará preparada en el maletero de mi coche.
Amelia no tenía más preguntas, solo un miedo atroz. Era una mujer desde hacía dos días y quizás esa misma noche tendría que complacer sexualmente a un hombre. Además, la situación parecía peligrosa si cometía un error. Inmaculada la había amenazado, pero ella temía que el castigo de ese hombre pudiera ser aún peor. Con determinación a seguir con vida, levantó la mirada del suelo.
—Seré la mejor dama en la calle y la mayor puta en la cama. No debes preocuparte. Aunque sienta el mayor asco del mundo, parecerá que estoy disfrutando como si fuera lo más delicioso del mundo. Me ha quedado todo claro.
Inmaculada se levantó, cogió la caja del teléfono, ayudó a Amelia a levantarse y le dio un fuerte abrazo.
—Guarda el cargador y el teléfono en el bolso por si no regresaras. La caja puedes dejarla en tu habitación —se separó de ella y la acompañó a la puerta—. Nos vemos dentro de un rato.
Amelia caminó de vuelta a la zona de las novatas envuelta en el más grande de los terrores.