Luego de leer el prólogo y sentir que podría no disgustarme esta novela, decidí pasar al primer capítulo. Es curioso, porque ahora me pregunto si esto es lo que alguien leería si estuvieran dentro de mi cabeza, leyendo mis pensamientos como si yo fuera un personaje más en su libro.
¿No sería inquietante?
Sigo meditando sobre eso, manteniendo la mirada fija en las letras del libro frente a mí. De repente, una voz me arrastra de vuelta al aula.
—Lian, ¿puedes explicar con la clase lo que estás pensando?
No me sorprendo, la pregunta no me altera. Estoy acostumbrado a que me hagan preguntas en medio de mis pensamientos. Levanto la vista, miro al profesor y respondo con calma.
—Claro, profesor. Como decía, el concepto es...
Pero mientras hablo, mi mente sigue divagando. El libro que estoy leyendo habla de un mundo sin Ramas. Es curioso pensar en eso. Un mundo sin esas habilidades que todos tenemos desde el nacimiento. Algunas Ramas son tan simples como la fuerza sobrehumana, otras tan raras como la capacidad de volar o incluso respirar bajo el agua.
Es extraño imaginar vivir sin eso. ¿Cómo sería? Algo así me parece tan irreal como una historia de alienígenas o de viajes a mundos de fantasía.
—...el concepto es sencillo. Primero, necesitamos identificar la Rama del sujeto para... —continúo, volviendo a mi exposición, pero mis pensamientos aún giran en torno a ese mundo sin poderes.
La campana finalmente suena, marcando el fin de la jornada. Los estudiantes se levantan de inmediato, algunos hablando entre ellos, otros ya sacando sus teléfonos. Yo no tengo prisa. Me quedo un momento más en mi asiento, observando cómo la clase se vacía lentamente. No es que me moleste, nunca he sido de esos que se apresuran por escapar.
Cuando finalmente me levanto, la escuela se siente en calma, como si el día ya hubiera terminado para todos menos para mí. Salgo al pasillo y, al llegar a la salida, el aire fresco de la tarde me recibe.
Paso por el umbral y, por un instante, me detengo. Levanto la vista al cielo, que ya empieza a teñirse de un tono anaranjado. Es una vista tranquila, pacífica, como la vida que he construido hasta ahora.
Con mi Rama, puedo tener una vida estable. No soy una de las personas más poderosas ni una de esas élites a las que todos admiran, pero probablemente eso no sea necesario. Mi habilidad me asegura una vida cómoda, sin altibajos, sin sobresaltos.
A pesar de todo, una pequeña parte de mí se siente... insatisfecha. Tal vez esperaba que mi vida fuera algo más, o que con el tiempo surgiera algo más emocionante. No es que la paz me moleste, pero a veces me pregunto si está todo dicho para mí.
Sacudo la cabeza y comienzo a caminar hacia casa, dejando que esos pensamientos se desvanecieran con cada paso.
Al llegar a casa, el aire familiar me recibe. Dejo mi chaqueta en el perchero y me dirijo al comedor, donde mis padres ya están sentados, esperando.
Mi padre, Elias, está en su lugar habitual al final de la mesa. Siempre tiene una presencia imponente, pero su mirada al verme entrar es la de alguien que se siente cómodo en su hogar, relajado en la compañía de su familia. Me saluda con un asentimiento.
—¿Cómo te fue hoy? —pregunta, su tono firme pero con esa calidez que no necesita más palabras.
Mi madre, Selene, levanta la vista y sonríe al instante. Su energía es tan natural como la luz del día, y siempre tiene algo que contar. No sé cómo lo hace, pero consigue llenar el espacio con su presencia, de la forma más suave y acogedora.
—¿Todo bien en la escuela, Lian? —pregunta, mientras me pasa el plato con una porción generosa de comida.
La conversación fluye con naturalidad. Mi padre menciona que un viejo compañero de trabajo lo contactó para hablar sobre un proyecto, pero que no está seguro de si tomarse un descanso o seguir trabajando con el mismo ritmo. Mi madre, animada como siempre, responde:
—Tú nunca sabes cuándo parar. ¡Tienes que aprovechar la calma! —dice con una sonrisa, pero su tono tiene esa mezcla de preocupación que solo una madre sabe expresar.
—Eso es lo que me dicen todos —responde mi padre, tomando un sorbo de agua—, pero a veces siento que no hay un buen momento para detenerse.
De repente, mi madre cambia de tema, con su usual tono ligero.
—Lian, ¿has pensado en qué vas a hacer después de la escuela? ¿Algún plan para el futuro?
Mi padre, que ha estado callado por un momento, me observa mientras mi madre hace la pregunta. Es raro que hable mucho sobre esos temas, pero cuando lo hace, es directo.
—Lo importante es que elijas algo que te dé estabilidad. No siempre se trata de lo que más te apasione, sino de lo que te hará estar bien a largo plazo. —su voz es tranquila, pero se nota que lo dice con convicción.
Mi madre asiente, pero le dedica una sonrisa que, aunque ligera, transmite su apoyo incondicional.
—Tienes todo el tiempo del mundo, cariño. Lo que elijas, estaremos aquí para apoyarte.
Las palabras de mi madre resuenan en mi mente. A veces es fácil olvidarlo, pero sé que lo dice de corazón. En medio de su energía, siempre tiene tiempo para asegurarse de que nos sintamos respaldados.
La cena transcurre en esa atmósfera tranquila y familiar. Un par de bromas, alguna risa que hace que el aire se sienta más ligero. Los temas cambian, pero la sensación de estar en casa, con ellos, nunca desaparece.
Cuando terminamos, me levanto y, tras un intercambio breve de palabras, subo las escaleras sin prisa, el sonido suave de mis pasos acompaña el silencio de la casa. Al llegar a mi habitación, cierro la puerta detrás de mí y me dejo caer sobre la cama, mirando el techo.
Hoy fue un día tranquilo, casi rutinario, y aunque no me disgusta, siempre me siento un poco más alerta después de un día como este. Con una ligera exhalación, cierro los ojos por un momento. No me cuesta concentrarme en los pequeños detalles, como la forma en que cada cosa se acomoda a su lugar, el leve murmullo que llega desde la ventana entreabierta.
Mi habilidad, "análisis", nunca me ha hecho sentir que soy alguien fuera de lo común, aunque a veces me sorprendo de lo fácilmente que se me quedan las cosas. No es solo memoria, es una comprensión profunda, casi intuitiva, de cualquier cosa que estudio. Es como si todo tuviera una lógica subyacente que solo necesito descubrir, y una vez lo hago, todo encaja. Puede ser cualquier cosa: una fórmula matemática, un pasaje de un libro o incluso cómo mejorar una estrategia en un juego. Lo analizo, lo desmenuzo, y todo se convierte en claro.
De alguna manera, siempre he tenido una facilidad para ver patrones y entender cosas rápidamente. Las matemáticas nunca fueron un reto para mí, ni los problemas complicados. No me preocupa que mi habilidad no sea tan llamativa o espectacular como las de otros. Sé que tiene su propio valor, y eso es suficiente para mí.
Me recuesto un poco más, dejando que mi mente divague entre los recuerdos del día y los pensamientos dispersos. La tranquilidad de mi vida me permite seguir adelante, con cada paso claro y sin la necesidad de complicaciones.